Lorenzo López Trigal
Sábado, 30 de Septiembre de 2023

Astorga por el retrovisor

 

Agustín Álvarez,. Astorga por el retrovisor; Ediciones El Criticón; Editorial AKRÓN

 

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En este mes de septiembre, de vuelta a la ciudad, he tenido la oportunidad de leer libros de astorganos de mi generación. El primero, de Pedro Salvadores, esquematiza en ‘El Márketing y el protocolo familiar’ (2023) la cronología de su empresa familiar maragata, animado por dejarnos una lección del valor del esfuerzo personal y la planificación a la hora de emprender, donde se pueden percibir sus “raíces maragatas”. El segundo libro es de Agustín Álvarez, ‘Astorga por el retrovisor’ (2023), que recopila una treintena de artículos periodísticos, en gran parte publicados en medios locales, y algunos obituarios de personajes astorganos, donde se nos muestra un ejercicio de ‘astorganía’, que vamos a comentar. Y, gracias a su editor, leo ahora el magnífico libro de Andrés Martínez Oria, ‘Jardín perdido’ (2009), entre el ensayo y la narrativa, que por lo que conozco encierra el mejor retrato de la sociedad de Astorga del siglo XX y de la familia y casa de los Panero y su entorno.

 

El segundo de los autores, Agustín Álvarez, es una persona bien conocida entre los astorganos. Desde sus primeros años en el vecindario de la calle Padre Blanco, ‘Tini’ apuntaba ya en su vocación de líder de nuestra pandilla de chicos y nos conducía a la deriva por toda la ciudad y sus rincones, desde los más próximos en los juegos en la ‘casa vieja’ de la muralla hasta los más distantes de extramuros… y ahora, en los últimos años, lidera el amplio grupo de alumnos astorganos del programa Universidad de la Experiencia. Su periplo de vida activa pasa por distintos oficios y lugares: el de las artes gráficas en Astorga, la hostelería en Reino Unido, piloto de vuelos comerciales en Toronto, y, de nuevo, profesor de inglés en Astorga. Con este bagaje, acompañado de su vocación autodidacta, culmina el periplo a su vuelta a Astorga como cultivador de una huerta primorosa en el arrabal de San Andrés (el viejo sueño hecho realidad, un ‘hobby saludable’ después de tantos vuelos por el mundo).

 

Esta es su obra primeriza y armado de una memoria excelente y fotografías oportunas, nos plantea, con cierto orden, fragmentos de la ciudad a lo largo del siglo XX ,que uniendo artículos y obituarios cabe ser comentada por temáticas.

 

De entrada, nos presenta una visión de la enseñanza pública en el Colegio Blanco de Cela durante los años 1950, con recuerdos que reflejan a las claras el método practicado entre los maestros de posguerra, aplicado entonces a la mitad de los escolares astorganos, ya que la otra mitad estábamos en la privada religiosa. De este mismo centro, resaltan dos personas, el profesor don Ángel Murias (que con don Juan Seco en la Preparatoria del Seminario serían los dos más queridos del magisterio local) y su compañero de pupitre Paquito ‘Jilguero’, fallecido ‘posiblemente’ por la violencia de un profesor.

 

Del tipo de “reflejos de astorganos” son parte de los artículos. Unos dedicados a la Banda Municipal y sus músicos (Luis Álvarez, los Morla y los Alonso, aunque no se cita a la figura del singular Tano, el más reconocido por la chiquillería), completado con el recuerdo de Goyo, el músico y promotor local del deporte de tenis. O los recuerdos del periodista Magín Revillo, el canónigo don Bernardo Velado Graña, el locutor de radio y cronista Martín Martínez, el polifacético y entrañable Pepín Díez o el empresario y alcalde Luis González, entre otros..

 

Sin embargo, la temática dominante es de ‘retrospectiva’ y ‘estampas’ sobre las Murallas, la Fuentencalada (nombre transcrito tal como se pronuncia en el habla de Astorga), las Ferias y Fiestas, la Semana Santa, algunas de las calles y plazas del centro de la ‘ciudad’ (con sus correspondientes comercios y comerciantes), el Jardín y la fuente morisca, la casa del Mejicano, Cuatro Caminos, la Brecha, la calle Zapatao El Bodegón y sus clientes.

 

Restan de esta tipología algunos textos a valorar para la historia íntima local, como la llegada de la impresora de litografía ‘Marinoni’ y su actividad para las etiquetas de productos del chocolate o las mantecadas. Y sobre todo el relato cinematográfico de ‘El Crimen de Obregón’ y cómo se encontraron, tiempo después, las monedas de oro que atesoraba el difunto, don Sebastián Martínez de Obregón.

 

El prologuista de la obra, el alcalde e historiador Arsenio García Fuertes ha realizado una encomiable valoración del libro que suscribo también, pues ha surgido de una experiencia humana y vital puesta de cara al lector, que a buen seguro será de nacencia o vecindad astorgana. Si el autor ha sido piloto habrá sobrevolado otras muchas ciudades, pero en esta su ciudad de Astorga ha sido un andarín en ella y a modo de un ‘tapiz volante’ (como hiciera Saint-Exupéry en Terre des hommes) ha aportado su mirada privilegiada y ha reflexionado sobre viarios, personas y vecindarios que han sido el soporte de esta ciudad ensoñada y a la vez real.

 

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