Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 04 de Noviembre de 2023

Cultura ilógica

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Se me antoja equivocado ponerse de largo con la polémica por bandera. Un acto de estreno de gestión, poco después de los cien días tácitos de tregua al relevo de poder, debe ser mesurado. Por un lado, para no enfervorizar a los propios; por otro, para no indignar a los contrarios. Si el punto de partido es la acritud, el camino a recorrer multiplicará los obstáculos.

 

La nueva corporación municipal de Astorga ha querido presentarse transgresora, justo cuando el ideario de su catecismo es conservador. Elegir un museo para una fiesta  importada desde el imperio del dólar como caballo de Troya de sus costumbres american way life, es una decisión que hasta el más ignorante preveía que iba a levantar ampollas. ¿O es que no conocen la idiosincrasia de su feligresía?

 

Que además el museo lleve el apellido de una figura insigne de las letras y poética de la ciudad, viene a añadir un morbo innecesario y mal pretextado para decir aquí estoy yo. El  lugar no ha quedado mancillado por el Halloween, pero no era el lugar. Los responsables de la decisión se han dejado llevar por una mala costumbre muy en boga en los estilos políticos actuales: la falta de respeto a los espacios. Los hay tuyos y los hay de otros. Y como el respeto es la frontera diáfana y meridiana en esta dicotomía, si termina faltando, queda sembrada la cizaña.

 

Halloween es el espacio de la fiesta. El museo es el espacio de la cultura. Y no se solapan como bien demuestra la propia corporación dedicando a cada una de ellas su propia concejalía. La cultura es una fiesta permanente para quien se deje llevar por ella, obvio. Pero no toda fiesta es cultura. Luego respetemos los espacios.

 

Pasa con la tauromaquia. Queda aceptado que es la fiesta nacional, pero por mucho que se empeñen, no es cultura. No puede ser eso una manifestación basada en el sufrimiento, agonía y muerte de un ser vivo. Y si alguien lo hace, engrandece el sadismo, mal llamado desde los tendidos, arte. Pero el hecho incontestable es que esa fiesta tiene su lugar y no invade otros. No ocurre lo mismo con los reiterados intentos de municipios afines al partido dominante en Astorga cuando han invadido con toda insolencia las calles con terrazas de bares robando su espacio natural al viandante. Aquí también la justificación se quiere atar con el término cultura y el añadido ocio. Pardiez, la  cantidad de cosas que legitima esta palabra. ¿A qué algo se nos mueve por dentro cuando oímos desde los predios del Tío Sam que el rifle forma parte de su cultura?

 

El padre de la idea del festejo en la Casa Panero ha sido el edil de Fiestas, me cuentan. Por cierto, el silencio de su homólogo en el área cultural, tiene todos los síntomas de la elocuencia. En el relato no ha faltado la excusa de emergencia. Ha calificado de elitista la condición museística. Pocas visitas ha hecho a una exposición. De hacerlo no recurriría a ello. Si dice eso, no ha podido ver las colas en el Prado, de Madrid; en el Louvre, o en el Van Gogh, de Amsterdam. Eso es muchedumbre, no élite. De Perogrullo, la grandeza de los ejemplos expuestos arrasa la humildad de la Casa Panero. Es la comparación de una universalidad frente a la de una localidad. Pero da la casualidad de que ese apellido es grandeza en ese pequeño punto de España que es Astorga, aunque la hucha no suene. La cultura no es lucrativa. Los grandes maestros no fueron ricos.

 

Y si se sigue tratando de élites, me asombra la paradoja de ver elitismo en los museos y estar en la defensa abierta, en cambio, del trato de favor hacia la crema bancaria y empresarial de este país, a la que no se le pueden tocar sus groseras ganancias del momento con impuestos especiales, mientras el resto de la sociedad se escarba los bolsillos cada vez más vacíos. 

 

La rentabilidad. Faltaba el recurso a los dineros contantes y sonantes tan propios del neoliberalismo que impregna las siglas gobernantes de Astorga. Un neoliberalismo que ha convertido las ciudades en mercancía de todo el espacio público para, de acuerdo con lo expresado por el escritor Jorge Dioni López, en su ensayo El malestar de la ciudades, todo encaje en la sucesión planificada del triunvirato verbal valorizar-monetizar-privatizar. La intangibilidad de un pequeño museo no cabe en este esquema.

 

Pero hay errores puertas afuera de esta corporación. La denominación de origen sitúa de inmediato en el mapa. Dejar el nombre de este edificio en Casa Panero es someterla a la confusión. Cualquier visitante oye ese nombre a secas, y muy bien puede pensar en un figón o asador. Ya estamos induciendo a otro tipo de cultura. Para dejarlo claro: Casa de la Cultura del Poeta Leopoldo Panero.

 

¿Qué diríamos si hacemos un Halloween en la Alhambra de Granada? ¿Qué diríamos si para centro logístico del Black Friday se elige el Museo Picasso, de Barcelona? Tal como lo propone el concejal de Fiestas puede ser factible. De hecho ya lo es la alianza inquebrantable del santoral con los grandes centros comerciales. Al menos es nuestra.

 

Libérese a Leopoldo Panero del estigma de la película El desencanto. Me han dicho que se han organizado visualizaciones en esa casa. Así no se alejan los espectros que imaginamos vagar por ese museo. Siendo así no es de extrañar que fantasmas infantiles piruleta en mano encuentren acomodo en una casa que debe y tiene que ser de la auténtica cultura astorgana.

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