Ángel Alonso Carracedo
Lunes, 04 de Septiembre de 2023

Una vida de cine

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Un personaje de aquí que arrastra el peso de un pasado glorioso en porfía con un presente peor que decadente, muerto, para lo que fue la pasión de su vida. Vicente López García, el último empresario cinematográfico de Astorga. Los nuevos modos de exhibición  de películas han arrasado un modelo que fue pura magia en nuestra infancia, y que Vicente pretendió patronear hasta que no dio más de sí. Padeció un baño de realismo del que trata de secarse con un inmenso baúl lleno de recuerdos de una cinematografía astorgana que creó escuela.

 

Aunque digan que la estadística es la tercera mentira, Astorga tiene una (estadística)  de la que enorgullecerse, porque nos apetece y nos encanta que sea verdad. Acogió cinco salas cinematográficas en funcionamiento simultáneo (Astúric, Capitol, Gullón, Tagarro y Velasco). Una concurrencia que convirtió a una ciudad, por entonces, en torno a los 14.000 habitantes, en un emporio del acto casi sagrado de visionar una película. El cociente de la división arrojó una bendita sorpresa: la capital maragata era la localidad española con más cines por habitante y se quedó a las puertas del podio, en el cuarto puesto, a escala europea. Así lo contaron las crónicas.

 

Vicente fue el último dueño local del cine Velasco. El último en cerrar y el primero en abrir, si bien como teatro. Lo hizo allá por 1911, en los festejos de Carnaval, según el cronista oficial Luis Alonso Luengo, con una obra de teatro, de título “Caridad”. Fue representada por un elenco de actores aficionados astorganos. Estos datos obran en la abundantísima documentación del entrevistado.

 

 

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No sé –me empieza a contar Vicente – la primera película que se proyectó, pero hay programas de películas del final de la década de los veinte del siglo pasado, cuando llegó el cine sonoro”. Ahora, me recuerda, con visible memoria fresca, pero también con un halo de añoranza, que “la última película que proyectamos fue ‘El perfume’, el 8 de enero de 2007”. De su impresionante archivo cinematográfico, me aporta un dato, recogido en un programa de mano de la fecha. Es ajeno al Velasco, pero de singular importancia para la historia cinematográfica de la ciudad. ‘El cantor de Jazz’, la primera película sonora de la historia, se proyectó en el Gullón el 30 de marzo de 1930, y los espectadores abonaron 1,25 pesetas por verla desde la platea.  

 

 

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El Velasco dejó de ser tutelado por manos astorganas, y tras cinco años inactivo, hasta 2012, resurgió cuando fue alquilado por la empresa salmantina Proyectfilm, que ofreció en cartelera, y ya en formato digital, estrenos exhibidos al mismo tiempo en Madrid. Así, hasta el año 2022, en que las secuelas de la pandemia puso candado a un local que forma parte de la historia de Astorga. Cayó con heroísmo. Expiró como un viejo roquero: proyectando las películas a concurso del festival de Cortos de ese mismo año. Siempre lo hizo, incluso en ese lustro de inactividad. Solo se abría la semana del festival. La única excepción fue 2020, el año nuclear de la pandemia, en la que las medidas de seguridad hacia el público impusieron la sala más grande del Teatro Gullón.

 

EL CINE IBA PARA TIENDA.

 

La historia del cine Velasco, ligada a la familia de Vicente, arranca cuando “mi padre, Lorenzo López, que era dueño de la muy cercana tienda de ultramarinos ‘La granja’, compra el local que ocupaba el cine. La idea inicial era un traspaso de tienda. Pero optó por la aventura de dedicarse a la proyección de películas. El cine estaba alquilado a Radio León, que daba cupones de descuento en la compra de entradas. Cuando venció el contrato nos arriesgamos a convertirnos en exhibidores cinematográficos”.

 

El salto del comercio al por menor a una actividad tan diferente, motivó que Vicente y su padre dedicaran un periodo de aprendizaje a lo que iba a ser la nueva denominación de origen de sus garbanzos. El reto obligó a frecuentes desplazamientos a Madrid, para beber en las fuentes de las principales cadenas de distribución y buscar películas para poner en marcha el negocio. “De aquellos viajes –subraya Vicente- nos trajimos para Astorga películas como ‘La muerte tenía un precio’, ‘Los chicos con las chicas’ y ‘Un beso en el puerto’, de Manolo Escobar, de plena moda en aquellos años”.

 

Vicente López García recalca que por los sesenta/setenta del pasado siglo, contratar una película para su visión en Astorga costaba entre mil y cinco mil pesetas. Y a este respecto, buceando en su archivo, encuentra que ‘La muerte tenía un precio’ les supuso un desembolso de 4.500 pesetas y ‘Un beso en el puerto’, 5.500. Esos precios fueron subiendo con el coste de la vida. Por ejemplo, por ‘La vaquilla’, de Berlanga, se abonaron 50.000 pesetas. Finalmente, revela Vicente, se terminó contratando a porcentaje.

 

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EMBRUJO CINEMATOGRÁFICO DESDE PEQUEÑO

 

De aquellos inicios, el último testigo del cine astorgano retrotrae evocador la figura de Totó, el niño protagonista de ‘Cinema Paradiso’. Me llamaba la atención la cabina. Era un chaval invadido de curiosidad, pero con el tiempo y la dureza del trabajo, me desencanté un poco. Pese a todo seguí y me multipliqué con las funciones de acomodador, taquillero,  programador de películas y diseñador de carteles”. Al igual que en el film de Giuseppe Tornatore, el final es feliz con su pizca melancólica: pienso que he tenido la suerte de trabajar en algo que me gustaba mucho. Creo que el cine es una fábrica de sueños y esos sueños se convirtieron en realidad”.

 

Esa cinefilia venía de mucho antes. Vicente señala que “de pequeño me regalaron un proyector infantil de marca ‘Nic’, que visionaba películas en papel cebolla, que conservo. Además, desde antes de comprar el cine mi padre, ya guardaba los pequeños carteles y programas de las películas”. De esta forma se explica que hoy nuestro personaje tenga una colección de carteles de películas, programas de mano, entradas de cine, fotos fijas y demás achiperres relacionados con el séptimo arte, dignos de un museo o de una exposición monográfica perfectamente identificativa de lo que representó el cine tantos años en Astorga y hasta en España. Se lo he pedido. Recela. Veremos.

 

El verano era la temporada alta del Velasco. “En agosto –dice Vicente- exhibíamos todos los días. Pero también guardo la imagen de los domingos de invierno, con la plaza llena de gente, y a las siete de la tarde quedar vacía, porque se iban a los cines de la ciudad. Nosotros, en esta estación, proyectábamos los fines de semana”.

 

Películas de dejaran una huella en la historia del Velasco, recuerda Vicente, fueron los éxitos de taquilla que venían de Madrid o que se publicitaban en la televisión. Mención especial fueron, cuando este cine quedó como único vestigio de las salas astorganas, ‘Titanic’ y ‘El rey león’, cuyos pases hubo que prorrogar varias semanas. Vicente López no quiere dejar en el olvido el buen recibimiento que tenían, en los días de las fiestas patronales, las películas de Mario Moreno ‘Cantinflas’.

 

 

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INGENIO EN LA SALA DE PROYECCIÓN

 

Al cine Velasco le tocó de lleno la época de películas de las llamadas por entonces, en plena Transición Democrática, de destape. Algunas se exhibieron, pero tuvieron problemas con una titulada  ‘La frígida y la viciosa’, que recibió la denuncia de un ciudadano y fueron sancionados, al decir de Vicente “injustamente, porque los títulos y publicidad los recibíamos de la distribuidora y ya había pasado la censura”.

 

El Velasco retoma la mítica de aquella película excelsa sobre el intramundo de las salas cinematográficas. No otra, de nuevo, que  ‘Cinema Paradiso’. Vicente lo sabe contar, como émulo de su protagonista, el niño, adolescente y joven Totó, convertido, ya adulto, en director cinematográfico. Aunque nuestro personaje hizo de chico para todo en el negocio familiar, se mimetiza poderosamente en el papel de ese protagonista como ayudante de la sala de proyección y luego dueño y señor de la misma. En tiempos como estos, donde lo digital ha eliminado las prácticas manuales y artesanales, Vicente se explaya: “al empezar teníamos solo un proyector y las bobinas recogían mil metros de cinta. Las películas de metraje normal, venían a tener 2.500 metros.  Al final de la misma se doblaban unos 20 metros, y cuando acababa del todo, ese trozo caía a una caja de cartón. Daba tiempo a empalmar con acetona la segunda bobina, y así sucesivamente. Con sistema tan rudimentario no interrumpíamos la proyección”.

 

 

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La necesidad de modernizarse impuso la adquisición de un segundo proyector en 1974, que costó 160.000 pesetas, pero la tecnología no alcanzaba para los cambios revolucionarios que trajo la digitalización. Había que seguir echándole imaginación e inventiva. Ya con dos proyectores, el Velasco simplificó el procedimiento. Vicente vuelve a la carga: “funcionaba uno de los proyectores. Al final del rollo poníamos un papelito y cuando éste caía, conectábamos el segundo proyector”.

 

Vicente me enseñó la cabina del cine.  No pude por menos que sentirme un nuevo Totó , acompañado ahora de Alfredo, el personaje coprotagonista encarnado por Phillipe Noiret. Pude ver el corazón de una sala cinematográfica, con la tristeza de un silencio impuesto.

 

Del orbe que queda detrás de la pantalla y de la platea, Vicente está sobrado de recursos para seguir contando curiosidades como el que una película rebobinada pesaba entre 30 y 40 kilogramos. O que estas cintas las traía un transportistas en camión y las dejaba en un almacén en Cuatro Caminos, y allí se iban a buscar y luego a devolver. Ocasionalmente eran transportadas por Renfe y se servían a domicilio.  

 

La pandemia, la maldita pandemia que todavía abofetea, aunque más en emociones que en salud, es, para Vicente López García, la razón base del cierre del Velasco. “Sin ella, estoy seguro, el Velasco estaría vivo”, culmina rotundo.

 

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UN HOMBRE DE CINE

 

Toca el turno al Vicente cinéfilo. Ya ha contado buena parte de su experiencia empresarial. Me dice que así, que le vengan al recuerdo, sus películas preferidas son ‘Dersu Uzala’, ‘Cinema Paradiso’ y ‘La vida es bella’. Y si tiene que elegir españolas se inclina por ‘El abuelo’ y ‘La lengua de las mariposas’.  Pero añade que hay muchas más. Estas citas son un primer golpe de memoria.

 

El hombre de cine que es Vicente asoma en una visión de futuro con pesimismo. “No espero nada –subraya en susurro resignado- . Me gustaría que hubiera cine en Astorga. Imagino que el Gullón proyectará películas. Pero no será lo mismo. El cine es un negocio del sector privado, no público”.

 

Ese recelo tiene continuación en la parte del espectador. “Tengo hijos –vuelve a la carga-. Les gusta el cine, pero son de otra generación y las nuevas generaciones no quieren disfrutar de esa maravillosa experiencia que es ver una película en sala.”

 

Me quedo como final de la conversación con este singular personaje con su respuesta a lo que puede acontecer con el que fue “su cine”. “De momento ahí está el cartel de ‘se alquila’ y….A muchos nos asalta el deseo, casi necesidad, de que no sea un epitafio.

                                                                                                              

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