Nuria Viuda
Sábado, 26 de Agosto de 2023

Máquinas diabólicas que obligan a la mudez crónica del individuo

[Img #65310]

 

 

Los títulos de los libros ahora los leen las máquinas: catalogan, expenden, casi firman y rubrican por nosotros, sustituyéndonos. Pronto  no seremos nada. Ya lo vaticinó Julio Verne en su ‘París en el siglo xx’; esa obra tan magnífica como poco conocida de un escritor vidente.

 

¿A qué viene esta apreciación? Pues verán, resulta que frecuento las bibliotecas; esos lugares silenciosos con olor a papeles amarillos en los que todavía se puede estar tranquilo y leer sin necesidad de usar unos tapones. Saco libros, me nutro de novedades constantemente, adoro estar al día de las publicaciones, los autores nuevos, o no tanto, y en general de todo lo que tenga referencia entre sí  porque unos libros te llevan a otros en esta rueda mágica e infinita que es lo literario. Los libros poseen ese raro ensamblaje de fechas, autores, citas, y  títulos enlazados como escribió Borges en  ese relato maravilloso de La biblioteca de Babel.

 

“Cuando se proclamó que la biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron dueños de un tesoro intacto y secreto”.

Jorge Luis Borges.( Mar del Plata 1941).

 

Todas las obras publicadas  forman un ejemplar infinito e inabarcable. Así las cosas, una mañana me dispuse a sacar un ejemplar de la obras poética completa de Chantal Maillard, que este año se lleva el premio ‘Leteo’ concedido y concebido por, y  en nuestra ciudad de León. Me acerqué a ventanilla con el carnet en la mano y una señorita  bibliotecaria, muy amable, salió de su cubículo para acompañarme a una nueva sección desconocida para mí. De momento pensé que había infringido alguna norma en la biblioteca y que se me conducía a algún extraño departamento con el fin de sancionarme por haber olvidado devolver algún ejemplar (rara probabilidad, porque yo soy extremadamente cuidadosa con las fechas de devolución).

 

De pronto me veo ante una máquina que la señorita empieza a manipular y comienza la explicación de su funcionamiento. Me pide que coloque el ejemplar sobre una especie de báscula escaneadora, y el carnet en otro punto de este extraño y novedoso artilugio. No salgo de mi asombro cuando veo salir un ticket con la fecha de entrega del libro. La amable mujer me pide que de ahora en adelante lo utilice cuando haya cola para sellar en ventanilla o cuando me plazca. Un resorte interno me puso en guardia y comencé a perorar inconscientemente sobre la falta de personal en todas partes, la sustitución del individuo por las máquinas, y mi disconformidad con estas novedades en detrimento de los puestos de trabajo, tan y tan necesarios. Ella me miraba asintiendo a cada una de mis observaciones, con los ojos tristes, quizá pensando en algún colega que no cubriría jamás otro puesto atendiendo en ventanilla. Salí de allí inmediatamente, confusa y atribulada, casi arrepentida de haber soltado mi opinión a bocajarro y convencida de que no usaré jamás este artilugio. Me opongo a que una máquina sustituya de nuevo a un ser humano. Otro espacio más colonizado por la tecnología en detrimento del contacto y la voz de una persona. ¡Qué poco literario!¡Qué escaso de belleza este aparato que ha venido para quedarse, ocupando el rincón de los libros con letra grande para personas miopes! A este paso perderemos, sin apenas darnos cuenta, la costumbre de hablar (si es que no la hemos perdido de sobra en otros ámbitos, lugares y circunstancias) con los empleados que sonríen detrás de los cristales y nos sellan los libros con tampones de tinta. Un bibliotecario te aconseja y comenta. Es alguien entrañable que informa y se ocupa de conseguirte lo imposible y reservártelo a tu nombre. No podemos aceptar un puesto de trabajo menos. Una persona menos en  un espacio que requiere un ambiente humanista, humanístico, y referencial. Una nueva puñalada trapera de una simpleza sin límites si no era ya suficiente con las máquinas que nos rodean por doquier: estación de autobuses, renfe, cajeros ¿automáticos? Todas ellas  ininteligibles, y que fallan más que escopetas de feria tragándose los billetes, las tarjetas, las monedas. Sin devolver el cambio y dejándonos en tierra con cara de susto y de abandono, sin billetes de ida ni de vuelta, o sin un  euro en sábado por la noche en una ubicación espacial  desconocida.

 

El personal de ventanilla es más necesario que nunca ahora que todo el mundo se ha propuesto viajar a todas partes o poner al día sus casillas de ahorros (que por cierto también van hacia una  extinción inexorable). Se necesita cubrir necesidades reales, puestos de trabajo, informadores, atención al cliente in situ; tanto si deseas viajar a Francia o a Vitigudino del Páramo, como  sacar todo tu dinero del banco de una sola vez. Se nos olvida que una gran parte de la población roza o está inmersa en la senectud y les supone un tremendo calvario todo este despropósito que les deja sin resuello. Nos deja a todos exhaustos y vencidos en realidad. (He visto jovencitos pateando máquinas expendedoras cleptómanas) Las maquinitas no van. Pocas veces están a punto. Se oxidan con el aire que se cuela en las ranuras. Nada como una persona dispuesta a resolver todas tus dudas aunque sea el ser más frío del mundo y responda con monosílabos.

 

Personal. Por favor. No sesiones maratonianas para dos personas atendiendo  a  miles de viajeros y usuarios que esperan inmensas colas para entender los entresijos de unos aparatos que no son sencillos y se atascan constantemente.

 

Y ahora, por si no tuviésemos suficientes disgustos, la biblioteca pública asaltada  también por esta maquinita diabólica que parece guiñarnos un botón desde el lado  más oscuro de su acero inoxidable. Solo espero que un número importante de personas decida, al igual que yo, establecer contacto cero con estos nuevos seres vacíos y mecánicos de las bibliotecas, que expenden fechas de devolución como una máquina sacaperras.

 

Fallará, estoy segura. Los papeles se traspapelan, valga la redundancia, y los libros tardarán en ser devueltos. Con lo cual las colas en ventanilla se agravarán reivindicando el clásico tampón de tinta con la fecha.

 

Sírvase usted mismo su propia confusión en bandeja de plástico reciclado. Desconecte del trato humano y haga bommmmmm. Desacelérese y vuelva a reciclarse cuando todo comience de nuevo; porque comenzará, aunque a nosotros ya no nos quede tiempo.

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.