Un día en el campo con Adela Zamudio
![[Img #65929]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2023/1948_2-adela-zamudio-copia.jpg)
Por este día inmediato que rememora a las mujeres escritoras, aquellas cuyos versos, ensayos o novelas se encontraron con la dificultad de ser rubricados con nombre de mujer y ese hecho, además, los descalificaba irremediablemente, dedico mi columna a la autora boliviana Adela Zamudio, que apenas pudo estudiar los tres cursos que le permitía la ley por ser mujer, pero que siguió formándose por su cuenta y no conformándose. Que protestó por no poder votar, que apoyó el desarrollo del arte femenino y nunca supo en qué año había nacido, pues no encontró constancia de ello. A finales del S.XIX ella protestaba sobre el papel por cuantas injusticias soportaba su género, pero sus letras eran denostadas, bien porque convenía atribuir su arte a una mano masculina, bien porque la interpretación de estas se razonaba como creaciones romántico- amorosas, sin mayor virtud.
Esto se muestra en el poema Nacer hombre donde ella arremete contra la dinámica de género, de la relación entre ambos, y la idea de roles tradicionales en la sociedad, y toda esa cuestión de por qué la autoridad y el liderazgo estaban vinculados al género y no basados en otras cualidades, como la competencia, la empatía o la comunicación eficaz. Y, sin embargo, alguien cataloga ese poema como un deseo de ser hombre a causa de alguna decepción amorosa.
[…]Una mujer superior
en elecciones no vota,
y vota el pillo peor;
(permitidme que me asombre)
con sólo saber firmar
puede votar un idiota,
porque es hombre.[…]
Los versos, claramente, reflejan una crítica a las normas de género que perpetuaban la desigualdad y me cuesta creer que hasta el más zoquete de la época no los comprendiera. Juzguen ustedes y pregúntense qué clase de ilustrado fue aquel que analizando sus versos llegó a tal conjetura. Menos mal que los tiempos han cambiado y que al menos en esto sí hemos evolucionado. Que hoy grandes autoras incrementan nuestras librerías, nuestras casas, nuestra vida junto a otros, igual de grandes. Y que juntos dan valor a esa frase que dice que mil palabras nutren más que una imagen. ¿Qué no es así el dicho? Pregunten a cualquier buen lector.
El caso es que esta autora no se cansó de escribir sobre la soledad a la que se condenaban las mujeres de su época con aspiraciones artísticas o intelectuales. Y esa Soledad la plasmó hasta en el seudónimo con el que firmaba.
Me imagino junto a Adela Zamudio un día en el campo tal y como se compone en su poema. En la soledad y fragilidad de una noche tormentosa que hace crujir el techo que nos ampara debido al viento y la lluvia. Ese viento y esa lluvia que viven en permanente combate como todas las luchas internas. Los “lúgubres ecos” de la tempestad cederán, pues el lamento que produce el torrente entre las rocas es consecuencia de muchas cosas, pero inevitablemente dará origen a una transformación. Y esa enredadera que es la condición humana, que empapada, llorosa, se aferra a una roca es parte inherente de la transición y de la lucha, es parte de un camino a la liberación lleno de oscuridad, de soledad, de inquietud, de duda y de miedo. Pues no hay mayor peligro que la amenaza constante a quien se empeña en ser libre.
No encuentro en los versos de Adela Zamudio mención a romanticismo alguno. Me encantaría poder decírselo a sus críticos decimonónicos. Más bien encuentro ansiedad ante un futuro indefinido, un presente indeseado y un pasado efímero en el que se desvanecen los recuerdos. Y encuentro una presencia sombría, un negro espectro de la nada, que todo lo marchita. Y veo a Adela Zamudio rogándole a esta oscuridad que no se acerque y que no tome su lugar. Pero sabe que, aunque a la aurora volverá la luz, tal vez no vuelva para ella, pues la belleza de la naturaleza será aun a pesar del fin de sus días.
— ¡Morir!¡Oh, triste consuelo!
¡morir sin haber amado,
morir sin haber vivido!
Y ahora sí, ahora que, como homenaje, nos hemos desquitado al menos mínimamente, de interpretaciones descuidadas les dejo el poema de Adela Zamudio, El campo. Ese lugar soñado en donde una parece estar pero que no puede ver con claridad a causa de tanta sombra, ese refugio interior donde una casi puede palpar la paz y la liberación. Casi…
Vean ustedes por sí mismos si también encuentran en sus versos esas semejanzas con lo que yo les he contado o tal vez, puedan ustedes seguir contando, seguir dibujando paisajes con su poesía.
EN EL CAMPO
¡Qué noche! El techo que escuda
mi solitario aposento
cruje al soplo que lo abate;
y desde mi asiento, muda,
oigo del agua y el viento
el prolongado combate.
Mas, ya cesa; lentamente
callan los lúgubres ecos
de la tempestad lejana.
Ya sólo se oye el torrente
que entre los pedrosos huecos
gime al pié de mi ventana.
Contra los vidrios, afuera,
presa en la peña musgosa
que forma rústico banco,
la débil enredadera
tiembla empapada y llorosa
sobre el oscuro barranco.
En la fragosa quebrada
murmullos hondos, sombríos,
van ya cediendo en violencia,
y la lluvia sosegada
se escurre por los bajíos
con monótona cadencia.
Yo sola en pie permanezco;
yo sola en toda la casa,
que la oscuridad rodea;
a intervalos me estremezco
al ver vacilar la escasa
luz que junto a mí flamea.
Nervioso desasosiego
turba con terrores varios,
vagamente mis sentidos,
y en el lúgubre sosiego
pienso que escucho lejanos
pavorosos alaridos
¿Qué dice el viento en su vuelo
trayéndome del pasado
el eco desvanecido?...
— ¡ Morir ! !oh, triste consuelo !
¡morir sin haber amado,
morir sin haber vivido !
Negro espectro de la nada
que te alzas en los rincones
y llegas pausado y ledo,
sombra doliente y callada
de mis mustias ilusiones
no vengas, que tengo miedo...
Mañana, cuando la aurora
con su luz brillante y pura
bañe la vega lozana,
llena de horror, como ahora
me oprimirá la negrura
de mi noche sin mañana.
Por este día inmediato que rememora a las mujeres escritoras, aquellas cuyos versos, ensayos o novelas se encontraron con la dificultad de ser rubricados con nombre de mujer y ese hecho, además, los descalificaba irremediablemente, dedico mi columna a la autora boliviana Adela Zamudio, que apenas pudo estudiar los tres cursos que le permitía la ley por ser mujer, pero que siguió formándose por su cuenta y no conformándose. Que protestó por no poder votar, que apoyó el desarrollo del arte femenino y nunca supo en qué año había nacido, pues no encontró constancia de ello. A finales del S.XIX ella protestaba sobre el papel por cuantas injusticias soportaba su género, pero sus letras eran denostadas, bien porque convenía atribuir su arte a una mano masculina, bien porque la interpretación de estas se razonaba como creaciones romántico- amorosas, sin mayor virtud.
Esto se muestra en el poema Nacer hombre donde ella arremete contra la dinámica de género, de la relación entre ambos, y la idea de roles tradicionales en la sociedad, y toda esa cuestión de por qué la autoridad y el liderazgo estaban vinculados al género y no basados en otras cualidades, como la competencia, la empatía o la comunicación eficaz. Y, sin embargo, alguien cataloga ese poema como un deseo de ser hombre a causa de alguna decepción amorosa.
[…]Una mujer superior
en elecciones no vota,
y vota el pillo peor;
(permitidme que me asombre)
con sólo saber firmar
puede votar un idiota,
porque es hombre.[…]
Los versos, claramente, reflejan una crítica a las normas de género que perpetuaban la desigualdad y me cuesta creer que hasta el más zoquete de la época no los comprendiera. Juzguen ustedes y pregúntense qué clase de ilustrado fue aquel que analizando sus versos llegó a tal conjetura. Menos mal que los tiempos han cambiado y que al menos en esto sí hemos evolucionado. Que hoy grandes autoras incrementan nuestras librerías, nuestras casas, nuestra vida junto a otros, igual de grandes. Y que juntos dan valor a esa frase que dice que mil palabras nutren más que una imagen. ¿Qué no es así el dicho? Pregunten a cualquier buen lector.
El caso es que esta autora no se cansó de escribir sobre la soledad a la que se condenaban las mujeres de su época con aspiraciones artísticas o intelectuales. Y esa Soledad la plasmó hasta en el seudónimo con el que firmaba.
Me imagino junto a Adela Zamudio un día en el campo tal y como se compone en su poema. En la soledad y fragilidad de una noche tormentosa que hace crujir el techo que nos ampara debido al viento y la lluvia. Ese viento y esa lluvia que viven en permanente combate como todas las luchas internas. Los “lúgubres ecos” de la tempestad cederán, pues el lamento que produce el torrente entre las rocas es consecuencia de muchas cosas, pero inevitablemente dará origen a una transformación. Y esa enredadera que es la condición humana, que empapada, llorosa, se aferra a una roca es parte inherente de la transición y de la lucha, es parte de un camino a la liberación lleno de oscuridad, de soledad, de inquietud, de duda y de miedo. Pues no hay mayor peligro que la amenaza constante a quien se empeña en ser libre.
No encuentro en los versos de Adela Zamudio mención a romanticismo alguno. Me encantaría poder decírselo a sus críticos decimonónicos. Más bien encuentro ansiedad ante un futuro indefinido, un presente indeseado y un pasado efímero en el que se desvanecen los recuerdos. Y encuentro una presencia sombría, un negro espectro de la nada, que todo lo marchita. Y veo a Adela Zamudio rogándole a esta oscuridad que no se acerque y que no tome su lugar. Pero sabe que, aunque a la aurora volverá la luz, tal vez no vuelva para ella, pues la belleza de la naturaleza será aun a pesar del fin de sus días.
— ¡Morir!¡Oh, triste consuelo!
¡morir sin haber amado,
morir sin haber vivido!
Y ahora sí, ahora que, como homenaje, nos hemos desquitado al menos mínimamente, de interpretaciones descuidadas les dejo el poema de Adela Zamudio, El campo. Ese lugar soñado en donde una parece estar pero que no puede ver con claridad a causa de tanta sombra, ese refugio interior donde una casi puede palpar la paz y la liberación. Casi…
Vean ustedes por sí mismos si también encuentran en sus versos esas semejanzas con lo que yo les he contado o tal vez, puedan ustedes seguir contando, seguir dibujando paisajes con su poesía.
EN EL CAMPO
¡Qué noche! El techo que escuda
mi solitario aposento
cruje al soplo que lo abate;
y desde mi asiento, muda,
oigo del agua y el viento
el prolongado combate.
Mas, ya cesa; lentamente
callan los lúgubres ecos
de la tempestad lejana.
Ya sólo se oye el torrente
que entre los pedrosos huecos
gime al pié de mi ventana.
Contra los vidrios, afuera,
presa en la peña musgosa
que forma rústico banco,
la débil enredadera
tiembla empapada y llorosa
sobre el oscuro barranco.
En la fragosa quebrada
murmullos hondos, sombríos,
van ya cediendo en violencia,
y la lluvia sosegada
se escurre por los bajíos
con monótona cadencia.
Yo sola en pie permanezco;
yo sola en toda la casa,
que la oscuridad rodea;
a intervalos me estremezco
al ver vacilar la escasa
luz que junto a mí flamea.
Nervioso desasosiego
turba con terrores varios,
vagamente mis sentidos,
y en el lúgubre sosiego
pienso que escucho lejanos
pavorosos alaridos
¿Qué dice el viento en su vuelo
trayéndome del pasado
el eco desvanecido?...
— ¡ Morir ! !oh, triste consuelo !
¡morir sin haber amado,
morir sin haber vivido !
Negro espectro de la nada
que te alzas en los rincones
y llegas pausado y ledo,
sombra doliente y callada
de mis mustias ilusiones
no vengas, que tengo miedo...
Mañana, cuando la aurora
con su luz brillante y pura
bañe la vega lozana,
llena de horror, como ahora
me oprimirá la negrura
de mi noche sin mañana.