La fiesta de la insignificancia
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Milan Kundera nos ha dejado este día 12 de julio del 23. Qué gran momento es este para no perder de vista los mensajes de un autor cuyas obras han sido un ejercicio filosófico. La fiesta de la insignificancia es un libro corto para leer apenas en un par de ratos anodinos como un desplazamiento en tren o bajo la sombrilla de la playa. Su grandeza se haya en una simpleza premeditada, que incluso algunos de sus más incondicionales lectores no han terminado de descifrar. En honor a su memoria, a su sabiduría, dejo aquí cinceladas algunas de las meditaciones en las que me ha dejado sumergida esta lectura y que mucho tienen que ver con los tiempos que vivimos. Eso sí, no encontraréis aquí ni una pizca del argumento pues es este el tipo de lectura que cada uno debe hacer por sí mismo y concluir con su propia reflexión.
La vida está tan llena de frivolidades, es tan insignificante, tan inconstante en su órbita, tan frágil que confirma la teoría del iceberg, y es que de esta no alcanzamos a apreciar nada más que la puntita. Se percibe claramente al leer a Milan Kundera, que apenas roza, en esta obra, su profundidad y, sin embargo, todo queda dicho con ingenio y magistral ironía entre líneas. Juega con nuestro reflejo y detalla el camino que seguimos, pormenoriza nuestra alma, nuestros recuerdos y nuestra historia repetida.
Somos la mecánica de una sociedad absurda a la que solo se puede sobrevivir con sentido del humor nos dice el autor y me repito yo misma asintiendo con un movimiento lento de cabeza. Algunos viven encantados revolcándose en su propia desdicha porque tal vez eso les otorga cierta transcendencia, generar un efecto, una afección o sentimiento diferente en los demás. Necesitamos que las cosas vayan pichí-pachá para poder seguir alimentando la infinita queja, la infinita demanda, el narcisismo de vernos reflejados en los ojos de otros cuando despertamos en ellos cierto interés. Por eso vamos hacia donde vamos. Por eso nos da miedo ser libres, porque ser libre nos obliga a ser inteligentes, a demostrar lucidez, talento e imaginación. Y es menos fatigoso, claro está, movernos sobre la línea que nos marcan porque para eso no es necesario desarrollar ninguna capacidad. Las personas brillantes son nocivas porque nos obligan a ascender hasta ese escalón para no parecer mediocres, por lo que ganamos más poniendo de moda lo vulgar, lo ridículo e incluso lo grosero. Y en esta fiesta nosotros podemos ser uno de tantos, sin nada que demostrar.
Después está la historia que es, en demasiadas ocasiones, un teatro de marionetas donde el que manipula los hilos tiene albedrío para inventar cuando el recuerdo se difumina. Ya sin testigos fehacientes el hecho real simplemente deja de ser. Nos nutrimos del pasado, aunque haya sido amargo, feroz y oscuro porque nos sentimos más seguros en el dolor conocido que en la incertidumbre de un futuro diferente. Este hecho resalta la complejidad humana y nuestra capacidad para sabotearnos a nosotros mismos, incluso cuando buscamos la felicidad o el bienestar. Somos muy capaces ?lo demostramos cada día con nuestras decisiones? de sacrificar aquello que nos lleve a un futuro más libre y satisfactorio antes que aventurarnos a descubrir por nosotros mismos la esencia de la vida, antes que convertirla en nuestra propiedad y decidir individualmente nuestra identidad, y lo que es peor, de permitir que otros decidan la suya. “La vida es una lucha de todos contra todos” que paradójicamente busca la aceptación a cualquier precio y no sentirnos intrusos en nuestra propia existencia. Y esa es la mayor de las amenazas, una amenaza invisible, incorpórea, inexplicable y maliciosamente soterrada. Por eso, algunos renuncian a ser ellos mismos sin saber siquiera a dónde quieren ir.
Dice Milan Kundera parafraseando a Schopenhauer que el mundo no es más que representación y voluntad. Que hay tantas representaciones del mundo como personas por lo cual nada de lo que vemos es objetivo. Nada excepto que para hacer una representación verdaderamente real habría que aplicar una única voluntad por encima de todas las demás y poner fin al caos de la diversidad y la pluralidad. Crear una única representación imponiéndose al mundo por encima de cualquier otra voluntad y una vez conseguido… ¡Ay! ¡la gente termina por creer cualquier cosa! Porque estamos dispuestos a hacer cualquier cosa, a ir a cualquier parte con tal de que nos digan qué tenemos que hacer, con qué llenar nuestro tiempo. Somos magníficamente manipulables porque no miramos nada a través de nuestros propios ojos.
Cada libro de Milan Kundera exige mirar hacia dentro y hacia fuera desde dentro. Exige enfrentarnos a la superficialidad de la sociedad,a las obsesiones,a la naturaleza del tiempo,de la memoria, la identidad, la sexualidad y la muerte.Y todo ello debería hacernos reflexionar y comprender, como bien dice el autor, que desde hace mucho ya no nos es posible cambiar el mundo ni detener su pobre huida hacia delante. Que solo hay una resistencia posible: no tomarlo en serio. “La insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento. Está presente incluso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias. Se necesita con frecuencia mucho valor para reconocerla en condiciones tan dramáticas y para llamarla por su nombre. Pero no se trata tan solo de reconocerla, hay que amar la insignificancia, hay que aprender a amarla.”¡Qué gran juego de luces es su ironía Sr. Kundera!
Milan Kundera nos ha dejado este día 12 de julio del 23. Qué gran momento es este para no perder de vista los mensajes de un autor cuyas obras han sido un ejercicio filosófico. La fiesta de la insignificancia es un libro corto para leer apenas en un par de ratos anodinos como un desplazamiento en tren o bajo la sombrilla de la playa. Su grandeza se haya en una simpleza premeditada, que incluso algunos de sus más incondicionales lectores no han terminado de descifrar. En honor a su memoria, a su sabiduría, dejo aquí cinceladas algunas de las meditaciones en las que me ha dejado sumergida esta lectura y que mucho tienen que ver con los tiempos que vivimos. Eso sí, no encontraréis aquí ni una pizca del argumento pues es este el tipo de lectura que cada uno debe hacer por sí mismo y concluir con su propia reflexión.
La vida está tan llena de frivolidades, es tan insignificante, tan inconstante en su órbita, tan frágil que confirma la teoría del iceberg, y es que de esta no alcanzamos a apreciar nada más que la puntita. Se percibe claramente al leer a Milan Kundera, que apenas roza, en esta obra, su profundidad y, sin embargo, todo queda dicho con ingenio y magistral ironía entre líneas. Juega con nuestro reflejo y detalla el camino que seguimos, pormenoriza nuestra alma, nuestros recuerdos y nuestra historia repetida.
Somos la mecánica de una sociedad absurda a la que solo se puede sobrevivir con sentido del humor nos dice el autor y me repito yo misma asintiendo con un movimiento lento de cabeza. Algunos viven encantados revolcándose en su propia desdicha porque tal vez eso les otorga cierta transcendencia, generar un efecto, una afección o sentimiento diferente en los demás. Necesitamos que las cosas vayan pichí-pachá para poder seguir alimentando la infinita queja, la infinita demanda, el narcisismo de vernos reflejados en los ojos de otros cuando despertamos en ellos cierto interés. Por eso vamos hacia donde vamos. Por eso nos da miedo ser libres, porque ser libre nos obliga a ser inteligentes, a demostrar lucidez, talento e imaginación. Y es menos fatigoso, claro está, movernos sobre la línea que nos marcan porque para eso no es necesario desarrollar ninguna capacidad. Las personas brillantes son nocivas porque nos obligan a ascender hasta ese escalón para no parecer mediocres, por lo que ganamos más poniendo de moda lo vulgar, lo ridículo e incluso lo grosero. Y en esta fiesta nosotros podemos ser uno de tantos, sin nada que demostrar.
Después está la historia que es, en demasiadas ocasiones, un teatro de marionetas donde el que manipula los hilos tiene albedrío para inventar cuando el recuerdo se difumina. Ya sin testigos fehacientes el hecho real simplemente deja de ser. Nos nutrimos del pasado, aunque haya sido amargo, feroz y oscuro porque nos sentimos más seguros en el dolor conocido que en la incertidumbre de un futuro diferente. Este hecho resalta la complejidad humana y nuestra capacidad para sabotearnos a nosotros mismos, incluso cuando buscamos la felicidad o el bienestar. Somos muy capaces ?lo demostramos cada día con nuestras decisiones? de sacrificar aquello que nos lleve a un futuro más libre y satisfactorio antes que aventurarnos a descubrir por nosotros mismos la esencia de la vida, antes que convertirla en nuestra propiedad y decidir individualmente nuestra identidad, y lo que es peor, de permitir que otros decidan la suya. “La vida es una lucha de todos contra todos” que paradójicamente busca la aceptación a cualquier precio y no sentirnos intrusos en nuestra propia existencia. Y esa es la mayor de las amenazas, una amenaza invisible, incorpórea, inexplicable y maliciosamente soterrada. Por eso, algunos renuncian a ser ellos mismos sin saber siquiera a dónde quieren ir.
Dice Milan Kundera parafraseando a Schopenhauer que el mundo no es más que representación y voluntad. Que hay tantas representaciones del mundo como personas por lo cual nada de lo que vemos es objetivo. Nada excepto que para hacer una representación verdaderamente real habría que aplicar una única voluntad por encima de todas las demás y poner fin al caos de la diversidad y la pluralidad. Crear una única representación imponiéndose al mundo por encima de cualquier otra voluntad y una vez conseguido… ¡Ay! ¡la gente termina por creer cualquier cosa! Porque estamos dispuestos a hacer cualquier cosa, a ir a cualquier parte con tal de que nos digan qué tenemos que hacer, con qué llenar nuestro tiempo. Somos magníficamente manipulables porque no miramos nada a través de nuestros propios ojos.
Cada libro de Milan Kundera exige mirar hacia dentro y hacia fuera desde dentro. Exige enfrentarnos a la superficialidad de la sociedad,a las obsesiones,a la naturaleza del tiempo,de la memoria, la identidad, la sexualidad y la muerte.Y todo ello debería hacernos reflexionar y comprender, como bien dice el autor, que desde hace mucho ya no nos es posible cambiar el mundo ni detener su pobre huida hacia delante. Que solo hay una resistencia posible: no tomarlo en serio. “La insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento. Está presente incluso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias. Se necesita con frecuencia mucho valor para reconocerla en condiciones tan dramáticas y para llamarla por su nombre. Pero no se trata tan solo de reconocerla, hay que amar la insignificancia, hay que aprender a amarla.”¡Qué gran juego de luces es su ironía Sr. Kundera!