A propósito de correr
![[Img #65737]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2023/6604_carrizo-_dsc2647.jpg)
“Es el más pequeño de todos, el último.
Pero no le digáis nada; dejadle que juegue.”
(Vicente Alexandre)
Yo corría; pero eso fue hace ya algún tiempo. Cuando llegaba a casa, después de trabajar, por la mañana, o por la tarde, o al anochecer, cualquier momento me parecía bueno, me cambiaba de ropa y salía a correr. Nada más traspasar el umbral de la puerta, ya tenía, ahí mismo, delante, la pista. La calle era la pista. La acera también lo era. A veces me ponía a dar vueltas a una manzana. Otras, bajaba al parque, donde jugaban los niños. A menudo salía al campo y corría por los caminos de tierra. Me perdía en la llanura, en las vaguadas, en los recuestos. Corría, corría, corría. Me gustaba sentir el aire en la cara; la tensión y la fuerza de los músculos de las piernas. El corazón. La sangre. La respiración. Todo al límite. Era como volver a ser niño. Como correr otra vez por las calles de mi pueblo; por los caminos y senderos que lo circundan; por la orilla del canal, del río. Correr era mi épica. Y en esta épica yo me sentía héroe. Aquiles, Héctor, Odiseo, Diomedes. Heracles. El héroe que ha de cumplir una misión: llegar antes que la vez anterior; antes que otros, los que me ganaron por poco en la última carrera. Correr cada vez más deprisa. Mejorar. Dar de mí corriendo todo lo que podía dar. Correr. Soñar. Pero hoy ya no corro. El sueño se ha roto. Me limito a ver correr a otros, y los envidio. ¡Cómo los envidio! A veces siento ganas de seguirlos, de ponerme al lado, de aguantarles el ritmo, de ir hablando con ellos. Hablar de tiempos, de pulsaciones, de zapatillas, de camisetas, de la próxima carrera. También recuerdo cuando corría, y me da por escribir, como si con ello pudiera recuperar lo que ya ha quedado atrás, cada vez más lejos. Lo ya perdido. Lo irrecuperable. Y mientras recuerdo, escribo, voy notando en mis venas el flujo acelerado de la sangre, escuchando el sonido hueco de las pisadas en el asfalto, viendo los tiempos y los latidos en el reloj, calculando, sintiendo el aire quemándome en la garganta. Me voy ahogando, muriendo. Vuelvo a ser el héroe de esta epopeya del correr. Otra vez Aquiles. Pero recordar, escribir, no es lo mismo que correr. Correr es otra cosa. Es más vivir. Más vivir que nada.
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“Es el más pequeño de todos, el último.
Pero no le digáis nada; dejadle que juegue.”
(Vicente Alexandre)
Yo corría; pero eso fue hace ya algún tiempo. Cuando llegaba a casa, después de trabajar, por la mañana, o por la tarde, o al anochecer, cualquier momento me parecía bueno, me cambiaba de ropa y salía a correr. Nada más traspasar el umbral de la puerta, ya tenía, ahí mismo, delante, la pista. La calle era la pista. La acera también lo era. A veces me ponía a dar vueltas a una manzana. Otras, bajaba al parque, donde jugaban los niños. A menudo salía al campo y corría por los caminos de tierra. Me perdía en la llanura, en las vaguadas, en los recuestos. Corría, corría, corría. Me gustaba sentir el aire en la cara; la tensión y la fuerza de los músculos de las piernas. El corazón. La sangre. La respiración. Todo al límite. Era como volver a ser niño. Como correr otra vez por las calles de mi pueblo; por los caminos y senderos que lo circundan; por la orilla del canal, del río. Correr era mi épica. Y en esta épica yo me sentía héroe. Aquiles, Héctor, Odiseo, Diomedes. Heracles. El héroe que ha de cumplir una misión: llegar antes que la vez anterior; antes que otros, los que me ganaron por poco en la última carrera. Correr cada vez más deprisa. Mejorar. Dar de mí corriendo todo lo que podía dar. Correr. Soñar. Pero hoy ya no corro. El sueño se ha roto. Me limito a ver correr a otros, y los envidio. ¡Cómo los envidio! A veces siento ganas de seguirlos, de ponerme al lado, de aguantarles el ritmo, de ir hablando con ellos. Hablar de tiempos, de pulsaciones, de zapatillas, de camisetas, de la próxima carrera. También recuerdo cuando corría, y me da por escribir, como si con ello pudiera recuperar lo que ya ha quedado atrás, cada vez más lejos. Lo ya perdido. Lo irrecuperable. Y mientras recuerdo, escribo, voy notando en mis venas el flujo acelerado de la sangre, escuchando el sonido hueco de las pisadas en el asfalto, viendo los tiempos y los latidos en el reloj, calculando, sintiendo el aire quemándome en la garganta. Me voy ahogando, muriendo. Vuelvo a ser el héroe de esta epopeya del correr. Otra vez Aquiles. Pero recordar, escribir, no es lo mismo que correr. Correr es otra cosa. Es más vivir. Más vivir que nada.






