La reina felona I
![[Img #64745]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2023/1337_6.jpg)
Con el rey Felón Fernando VII se hicieron muchos disparates. Ya había dado muestras de ser un mal hijo, que quiso usurpar el reino de su padre, Carlos IV, obligándole a abdicar, para luego entregar su reino a Napoleón, de quien quería ser hijo. A pesar de eso los madrileños echaron sus capas en el suelo para que las hollara su caballo camino del palacio real. Eso la primera vez. En otra ocasión desengancharon las caballerías de la carroza real, ocuparon el lugar de las bestias y la arrastraron al mismo palacio para que reinstaurara, por segunda vez, el Absolutismo. Una forma caduca de ejercer el reinado, restablecido con la Constitución de 1808, la Pepa. Pasaría a la historia como el rey Felón, galicismo que entraña deslealtad, traición y acción fea, según la RAE.
Isabel Díaz Ayuso, propuesta por el presidente del PP, Pablo Casado, como amigos que eran en las ‘Nuevas Generaciones’ del partido, accedió a la presidencia de la Comunidad de Madrid, tras las elecciones de 2019 siendo segunda candidata más votada, tras el PSOE. Entonces eso no importaba para reclamar el derecho a formar Gobierno, les beneficiaba a ellos. Hizo un pacto con Ciudadanos para formarlo y contó con el apoyo externo de Vox. En enero der 2020 nombró responsable de su gabinete a un significado personaje, Miguel Ángel Rodríguez, ante la sorpresa y el rechazo de miembros de su propio Gobierno, que ya han sido depurados. Definido públicamente como genio maléfico, por cuya mente en muchas ocasiones ella habla, bajo la apariencia de mujer débil, pero con voz ronca y pensamiento de hombre, que iba a marcar su devenir.
En la primavera de 2020, Madrid como el resto del mudo vivió la terrible pandemia del COVID 19, y en el 21 la presidenta rompió el pacto con ciudadanos y convocó elecciones y consiguió ser la más votada y formar gobierno con mayoría absoluta. Al aparecer la sospecha de alguna irregularidad en la compra de mascarillas, en los tiempos de la pandemia, en una Comunidad en la que porcentualmente más ciudadanos fallecían y en la que se alcanzó la cifra de siete mil muertos en las residencias de mayores, coca que no tenía la menor importancia, y menos que el empresario que torticeramente se había enriquecido fuera el hermano de la misma presidenta.
No fueron estas cosas del lejano siglo XIX, sino del tan próximo siglo XXI, cuando el presidente del PP Pablo Casado, en cumplimiento de su obligación, quiso saber lo que había ocurrido con aquella compra, efectuada con tintes de inmoral, por el hermano de la presidenta de Madrid. Su buena intención sirvió para derrocarle a él, con una imagen que vimos todos los españoles, obligándole a abandonar el hemiciclo de las Cortes, seguido tan solo de tres fieles. Todos los demás diputados populares permanecieron en sus puestos, esta vez al menos sentados, no por los suelos como la vez que Tejero interrumpió su sesión.
La presidenta se había proclamado víctima, con ojos llorosos y gesto dolorido, vestida de Virgen de las Angustias y los madrileños de ahora, como aquellos del XIX, prefirieron desenganchar los caballos de la carroza real, ocupar el lugar de las acémilas y arrastrar con sus callos y su testuz la carroza al palacio y la confirmaron como presidenta por mayoría absoluta, tras una campaña vergonzosa en la que corporizó su defensa de la libertad, a unos ciudadanos que habían permanecido confinados en las paredes de sus domicilios, como los ciudadanos del mundo. No de esa Libertad por la que en la Historia tantos hombres han muerto, sino una menor, paródica e insultante, la de tomar cañas.
En este caso el motín lo había propiciado los mimos barones del partido, reunidos en cónclave en su sede de Génova, con nombre italiano, que hay que cuidar los símbolos, sea por el Vaticano o la mafia, para elevar como presidente al más capaz de ellos como jefe de todos, en lugar del presidente que habían elegido por primera vez en primarias, para no dejarse corromper por cosas de la democracia. Preferible era la corrupción pura y dura, pero controlada, porque con esas cosas dejaron sin aclarar lo realmente ocurrido con las mascarillas, cuando lo importante era que nadie se moviera para que la foto no saliera movida.
Ya en tiempos de Fernando VII, el rey Felón, los madrileños propiciaron por dos veces que el rey, con su ayuda, sometiera a todos los españoles al absolutismo, cargándose una Constitución, que había sido obra de liberales progresistas, con la que los constituyentes habían restaurado la monarquía y le habían devuelto el trono a su rey legítimo, que el agradeció suprimiendo la Constitución, no sus efectos y volvió a los modos ya del todo caducos del absolutismo. Con la hazaña se cargaba los influjos de la Ilustración y la Revolución Francesa, colaborando en el empeño con Napoleón, al que echaron de España.
Aquellos madrileños felones contaron para su empeño con la ayuda de los Cien Mil Hijos de San Luis, parte de los mismos franceses que ellos habían echado del suelo patrio, y con el apoyo de los ingleses, expresado en las opiniones del recién nombrado duque de Wellington, como vencedor de Napoleón. Detestaba el régimen liberal español, ahora les llaman progresistas o, como insulto, social-comunistas, porque, según él. “las Cortes, las que restauraron al rey, estaban guiadas por principios republicanos y de las que salían medidas democráticas”.
Los diputados populares de ahora cambiaron a su presidente, con deméritos sobrados por su mala gestión, y lo sustituyeron por otro, al que etiquetaron como moderado y que tan pronto ha demostrado que de eso es lo de menos, pero pudieron ganar las elecciones locales y autonómicas de mayo de este año y se apresuraron a compartir el poder con sus hermanos huidos a Vox, aceptando sus limitaciones, con la esperanza de recuperar la llave de la Caja.
Los nuevos felones madrileños ya habían impuesto con mayoría absoluta a Isabel Díaz Ayuso, cuando por segunda vez la llevaron en su carroza, tras desenganchar los caballos, al palacio real, arrastrada por sus propios lomos, los de sus papeletas en las urnas. En ese ambiente el PP renacido protagonizó una campaña, local y autonómica, en la que se proclamó vencedor y tras la cual, para acaparar el poder, pactó y selló alianzas, en contra de las listas más votadas, dando paso al Gobierno al partido ultra Vox, posicionado contra la Constitución y fuera de los postulados democráticos.
Para eso tuvieron que renunciar a sus principios, pero ya lo tenían ensayado, pues eran los mismos que en anterior ocasión renunciaron a los Principios Fundamentales del Movimiento, en cumplimiento del axioma de Groucho Marx de son estos, pero si no te gustan los cambio. Era la hora de volver a las andadas, como sus predecesores del XIX, abrazados a la involución del absolutismo. Quizá sea una constante de los conservadores españoles que, cuando no le vienen bien las leyes constitucionales se las saltan, con cien excusas variables, como ha pasado con la renovación del CGPJ. Les queda el recurso de ser quienes reparten los carnets falsos de patriotas.
Continuará
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Con el rey Felón Fernando VII se hicieron muchos disparates. Ya había dado muestras de ser un mal hijo, que quiso usurpar el reino de su padre, Carlos IV, obligándole a abdicar, para luego entregar su reino a Napoleón, de quien quería ser hijo. A pesar de eso los madrileños echaron sus capas en el suelo para que las hollara su caballo camino del palacio real. Eso la primera vez. En otra ocasión desengancharon las caballerías de la carroza real, ocuparon el lugar de las bestias y la arrastraron al mismo palacio para que reinstaurara, por segunda vez, el Absolutismo. Una forma caduca de ejercer el reinado, restablecido con la Constitución de 1808, la Pepa. Pasaría a la historia como el rey Felón, galicismo que entraña deslealtad, traición y acción fea, según la RAE.
Isabel Díaz Ayuso, propuesta por el presidente del PP, Pablo Casado, como amigos que eran en las ‘Nuevas Generaciones’ del partido, accedió a la presidencia de la Comunidad de Madrid, tras las elecciones de 2019 siendo segunda candidata más votada, tras el PSOE. Entonces eso no importaba para reclamar el derecho a formar Gobierno, les beneficiaba a ellos. Hizo un pacto con Ciudadanos para formarlo y contó con el apoyo externo de Vox. En enero der 2020 nombró responsable de su gabinete a un significado personaje, Miguel Ángel Rodríguez, ante la sorpresa y el rechazo de miembros de su propio Gobierno, que ya han sido depurados. Definido públicamente como genio maléfico, por cuya mente en muchas ocasiones ella habla, bajo la apariencia de mujer débil, pero con voz ronca y pensamiento de hombre, que iba a marcar su devenir.
En la primavera de 2020, Madrid como el resto del mudo vivió la terrible pandemia del COVID 19, y en el 21 la presidenta rompió el pacto con ciudadanos y convocó elecciones y consiguió ser la más votada y formar gobierno con mayoría absoluta. Al aparecer la sospecha de alguna irregularidad en la compra de mascarillas, en los tiempos de la pandemia, en una Comunidad en la que porcentualmente más ciudadanos fallecían y en la que se alcanzó la cifra de siete mil muertos en las residencias de mayores, coca que no tenía la menor importancia, y menos que el empresario que torticeramente se había enriquecido fuera el hermano de la misma presidenta.
No fueron estas cosas del lejano siglo XIX, sino del tan próximo siglo XXI, cuando el presidente del PP Pablo Casado, en cumplimiento de su obligación, quiso saber lo que había ocurrido con aquella compra, efectuada con tintes de inmoral, por el hermano de la presidenta de Madrid. Su buena intención sirvió para derrocarle a él, con una imagen que vimos todos los españoles, obligándole a abandonar el hemiciclo de las Cortes, seguido tan solo de tres fieles. Todos los demás diputados populares permanecieron en sus puestos, esta vez al menos sentados, no por los suelos como la vez que Tejero interrumpió su sesión.
La presidenta se había proclamado víctima, con ojos llorosos y gesto dolorido, vestida de Virgen de las Angustias y los madrileños de ahora, como aquellos del XIX, prefirieron desenganchar los caballos de la carroza real, ocupar el lugar de las acémilas y arrastrar con sus callos y su testuz la carroza al palacio y la confirmaron como presidenta por mayoría absoluta, tras una campaña vergonzosa en la que corporizó su defensa de la libertad, a unos ciudadanos que habían permanecido confinados en las paredes de sus domicilios, como los ciudadanos del mundo. No de esa Libertad por la que en la Historia tantos hombres han muerto, sino una menor, paródica e insultante, la de tomar cañas.
En este caso el motín lo había propiciado los mimos barones del partido, reunidos en cónclave en su sede de Génova, con nombre italiano, que hay que cuidar los símbolos, sea por el Vaticano o la mafia, para elevar como presidente al más capaz de ellos como jefe de todos, en lugar del presidente que habían elegido por primera vez en primarias, para no dejarse corromper por cosas de la democracia. Preferible era la corrupción pura y dura, pero controlada, porque con esas cosas dejaron sin aclarar lo realmente ocurrido con las mascarillas, cuando lo importante era que nadie se moviera para que la foto no saliera movida.
Ya en tiempos de Fernando VII, el rey Felón, los madrileños propiciaron por dos veces que el rey, con su ayuda, sometiera a todos los españoles al absolutismo, cargándose una Constitución, que había sido obra de liberales progresistas, con la que los constituyentes habían restaurado la monarquía y le habían devuelto el trono a su rey legítimo, que el agradeció suprimiendo la Constitución, no sus efectos y volvió a los modos ya del todo caducos del absolutismo. Con la hazaña se cargaba los influjos de la Ilustración y la Revolución Francesa, colaborando en el empeño con Napoleón, al que echaron de España.
Aquellos madrileños felones contaron para su empeño con la ayuda de los Cien Mil Hijos de San Luis, parte de los mismos franceses que ellos habían echado del suelo patrio, y con el apoyo de los ingleses, expresado en las opiniones del recién nombrado duque de Wellington, como vencedor de Napoleón. Detestaba el régimen liberal español, ahora les llaman progresistas o, como insulto, social-comunistas, porque, según él. “las Cortes, las que restauraron al rey, estaban guiadas por principios republicanos y de las que salían medidas democráticas”.
Los diputados populares de ahora cambiaron a su presidente, con deméritos sobrados por su mala gestión, y lo sustituyeron por otro, al que etiquetaron como moderado y que tan pronto ha demostrado que de eso es lo de menos, pero pudieron ganar las elecciones locales y autonómicas de mayo de este año y se apresuraron a compartir el poder con sus hermanos huidos a Vox, aceptando sus limitaciones, con la esperanza de recuperar la llave de la Caja.
Los nuevos felones madrileños ya habían impuesto con mayoría absoluta a Isabel Díaz Ayuso, cuando por segunda vez la llevaron en su carroza, tras desenganchar los caballos, al palacio real, arrastrada por sus propios lomos, los de sus papeletas en las urnas. En ese ambiente el PP renacido protagonizó una campaña, local y autonómica, en la que se proclamó vencedor y tras la cual, para acaparar el poder, pactó y selló alianzas, en contra de las listas más votadas, dando paso al Gobierno al partido ultra Vox, posicionado contra la Constitución y fuera de los postulados democráticos.
Para eso tuvieron que renunciar a sus principios, pero ya lo tenían ensayado, pues eran los mismos que en anterior ocasión renunciaron a los Principios Fundamentales del Movimiento, en cumplimiento del axioma de Groucho Marx de son estos, pero si no te gustan los cambio. Era la hora de volver a las andadas, como sus predecesores del XIX, abrazados a la involución del absolutismo. Quizá sea una constante de los conservadores españoles que, cuando no le vienen bien las leyes constitucionales se las saltan, con cien excusas variables, como ha pasado con la renovación del CGPJ. Les queda el recurso de ser quienes reparten los carnets falsos de patriotas.
Continuará






