El diablo tras la puerta
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El está sentado, prestando declaración. No entiende qué ha pasado. No sabe por qué está ahí. Pero si él sigue siendo el mismo de siempre, si no ha hecho nada que no hiciera cada día. Es ella la que ha cambiado. Ella es la culpable. ¿A qué viene eso de no aguantarle más? Si sigue siendo el mismo, si no ha hecho nada. Es cierto, sí, alguna vez le ha levantado la voz y cuando pierde la paciencia la ha insultado, pero sin querer, sin pensar, son cosas que se dicen cuando uno se pone nervioso.
A él le gustaría que ella estuviera más por él, pero ella siempre está ocupada, demasiado ocupada. Que si el trabajo, que si los hijos, que si los padres, que si los hermanos, que si los amigos… Y claro, es que uno parece el último mono cuando no hace otra cosa más que pensar en ella, cuando no hace más que vivir por ella. Que fíjate, hasta cuando llega él con ganas de hablar, con la boca caliente, después de haberse tomado unas cuantas cervezas en el bar con los amigos, se la encuentra leyendo y le cuesta levantar la vista para escucharlo, que parece que le está diciendo que es un ignorante y un inculto con esos aires de intelectualidad absurda que le da tener un libro entre las manos. ¡Qué payasa! Que si no fuera por él dónde estaría ella. Y entonces él vuelve a enfadarse y vuelve a insultarla, pero sin mala intención, solo para hacerse ver, que parece que está pintado.
Pero él la quiere, por supuesto que la quiere y lo dice bien alto a los cuatro vientos. Lo que pasa es que ella no sabe elegir a sus amistades, que la gente es muy aprovechada y eso a él le pone de muy mala leche. Y además es muy cabezota, que él siempre le dice lo que tiene qué hacer y ella hace siempre lo que le da la gana. Que escucha a todos menos a él. Y eso que él está siempre pendiente de ella, que la llama cincuenta veces para ver dónde está y con quién, y no es que desconfíe, pero le gusta asegurarse bien y a menudo coge el coche para certificar que lo que le dice es cierto. Y encima de que se preocupa a ella no le parece bien, que dice no se qué de que si es controlador y posesivo. ¡Qué bobada!
Y un día de buenas a primeras vino con que si hasta aquí hemos llegado, que estaba harta, que si no aguantaba más sus voces, ni sus insultos, ni sus vicios. Y le puso las maletas en la puerta. Un calentón, que todos saben que tiene temperamento y le dan ventoleras, que es de familia. Y él trató de esforzarse, de estar más amable, de ser más cariñoso, de darle tiempo hasta que se le pasara el enfado. Pero ella cabezota, que no, que se acabó. Y claro, a él también se le acabó la paciencia y se puso nervioso. Que ya tuvo tiempo de reflexionar y de darse cuenta de que no hay nadie más que él, que ya pasó más de un año y ahí sigue ella, erre que erre, que no, que tú y yo ya no tenemos nada que hacer. Y eso que no ha dejado de llamarla a todas horas, y de buscarla en todas partes. Y como ella no cede, que es en exceso orgullosa, se acaban perdiendo los nervios y llegan las amenazas, unos cuantos whatsapp, unos cuantos mensajes de voz diciendo que la va a matar, pero sin mala intención. Es que le da rabia verla disfrutar con la gente que la quiere, que por otro lado son todos una panda de imbéciles, menuda gentuza, seguro que le meten cosas en la cabeza y por eso no vuelve con él. Que hay mucho listo suelto que quiere aprovecharse de la situación y ella es una pobre incauta que se deja engañar por cualquiera.
Y ahora resulta que ella dice que le tiene miedo. ¿Miedo de qué? Y resulta también que se ha cansado de tanta amenaza y por su culpa lo han detenido. Pero ¿por qué? si él no ha hecho nada. Si él solo quería que ella volviera y lo arreglaran, que si pasaba por delante de su puerta de madrugada varias veces era para asegurarse de que estaba sola. Lo que pasa es que ella tiene muy mala leche y por dos discusiones tontas ahora le va a perjudicar. ¡Qué vengativa y qué mala raza!
Pero ella también tiene su castigo, bien merecido. Que llega al vecindario y escucha más de un reproche. Que si cómo se te ocurre denunciar, que si tú ya sabes cómo es, bebe y dice tonterías, pero mañana no se acuerda de nada, no tiene mala intención, no le des tanta importancia, que los dos tiros no te los va a pegar, mujer. Que le vas a perjudicar y pobre, qué va a hacer después. Algunos incluso le apartan la mirada. Que al fin y al cabo ella ha seguido con su vida como si nada, se ha divertido con sus amistades, ha ido a fiestas, y claro, pues normal que él reaccione mal, que a él no se le ha olvidado que estaban juntos, es más aun cree que siguen juntos. Es que parece que lo va provocando.
Y él sigue, a todo esto, tras la puerta, como el diablo. El sigue acechando en cada esquina, porque ella es de él. Ella es la culpable y él es la víctima. Al menos mientras ella no sea su prisionera o el su verdugo.
El está sentado, prestando declaración. No entiende qué ha pasado. No sabe por qué está ahí. Pero si él sigue siendo el mismo de siempre, si no ha hecho nada que no hiciera cada día. Es ella la que ha cambiado. Ella es la culpable. ¿A qué viene eso de no aguantarle más? Si sigue siendo el mismo, si no ha hecho nada. Es cierto, sí, alguna vez le ha levantado la voz y cuando pierde la paciencia la ha insultado, pero sin querer, sin pensar, son cosas que se dicen cuando uno se pone nervioso.
A él le gustaría que ella estuviera más por él, pero ella siempre está ocupada, demasiado ocupada. Que si el trabajo, que si los hijos, que si los padres, que si los hermanos, que si los amigos… Y claro, es que uno parece el último mono cuando no hace otra cosa más que pensar en ella, cuando no hace más que vivir por ella. Que fíjate, hasta cuando llega él con ganas de hablar, con la boca caliente, después de haberse tomado unas cuantas cervezas en el bar con los amigos, se la encuentra leyendo y le cuesta levantar la vista para escucharlo, que parece que le está diciendo que es un ignorante y un inculto con esos aires de intelectualidad absurda que le da tener un libro entre las manos. ¡Qué payasa! Que si no fuera por él dónde estaría ella. Y entonces él vuelve a enfadarse y vuelve a insultarla, pero sin mala intención, solo para hacerse ver, que parece que está pintado.
Pero él la quiere, por supuesto que la quiere y lo dice bien alto a los cuatro vientos. Lo que pasa es que ella no sabe elegir a sus amistades, que la gente es muy aprovechada y eso a él le pone de muy mala leche. Y además es muy cabezota, que él siempre le dice lo que tiene qué hacer y ella hace siempre lo que le da la gana. Que escucha a todos menos a él. Y eso que él está siempre pendiente de ella, que la llama cincuenta veces para ver dónde está y con quién, y no es que desconfíe, pero le gusta asegurarse bien y a menudo coge el coche para certificar que lo que le dice es cierto. Y encima de que se preocupa a ella no le parece bien, que dice no se qué de que si es controlador y posesivo. ¡Qué bobada!
Y un día de buenas a primeras vino con que si hasta aquí hemos llegado, que estaba harta, que si no aguantaba más sus voces, ni sus insultos, ni sus vicios. Y le puso las maletas en la puerta. Un calentón, que todos saben que tiene temperamento y le dan ventoleras, que es de familia. Y él trató de esforzarse, de estar más amable, de ser más cariñoso, de darle tiempo hasta que se le pasara el enfado. Pero ella cabezota, que no, que se acabó. Y claro, a él también se le acabó la paciencia y se puso nervioso. Que ya tuvo tiempo de reflexionar y de darse cuenta de que no hay nadie más que él, que ya pasó más de un año y ahí sigue ella, erre que erre, que no, que tú y yo ya no tenemos nada que hacer. Y eso que no ha dejado de llamarla a todas horas, y de buscarla en todas partes. Y como ella no cede, que es en exceso orgullosa, se acaban perdiendo los nervios y llegan las amenazas, unos cuantos whatsapp, unos cuantos mensajes de voz diciendo que la va a matar, pero sin mala intención. Es que le da rabia verla disfrutar con la gente que la quiere, que por otro lado son todos una panda de imbéciles, menuda gentuza, seguro que le meten cosas en la cabeza y por eso no vuelve con él. Que hay mucho listo suelto que quiere aprovecharse de la situación y ella es una pobre incauta que se deja engañar por cualquiera.
Y ahora resulta que ella dice que le tiene miedo. ¿Miedo de qué? Y resulta también que se ha cansado de tanta amenaza y por su culpa lo han detenido. Pero ¿por qué? si él no ha hecho nada. Si él solo quería que ella volviera y lo arreglaran, que si pasaba por delante de su puerta de madrugada varias veces era para asegurarse de que estaba sola. Lo que pasa es que ella tiene muy mala leche y por dos discusiones tontas ahora le va a perjudicar. ¡Qué vengativa y qué mala raza!
Pero ella también tiene su castigo, bien merecido. Que llega al vecindario y escucha más de un reproche. Que si cómo se te ocurre denunciar, que si tú ya sabes cómo es, bebe y dice tonterías, pero mañana no se acuerda de nada, no tiene mala intención, no le des tanta importancia, que los dos tiros no te los va a pegar, mujer. Que le vas a perjudicar y pobre, qué va a hacer después. Algunos incluso le apartan la mirada. Que al fin y al cabo ella ha seguido con su vida como si nada, se ha divertido con sus amistades, ha ido a fiestas, y claro, pues normal que él reaccione mal, que a él no se le ha olvidado que estaban juntos, es más aun cree que siguen juntos. Es que parece que lo va provocando.
Y él sigue, a todo esto, tras la puerta, como el diablo. El sigue acechando en cada esquina, porque ella es de él. Ella es la culpable y él es la víctima. Al menos mientras ella no sea su prisionera o el su verdugo.