Loli
![[Img #65740]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2023/4242_4-loly-dsc_1862-copia.jpg)
Hoy no voy a conversar con Lidia. Hoy Loli es la protagonista de mi escrito.
Loli podía haber sido Nadie pero fue Loli. Un buen día apareció, nacida allá por el año 1956, una jovencita de 14 años, delgadita, muy delgadita, tanto que parecía que se iba a quebrar, con ojos negros y grandes, como espantados, y un desaliñe propio de la miseria. Llegaba a las puertas de Casa Carrera a solicitar el puesto vacante de camarera.
Casa Carrera daba servicio de pensión y restaurante. Con clientes fijos, y gente de paso, la Casa estaba siempre llena. La propaganda del boca a boca había dispersado la fama de buenísima comida, e igual trato, por todo el orbe nacional. Su situación estratégica en la ruta hacia Galicia favorecía que viajantes, viajeros y conductores de autobuses y camiones divulgaran sus excelencias sin reparo.
Esta jovencita que apareció de pronto a las puertas de la Casa venía de las profundidades de la Cabrera, una zona muy deprimida, abatida por la sequedad de sus tierras y la dureza de la vida en ellas. Sus padres habían tenido que emigrar al extranjero por esa dura razón de vida, y las dos hermanas quedaron al cuidado de la tía. Esa tía que respondía perfectamente al odiado personaje de novela. Se quedó con las sobrinas por la fuerza de las circunstancias, lo que lejos de despertarle amor y ternura por esas criaturas que de la noche a la mañana se quedaban sin sus queridos padres, le brotó una gran irritación por lo que consideraba una enorme contrariedad y, seguramente, un profundo resentimiento por no ser ella la que se marchara de aquella inhóspita tierra.
Y como la naturaleza humana tiene sus sinuosidades, páginas en blanco, reacciones imprevisibles, o quizás previsibles, la tía canalizó su amargura hacia las atemorizadas niñas. Y como en los cuentos de antes donde había madrastras horribles y familiares malvados, a las sobrinas la tía las asignó los papeles más duros de la casa y del ganado. Las tenía trabajando sin descanso y las alimentaba con lo mínimo para que no desfallecieran. Y así, las pobres niñas huérfanas vivían desheredadas de amor, de atención y de los cuidados que deberían de corresponderles como niñas y como ser humano.
Un buen día llegó un camionero por la zona de la Cabrera para cargar material y viendo a aquella joven en un estado tan necesitado se acordó de la vacante de camarera del restaurante donde él comía habitualmente, y se le ocurrió que podría ser una buena salida para sacar a aquella jovencita de la miseria. Así se lo propuso y sin pensarlo dos veces la adolescente se subió al camión camino de Astorga.
Y fue así como apareció aquella chiquilla con aspecto misérrimo a las puertas del restaurante Carrera. La señora Carrera, al verla, se asustó y consideró que era imposible que en aquel estado tan frágil y mísero la criatura pudiera servir para servir mesas. A la niña de 14 años, que había puesto todas sus esperanzas de vida en aquella oportunidad que le había brindado el camionero, la posibilidad de volver a las garras de la tía cruel la fundió en un desconsolado llanto.
Ese llanto a la señora Carrera le pudo más que cualquier necesidad de sirvienta y, en ese momento, decidió acoger a Loli en el seno de su familia. Su primer objetivo se centró en que la niña comiera y comiera todo lo que no había comido en sus años, buenos guisos y buenos bocadillos de jamón para que fuera cogiendo cuerpo. Loli, entonces, siguió llorando pero ahora no era un llanto de desesperación sino un llanto dulce y sosegado de felicidad. De pronto conoció el amor, la ternura y un ambiente familiar de bienestar, tranquilidad y seguridad. Sintió que había encontrado el paraíso.
Y en el paraíso se quedó ya viviendo toda su vida. Con las atenciones recibidas cogió cuerpo, trabajó en el restaurante y se reconcilió con la vida. Los Carrera decidieron que tenía que instruirse y la mandaron a estudiar. Cuando por jubilaciones se cerró el restaurante, Loli pasó a trabajar a casa de una familia de la ciudad, pero siempre viviendo en casa de los Carrera. Más tarde Loli se dedicó a cuidar a la tía, no la suya, no, aquella tía malvada a la que nunca volvió a saber de ella, sino a la de los Carrera, hasta que la tía falleció. La vida fue pasando y cuando ya no vivían ni los padres Carrera ni la tía Carrera, fueron los hermanos Carrera, Benito y Toño, y la prima Alicia, los que se ocuparon de estar pendiente de ella. Loli no tenía a nadie más querido en el mundo, ellos eran su querida familia. Aquella hermana de Loli que había dejado atrás había salido también del horror de la Cabrera y se había establecido en Barcelona donde hizo su vida. Poco trato tuvo con ella. Tampoco tuvo trato con sus padres que, jubilados en el extranjero, volvieron a la zona y se establecieron en la Bañeza. Pero los muchos años de emigrantes les habían borrado cualquier tipo de afecto filial, para ellos Loli era una extraña.
Con todo lo vivido la naturaleza de Loli forzó el desarrollo de su personalidad prudente, reservada, agradecida, muy cariñosa, muy muy discreta y, sobre todo, siempre dispuesta a dar. Dio mucho más de lo que recibió, sienten y dicen sus hermanos Carrera para los que Loli siempre fue su queridísima hermana pequeña.
Hace poco el cáncer llegó al cuerpo, siempre frágil, de Loli, porque a pesar de los guisos y los bocadillos de jamón de la señora Carrera, su cuerpo había adquirido, en esos primeros años de formación tan importantes, esa característica de fragilidad difícil de combatir. El puñetero cáncer se había instalado con maligna eficacia en su organismo y su débil constitución apenas podía con el duro tratamiento. Ahora eran Benito y Toño, sus queridos hermanos postizos, más fraternales que muchos hermanos de sangre, quienes dedicaban todo su amor y cuidados a Loli para afrontar entre todos este grave revés de salud.
Pero el cáncer ha podido con todos y hace unos días se ha llevado a Loli. Y Loli se ha ido plácidamente de este mundo, satisfecha, feliz y agradecida de que la vida le hubiera proporcionado tanto amor a su alrededor, a ella, que salió de la Cabrera sin nada, pero no sólo sin nada material, sino también sin nada inmaterial, y finalmente se ha ido en la abundancia de todo aquello que jamás había soñado de pequeña porque no sabía que existía.
Loli fue muy querida y ella quiso mucho. Dejó un recuerdo imborrable a los que la quisieron. Descansará en paz.
O témpora o mores
![[Img #65740]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2023/4242_4-loly-dsc_1862-copia.jpg)
Hoy no voy a conversar con Lidia. Hoy Loli es la protagonista de mi escrito.
Loli podía haber sido Nadie pero fue Loli. Un buen día apareció, nacida allá por el año 1956, una jovencita de 14 años, delgadita, muy delgadita, tanto que parecía que se iba a quebrar, con ojos negros y grandes, como espantados, y un desaliñe propio de la miseria. Llegaba a las puertas de Casa Carrera a solicitar el puesto vacante de camarera.
Casa Carrera daba servicio de pensión y restaurante. Con clientes fijos, y gente de paso, la Casa estaba siempre llena. La propaganda del boca a boca había dispersado la fama de buenísima comida, e igual trato, por todo el orbe nacional. Su situación estratégica en la ruta hacia Galicia favorecía que viajantes, viajeros y conductores de autobuses y camiones divulgaran sus excelencias sin reparo.
Esta jovencita que apareció de pronto a las puertas de la Casa venía de las profundidades de la Cabrera, una zona muy deprimida, abatida por la sequedad de sus tierras y la dureza de la vida en ellas. Sus padres habían tenido que emigrar al extranjero por esa dura razón de vida, y las dos hermanas quedaron al cuidado de la tía. Esa tía que respondía perfectamente al odiado personaje de novela. Se quedó con las sobrinas por la fuerza de las circunstancias, lo que lejos de despertarle amor y ternura por esas criaturas que de la noche a la mañana se quedaban sin sus queridos padres, le brotó una gran irritación por lo que consideraba una enorme contrariedad y, seguramente, un profundo resentimiento por no ser ella la que se marchara de aquella inhóspita tierra.
Y como la naturaleza humana tiene sus sinuosidades, páginas en blanco, reacciones imprevisibles, o quizás previsibles, la tía canalizó su amargura hacia las atemorizadas niñas. Y como en los cuentos de antes donde había madrastras horribles y familiares malvados, a las sobrinas la tía las asignó los papeles más duros de la casa y del ganado. Las tenía trabajando sin descanso y las alimentaba con lo mínimo para que no desfallecieran. Y así, las pobres niñas huérfanas vivían desheredadas de amor, de atención y de los cuidados que deberían de corresponderles como niñas y como ser humano.
Un buen día llegó un camionero por la zona de la Cabrera para cargar material y viendo a aquella joven en un estado tan necesitado se acordó de la vacante de camarera del restaurante donde él comía habitualmente, y se le ocurrió que podría ser una buena salida para sacar a aquella jovencita de la miseria. Así se lo propuso y sin pensarlo dos veces la adolescente se subió al camión camino de Astorga.
Y fue así como apareció aquella chiquilla con aspecto misérrimo a las puertas del restaurante Carrera. La señora Carrera, al verla, se asustó y consideró que era imposible que en aquel estado tan frágil y mísero la criatura pudiera servir para servir mesas. A la niña de 14 años, que había puesto todas sus esperanzas de vida en aquella oportunidad que le había brindado el camionero, la posibilidad de volver a las garras de la tía cruel la fundió en un desconsolado llanto.
Ese llanto a la señora Carrera le pudo más que cualquier necesidad de sirvienta y, en ese momento, decidió acoger a Loli en el seno de su familia. Su primer objetivo se centró en que la niña comiera y comiera todo lo que no había comido en sus años, buenos guisos y buenos bocadillos de jamón para que fuera cogiendo cuerpo. Loli, entonces, siguió llorando pero ahora no era un llanto de desesperación sino un llanto dulce y sosegado de felicidad. De pronto conoció el amor, la ternura y un ambiente familiar de bienestar, tranquilidad y seguridad. Sintió que había encontrado el paraíso.
Y en el paraíso se quedó ya viviendo toda su vida. Con las atenciones recibidas cogió cuerpo, trabajó en el restaurante y se reconcilió con la vida. Los Carrera decidieron que tenía que instruirse y la mandaron a estudiar. Cuando por jubilaciones se cerró el restaurante, Loli pasó a trabajar a casa de una familia de la ciudad, pero siempre viviendo en casa de los Carrera. Más tarde Loli se dedicó a cuidar a la tía, no la suya, no, aquella tía malvada a la que nunca volvió a saber de ella, sino a la de los Carrera, hasta que la tía falleció. La vida fue pasando y cuando ya no vivían ni los padres Carrera ni la tía Carrera, fueron los hermanos Carrera, Benito y Toño, y la prima Alicia, los que se ocuparon de estar pendiente de ella. Loli no tenía a nadie más querido en el mundo, ellos eran su querida familia. Aquella hermana de Loli que había dejado atrás había salido también del horror de la Cabrera y se había establecido en Barcelona donde hizo su vida. Poco trato tuvo con ella. Tampoco tuvo trato con sus padres que, jubilados en el extranjero, volvieron a la zona y se establecieron en la Bañeza. Pero los muchos años de emigrantes les habían borrado cualquier tipo de afecto filial, para ellos Loli era una extraña.
Con todo lo vivido la naturaleza de Loli forzó el desarrollo de su personalidad prudente, reservada, agradecida, muy cariñosa, muy muy discreta y, sobre todo, siempre dispuesta a dar. Dio mucho más de lo que recibió, sienten y dicen sus hermanos Carrera para los que Loli siempre fue su queridísima hermana pequeña.
Hace poco el cáncer llegó al cuerpo, siempre frágil, de Loli, porque a pesar de los guisos y los bocadillos de jamón de la señora Carrera, su cuerpo había adquirido, en esos primeros años de formación tan importantes, esa característica de fragilidad difícil de combatir. El puñetero cáncer se había instalado con maligna eficacia en su organismo y su débil constitución apenas podía con el duro tratamiento. Ahora eran Benito y Toño, sus queridos hermanos postizos, más fraternales que muchos hermanos de sangre, quienes dedicaban todo su amor y cuidados a Loli para afrontar entre todos este grave revés de salud.
Pero el cáncer ha podido con todos y hace unos días se ha llevado a Loli. Y Loli se ha ido plácidamente de este mundo, satisfecha, feliz y agradecida de que la vida le hubiera proporcionado tanto amor a su alrededor, a ella, que salió de la Cabrera sin nada, pero no sólo sin nada material, sino también sin nada inmaterial, y finalmente se ha ido en la abundancia de todo aquello que jamás había soñado de pequeña porque no sabía que existía.
Loli fue muy querida y ella quiso mucho. Dejó un recuerdo imborrable a los que la quisieron. Descansará en paz.
O témpora o mores






