Ángel Alonso Carracedo
Viernes, 08 de Septiembre de 2023

De verdad... ¿Es esto progreso?

      [Img #65522]                                        

 

 

Imposible hacer de abogado defensor de individuos como Luis Rubiales. No hay por dónde agarrarlo. Presenta el currículo del alumno aventajado en la escuela de la gañanería y en la universidad de la chulería. Es un pícaro engreído, oxímoron difícil de asimilar por una sociedad como la española que tiene hacia el pillo superviviente y simpático toda suerte de indulgencias. No en vano recibe el reconocimiento de un género literario en Siglo de Oro de las letras.

 

El presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) tenía ya trazado el mapa del viaje a los infiernos con un currículo cargado de caprichos, nepotismos, agarre de güevos en palco de autoridades y corrupciones más allá de los indicios. Pero a las calderas de Pedro Botero le ha llevado el beso que dio a una futbolista en la euforia de una gran victoria injustamente silenciada por el ósculo de marras.

 

Una vez más en escena la España que pone antes en la picota un gesto externo que la mala gestión o el birlibirloque con el sagrado dinero del contribuyente, porque ya se dijo desde las atalayas gubernamentales: ¿de quién es el dinero público? Así, con la levedad de la interrogación, y no con el agravante de la afirmación.

 

Luis Rubiales es un chamán de las tormentas perfectas. Besó cuando no debía, ni tampoco podía, siquiera amparado en la alegría de la consecución de un campeonato del mundo. Es el ejemplo tantas veces detectado en España del cargo embelesado en la impunidad. Desde que accedió a la presidencia de la RFEF, se atuvo a las maneras de los feudales derechos de pernada. Ignoró, con la necedad del que se cree intocable por alguna gracia divina, que su puesto es mirado no con lupa, con telescopio, por ser la proa de una de las actividades más pasionales de este país, en el que, si se siembran vientos, se recogen huracanes. Y encima, agosto, mes proverbial de sequía informativa, en el que cualquier suceso puede llevar el marchamo de asunto nacional. Su beso, - para él consentido; para la otra parte, no -, ha sido dime y direte de poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Rubiales, un remedo de Rey Sol que no se ha cortado en lucir los abusos del monarca absoluto de un pequeño poder.

 

Del esbozo de Rubiales no se puede desligar el retrato de la colectividad para cerrar el contexto, encarnado en una opinión pública alienada por las nacientes religiones laicas, en la fase simultánea de elaboración de dogmas y martillo de herejes. Para asegurar los primeros, hay que crear los segundos. Dogmática y heterodoxia se retroalimentan. El debate social de este país no es enriquecedor, sino inquisitorial. Solo habla y escribe el idioma de la masa y de la acritud. El acto de pensar ha sido desterrado. Las redes sociales son la sutilidad contemporánea del fuego redentor de los autos de fe. Lo políticamente correcto ha tomado las formas de una religión global asentada en la confesionalidad de las turbamultas.

 

Terminantemente prohibido discrepar. Nos acercamos peligrosamente a la letalidad dictatorial de las adhesiones inquebrantables. Medios de comunicación, dirigentes políticos, y cualquiera que pasara por la calle, se ha jactado del dedo hacia abajo de la condena popular de coliseo romano a Luis Rubiales. Este señor, un enojoso  metepatas, se ha defendido alegando que el beso fue consentido. Todos hemos visto la escena de marras, pero nadie, salvo los dos concernidos, sabe lo que se ha dicho. No pueden ser jueces únicos el ojo y la víscera. Es la palabra de uno contra la de otro. Para ambos, se abre el principio básico de la democracia: la presunción de inocencia. Al poder judicial corresponde sentenciar y a la sociedad acatar. No, ésta ya ha emitido su veredicto en el dazibao que son las redes sociales y las sucursales en que se han convertido los medios de comunicación. Tribunales populares de hecho, y a la vista de variadas consecuencias, de derecho.

 

Temblores en mentalidades pensantes produce el seguimiento efectuado a quienes aplaudían o rechazaban las alegaciones de Rubiales. Empieza a hacerse el aparte entre los afines y los díscolos, primer capítulo del montaje de las sociedades delatoras que evocan los sufijos ismos asociados a detritus de la humanidad como Hitler y Stalin. Un país convirtiendo en pruebas irrefutables acusaciones de toda laya y condición, por parte de sus paisanos, es un estado policial permanente. La ambrosía de lo políticamente correcto.

 

Buena oportunidad la de los altavoces sociales y mediáticos de los morbos ciudadanos para desviar las atenciones de temas prioritarios. Este verano ha dejado las secuelas de unas elecciones con resultados que son un jeroglífico para la futura gobernabilidad. Los partidos con la potencia para ejercer el poder, negocian, en la oscuridad de la tinta del calamar y el encuadre desenfocado de las urgencias colectivas, programas de gobernanza con socios peligrosos que generan el hedor de los trueques engañosos.

 

El siglo XVIII fue bien llamado de la Ilustración. La centuria que hizo imperar la razón sobre las supercherías. Una gran conquista histórica del pensamiento humano. El XXI, lo que nos ha tocado vivir, no es más que una regresión histórica a edades medievales oscurecidas por poderes y ocultismos que silenciaron la voz de la inteligencia. De verdad….¿Es esto progreso?

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.