Astorga de Festival
![[Img #65517]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2023/884_4-max-copia.jpg)
Hubo años, para mí, de ver cine en las proyecciones semanales de la Filmoteca de Madrid, entonces en el Teatro Beatriz, con clásicos como Flaherty, Murnau, Lubitsch, René Clair o los pioneros Coyne aragoneses. Donde la gramática y la sintaxis cinematográficas estaban embrionarias, pero se alcanzaban la magia y los hechizos de la imagen del cine clásico.
Mis tiempos de crítico cinematográfico en Signo, descubriendo el mito de la Casablanca de Michael Curtiz. Los rodajes de cortometrajes con José Sámano, Luis Eduardo Aute, Fernando Lara, (el primero mío, ‘Galgooos’ se proyectó en la gran pantalla del cine Tagarro), hasta obtener mi título de director de cine, firmado por Juan Antonio Bardem, con el respeto a aquellos grandes cineastas, cuando en el examen de ingreso en la Escuela de Cinematografía entró de visita Luis Buñuel.
Después vendrían Elías Querejeta, Carlos Saura, Angelino Fons, Basilio Martín Patino y sus Nueve cartas a Berta, que llegaron a partir de las Jornadas de Cine de Salamanca y surgió el Nuevo Cine Español. Más adelante pude ver cine novísimo en festivales, como el inicial de Valores Humanos de Valladolid, San Sebastián, Venecia o Cannes. Toda esa memoria se me renueva ahora con el Festival en proceso de vuelta a empezar. Cosas que se fueron tras entrar a colaborar en la novísima Tercera Edición de Telediario, con Jesús Hermida y Manuel Martin Ferrand.
Con estas andaduras es lógico que me encante que mi ciudad sea cinéfila con su Festival de Cine, con tantas películas como en ella vi en mi infancia y juventud en los cinco cines que había y con el cineclub Jastor, nacido del Club del mismo nombre,y que en su segunda etapa lo hizo de la mano de Luis Miguel Alonso Guadalupe, quien más adelante consiguió que naciera el Festival de Cine de Astorga y para mí un admirado cineasta, que lo ha sido sin abandonar la ciudad. Un festival que cuando yo lo he conocido, en sus últimos siete años, coincidiendo con su baja por enfermedad, ha perdido un poco de fuelle y ya no cuenta con la presencia de cineastas y verdaderas figuras del cine, como antes.
Entre los de mi generación se recuerda el rodaje de ‘El bosque del Lobo’ de Pedro Olea, con el debut de José Luis López Vázquez, en la que participaron como figurantes buena parte de la juventud astorgana de entonces, que conservan fotografías con su vestuario de época, con el que aparecieron en escenarios de la Plaza Mayor, en establecimientos que conservaban, sin alteración, su antigua esencia. Más transcendencia tuvo la película ‘El Desencanto’, que nació como un cortometraje de la mano de su director Jaime Chavarri y de la vista y del instinto de Elías Querejeta, que ha sido el genuino productor al estilo norteamericano, sin continuador, de títulos distintivos del cine español, como ‘La Caza’, ‘Peppermint Frappé’, ‘Stress es tres tres’, de Carlos Saura y películas de Víctor Erice, Manuel Gutiérrez Aragón o Montxo Armendáriz y más.
El Desencanto tiene el palmarés de ser la película española más vista fuera de España. No gustó en Astorga por el escarnio que nuestro admirado poeta Leopoldo Panero sufría a manos de su esposa y sus tres hijos, dispuestos a decir lo que fuera, verdad o mentira, por unas pesetillas de las de entonces. Leopoldo había sido un joven de izquierdas en su juventud astorgana, que cuando se inició el golpe de Estado del general Franco acabó preso en San Marcos de León. Funesto en aquellos momentos en los que era cotidiano sacar en un camión a algunos de los reclusos, que ya no regresaban, y sus cadáveres aparecían amontonados en alguna cuneta.
A Leopoldo le salvó su madre doña Máxima, que se presentó en Salamanca ante la esposa del general y consiguió la libertad para su hijo, cuando era otra que la de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Isabel Díaz Ayuso, que solo sirve para consumir cerveza. A cambio tenía que presentarse en el Frente Nacional y prestar allí sus servicios. No le fue mal al poeta astorgano, pues encontró allí, como Pilar Primo de Rivera, un sostén para toda la vida. Como también le ocurrió, curiosamente, a la madre de Jaime Chávarri, bisnieto de Antonio Maura e hijo de Marichu de Mora y Maura, también mando destacado de la Sección Femenina del Movimiento, en Prensa y Propaganda, como periodista de muy larga ejecutoria.
Leopoldo Panero en la postguerra, como miembro de Falange, fue agregado cultural en la embajada de Londres y vivió del Instituto de Cultura Hispánica y con él su familia. Salvado por su madre de una primera crucifixión, serían su mujer y sus hijos los que le crucificaran de forma incruenta, eso sí, ante los ojos de todos los que quisieron ver en la película la caducidad de una familia y de una era, la del franquismo, por el prodigio del cine. Con Astorga, su nombre, nunca había llegado tan lejos, como un nuevo Gólgota.
El Desencanto fue vista como un documento sobre la decadencia y el paso del tiempo en una familia, que se quiso ver como simbólica, del final del franquismo. Todavía se rodó una continuación Después de tantos años, de Ricardo Franco, sin la oportunidad ni el ácido frescor de la primera.
Las vinculaciones del cine con nuestra tierra no son muy abundantes. La esfinge maragata, de Concha Espina, tuvo una versión cinematográfica en 1950. Fue también versionada para TVE y protagonizada por Luisa Sala. La mayor cantera son los documentales. Desde espacios en el Nodo a largometrajes sobre la maragatería y especialmente la boda maragata.
El último rodaje tuvo lugar el año pasado con ‘Las Chicas están bien¡, de la debutante Itsaso Arana, que se hizo en el Molino de Cela, en Nistal, y se ha estrenado en estos días y próximamente se presenta en el MUSAC de León y acudirá al festival de Karlovi Vary, en representación de España. La edición del Festival de Cine del año pasado no tuvo sensibilidad para ocuparse de tal rodaje, quizá abrumados los responsables de las muchas películas que se ruedan en nuestro entorno o por lo que antes apuntamos del distanciamiento, en los últimos años del Festival, de la creación.
Quizá le vendría bien a nuestro festival, que principalmente acoge la presentación de cortometrajes, una especialización necesaria. Algo que podría ser, al menos como sección, prestar atención al cine de nuestra tierra, Astorga y su entorno, que sí está presente en alguna medida, pero no con la atención debida. De esto sabe mucho su actual responsable el concejal Tomás Valle, que ha participado con sus trabajos cinematográficos en el certamen, pero con escaso interés por la organización.
Yo no soy partidario de los nacionalismos y menos para la creación, pero más perjudicial resulta la indiferencia. Dar una oportunidad especial a los que lo intentan, como a él no se la dieron, sería un buen camino. Si los vascos no hubieran seguido hace años este proceso, desde su Certamen de Cine Corto de Bilbao, con seguridad no existiría la cosecha de creadores que tienen ahora. Como los gallegos, que si no se hubieran preocupado por la moda desde hace muchos años, no contarían con lo que cuentan. El año pasado hubo más de una presencia de creadores de aquí, que bien merecen más atención. La creatividad y su comunicación tienen mucho de simientes que se lanzan y con el viento se difunden y es imprevisible donde acaban germinando. Por eso sugiero la atención a lo local y no limitado a Astorga, sino mejor podría ser a la creación cinematográfica en la Comunidad de Castilla y León y que el Festival en sus sucesivas ediciones, ya van veintiséis, tan asentado, cobre vida y esplendor.
![[Img #65517]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2023/884_4-max-copia.jpg)
Hubo años, para mí, de ver cine en las proyecciones semanales de la Filmoteca de Madrid, entonces en el Teatro Beatriz, con clásicos como Flaherty, Murnau, Lubitsch, René Clair o los pioneros Coyne aragoneses. Donde la gramática y la sintaxis cinematográficas estaban embrionarias, pero se alcanzaban la magia y los hechizos de la imagen del cine clásico.
Mis tiempos de crítico cinematográfico en Signo, descubriendo el mito de la Casablanca de Michael Curtiz. Los rodajes de cortometrajes con José Sámano, Luis Eduardo Aute, Fernando Lara, (el primero mío, ‘Galgooos’ se proyectó en la gran pantalla del cine Tagarro), hasta obtener mi título de director de cine, firmado por Juan Antonio Bardem, con el respeto a aquellos grandes cineastas, cuando en el examen de ingreso en la Escuela de Cinematografía entró de visita Luis Buñuel.
Después vendrían Elías Querejeta, Carlos Saura, Angelino Fons, Basilio Martín Patino y sus Nueve cartas a Berta, que llegaron a partir de las Jornadas de Cine de Salamanca y surgió el Nuevo Cine Español. Más adelante pude ver cine novísimo en festivales, como el inicial de Valores Humanos de Valladolid, San Sebastián, Venecia o Cannes. Toda esa memoria se me renueva ahora con el Festival en proceso de vuelta a empezar. Cosas que se fueron tras entrar a colaborar en la novísima Tercera Edición de Telediario, con Jesús Hermida y Manuel Martin Ferrand.
Con estas andaduras es lógico que me encante que mi ciudad sea cinéfila con su Festival de Cine, con tantas películas como en ella vi en mi infancia y juventud en los cinco cines que había y con el cineclub Jastor, nacido del Club del mismo nombre,y que en su segunda etapa lo hizo de la mano de Luis Miguel Alonso Guadalupe, quien más adelante consiguió que naciera el Festival de Cine de Astorga y para mí un admirado cineasta, que lo ha sido sin abandonar la ciudad. Un festival que cuando yo lo he conocido, en sus últimos siete años, coincidiendo con su baja por enfermedad, ha perdido un poco de fuelle y ya no cuenta con la presencia de cineastas y verdaderas figuras del cine, como antes.
Entre los de mi generación se recuerda el rodaje de ‘El bosque del Lobo’ de Pedro Olea, con el debut de José Luis López Vázquez, en la que participaron como figurantes buena parte de la juventud astorgana de entonces, que conservan fotografías con su vestuario de época, con el que aparecieron en escenarios de la Plaza Mayor, en establecimientos que conservaban, sin alteración, su antigua esencia. Más transcendencia tuvo la película ‘El Desencanto’, que nació como un cortometraje de la mano de su director Jaime Chavarri y de la vista y del instinto de Elías Querejeta, que ha sido el genuino productor al estilo norteamericano, sin continuador, de títulos distintivos del cine español, como ‘La Caza’, ‘Peppermint Frappé’, ‘Stress es tres tres’, de Carlos Saura y películas de Víctor Erice, Manuel Gutiérrez Aragón o Montxo Armendáriz y más.
El Desencanto tiene el palmarés de ser la película española más vista fuera de España. No gustó en Astorga por el escarnio que nuestro admirado poeta Leopoldo Panero sufría a manos de su esposa y sus tres hijos, dispuestos a decir lo que fuera, verdad o mentira, por unas pesetillas de las de entonces. Leopoldo había sido un joven de izquierdas en su juventud astorgana, que cuando se inició el golpe de Estado del general Franco acabó preso en San Marcos de León. Funesto en aquellos momentos en los que era cotidiano sacar en un camión a algunos de los reclusos, que ya no regresaban, y sus cadáveres aparecían amontonados en alguna cuneta.
A Leopoldo le salvó su madre doña Máxima, que se presentó en Salamanca ante la esposa del general y consiguió la libertad para su hijo, cuando era otra que la de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Isabel Díaz Ayuso, que solo sirve para consumir cerveza. A cambio tenía que presentarse en el Frente Nacional y prestar allí sus servicios. No le fue mal al poeta astorgano, pues encontró allí, como Pilar Primo de Rivera, un sostén para toda la vida. Como también le ocurrió, curiosamente, a la madre de Jaime Chávarri, bisnieto de Antonio Maura e hijo de Marichu de Mora y Maura, también mando destacado de la Sección Femenina del Movimiento, en Prensa y Propaganda, como periodista de muy larga ejecutoria.
Leopoldo Panero en la postguerra, como miembro de Falange, fue agregado cultural en la embajada de Londres y vivió del Instituto de Cultura Hispánica y con él su familia. Salvado por su madre de una primera crucifixión, serían su mujer y sus hijos los que le crucificaran de forma incruenta, eso sí, ante los ojos de todos los que quisieron ver en la película la caducidad de una familia y de una era, la del franquismo, por el prodigio del cine. Con Astorga, su nombre, nunca había llegado tan lejos, como un nuevo Gólgota.
El Desencanto fue vista como un documento sobre la decadencia y el paso del tiempo en una familia, que se quiso ver como simbólica, del final del franquismo. Todavía se rodó una continuación Después de tantos años, de Ricardo Franco, sin la oportunidad ni el ácido frescor de la primera.
Las vinculaciones del cine con nuestra tierra no son muy abundantes. La esfinge maragata, de Concha Espina, tuvo una versión cinematográfica en 1950. Fue también versionada para TVE y protagonizada por Luisa Sala. La mayor cantera son los documentales. Desde espacios en el Nodo a largometrajes sobre la maragatería y especialmente la boda maragata.
El último rodaje tuvo lugar el año pasado con ‘Las Chicas están bien¡, de la debutante Itsaso Arana, que se hizo en el Molino de Cela, en Nistal, y se ha estrenado en estos días y próximamente se presenta en el MUSAC de León y acudirá al festival de Karlovi Vary, en representación de España. La edición del Festival de Cine del año pasado no tuvo sensibilidad para ocuparse de tal rodaje, quizá abrumados los responsables de las muchas películas que se ruedan en nuestro entorno o por lo que antes apuntamos del distanciamiento, en los últimos años del Festival, de la creación.
Quizá le vendría bien a nuestro festival, que principalmente acoge la presentación de cortometrajes, una especialización necesaria. Algo que podría ser, al menos como sección, prestar atención al cine de nuestra tierra, Astorga y su entorno, que sí está presente en alguna medida, pero no con la atención debida. De esto sabe mucho su actual responsable el concejal Tomás Valle, que ha participado con sus trabajos cinematográficos en el certamen, pero con escaso interés por la organización.
Yo no soy partidario de los nacionalismos y menos para la creación, pero más perjudicial resulta la indiferencia. Dar una oportunidad especial a los que lo intentan, como a él no se la dieron, sería un buen camino. Si los vascos no hubieran seguido hace años este proceso, desde su Certamen de Cine Corto de Bilbao, con seguridad no existiría la cosecha de creadores que tienen ahora. Como los gallegos, que si no se hubieran preocupado por la moda desde hace muchos años, no contarían con lo que cuentan. El año pasado hubo más de una presencia de creadores de aquí, que bien merecen más atención. La creatividad y su comunicación tienen mucho de simientes que se lanzan y con el viento se difunden y es imprevisible donde acaban germinando. Por eso sugiero la atención a lo local y no limitado a Astorga, sino mejor podría ser a la creación cinematográfica en la Comunidad de Castilla y León y que el Festival en sus sucesivas ediciones, ya van veintiséis, tan asentado, cobre vida y esplendor.






