Max Alonso
Sábado, 07 de Octubre de 2023

La gata Layla (2)

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Hablaré de Layla siempre que me acuerde de comportamientos interesados y con poco respeto a las propias convicciones. Nada de esto es el caso de mujeres astorganas, a las que me he referido en alguna ocasión, que supieron enamorar a milicios, se casaron con ellos y se fueron de Astorga, pero no dejaron de volver y traer a sus maridos e integrarles en la vida de la ciudad. Fue el caso de la dulce Blanca Gavela y Alberto Delgado, periodista completo, de los de antes cuando el oficio era honrado, que desembarcó hace muchos años en TVE como presentador e introdujo a los periodistas en esta nueva faceta de presentadores de noticias en la tele.

 

María Jesús Gavela, la que escribió el libro sobre Gaudí y es pianista consumada, que sedujo y arrastró a otras más jóvenes astorganas, las Cinco Magníficas, a dedicarse a la música, pero como decía Billy Wilder con sus personajes intensos, con mostacho, esa es otra historia. Se casó con Antonio Ojanguren, procedente del paraíso asturiano de Trubia, continuador de la Covadonga histórica y liberadora, conocido por ser el asentamiento de la Fábrica de Armas. De allí procede el mostacho de este literato peripatético por los escenarios y los paisajes astorganos.

 

Como la hizo la susurradora y profesora Loli Pellitero, con el completo y multidisciplinar profesor Manuel Tello, entretantos otros que ejercen de astorganismo, aunque no alcancen la eficacia y dedicación de él. También lo ha hecho Germán Gullón, catedrático que fue en Holanda, crítico literario continuador de la obra y la línea de su padre Ricardo Gullón y autor, en otra variante no idéntica pero masculina ejemplar, con su compañera holandesa Heilet Van Ree, que viene a regalarnos sus sonrisas y sus acuarelas.

 

Que la gata Layla se oculte y se abstraiga cuando alguien interrumpe la placidez de su casa no es conducta a imitar. Más vale el comportamiento de quienes no solo no se esconden y traen a casa a quiénes aman. Apuesto por esto, como un valor más grande y positivo que todo lo que signifique rechazo y egoísmo. Fue en mi artículo sobre Gigantes y Cabezudos, al filo de las Fiestas, cuando por primera vez suspiré por Layla, atribuyendo su ausencia no a ella, sino a quien le hubiera inducido a ello. No concebía entonces que pudiera obrar así por sí misma. La lucidez no nos asalta de súbito, sino que llegamos a ella por las experiencias y los desengaños.

 

Su ausencia proseguía cuando escribí Jenni deja caer a Rubiales, testimoniando la autodestrucción de un esperpento canalla. Entonces presumía que Layla ignoraba su ley e imponía su ausencia porque la mentira se impone y triunfa cuando domina. Pude alcanzar la serenidad a la semana siguiente cuando escribí Astorga y el Festival, después de descubrir la verdad de Layla, que ella sucumbía y se traicionaba y renunciaba a sus convicciones por el débil argumento de las chuches.

 

Eran los días en que el país llegó a la mayor inanidad, rebasando aquella absoluta del anciano Ramón Tamames, superado por otros dos ancianos caducos y perdidos, Felipe y Guerra, preparando todos ellos el camino como Juan el Bautista, al Mesías, el fallido Alberto Núñez Feijóo. Esta cruel parodia, con tanto de esperpento, de la vida de Jesucristo, superando a la de los Monty Python, ha tenido mucho de trágica, recordando como acabó el Bautista, con la cabeza cortada sobre una bandeja, después de que la bella Isabel Díez Ayuso la demandara, tras su sacrílega danza de los Siete Velos.

 

En la parodia actual, es de esperar, afortunadamente, que no haya sangre, solo babas de viejos, pues mucha sería la que se derramaría procedente de tantos bautistas aficionados, precedentes del Mesías fracasado. Es aquí cuando la gata Layla vuelve a recuperar todo su sentido, cuando después de aparecer como el último baluarte de la mentira, se manifiesta como la auténtica heroína de la autoventa de la voluntad, en un juego de espejos. Cuando las Cortes alcanzan su mayor inutilidad, envolviéndose en el babel de las lenguas y el culmen de la ceremonia de la confusión, cuando ya no hay ideas, solo sentimientos alterados y los diputados se dedican a reprocharse, mutuamente unos a otros, la pérdida de principios, cuando han perdido algo peor, la cabeza.

 

La de todos, cortadas y mostradas sobre una bandeja, como ofrenda necesaria a un mañana que lo han hecho imposible.Todo él fuera y, si no hay relevos, que las puertas del Parlamento permanezcan cerradas, custodiadas por los dos leones, en recuerdo de la clarividente Layla, la única en verdad sincera de la historia, hasta que los haya.

 

Reconozco que la neurótica Layla debía creerse que tenía capacidad para ahuyentar los espíritus malignos, lo que no esta mal en estos tiempos que parece que hay tantos sueltos en su empeño de romper España. Chus, con toda su tranquilidad, los ve. Al menos te lo hace creer cuando fija la mirada en un punto como si observara algo que merece toda su atención. Tal como sucede con las meigas, que no existen, pero haberlas haylas.

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