Casas que parecen casas
![[Img #66178]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2023/7174_4-isabel-vacaciones-bilbao-2019-595.jpg)
Las tardes grises de este otoño que se interna en el invierno, en días como este, el de los Todos los Santos, en la soledad de mi pequeño apartamento veo películas que reponen una y otra vez, películas ñoñas ?películas de llorar, las llama mi madre ?, con la certeza de que ella, en su casa a ochocientos kilómetros, también estará haciendo lo mismo. Quizás, hasta comiendo pipas. También lo hacían mis tías. En las tardes en las que la luz huía con rapidez, que tenían olor a castañas y a leña, en las que se daban las primeras nieblas y heladas, donde la casa se convertía en un cálido cobijo para la desolación.
La película americana de hoy ? suelen ser norteamericanas ? me muestra de nuevo una casa de esas enormes, de más de un piso, con escaleras y moqueta, incluso en este caso, una cama de matrimonio con columnas. En la mayoría de los casos, en las sobremesas de festivos, estas películas son amables y, si no, de predecible final donde siempre gana el bien o la persona buena de la historia. Todo es cómodo y cálido, aunque aparezca la nieve, como en la de esta sobremesa. Y las casas se me antojan como ese lugar futuro en que yo misma iba a haber encontrado mi lugar y mi refugio.
En realidad, tengo este pequeño espacio por el que me siento tremendamente agradecida. Un techo es un artículo de verdadero lujo, hoy en día. Y miro alrededor y está atestado de objetos que hablan solos, esté yo o no. ¡Son puñeteras las cosas materiales! La cantidad de historias que contienen, a veces poseen incluso más que sus propietarios. Pero le falta el calor, le falta la sensación de acogida, la evocación de hogar que tantas veces he percibido no sólo en las casas de mis parientes cercanos: mis abuelos, mi madre, mi padre, mis distintas tías… pero que, en ésta, aún no se ha gestado. Es una casa… single. Nada que ver con un acogedora casa de familia. Lo cierto es que la sigo habitando con la sensación de estar de paso. Una sensación tontorrona, puesto que ya voy camino del cuarto de siglo de relación con estas paredes, pero nada, no hay manera de que se alinee con la calidez de las que me miran a través de la pantalla del televisor. Da igual que le ponga árbol de Navidad, que le quite las bombillas de luz blanca, que ponga ambientador con aroma a galletas caseras… da igual. Es posible que mi baremo para evaluarla en esta categoría se acoja mucho a la estética de los ochenta o noventa, demasiadas proyecciones a futuro en esta época. Quizás es eso, que lo que le daba el sentido de hogar, de familia, realmente eran las esperanzas que abrigaba entonces y de las que, a estas alturas de mi vida, ya prescindo. No lo sé, pero es muy probable.
Las tardes grises de este otoño que se interna en el invierno, en días como este, el de los Todos los Santos, en la soledad de mi pequeño apartamento veo películas que reponen una y otra vez, películas ñoñas ?películas de llorar, las llama mi madre ?, con la certeza de que ella, en su casa a ochocientos kilómetros, también estará haciendo lo mismo. Quizás, hasta comiendo pipas. También lo hacían mis tías. En las tardes en las que la luz huía con rapidez, que tenían olor a castañas y a leña, en las que se daban las primeras nieblas y heladas, donde la casa se convertía en un cálido cobijo para la desolación.
La película americana de hoy ? suelen ser norteamericanas ? me muestra de nuevo una casa de esas enormes, de más de un piso, con escaleras y moqueta, incluso en este caso, una cama de matrimonio con columnas. En la mayoría de los casos, en las sobremesas de festivos, estas películas son amables y, si no, de predecible final donde siempre gana el bien o la persona buena de la historia. Todo es cómodo y cálido, aunque aparezca la nieve, como en la de esta sobremesa. Y las casas se me antojan como ese lugar futuro en que yo misma iba a haber encontrado mi lugar y mi refugio.
En realidad, tengo este pequeño espacio por el que me siento tremendamente agradecida. Un techo es un artículo de verdadero lujo, hoy en día. Y miro alrededor y está atestado de objetos que hablan solos, esté yo o no. ¡Son puñeteras las cosas materiales! La cantidad de historias que contienen, a veces poseen incluso más que sus propietarios. Pero le falta el calor, le falta la sensación de acogida, la evocación de hogar que tantas veces he percibido no sólo en las casas de mis parientes cercanos: mis abuelos, mi madre, mi padre, mis distintas tías… pero que, en ésta, aún no se ha gestado. Es una casa… single. Nada que ver con un acogedora casa de familia. Lo cierto es que la sigo habitando con la sensación de estar de paso. Una sensación tontorrona, puesto que ya voy camino del cuarto de siglo de relación con estas paredes, pero nada, no hay manera de que se alinee con la calidez de las que me miran a través de la pantalla del televisor. Da igual que le ponga árbol de Navidad, que le quite las bombillas de luz blanca, que ponga ambientador con aroma a galletas caseras… da igual. Es posible que mi baremo para evaluarla en esta categoría se acoja mucho a la estética de los ochenta o noventa, demasiadas proyecciones a futuro en esta época. Quizás es eso, que lo que le daba el sentido de hogar, de familia, realmente eran las esperanzas que abrigaba entonces y de las que, a estas alturas de mi vida, ya prescindo. No lo sé, pero es muy probable.