De los tiempos y de las obras
![[Img #65670]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2023/4319_2-max-169185769_4482758991753485_876729525815281988_n-copia.jpg)
De las obras que se hacen y del tiempo en el que se vive. Si se observa el panorama de lo que se construye actualmente entran escalofríos. Escasas obras públicas y apenas privadas. Las públicas prácticamente de mantenimiento y escasa la obra nueva. Llama la atención el tiempo que se invierte, como si no se tuviera prisa por acabarlas, a ritmo acanariado y no porque seamos canarios, que ellos tienen en los genes su propio ritmo por causa del clima. Qué más quisiéramos que tener su clima, pero sin él tenemos su cadencia. Eso, al menos, parece, aunque sea por otra causa, de momento desconocida.
Basta mirar al ritmo de las obras, que se acometen Su culminación en los tramos del Gullón, primera y segunda fase, supusieron meses interminables. En una parte por causa de los posibles restos arqueológicos, aunque en eso se ha progresado, que ya no se imponen las demoras ilimitadas del pasado. Otra por el ritmo peculiar astorgano. Ejemplo es el de la calle Doctor Mérida Pérez, que se está acometiendo, en la que, en la demora en la ejecución de las obras, llegaron a brotar y desarrollarse plantas de tomates, aunque sin madurar sus frutos, que hubieran sido noticia de alcance nacional. Trabajan tres operarios, que difícilmente podrán alcanzar buenos resultados, comparándolos con las de la Gran Vía de Madrid que hace años se asfaltó en una noche.
O la de la carretera a León, en su paso caído a la salida de la ciudad, que la nueva autoridad municipal ha conseguido la promesa de que se concluya para febrero, después de anunciarla, corrigiendo de boquilla al anterior, para mucho antes. Eso es lo que ahora se dice y habrá que esperar a que llegue febrero para comprobar si no fueron palabritas de político o faroles más relucientes que los del Cristo. Una obra que debiera de ser para un mes, por su necesidad, pero que en el caso astorgano será para bastante más de un año.
Al menos se acabó el magnífico Mirador de la Vega, entre San Bartolo y la Plaza de Gaudí y el teatro Gullón, aunque debajo, junto a la muralla, permanece una auténtica escombrera, que hace desmerecer lo hecho. Fue la primera recuperación del adarve superior de la muralla, planeada en una legislatura y ejecutada en otra. Para la nueva corporación queda que lo concluya adecuadamente, aunque sea aplicando la Ley de Medio Ambiente y acabe con tan desgraciado impacto visual medioambiental.
Otro tanto pasa con las obras privadas. Frente a mi ventana se levanta un casoplón, como ahora se llama a lo que antes se llenaban casonas. Me es fácil observarla. Desde que la comenzaron ya lleva dos parones y está en el primer año. La levanta José Luis Rubio, un constructor con buena fama. Veremos cuando acaba la historia, que solo conseguir los permisos para obrar en el Camino de Santiago y, Comisión del Patrimonio por medio, costó para aburrirse. Yo la sufrí tres años para poder pintar la fachada tal como estaba. La hacen seis obreros, una clave del sistema constructivo astorgano, que nunca cuenta con prisas.
Viendo estas cosas uno no puede imaginar si aquí y con este ritmo se tuviera que levantar El Escorial. Sería cuestión de milenios. No siempre ha sido así, pues no se hubieran levantado las murallas. En tiempos modernos se levantó la catedral, cuando la ciudad no llegaba a 3.000 habitantes. En el cambio del siglo anterior el palacio de Gaudí, que como escribí en otra ocasión fue fruto de la casualidad de la unión de tres personalidades. El obispo Grau, conocedor de un joven paisano suyo, de Reus, Gaudí y Pío Gullón, que, desde su puesto de gobernador del Banco de España, proveyó la primera financiación.
Como se levantó el Seminario, hace más de doscientos años, que no El Escorial, pero si la obra más importante hecha en los últimos tiempos. Con piedras del castillo fortaleza de los marqueses de Astorga, que estaba en la plaza del Castillo en donde ahora está la Comisaría de Policía y cuyas piedras también se emplearon para levantar la Plaza de Toros.
Hubo tiempos que más que construir se destruyó. Eso fue lo que ocurrió con tantas casonas como hubo. En otro castillo de los marqueses, que había la final de la calle Pío Gullón, Camino de Santiago, estuvo por mucho tiempo la conocida como Enseña de Clavijo, que los peregrinos visitaban. Ahora se exhibe desplegada en el despacho del Alcalde y en tiempos del alcalde Pepón plegada dentro de su cofre.
Todavía en la calle Pio Gullón hubo otras varias casonas. La de don Luis, de los Crespo, en el solar donde está el mural de la Cecina, que llegaba hasta la calle Manuel Gullón. Yo todavía la conocí habitada. Con un gran portalón, gran escalera con vidrieras y arriba la vivienda. Tras ella el jardín y la huerta. Don Luis fue quien donó los terrenos donde se levantó el Colegio de las Escolapias, que se financió con la venta de una parte de los mismos y surgió la calle Oliegos, donde se desecó la laguna de la Cagalla y se puso el nombre del pueblo que desapareció bajo las aguas del Pantano de Villameca, el que inaugurara Franco en los primeros años de la postguerra, en compañía de Carlos Arias Navarro, gobernador de León, y que se hizo ejecutando el Plan Hidrológico que se había elaborado en la República, bajo la dirección del ingeniero Lorenzo Pardo.
Más adelante, sobre los terrenos de la nueva Feria de Ganado, se levantó el Ambulatorio de la Seguridad Social, que nació en la República. Anteriormente la Feria del Ganado tenía lugar en la Plaza de San Roque, junto a la bajada del Postigo. En la plaza de San Julián tenía lugar el mercado de los cacharros de barro, en donde también se vendían los pavos en las fechas de las Navidades. En la plaza del seminario tenía lugar el mercado del carbón, mientras que el mercado general de los martes se celebraba desde tiempos inmemoriales en la plaza Mayor. Así pudo visitarlo y recorrerlo con su hijo, John Adams. Ambos llegaron a presidentes posteriormente de los Estados Unidos.
La iglesia de San Julián, antigua parroquia, había quedado abandonada y el obispo Mérida Pérez la recuperó, convirtiéndola en el Santuario de Fátima, por lo que él está allí enterrado. Cuando murió, por su vinculación con el Ejercito, este, en su cuerpo de artillería, que entonces ocupaba el Cuartel de Santocildes, desplegó una batería de cañones sobre el Jardín y dispararon las salvas de ordenanza en el momento de su entierro.
Fue precisamente en la plaza de San Julián donde se descubrió, en unas obras de remodelación, el primer tramo de las cloacas. Años más tarde el padre del exministro Gabriel Franco, que tenía las responsabilidades de la Seguridad e Higiene de la ciudad y ante los problemas de salubridad de la misma, ideó su recuperación para la canalización de las aguas sucias y así se hizo. Se aprovechó el trazado que habían levantado los romanos y que, tras su desaparición, con la llegada de los suevos, habían quedado abandonadas y durante tantos siglos se volvió al “agua va”, vertiéndolas a las calles. Una prueba de la involución que a veces traen los nuevos tiempos. Esta se mantuvo tantos siglos, quizá en el intento de hacer verdad aquello de que los tiempos pasados fueron mejores. Con la recuperación de las cloacas romanas en su trazado por el centro amurallado se salvó la insalubridad que se venía padeciendo.
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De las obras que se hacen y del tiempo en el que se vive. Si se observa el panorama de lo que se construye actualmente entran escalofríos. Escasas obras públicas y apenas privadas. Las públicas prácticamente de mantenimiento y escasa la obra nueva. Llama la atención el tiempo que se invierte, como si no se tuviera prisa por acabarlas, a ritmo acanariado y no porque seamos canarios, que ellos tienen en los genes su propio ritmo por causa del clima. Qué más quisiéramos que tener su clima, pero sin él tenemos su cadencia. Eso, al menos, parece, aunque sea por otra causa, de momento desconocida.
Basta mirar al ritmo de las obras, que se acometen Su culminación en los tramos del Gullón, primera y segunda fase, supusieron meses interminables. En una parte por causa de los posibles restos arqueológicos, aunque en eso se ha progresado, que ya no se imponen las demoras ilimitadas del pasado. Otra por el ritmo peculiar astorgano. Ejemplo es el de la calle Doctor Mérida Pérez, que se está acometiendo, en la que, en la demora en la ejecución de las obras, llegaron a brotar y desarrollarse plantas de tomates, aunque sin madurar sus frutos, que hubieran sido noticia de alcance nacional. Trabajan tres operarios, que difícilmente podrán alcanzar buenos resultados, comparándolos con las de la Gran Vía de Madrid que hace años se asfaltó en una noche.
O la de la carretera a León, en su paso caído a la salida de la ciudad, que la nueva autoridad municipal ha conseguido la promesa de que se concluya para febrero, después de anunciarla, corrigiendo de boquilla al anterior, para mucho antes. Eso es lo que ahora se dice y habrá que esperar a que llegue febrero para comprobar si no fueron palabritas de político o faroles más relucientes que los del Cristo. Una obra que debiera de ser para un mes, por su necesidad, pero que en el caso astorgano será para bastante más de un año.
Al menos se acabó el magnífico Mirador de la Vega, entre San Bartolo y la Plaza de Gaudí y el teatro Gullón, aunque debajo, junto a la muralla, permanece una auténtica escombrera, que hace desmerecer lo hecho. Fue la primera recuperación del adarve superior de la muralla, planeada en una legislatura y ejecutada en otra. Para la nueva corporación queda que lo concluya adecuadamente, aunque sea aplicando la Ley de Medio Ambiente y acabe con tan desgraciado impacto visual medioambiental.
Otro tanto pasa con las obras privadas. Frente a mi ventana se levanta un casoplón, como ahora se llama a lo que antes se llenaban casonas. Me es fácil observarla. Desde que la comenzaron ya lleva dos parones y está en el primer año. La levanta José Luis Rubio, un constructor con buena fama. Veremos cuando acaba la historia, que solo conseguir los permisos para obrar en el Camino de Santiago y, Comisión del Patrimonio por medio, costó para aburrirse. Yo la sufrí tres años para poder pintar la fachada tal como estaba. La hacen seis obreros, una clave del sistema constructivo astorgano, que nunca cuenta con prisas.
Viendo estas cosas uno no puede imaginar si aquí y con este ritmo se tuviera que levantar El Escorial. Sería cuestión de milenios. No siempre ha sido así, pues no se hubieran levantado las murallas. En tiempos modernos se levantó la catedral, cuando la ciudad no llegaba a 3.000 habitantes. En el cambio del siglo anterior el palacio de Gaudí, que como escribí en otra ocasión fue fruto de la casualidad de la unión de tres personalidades. El obispo Grau, conocedor de un joven paisano suyo, de Reus, Gaudí y Pío Gullón, que, desde su puesto de gobernador del Banco de España, proveyó la primera financiación.
Como se levantó el Seminario, hace más de doscientos años, que no El Escorial, pero si la obra más importante hecha en los últimos tiempos. Con piedras del castillo fortaleza de los marqueses de Astorga, que estaba en la plaza del Castillo en donde ahora está la Comisaría de Policía y cuyas piedras también se emplearon para levantar la Plaza de Toros.
Hubo tiempos que más que construir se destruyó. Eso fue lo que ocurrió con tantas casonas como hubo. En otro castillo de los marqueses, que había la final de la calle Pío Gullón, Camino de Santiago, estuvo por mucho tiempo la conocida como Enseña de Clavijo, que los peregrinos visitaban. Ahora se exhibe desplegada en el despacho del Alcalde y en tiempos del alcalde Pepón plegada dentro de su cofre.
Todavía en la calle Pio Gullón hubo otras varias casonas. La de don Luis, de los Crespo, en el solar donde está el mural de la Cecina, que llegaba hasta la calle Manuel Gullón. Yo todavía la conocí habitada. Con un gran portalón, gran escalera con vidrieras y arriba la vivienda. Tras ella el jardín y la huerta. Don Luis fue quien donó los terrenos donde se levantó el Colegio de las Escolapias, que se financió con la venta de una parte de los mismos y surgió la calle Oliegos, donde se desecó la laguna de la Cagalla y se puso el nombre del pueblo que desapareció bajo las aguas del Pantano de Villameca, el que inaugurara Franco en los primeros años de la postguerra, en compañía de Carlos Arias Navarro, gobernador de León, y que se hizo ejecutando el Plan Hidrológico que se había elaborado en la República, bajo la dirección del ingeniero Lorenzo Pardo.
Más adelante, sobre los terrenos de la nueva Feria de Ganado, se levantó el Ambulatorio de la Seguridad Social, que nació en la República. Anteriormente la Feria del Ganado tenía lugar en la Plaza de San Roque, junto a la bajada del Postigo. En la plaza de San Julián tenía lugar el mercado de los cacharros de barro, en donde también se vendían los pavos en las fechas de las Navidades. En la plaza del seminario tenía lugar el mercado del carbón, mientras que el mercado general de los martes se celebraba desde tiempos inmemoriales en la plaza Mayor. Así pudo visitarlo y recorrerlo con su hijo, John Adams. Ambos llegaron a presidentes posteriormente de los Estados Unidos.
La iglesia de San Julián, antigua parroquia, había quedado abandonada y el obispo Mérida Pérez la recuperó, convirtiéndola en el Santuario de Fátima, por lo que él está allí enterrado. Cuando murió, por su vinculación con el Ejercito, este, en su cuerpo de artillería, que entonces ocupaba el Cuartel de Santocildes, desplegó una batería de cañones sobre el Jardín y dispararon las salvas de ordenanza en el momento de su entierro.
Fue precisamente en la plaza de San Julián donde se descubrió, en unas obras de remodelación, el primer tramo de las cloacas. Años más tarde el padre del exministro Gabriel Franco, que tenía las responsabilidades de la Seguridad e Higiene de la ciudad y ante los problemas de salubridad de la misma, ideó su recuperación para la canalización de las aguas sucias y así se hizo. Se aprovechó el trazado que habían levantado los romanos y que, tras su desaparición, con la llegada de los suevos, habían quedado abandonadas y durante tantos siglos se volvió al “agua va”, vertiéndolas a las calles. Una prueba de la involución que a veces traen los nuevos tiempos. Esta se mantuvo tantos siglos, quizá en el intento de hacer verdad aquello de que los tiempos pasados fueron mejores. Con la recuperación de las cloacas romanas en su trazado por el centro amurallado se salvó la insalubridad que se venía padeciendo.






