La última duda de Abraham
![[Img #65523]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2023/9324_6424_abraham-salloum-bitar.jpg)
Creo saber el último tema que tuvo en mente Abraham Salloum Bitar (Siria, 1952-Venezuela, 2005) para publicar en su columna dominical, Escuela de dudas, en el diario Correo del Caroní, que se editaba en Puerto Ordaz por los inicios del siglo XXI.
Fue un domingo cuando, a sabiendas que estaba muy enfermo, tomamos la decisión de irlo a visitar a su casa, detrás de la iglesia catedral de Ciudad Bolívar. En esa antigua casa de estilo provincial, ‘solariega y blasonada’, Abraham convivía con su madre y la soledad. Antes, la familia Salloum Bitar vivió muchos años en una vieja edificación, en la zona que el poeta había bautizado como el ‘gueto árabe’ donde había un inmenso patio interior con un árbol de granada que cobijaba los días de sol en la Angostura del Orinoco.
Esa última vez que conversé con Abraham me acompañó el escritor, pintor y editor, Carlos Yusti. Parte de la mañana y la tarde de ese domingo lo ocupamos, nosotros sentados en el umbral de su cuarto y el poeta, descansando en su cama, adelantando planes de ediciones de libros, parte en caracterizar el sentido de la santidad y los santos poetas, como Francisco de Asís, Juan de La Cruz, entre otros.
Hasta que la conversación nos llevó al nombre del santo venezolano por decisión popular; José Gregorio Hernández. “–Que el Vaticano no quiera otorgarle la santidad es una cosa, y que el pueblo lo sienta y lo catalogue como santo, otorgándole la gracia y ‘legitimidad de origen’ es otro decir” Palabras más palabras menos eran las reflexiones que nos ofrecía nuestro común amigo y poeta. Para darle más ánimo y originalidad a nuestro asunto, el poeta Abraham siguió sus reflexiones sobre el santo más popular venezolano, diciendo semejante argumento. “-Es que yo creo que a José Gregorio no le han otorgado la santidad por envidia”. Carlos y yo quedamos un tanto sorprendidos por semejante afirmación. Pero Abraham continuó. “-Si nos ponemos a observar a todos los beatos, santos y demás personajes milagreros, el nuestro sobresale y se distingue de ese grupete de zaparrastrosos por su higiene y pulcritud”. Las risas no se hicieron esperar y Abraham, tan parsimonioso, sarcástico y con su acostumbrada voz mexicanizada y académica, puntualizó: “-Mientras unos aparecen ensangrentados, con guayucos, harapientos, hasta atravesados por flechas, olorosos a carne quemada, con la cara abrillantada de tanto palo cochinero, nuestro santo está de punta en blanco, perfumado, todito a lo ‘prêt-à-porter’. Por eso no lo quieren subir a los altares de la santidad.”
Al instante, Carlos, con su humor negro, reforzó el comentario. “-Es que el personaje hasta se hacía sus propios trajes a la medida. Además de médico, profesor universitario e investigador de enfermedades, el tipo tocaba piano y flauta y era tremendo bailarín. Más de una moza en Caracas le tenía el ojo puesto.”
El Abraham que conocí fue ese poeta que a ratos filosofaba o en otras, buscaba juntar ‘dos monedas’ para completar la quincena y enviarle al hijo, en México, su manutención, mientras seguía en sus planes y proyectos, sea como editor de libros y revistas culturales o en sus encierros de días, que luego se nutrían en los encuentros que teníamos junto con los amigos de siempre. Porque Abraham fue un buen poeta que pasó la vida buscando en la sencillez de la cotidianidad alguna trascendencia mientras tomamos consciencia de nuestros fracasos. Sí, Abraham reflexionó sobre estas y otras lacerantes experiencias vitales del ser humano y para ello, se armó de una coraza de ironía y sarcasmo para soportar las reflexiones inteligentes sobre temas de la más variada índole. Más, cuando dejaba en sus postdatas que insertaba en sus artículos, la duda en quien lo leía.
Pensador de cafetín en el más honroso decir, construyó en sus artículos dominicales una escritura con un estilo hilvanado con hilos dorados de factura personalísima, depurado y cuidado. Quien se acerque a sus temas encontrará de inmediato a un escritor que nunca cedió a las posturas banales ni menos, faranduleras ni complacientes. Fue una voz incómoda para los administradores del poder de cualquier signo, color y extremos, religiosos o ideológicos.
Siempre afirmó en sus reflexiones la necesidad de la convivencia libre y cívica entre los seres humanos. Buscó crear la duda reflexiva, más que intentar dar orientaciones o introducir soluciones mesiánicas ni bobaliconas, tipo ‘New age’ para aplacar cerebros, y menos se hizo a un lado ante la problemática del hombre en la sociedad.
Resalto en la escritura de Abraham el vínculo ancestral que lo ata a la tradición cultural de lo arábigo, tanto en el uso de lo zoomórfico, con animales míticos, como en la introducción del pensamiento matemático que lo delata como heredero de una voz poética cercana a Omar Khayyam.
La escritura de Abraham Solloum Bitar no es apta para todo público ni menos para políticos analfabetos funcionales ni fanáticos religiosos o ideológicos, ni para intelectuales de pacotilla. La escritura de Solloum Bitar, sea en sus libros de poesía como en su libro póstumo, Escuela de Dudas, nos introduje en la duda existencial del día a día, en la cotidianidad donde la intrascendencia de “esto que somos”lo muestra en la esplendorosa lucidez de nuestro desamparo y estremecimiento de estar vivos.
(*)
camilodeasis@gmail.com X @camilodeasis IG @camilodeasis1 FB camilodeasis
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Creo saber el último tema que tuvo en mente Abraham Salloum Bitar (Siria, 1952-Venezuela, 2005) para publicar en su columna dominical, Escuela de dudas, en el diario Correo del Caroní, que se editaba en Puerto Ordaz por los inicios del siglo XXI.
Fue un domingo cuando, a sabiendas que estaba muy enfermo, tomamos la decisión de irlo a visitar a su casa, detrás de la iglesia catedral de Ciudad Bolívar. En esa antigua casa de estilo provincial, ‘solariega y blasonada’, Abraham convivía con su madre y la soledad. Antes, la familia Salloum Bitar vivió muchos años en una vieja edificación, en la zona que el poeta había bautizado como el ‘gueto árabe’ donde había un inmenso patio interior con un árbol de granada que cobijaba los días de sol en la Angostura del Orinoco.
Esa última vez que conversé con Abraham me acompañó el escritor, pintor y editor, Carlos Yusti. Parte de la mañana y la tarde de ese domingo lo ocupamos, nosotros sentados en el umbral de su cuarto y el poeta, descansando en su cama, adelantando planes de ediciones de libros, parte en caracterizar el sentido de la santidad y los santos poetas, como Francisco de Asís, Juan de La Cruz, entre otros.
Hasta que la conversación nos llevó al nombre del santo venezolano por decisión popular; José Gregorio Hernández. “–Que el Vaticano no quiera otorgarle la santidad es una cosa, y que el pueblo lo sienta y lo catalogue como santo, otorgándole la gracia y ‘legitimidad de origen’ es otro decir” Palabras más palabras menos eran las reflexiones que nos ofrecía nuestro común amigo y poeta. Para darle más ánimo y originalidad a nuestro asunto, el poeta Abraham siguió sus reflexiones sobre el santo más popular venezolano, diciendo semejante argumento. “-Es que yo creo que a José Gregorio no le han otorgado la santidad por envidia”. Carlos y yo quedamos un tanto sorprendidos por semejante afirmación. Pero Abraham continuó. “-Si nos ponemos a observar a todos los beatos, santos y demás personajes milagreros, el nuestro sobresale y se distingue de ese grupete de zaparrastrosos por su higiene y pulcritud”. Las risas no se hicieron esperar y Abraham, tan parsimonioso, sarcástico y con su acostumbrada voz mexicanizada y académica, puntualizó: “-Mientras unos aparecen ensangrentados, con guayucos, harapientos, hasta atravesados por flechas, olorosos a carne quemada, con la cara abrillantada de tanto palo cochinero, nuestro santo está de punta en blanco, perfumado, todito a lo ‘prêt-à-porter’. Por eso no lo quieren subir a los altares de la santidad.”
Al instante, Carlos, con su humor negro, reforzó el comentario. “-Es que el personaje hasta se hacía sus propios trajes a la medida. Además de médico, profesor universitario e investigador de enfermedades, el tipo tocaba piano y flauta y era tremendo bailarín. Más de una moza en Caracas le tenía el ojo puesto.”
El Abraham que conocí fue ese poeta que a ratos filosofaba o en otras, buscaba juntar ‘dos monedas’ para completar la quincena y enviarle al hijo, en México, su manutención, mientras seguía en sus planes y proyectos, sea como editor de libros y revistas culturales o en sus encierros de días, que luego se nutrían en los encuentros que teníamos junto con los amigos de siempre. Porque Abraham fue un buen poeta que pasó la vida buscando en la sencillez de la cotidianidad alguna trascendencia mientras tomamos consciencia de nuestros fracasos. Sí, Abraham reflexionó sobre estas y otras lacerantes experiencias vitales del ser humano y para ello, se armó de una coraza de ironía y sarcasmo para soportar las reflexiones inteligentes sobre temas de la más variada índole. Más, cuando dejaba en sus postdatas que insertaba en sus artículos, la duda en quien lo leía.
Pensador de cafetín en el más honroso decir, construyó en sus artículos dominicales una escritura con un estilo hilvanado con hilos dorados de factura personalísima, depurado y cuidado. Quien se acerque a sus temas encontrará de inmediato a un escritor que nunca cedió a las posturas banales ni menos, faranduleras ni complacientes. Fue una voz incómoda para los administradores del poder de cualquier signo, color y extremos, religiosos o ideológicos.
Siempre afirmó en sus reflexiones la necesidad de la convivencia libre y cívica entre los seres humanos. Buscó crear la duda reflexiva, más que intentar dar orientaciones o introducir soluciones mesiánicas ni bobaliconas, tipo ‘New age’ para aplacar cerebros, y menos se hizo a un lado ante la problemática del hombre en la sociedad.
Resalto en la escritura de Abraham el vínculo ancestral que lo ata a la tradición cultural de lo arábigo, tanto en el uso de lo zoomórfico, con animales míticos, como en la introducción del pensamiento matemático que lo delata como heredero de una voz poética cercana a Omar Khayyam.
La escritura de Abraham Solloum Bitar no es apta para todo público ni menos para políticos analfabetos funcionales ni fanáticos religiosos o ideológicos, ni para intelectuales de pacotilla. La escritura de Solloum Bitar, sea en sus libros de poesía como en su libro póstumo, Escuela de Dudas, nos introduje en la duda existencial del día a día, en la cotidianidad donde la intrascendencia de “esto que somos”lo muestra en la esplendorosa lucidez de nuestro desamparo y estremecimiento de estar vivos.
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camilodeasis@gmail.com X @camilodeasis IG @camilodeasis1 FB camilodeasis






