La reconsideración de los tópicos del Camino de Santiago y del caminante
Las flechas de oro. John Rutherford. Traducción de Uxía Iglesias Tojeiro. Prólogo de Javier Gómez-Montero. Editorial Lobo Sapiens 2013, León. 267 pags.
![[Img #6795]](upload/img/periodico/img_6795.jpg)
Entrar en el camino no parece ser hacer el camino, sino
situarse en un tajo del espacio y del tiempo que con mucho esfuerzo te
conducirá al abrazo del Apóstol. No hay elección, este camino viene programado
y va paralelo al de la vida; puede que sea por lo diferente, por lo que este
modo de vida del peregrino permite el extrañamiento, la búsqueda. Indagar sobre
la manera de vivir cotidiana . Parece ser que el modo de
vida del peregrinaje es el de la búsqueda, no necesariamente la del encuentro. Tal
vez si un poco más de conciencia, una irritación menor de la pupila, para darse
cuenta de que “el profundo y misterioso significado de la vida lo tenemos delante de nosotros.” Se
obtiene al buscar de la búsqueda.
Esta narración, escrita originariamente en gallego, no será
una novela. Ya en el libro se nos justifica la imposibilidad de novelar el
camino (Pags 81/82), pienso que por concebir la aventura a modo de
diario ceñido a una experiencia.
Esta narración se sirve de distintos procedimientos o
ardides, que es lo que convierten el diario en literatura. Al contarnos sus fatigas, el narrador (Alter
ego de John Rutherford) incorpora el diario de ‘El otro’. ‘El otro’, compañero
de viaje trabaja en la misma universidad que el autor; puedo pensar que es el
doble del narrador en su aspecto más estereotipado, un profesor de universidad
de nacionalidad inglesa, cronométrico en sus costumbres, que dicta al placer lo
que la razón común le señale. El otro yo de sí mismo, del ‘alter ego’ de
Rutherfor, supongamos. Rutherford relata en el escrito la relación o la
distancia con ese otro, mientras que el diario de ese ‘Otro’ nos cuenta del
propio autor y de sí mismo, saliendo ambos bastante mal parados de este intento
(encuentro o desencuentro).
![[Img #6797]](upload/img/periodico/img_6797.jpg)
Otro ardid del relato es el ir desgranando escuetas
informaciones lánguidas de una ‘guía del camino’. De cuando en cuando, también,
y en relación con la reflexión que venga al caso, se citan máximas lapidarias, tal vez provenientes de una especie de ‘Preceptiva del caminante a Compostela’. También se utiliza como recurso la inclusión
dosificada a lo largo del libro de las estrofas del poema de ‘Don Gaiferos de
Mormaltán’ hasta que muera a los pies del Apóstol, al final de su peregrinación en la
catedral de Santiago.
No es un libro de humor como se ha podido decir, aunque
podamos encontrar momentos de humor descarriado al modo quevedesco. Así nos
topamos con la ‘Normativa de la cháchara trivial’. Ya se sabe que nadie en el buen uso de su
razón pretendería ser trivial. Ahí tenemos la
paradoja de unas instrucciones para que fuéramos eso que no querríamos ser: ‘¡ Un culto
latiniparlo!’. De ahí la sexta y última
de las normas: “Durante las comidas la cháchara trivial tiene que practicarse
con la boca herméticamente cerrada (Pag 96) .
El narrador, bien quisiera beber de aquellas palabras sabias
que nutren la historia del camino, cuando encontrándose muy cerca de ‘El Burgo
Ranero’ con un embebido pastor que escucha de su ajustado Walkman, casi seguro que la sinfonía Pastoral; intentará llevar a la práctica la contraofensiva aprendida de su ‘Normativa
de la cháchara’, con el siguiente resultado: “ Buenos días, buenos días, están
frescos, a ver si no nos llueve, no sé, no sé, ya veremos, adiós, adiós.” Está
claro que aún no es muy ducho su chachareo, aún no alcanza 'la nube del no-saber', pero
no andará lejos esa mística.
Otro momento curioso, dentro de estos retazos de humor, en
un libro serio, en un libro de búsqueda, consiste en la cuenta de un
entretenimiento, que aquí se vuelve entretenimiento verbal, tal un guiño al autor del ‘Tristram
Shandy’. Consiste el entretenimiento en la descripción de las distintas posibilidades
y variantes del andar peregrino en el manejar del bastón (pag 181).
![[Img #6796]](upload/img/periodico/img_6796.jpg)
En ocasiones acudimos a la Naturaleza para narrar lo
intemporal, eso que viene siendo siempre de la misma manera. El tiempo se
desvanece al cantar de una oropéndola, se despereza el abad Virila del encanto
de cien años al silabear de un pajarillo. Ruderford cuenta brevemente su
peregrinación desde los cantos y vuelos y la gritería de las aves que se ha ido cruzando a lo largo de su caminar jacobita; un entretenimiento rayano en lo
poético. (pag 208).
Otro aspecto que llama la atención en este libro es la
reconsideración de los tópicos del camino y del caminante: “Los novios que
hagan la peregrinación desde Roncesvalles a Compostela caminando siempre juntos
y sin discutir más de media docena de veces se pueden casar tranquilos (…)”
(pag 92).
'Las enseñanzas de la
mochila' también son críticas para con la sociedad de consumo: “Aprendes mucho
no solo en la cabeza, sino en la carne, en los huesos y en el corazón, llevando
a la espalda todo aquello que posees y solo poseyendo aquello que eres capaz de
llevar a la espalda: siendo un caracol grande (…) Y no puede ni funcionar bien
ni acabar bien una civilización basada en la evidente y absurda mentira de que
cuanto más cosas poseamos más felices seremos.” Es por eso que el peregrino “es
toda una negación de la metáfora con la que nos controlan nuestros amos, porque
muestra que la vida no es un mercado sino un camino, una aventura, una
búsqueda(…)”
Esto no es óbice para que más adelante denuncie también que
este camino, esta aventura y esta búsqueda hayan sido también apropiadas y
tergiversadas por ese omnívoro mercado; que le vamos a hacer, signos y señuelos
de los tiempos. El peregrino llega a verse al final como un personaje que
alimenta la farsa de la salvación, de la vida alternativa, tal un ‘Sow de Truman’.
![[Img #6798]](upload/img/periodico/img_6798.jpg)
Entonces “el
peregrino es un rico que juega durante un mes a ser pobre con la certeza de que
va a volver pronto a ser rico.” (pag 145). A veces la crítica finaliza en
sarcasmo: “Quizás la peregrinación es una manera de saborear la santidad
durante un mes (…) Siempre estar jodido para nunca estar jodiendo” O este otro
de la página 176, crítico con la pantomima del autodescubrimiento: “¡Cualquiera hacía la peregrinación a solas para
buscarse a sí mismo en la edad media!”.
Después de todo la peregrinación ha sido vilipendiada por el
mercado, no entra el peregrino en aquel mundo ideal, no va a conseguir saborear
el momento presente, no se puede condonar el mundo, huir así como así de la mano sabia aunque ciega a la que hemos confiado todo nuestro mundo. El diario de ‘El otro‘ es en algún momento un
ejemplar de libro de cuentas, con el Haber y el Debe, aunque por momentos a lo largo del libro se vaya humanizando y escribiendo en un mejor español; tal
vez sea un poco tarde cuando busque compañía para andar la última etapa.
Se nos cuenta de peregrinos que van en taxi, que falsifican
las pernoctaciones en los albergues. Se gana en ello la simulación de un
sacrificio que da prestigio en ciertos ambientes. Seguramente se habrá comprado
hasta la hoja con los sellos de los hospitales que jalonan el camino.
Ya en las inmediaciones de Santiago la visión es
sobrecogedora, fuera de toda mística y nostalgia (pag 241), donde se contempla
la catedral convertida por los turistas en un estudio fotográfico, con el
espectáculo circense del botafumeiro y el peregrino exótico bicho que sobrevive
en ese zoo.
Solo al entrar en la catedral, antes de acudir al Apóstol,
parece reconciliarse el peregrino con la vida, con el camino; parece comprender
que hay un punto de vista de no retorno más allá del presente, ese que hubiera querido vivir el peregrinante; la sonrisa ante tanta seriedad, ante tanto requilorio de camino y caminantes... el renuevo de nuevo, y de nuevo las murmuraciones de los
pretendientes, Egnatio y los demás cantamañanas, arriba y abajo y a ambos lados uno y
lo mismo son, un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, la delicada osatura de una mano, la modificación de la muerte... En la sonrisa de Daniel, 'multum in parvo', halla el gozo el peregrino, sabe al fin que no ha
llegado a encontrar nada y mucho menos a sí mismo, que lo mismo es hoy que ayer
y que mañana y que siempre. Parece decir: querías llegar, acabar y ahora no
quieres que esto finalice; quieres que esto vuelva a ser comienzo. Así termina la
supervivencia y da la vida principio.
¿Era esto o era lo otro lo de la sonrisa del profeta?
“Est-è un d`os moitos milagres
Que Santiago Apóstol fai.”
Entrar en el camino no parece ser hacer el camino, sino situarse en un tajo del espacio y del tiempo que con mucho esfuerzo te conducirá al abrazo del Apóstol. No hay elección, este camino viene programado y va paralelo al de la vida; puede que sea por lo diferente, por lo que este modo de vida del peregrino permite el extrañamiento, la búsqueda. Indagar sobre la manera de vivir cotidiana . Parece ser que el modo de vida del peregrinaje es el de la búsqueda, no necesariamente la del encuentro. Tal vez si un poco más de conciencia, una irritación menor de la pupila, para darse cuenta de que “el profundo y misterioso significado de la vida lo tenemos delante de nosotros.” Se obtiene al buscar de la búsqueda.
Esta narración, escrita originariamente en gallego, no será una novela. Ya en el libro se nos justifica la imposibilidad de novelar el camino (Pags 81/82), pienso que por concebir la aventura a modo de diario ceñido a una experiencia.
Esta narración se sirve de distintos procedimientos o ardides, que es lo que convierten el diario en literatura. Al contarnos sus fatigas, el narrador (Alter ego de John Rutherford) incorpora el diario de ‘El otro’. ‘El otro’, compañero de viaje trabaja en la misma universidad que el autor; puedo pensar que es el doble del narrador en su aspecto más estereotipado, un profesor de universidad de nacionalidad inglesa, cronométrico en sus costumbres, que dicta al placer lo que la razón común le señale. El otro yo de sí mismo, del ‘alter ego’ de Rutherfor, supongamos. Rutherford relata en el escrito la relación o la distancia con ese otro, mientras que el diario de ese ‘Otro’ nos cuenta del propio autor y de sí mismo, saliendo ambos bastante mal parados de este intento (encuentro o desencuentro).
Otro ardid del relato es el ir desgranando escuetas informaciones lánguidas de una ‘guía del camino’. De cuando en cuando, también, y en relación con la reflexión que venga al caso, se citan máximas lapidarias, tal vez provenientes de una especie de ‘Preceptiva del caminante a Compostela’. También se utiliza como recurso la inclusión dosificada a lo largo del libro de las estrofas del poema de ‘Don Gaiferos de Mormaltán’ hasta que muera a los pies del Apóstol, al final de su peregrinación en la catedral de Santiago.
No es un libro de humor como se ha podido decir, aunque podamos encontrar momentos de humor descarriado al modo quevedesco. Así nos topamos con la ‘Normativa de la cháchara trivial’. Ya se sabe que nadie en el buen uso de su razón pretendería ser trivial. Ahí tenemos la paradoja de unas instrucciones para que fuéramos eso que no querríamos ser: ‘¡ Un culto latiniparlo!’. De ahí la sexta y última de las normas: “Durante las comidas la cháchara trivial tiene que practicarse con la boca herméticamente cerrada (Pag 96) .
El narrador, bien quisiera beber de aquellas palabras sabias que nutren la historia del camino, cuando encontrándose muy cerca de ‘El Burgo Ranero’ con un embebido pastor que escucha de su ajustado Walkman, casi seguro que la sinfonía Pastoral; intentará llevar a la práctica la contraofensiva aprendida de su ‘Normativa de la cháchara’, con el siguiente resultado: “ Buenos días, buenos días, están frescos, a ver si no nos llueve, no sé, no sé, ya veremos, adiós, adiós.” Está claro que aún no es muy ducho su chachareo, aún no alcanza 'la nube del no-saber', pero no andará lejos esa mística.
Otro momento curioso, dentro de estos retazos de humor, en un libro serio, en un libro de búsqueda, consiste en la cuenta de un entretenimiento, que aquí se vuelve entretenimiento verbal, tal un guiño al autor del ‘Tristram Shandy’. Consiste el entretenimiento en la descripción de las distintas posibilidades y variantes del andar peregrino en el manejar del bastón (pag 181).
En ocasiones acudimos a la Naturaleza para narrar lo intemporal, eso que viene siendo siempre de la misma manera. El tiempo se desvanece al cantar de una oropéndola, se despereza el abad Virila del encanto de cien años al silabear de un pajarillo. Ruderford cuenta brevemente su peregrinación desde los cantos y vuelos y la gritería de las aves que se ha ido cruzando a lo largo de su caminar jacobita; un entretenimiento rayano en lo poético. (pag 208).
Otro aspecto que llama la atención en este libro es la reconsideración de los tópicos del camino y del caminante: “Los novios que hagan la peregrinación desde Roncesvalles a Compostela caminando siempre juntos y sin discutir más de media docena de veces se pueden casar tranquilos (…)” (pag 92).
'Las enseñanzas de la mochila' también son críticas para con la sociedad de consumo: “Aprendes mucho no solo en la cabeza, sino en la carne, en los huesos y en el corazón, llevando a la espalda todo aquello que posees y solo poseyendo aquello que eres capaz de llevar a la espalda: siendo un caracol grande (…) Y no puede ni funcionar bien ni acabar bien una civilización basada en la evidente y absurda mentira de que cuanto más cosas poseamos más felices seremos.” Es por eso que el peregrino “es toda una negación de la metáfora con la que nos controlan nuestros amos, porque muestra que la vida no es un mercado sino un camino, una aventura, una búsqueda(…)”
Esto no es óbice para que más adelante denuncie también que este camino, esta aventura y esta búsqueda hayan sido también apropiadas y tergiversadas por ese omnívoro mercado; que le vamos a hacer, signos y señuelos de los tiempos. El peregrino llega a verse al final como un personaje que alimenta la farsa de la salvación, de la vida alternativa, tal un ‘Sow de Truman’.
Entonces “el peregrino es un rico que juega durante un mes a ser pobre con la certeza de que va a volver pronto a ser rico.” (pag 145). A veces la crítica finaliza en sarcasmo: “Quizás la peregrinación es una manera de saborear la santidad durante un mes (…) Siempre estar jodido para nunca estar jodiendo” O este otro de la página 176, crítico con la pantomima del autodescubrimiento: “¡Cualquiera hacía la peregrinación a solas para buscarse a sí mismo en la edad media!”.
Después de todo la peregrinación ha sido vilipendiada por el mercado, no entra el peregrino en aquel mundo ideal, no va a conseguir saborear el momento presente, no se puede condonar el mundo, huir así como así de la mano sabia aunque ciega a la que hemos confiado todo nuestro mundo. El diario de ‘El otro‘ es en algún momento un ejemplar de libro de cuentas, con el Haber y el Debe, aunque por momentos a lo largo del libro se vaya humanizando y escribiendo en un mejor español; tal vez sea un poco tarde cuando busque compañía para andar la última etapa.
Se nos cuenta de peregrinos que van en taxi, que falsifican las pernoctaciones en los albergues. Se gana en ello la simulación de un sacrificio que da prestigio en ciertos ambientes. Seguramente se habrá comprado hasta la hoja con los sellos de los hospitales que jalonan el camino.
Ya en las inmediaciones de Santiago la visión es sobrecogedora, fuera de toda mística y nostalgia (pag 241), donde se contempla la catedral convertida por los turistas en un estudio fotográfico, con el espectáculo circense del botafumeiro y el peregrino exótico bicho que sobrevive en ese zoo.
Solo al entrar en la catedral, antes de acudir al Apóstol, parece reconciliarse el peregrino con la vida, con el camino; parece comprender que hay un punto de vista de no retorno más allá del presente, ese que hubiera querido vivir el peregrinante; la sonrisa ante tanta seriedad, ante tanto requilorio de camino y caminantes... el renuevo de nuevo, y de nuevo las murmuraciones de los pretendientes, Egnatio y los demás cantamañanas, arriba y abajo y a ambos lados uno y lo mismo son, un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, la delicada osatura de una mano, la modificación de la muerte... En la sonrisa de Daniel, 'multum in parvo', halla el gozo el peregrino, sabe al fin que no ha llegado a encontrar nada y mucho menos a sí mismo, que lo mismo es hoy que ayer y que mañana y que siempre. Parece decir: querías llegar, acabar y ahora no quieres que esto finalice; quieres que esto vuelva a ser comienzo. Así termina la supervivencia y da la vida principio.
¿Era esto o era lo otro lo de la sonrisa del profeta?
“Est-è un d`os moitos milagres
Que Santiago Apóstol fai.”