'Las chicas están bien', una película de Itsaso Arana rodada en Nistal de la Vega
La recién estrenada pelicula, 'Las chicas están bien', dirigida por Itsaso Arana transcurre en El molino de Cela, en los parajes de Nistal de la Vega y tiene como actriz secundaria a Mercedes Unzeta, sugerente colaboradora de Astorga Redacción. La película aborda las relaciones que se establecen entre un grupo de amigas unidas por idénticas inquietudes y pasiones que deciden reunirse en el Molino de Cela, un molino rural alejado del mundanal ruido, para desgranar conversaciones y pareceres sobre le vida y la muerte, el amor, la belleza, la orfandad, el proceso creativo, la amistad y la actuación, o la sinceridad...
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Sin perder de vista un nítido referente fílmico con el que se asocia la propuesta de Itsaso Arana, bajo el título 'Cuentos de las cuatro estaciones' de Éric Rohmer, la actriz, directora teatral, musa de Jonás Trueba y ahora realizadora cinematográfica, logra en su debut un espontáneo mosaico sobre el universo femenino, las relaciones que se establecen entre un grupo de amigas unidas por idénticas inquietudes y pasiones que deciden reunirse en un molino rural, alejado del mundanal ruido, para desgranar conversaciones y pareceres sobre le vida y la muerte, el amor, la belleza, la orfandad, el proceso creativo, la amistad y la actuación, o la sinceridad dentro de ambos conceptos, las relaciones interpersonales o las creencias y principios de cada individuo y su correlación o convivencia con los de sus congéneres.
Eligiendo como McGuffin hitchcockiano o pretexto singular el ensayo de una obra escénica convocado por la propia Itsaso Arana, en su doble faceta de directora teatral y cinematográfica, complementada por el de actriz para mayor comprensión de los desafíos a los que se enfrentan sus compañeras, la directora logra desdibujar las fronteras entre el documental y la ficción al compartir su propia existencia y experiencias personales con las de sus intérpretes coetáneas, tal y como podría ocurrir en la vida real. Dentro de esta insólita, sugestiva y poderosa metaficción, cuyo desafío al espectador evoca propuestas tan sólidas como “Eva al desnudo” o “La huella” de Joseph Leo Mankiewicz, aunque con la espontaneidad y naturalidad del mencionado Rohmer, John Cassavetes o Matías Piñeiro, y de buena parte de sus predilectas realizadoras y guionistas: Celine Sciamma o Sophie Le Tourneur, Arana enhebra un prodigioso guión pactado con su “troupe” que logra transmitir al espectador, mediante una técnica similar a la de Jonás Trueba, lo que en realidad han tratado de rubricar en sus actuaciones corales: el retrato de un grupo de actrices, compañeras y amigas, en una época y lugar determinados, cuyas diversas psicologías y aspiraciones confluyen y muestran visiones y sensibilidades acompasadas, recreadas y vivenciadas al unísono.
El único artificio que se esgrime, quizás para hacer patente el territorio o los dominios escénicos, lo constituyen los trajes de época requeridos en la función que deben ensayar, más allá del entorno natural de pequeños bosques y verdes praderas, su escenario predilecto para compartir recuerdos y sensibilidades, relatos y anécdotas, cuentos de hechizos con sapos y princesas, cartas y príncipes destronados, en un mágico ambiente de “locus amoenus” prerrafaelita sobre el que tratan de derribar todo tipo de cánones establecidos y cuestionar la excesiva seriedad o la pretenciosa trascendencia de las vacas sagradas en el mundo artístico, recordándonos al propio Eric Rohmer cuando afirmaba que en sus películas “tan sólo mostraba a las personas que hablaban y se movían como los mismos paisajes”, confirmando así la certeza de “aquello que fluye con ligereza”, que coincide con el de buena parte de la crítica al refrendar, casi al unísono, la siguiente evidencia: “si algo tiene esta ópera prima es verdad, transparencia, humildad y cierto encanto”.
¿Y cómo se puede retratar un fragmento de la propia vida? Sustituyendo las habituales estructuras secuenciales por capítulos independientes, sin predisposición en el tiempo, verdaderos “versos sueltos” tan sólo separados por algún “leit-motiv” como la iconografía que utiliza mediante los paneles de tela Toile de Jouy ornamentados e ilustrados en sucesivos tonos pastel sobre un fondo de percal, lo que nos transporta en el tiempo a las escenas pastorales anteriormente aludidas, que retrataban a grupos de mujeres ataviadas según su oficio o estamento social, con un comportamiento reposado y pasivo al lado de sus nobles adláteres, lo cual ofrece un contraste aún mayor con el dinamismo, soltura, desenvoltura y libertad de movimientos y pensamiento de las jóvenes contemporáneas, adalides de la femineidad del nuevo milenio, que tan sólo deciden ajustarse los corsés y las faldas de aro de Toile cuando tratan precisamente de cuestionar los modelos de un pasado remoto y la injusta postración de sus antepasadas.
Es lógico que entre la crítica más avezada Itsaso Arana haya recibido elogios de su ópera prima considerándola como un “prodigio de cine clarividente, lúcido, ingrávido… Una de las sorpresas más encantadoras, inclasificables y bellas de la temporada”, “una película fresca, grácil, simpática, juguetona, original”, donde “todo fluye con ligereza y si algo rezuma es verdad, humildad y cierto encanto”, como “una luminosa celebración de la amistad femenina”, con un resultado “juguetón y libre, que roza ocasionalmente el preciosismo pero en su mayor parte resulta conmovedor, ligado a un palpable sentido de la amistad femenina y a un perspicaz interés por sus dinámicas”, o como “una película que desafía cualquier categorización al mezclar ficción y documental, comedia y drama… Tratada con tal delicadeza que a veces no percibimos del todo la gracia con la que trata los temas trascendentales”…
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Sin perder de vista un nítido referente fílmico con el que se asocia la propuesta de Itsaso Arana, bajo el título 'Cuentos de las cuatro estaciones' de Éric Rohmer, la actriz, directora teatral, musa de Jonás Trueba y ahora realizadora cinematográfica, logra en su debut un espontáneo mosaico sobre el universo femenino, las relaciones que se establecen entre un grupo de amigas unidas por idénticas inquietudes y pasiones que deciden reunirse en un molino rural, alejado del mundanal ruido, para desgranar conversaciones y pareceres sobre le vida y la muerte, el amor, la belleza, la orfandad, el proceso creativo, la amistad y la actuación, o la sinceridad dentro de ambos conceptos, las relaciones interpersonales o las creencias y principios de cada individuo y su correlación o convivencia con los de sus congéneres.
Eligiendo como McGuffin hitchcockiano o pretexto singular el ensayo de una obra escénica convocado por la propia Itsaso Arana, en su doble faceta de directora teatral y cinematográfica, complementada por el de actriz para mayor comprensión de los desafíos a los que se enfrentan sus compañeras, la directora logra desdibujar las fronteras entre el documental y la ficción al compartir su propia existencia y experiencias personales con las de sus intérpretes coetáneas, tal y como podría ocurrir en la vida real. Dentro de esta insólita, sugestiva y poderosa metaficción, cuyo desafío al espectador evoca propuestas tan sólidas como “Eva al desnudo” o “La huella” de Joseph Leo Mankiewicz, aunque con la espontaneidad y naturalidad del mencionado Rohmer, John Cassavetes o Matías Piñeiro, y de buena parte de sus predilectas realizadoras y guionistas: Celine Sciamma o Sophie Le Tourneur, Arana enhebra un prodigioso guión pactado con su “troupe” que logra transmitir al espectador, mediante una técnica similar a la de Jonás Trueba, lo que en realidad han tratado de rubricar en sus actuaciones corales: el retrato de un grupo de actrices, compañeras y amigas, en una época y lugar determinados, cuyas diversas psicologías y aspiraciones confluyen y muestran visiones y sensibilidades acompasadas, recreadas y vivenciadas al unísono.
El único artificio que se esgrime, quizás para hacer patente el territorio o los dominios escénicos, lo constituyen los trajes de época requeridos en la función que deben ensayar, más allá del entorno natural de pequeños bosques y verdes praderas, su escenario predilecto para compartir recuerdos y sensibilidades, relatos y anécdotas, cuentos de hechizos con sapos y princesas, cartas y príncipes destronados, en un mágico ambiente de “locus amoenus” prerrafaelita sobre el que tratan de derribar todo tipo de cánones establecidos y cuestionar la excesiva seriedad o la pretenciosa trascendencia de las vacas sagradas en el mundo artístico, recordándonos al propio Eric Rohmer cuando afirmaba que en sus películas “tan sólo mostraba a las personas que hablaban y se movían como los mismos paisajes”, confirmando así la certeza de “aquello que fluye con ligereza”, que coincide con el de buena parte de la crítica al refrendar, casi al unísono, la siguiente evidencia: “si algo tiene esta ópera prima es verdad, transparencia, humildad y cierto encanto”.
¿Y cómo se puede retratar un fragmento de la propia vida? Sustituyendo las habituales estructuras secuenciales por capítulos independientes, sin predisposición en el tiempo, verdaderos “versos sueltos” tan sólo separados por algún “leit-motiv” como la iconografía que utiliza mediante los paneles de tela Toile de Jouy ornamentados e ilustrados en sucesivos tonos pastel sobre un fondo de percal, lo que nos transporta en el tiempo a las escenas pastorales anteriormente aludidas, que retrataban a grupos de mujeres ataviadas según su oficio o estamento social, con un comportamiento reposado y pasivo al lado de sus nobles adláteres, lo cual ofrece un contraste aún mayor con el dinamismo, soltura, desenvoltura y libertad de movimientos y pensamiento de las jóvenes contemporáneas, adalides de la femineidad del nuevo milenio, que tan sólo deciden ajustarse los corsés y las faldas de aro de Toile cuando tratan precisamente de cuestionar los modelos de un pasado remoto y la injusta postración de sus antepasadas.
Es lógico que entre la crítica más avezada Itsaso Arana haya recibido elogios de su ópera prima considerándola como un “prodigio de cine clarividente, lúcido, ingrávido… Una de las sorpresas más encantadoras, inclasificables y bellas de la temporada”, “una película fresca, grácil, simpática, juguetona, original”, donde “todo fluye con ligereza y si algo rezuma es verdad, humildad y cierto encanto”, como “una luminosa celebración de la amistad femenina”, con un resultado “juguetón y libre, que roza ocasionalmente el preciosismo pero en su mayor parte resulta conmovedor, ligado a un palpable sentido de la amistad femenina y a un perspicaz interés por sus dinámicas”, o como “una película que desafía cualquier categorización al mezclar ficción y documental, comedia y drama… Tratada con tal delicadeza que a veces no percibimos del todo la gracia con la que trata los temas trascendentales”…