10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental
![[Img #65807]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2023/3442_7-vigo-2016-201-copia.jpg)
La OMS define la Salud Mental como un estado de bienestar y plenitud que permite que cada sujeto alcance su máximo desarrollo biológico y biográfico, siendo considerada una prioridad sanitaria de primer orden. Se celebra anualmente el 10 de octubre y este año el lema elegido por las asociaciones de España es ‘Salud mental, salud mundial: un derecho universal’, que en su contenido lleva implícito que se trata de un asunto en el que tenemos que seguir avanzando a nivel planetario. Pero la Salud Mental no debe circunscribirse a un solo día, sino que debe cultivarse, atenderse, cuidarse, todos los días del año. Y esto es así porque a diario se suceden intentos autolíticos, depresiones, adicciones, autolesiones, trastornos de la alimentación y un largo listado de desajustes mentales que puntualmente pueden requerir de una atención urgente pero que, sin duda, precisan de un seguimiento estrecho y continuado en el tiempo. Hay un día para celebrar, pero tenemos 364 días para reaccionar y actuar.
Pese a que los problemas de Salud Mental conviven entreverados con nuestra realidad cotidiana siguen siendo los grandes invisibilizados, desconocidos, silenciados, incomprendidos, ocultados, estigmatizados, rechazados, apartados, reducidos, por molestos, al ámbito más privado, de tal manera que muchas veces solo conocemos la punta del iceberg. Las ciencias que estudian el comportamiento humano se siguen considerando, en algunos ambientes sanitarios, las hermanas pobres de la medicina. Acaso porque ponerle nombre a una enfermedad física siguiendo unos parámetros cuantificables es mucho más fácil que delimitar y tratar un puñado de síntomas que afectan a la mente.
Las personas que trabajamos en el campo de la Salud Mental estamos llenas de historias a veces durísimas, que conllevan una sobrecarga emocional imposible de eludir, pues la materia sensible de nuestro trabajo, la persona, está hecha de nuestras mismas hebras. ¿Cómo no sentirse afectado por lo que le pasa al otro por muy incomprensible que nos resulte en ocasiones? ¿Cómo no dolernos con su dolor psíquico? ¿Cómo no empatizar o no estar en el patos -lo que desborda o resulta inmanejable que dice el psiquiatra José Jaime Melendo Granados hablando de la imagen del cuidador- del otro? Muchas veces al salir del trabajo he envidiado la algarabía de las cajeras, su cháchara despreocupada, mientras hacía cola para pagar. Y en ocasiones he pensado si no sería más feliz apretando tuercas en una fábrica ocho horas con descansos parciales para echar el cigarro y tomar un café. Cada vez estoy más convencida de que se hacen necesarios espacios de supervisión para poner en común, ventilar, sacar fuera los malestares que lleva parejo nuestro quehacer profesional, impregnado acaso por ese material viscoso que es la locura.
Trabajamos además muchas veces con el fracaso. En mi actividad como Trabajadora Social en Salud Mental ocurre con frecuencia que cuando crees que un recurso es el más adecuado para un paciente y has hecho encaje de bolillos a nivel de coordinación para que las cosas lleguen a buen puerto, en el último momento la intervención se cae o fracasa por diversos motivos (rechazo del paciente al recurso, brotes inesperados…). Lo que afecta a las personas a nivel emocional es incierto, imprevisible, impredecible, sujeto a variaciones e imponderables. A ello hay que añadir un sistema administrativo cada vez más kafkiano y perverso y excluyente, en el que solo logra sobrevivir el más fuerte y que no tiene visos de mejorar sino de empeorar (¡Si hasta para registrar físicamente un documento en la administración tienes que pedir cita previa!).
Normalizar, visibilizar, compartir en lugar de compartimentar, trabajar en equipo, dialogar, seguir aprendiendo son, en mi opinión, algunas de las señales luminosas en las que debemos fijarnos los que acompañamos al paciente psíquico en un camino sinuoso, plagado de claroscuros. Y seguimos.
La OMS define la Salud Mental como un estado de bienestar y plenitud que permite que cada sujeto alcance su máximo desarrollo biológico y biográfico, siendo considerada una prioridad sanitaria de primer orden. Se celebra anualmente el 10 de octubre y este año el lema elegido por las asociaciones de España es ‘Salud mental, salud mundial: un derecho universal’, que en su contenido lleva implícito que se trata de un asunto en el que tenemos que seguir avanzando a nivel planetario. Pero la Salud Mental no debe circunscribirse a un solo día, sino que debe cultivarse, atenderse, cuidarse, todos los días del año. Y esto es así porque a diario se suceden intentos autolíticos, depresiones, adicciones, autolesiones, trastornos de la alimentación y un largo listado de desajustes mentales que puntualmente pueden requerir de una atención urgente pero que, sin duda, precisan de un seguimiento estrecho y continuado en el tiempo. Hay un día para celebrar, pero tenemos 364 días para reaccionar y actuar.
Pese a que los problemas de Salud Mental conviven entreverados con nuestra realidad cotidiana siguen siendo los grandes invisibilizados, desconocidos, silenciados, incomprendidos, ocultados, estigmatizados, rechazados, apartados, reducidos, por molestos, al ámbito más privado, de tal manera que muchas veces solo conocemos la punta del iceberg. Las ciencias que estudian el comportamiento humano se siguen considerando, en algunos ambientes sanitarios, las hermanas pobres de la medicina. Acaso porque ponerle nombre a una enfermedad física siguiendo unos parámetros cuantificables es mucho más fácil que delimitar y tratar un puñado de síntomas que afectan a la mente.
Las personas que trabajamos en el campo de la Salud Mental estamos llenas de historias a veces durísimas, que conllevan una sobrecarga emocional imposible de eludir, pues la materia sensible de nuestro trabajo, la persona, está hecha de nuestras mismas hebras. ¿Cómo no sentirse afectado por lo que le pasa al otro por muy incomprensible que nos resulte en ocasiones? ¿Cómo no dolernos con su dolor psíquico? ¿Cómo no empatizar o no estar en el patos -lo que desborda o resulta inmanejable que dice el psiquiatra José Jaime Melendo Granados hablando de la imagen del cuidador- del otro? Muchas veces al salir del trabajo he envidiado la algarabía de las cajeras, su cháchara despreocupada, mientras hacía cola para pagar. Y en ocasiones he pensado si no sería más feliz apretando tuercas en una fábrica ocho horas con descansos parciales para echar el cigarro y tomar un café. Cada vez estoy más convencida de que se hacen necesarios espacios de supervisión para poner en común, ventilar, sacar fuera los malestares que lleva parejo nuestro quehacer profesional, impregnado acaso por ese material viscoso que es la locura.
Trabajamos además muchas veces con el fracaso. En mi actividad como Trabajadora Social en Salud Mental ocurre con frecuencia que cuando crees que un recurso es el más adecuado para un paciente y has hecho encaje de bolillos a nivel de coordinación para que las cosas lleguen a buen puerto, en el último momento la intervención se cae o fracasa por diversos motivos (rechazo del paciente al recurso, brotes inesperados…). Lo que afecta a las personas a nivel emocional es incierto, imprevisible, impredecible, sujeto a variaciones e imponderables. A ello hay que añadir un sistema administrativo cada vez más kafkiano y perverso y excluyente, en el que solo logra sobrevivir el más fuerte y que no tiene visos de mejorar sino de empeorar (¡Si hasta para registrar físicamente un documento en la administración tienes que pedir cita previa!).
Normalizar, visibilizar, compartir en lugar de compartimentar, trabajar en equipo, dialogar, seguir aprendiendo son, en mi opinión, algunas de las señales luminosas en las que debemos fijarnos los que acompañamos al paciente psíquico en un camino sinuoso, plagado de claroscuros. Y seguimos.