El nombre de las calles
![[Img #65673]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2023/2132_1-calle-amargura-copia.jpg)
La foto de cabecera vale por todo el titular, incluso por el texto al completo. Pero son inevitables las preguntas. Un pueblo de esta tierra dedicando el nombre de una de sus calles a la amargura, emoción dolorosa y acre de sabor sensual y moral. Nombrar las rúas tiene su ciencia. Las más de ellas se dedican a personas supuestamente bienhechoras del lugar o autoridades que fueron de sus dominios. Sea aldea, ciudad o nación, el paisanaje encuentra una denominación del callejero acorde con el nombre propio de un personaje de las letras, las artes, las ciencias, la milicia, la política o la religión. No son precisamente campos en los que falten heroicidades o miserias donde escarbar.
Porque esa es otra. Nombrar una calle se ha convertido en este país en un acto de declaración política, incluso más, de intenciones. Durante la dictadura, los vencedores de la guerra que la antecedió, se colgaron la condecoración añadida a sus hazañas del campo de batalla o de los excesos en la retaguardia, junto con la placa de su identidad en calles, plazas o avenidas. Llegada la democracia no se tardó mucho en proceder a su borrado. Un sistema de libertades tenía que rechazar necesariamente la honra por este procedimiento hacia personajes incompatibles con la dignidad de la libertad, por mucho que ocuparan un lugar en la historia: en sus oscuros y fríos sótanos, más bien.
Con el tiempo, el argumento se hizo más pedestre. Un cambio de signo de gobierno nacional o local, dentro del mismo sistema, acarreaba un revisionismo cada vez más estrecho de la identidad urbana. Así se llegó al imperio de la ignorancia de quitar su merecida calle, plaza o avenida a celebridades que solo cometieron el error de vivir en la época equivocada, y por ese solo hecho, encausarlos en una determinada militancia cuando sus méritos discurrían por otros senderos. La partitocracia mira la realidad con los prismáticos colocados del revés ante los ojos.
Los nacionalismos aldeanos agregaron escozor colectivo con el homenaje rotulado en placa sobre pared a paisanos con la épica a cuestas del tiro en la nuca o la dispersión discrecional de la Goma-2, cuando no, con la designación de las víctimas desde lúgubres mazmorras del cobarde poder que solo manda y no ejecuta. Los talantes totalitarios, del signo que sean, necesitan de la exageración ofensiva de la irracionalidad para hacerse notar.
Hay quien dice que las calles con nombre propio, más que homenaje, son la esquela de alguien, con el objeto de no dejar de ser nunca leída en tan sucinto texto. Porque el merecedor de semejante honor es casi siempre un finado que ha pasado, lo que se dice, a mejor vida. Las únicas excepciones de las rúas en vida son las más altas dignidades del Estado, un Rey, da lo mismo feudal que parlamentario, un Presidente, sobre todo, si se encumbra en la tiranía vitalicia. Pero no se conforman con su plaza o gran avenida. Habrán de acompañarle en su majestuosidad de cargo estatuas, preferiblemente ecuestres, nombres de centros sanitarios o de palacios de congresos, quizás de estadios o polideportivos. El equipamiento social es regalo de su gusto.
Lo que jamás me pude imaginar es que algún día me encontrase transitando por una calle denominada de la Amargura. ¿Qué pudo pasar por la mente de los vecinos para bautizar así una vía, que sí he testificado como humilde y vacía? Bueno, todo aquel pueblo era una inmensa soledad, término que coincide casi como sinónimo de ese amargor expresado en una sola palabra que golpea como un martillazo en la conciencia.
El lugar está en la subcomarca leonesa llamada La Sequeda, zona muy influenciada por las costumbres de La Maragatería, no en vano son colindantes. Hoy en día es una de las representaciones más poderosas de ese mapa de la nueva pobreza que es la España vaciada. Territorio aquejado de la anemia sanguínea que es la metáfora moderna de los pueblos sin gentes, esperando a morir de inanición por un futuro borrado por completo ya en el presente.
Me gustaría que algún regidor, en contexto local, autonómico o nacional, se dejara caer por estos lares, y en esa misma calle de La Amargura, mirando frente a frente al rótulo de marras, tejiera un discurso ante la ciudadanía. ¿Qué podría decir? Esta no es tierra de lenguas diferentes. Esta no es tierra de minorías decisivas para gobernar. Esta no es tierra que agita espantajos identitarios. Esta no es tierra para hacer mercadería y groseros trueques políticos. Esta es tierra, en efecto, de siempre, de sudor, empieza a ser de lágrimas, y a esperar que nunca llegue la sangre.
La única escapada que me concede el rótulo callejero que encabeza la columna es que puede resultar más amable nominar las vías urbanas con algunas de las muchas palabras bonitas que contiene el castellano o español. Se me viene a la mente la del Desengaño, en Madrid. Muy estético el término, y con el doble sentido para el bien y para el mal. Amargura es unidireccional en lo negativo. Calles con nombres propios han generado con frecuencia debates sociales ásperos y polarizadores. Se dice que las palabras las carga el diablo. Pero mucho me temo que el de esta calle lo ha inspirado la desesperación.
![[Img #65673]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2023/2132_1-calle-amargura-copia.jpg)
La foto de cabecera vale por todo el titular, incluso por el texto al completo. Pero son inevitables las preguntas. Un pueblo de esta tierra dedicando el nombre de una de sus calles a la amargura, emoción dolorosa y acre de sabor sensual y moral. Nombrar las rúas tiene su ciencia. Las más de ellas se dedican a personas supuestamente bienhechoras del lugar o autoridades que fueron de sus dominios. Sea aldea, ciudad o nación, el paisanaje encuentra una denominación del callejero acorde con el nombre propio de un personaje de las letras, las artes, las ciencias, la milicia, la política o la religión. No son precisamente campos en los que falten heroicidades o miserias donde escarbar.
Porque esa es otra. Nombrar una calle se ha convertido en este país en un acto de declaración política, incluso más, de intenciones. Durante la dictadura, los vencedores de la guerra que la antecedió, se colgaron la condecoración añadida a sus hazañas del campo de batalla o de los excesos en la retaguardia, junto con la placa de su identidad en calles, plazas o avenidas. Llegada la democracia no se tardó mucho en proceder a su borrado. Un sistema de libertades tenía que rechazar necesariamente la honra por este procedimiento hacia personajes incompatibles con la dignidad de la libertad, por mucho que ocuparan un lugar en la historia: en sus oscuros y fríos sótanos, más bien.
Con el tiempo, el argumento se hizo más pedestre. Un cambio de signo de gobierno nacional o local, dentro del mismo sistema, acarreaba un revisionismo cada vez más estrecho de la identidad urbana. Así se llegó al imperio de la ignorancia de quitar su merecida calle, plaza o avenida a celebridades que solo cometieron el error de vivir en la época equivocada, y por ese solo hecho, encausarlos en una determinada militancia cuando sus méritos discurrían por otros senderos. La partitocracia mira la realidad con los prismáticos colocados del revés ante los ojos.
Los nacionalismos aldeanos agregaron escozor colectivo con el homenaje rotulado en placa sobre pared a paisanos con la épica a cuestas del tiro en la nuca o la dispersión discrecional de la Goma-2, cuando no, con la designación de las víctimas desde lúgubres mazmorras del cobarde poder que solo manda y no ejecuta. Los talantes totalitarios, del signo que sean, necesitan de la exageración ofensiva de la irracionalidad para hacerse notar.
Hay quien dice que las calles con nombre propio, más que homenaje, son la esquela de alguien, con el objeto de no dejar de ser nunca leída en tan sucinto texto. Porque el merecedor de semejante honor es casi siempre un finado que ha pasado, lo que se dice, a mejor vida. Las únicas excepciones de las rúas en vida son las más altas dignidades del Estado, un Rey, da lo mismo feudal que parlamentario, un Presidente, sobre todo, si se encumbra en la tiranía vitalicia. Pero no se conforman con su plaza o gran avenida. Habrán de acompañarle en su majestuosidad de cargo estatuas, preferiblemente ecuestres, nombres de centros sanitarios o de palacios de congresos, quizás de estadios o polideportivos. El equipamiento social es regalo de su gusto.
Lo que jamás me pude imaginar es que algún día me encontrase transitando por una calle denominada de la Amargura. ¿Qué pudo pasar por la mente de los vecinos para bautizar así una vía, que sí he testificado como humilde y vacía? Bueno, todo aquel pueblo era una inmensa soledad, término que coincide casi como sinónimo de ese amargor expresado en una sola palabra que golpea como un martillazo en la conciencia.
El lugar está en la subcomarca leonesa llamada La Sequeda, zona muy influenciada por las costumbres de La Maragatería, no en vano son colindantes. Hoy en día es una de las representaciones más poderosas de ese mapa de la nueva pobreza que es la España vaciada. Territorio aquejado de la anemia sanguínea que es la metáfora moderna de los pueblos sin gentes, esperando a morir de inanición por un futuro borrado por completo ya en el presente.
Me gustaría que algún regidor, en contexto local, autonómico o nacional, se dejara caer por estos lares, y en esa misma calle de La Amargura, mirando frente a frente al rótulo de marras, tejiera un discurso ante la ciudadanía. ¿Qué podría decir? Esta no es tierra de lenguas diferentes. Esta no es tierra de minorías decisivas para gobernar. Esta no es tierra que agita espantajos identitarios. Esta no es tierra para hacer mercadería y groseros trueques políticos. Esta es tierra, en efecto, de siempre, de sudor, empieza a ser de lágrimas, y a esperar que nunca llegue la sangre.
La única escapada que me concede el rótulo callejero que encabeza la columna es que puede resultar más amable nominar las vías urbanas con algunas de las muchas palabras bonitas que contiene el castellano o español. Se me viene a la mente la del Desengaño, en Madrid. Muy estético el término, y con el doble sentido para el bien y para el mal. Amargura es unidireccional en lo negativo. Calles con nombres propios han generado con frecuencia debates sociales ásperos y polarizadores. Se dice que las palabras las carga el diablo. Pero mucho me temo que el de esta calle lo ha inspirado la desesperación.






