Un tercer alcalde para la Casa Panero
![[Img #66092]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2023/3675_1-3naciones-inauguracion-de-placas-110-copia.jpg)
En cualquier caso una casa no es igual a otra casa, como un humano no lo es a otro, como en política uno más uno no es igual a dos. Por ello habría que entrar en su singularidad, en el ámbito que le es propio, en la poética de la casa y sus resonancias. Le va más a la casa paneriana el silencio, el sosiego, el roce en lo invisible: “Estoy solo en la estancia, que se vela / de misteriosa claridad vacía, / igual que el alma contemplando dentro, / su propia soledad, su umbral de sombra.”
Hay quién, por mucho que lo intente, jamás entrará en esa casa, a ese rincón nostálgico donde permanece cobijado el espíritu de Panero…
Hay que estar muy atento a la vibración, al tempo. En la confianza, no el miedo, no en el terror aunque fuera simulado. Aprender el terror en una simulación del mundo que vendrá pudiera rimar con la poesía de Leopoldo María, pero no con la de Leopoldo, a la que no se llegara en cualquier longitud de onda, entre los tráfagos y el vocerío. Y no es verdad que cualquier cercanía espacial contamine de su hondura mística, ascética: “Lejos, cerca, / flota una luz secreta entre las cosas / cotidianas: la mesa en que trabajo / y sueño; la ciudad tras los cristales (…)”
Una concepción (nada visionaria) en la cual el éxito se mide por el número de asistentes, por el tráfico de turistas y el clinc de la caja registradora, por el movimiento y bullicio, entra en contradicción con la quietud de Astorga, la de la Casa Panero, la de sus habitantes expulsados en verano de su casa y sus costumbres. No parece que estos contrarios sean de conciliación fácil. Haría falta una inteligencia especial que pudiera integrar la sensibilidad ‘idiosincrética’ de lo astorgano con el mercachifleo del mundo. Creo que desde que de nuestra cultura material hicimos un mercado (hasta la Iglesia vende la espiritualidad en el Palacio de Gaudí) ni pudimos vender aquello más propio ni ya supimos conservarlo.
En cualquier caso una casa no es igual a otra casa, como un humano no lo es a otro, como en política uno más uno no es igual a dos. Por ello habría que entrar en su singularidad, en el ámbito que le es propio, en la poética de la casa y sus resonancias. Le va más a la casa paneriana el silencio, el sosiego, el roce en lo invisible: “Estoy solo en la estancia, que se vela / de misteriosa claridad vacía, / igual que el alma contemplando dentro, / su propia soledad, su umbral de sombra.”
Hay quién, por mucho que lo intente, jamás entrará en esa casa, a ese rincón nostálgico donde permanece cobijado el espíritu de Panero…
Hay que estar muy atento a la vibración, al tempo. En la confianza, no el miedo, no en el terror aunque fuera simulado. Aprender el terror en una simulación del mundo que vendrá pudiera rimar con la poesía de Leopoldo María, pero no con la de Leopoldo, a la que no se llegara en cualquier longitud de onda, entre los tráfagos y el vocerío. Y no es verdad que cualquier cercanía espacial contamine de su hondura mística, ascética: “Lejos, cerca, / flota una luz secreta entre las cosas / cotidianas: la mesa en que trabajo / y sueño; la ciudad tras los cristales (…)”
Una concepción (nada visionaria) en la cual el éxito se mide por el número de asistentes, por el tráfico de turistas y el clinc de la caja registradora, por el movimiento y bullicio, entra en contradicción con la quietud de Astorga, la de la Casa Panero, la de sus habitantes expulsados en verano de su casa y sus costumbres. No parece que estos contrarios sean de conciliación fácil. Haría falta una inteligencia especial que pudiera integrar la sensibilidad ‘idiosincrética’ de lo astorgano con el mercachifleo del mundo. Creo que desde que de nuestra cultura material hicimos un mercado (hasta la Iglesia vende la espiritualidad en el Palacio de Gaudí) ni pudimos vender aquello más propio ni ya supimos conservarlo.