Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 11 de Noviembre de 2023

Hablando con Lidia (13)

[Img #66264]

 

 

13 11 2013

Mercedes, sabes, llevo toda la tarde escribiendo y estoy cansada. “Pero cómo no vas a estar cansada si te pasas horas todos los días sentada escribiendo”. Por eso yo no quería escribir, no quería, tú sabes, no quería hacer esto sola pero al final él me dejó sola, rompió su compromiso, me abandonó. “Bueno, yo llevo tiempo diciéndote que lo hacemos juntas pero cómo tú has preferido hacerlo con él…, pues nada. Ahí estás”. Sí, sí. Es bastante duro. “Bueno, y…¿me lees algo de lo que has escrito?” Lo que escribo ya lo sabes porque ya te lo he contado. “No importa, me apetece que me lo cuentes otra vez”.

 

Ahora me doy cuenta de que yo antes no empecé a escribir este libro porque nunca quisiera escribirlo yo sola. Puede que aquí también funciona mi deseo de compartir mi ser con alguien, como si mi ser fuera algo demasiado para mí sola, también demasiado para un solo hombre. Ahora estoy recodando comentarios sobre este tema de alguno de mis amigos. ‘Sólo un hombre simple, inconsciente, puede pensar que puede compartir tus inquietudes y tu vida. Te necesitan más hombres que uno solo, ellos siempre te buscarán, eres como un océano. Para cada pensamiento hay un océano entumecido’. ¿Tienen o no razón estos amigos?

 

Pero es cierto que siempre guardé una disponibilidad para poder compartir unas áreas de mi ser. Puede ser que fuera la razón por la cual yo no he podido formar una familia. Por instinto siempre huía de las situaciones que podrían impedir actuar libremente porque las otras personas podrían ser involucradas. Mi primer marido, Jan, era mi gran oportunidad para formar un hogar con los hijos, mesa navideña, unas vacaciones, visitas familiares, onomásticas, regalos, bridge con los amigos, algo de vida cultural, el sexo concertado…, todo esto no es mal ni bien, sólo es un matrimonio. Esta oportunidad yo la he tenido con mi primer marido. Buen carácter, buena persona, brillante profesional, con un instinto protector y poder de decisión muy desarrollados en un hombre tan joven. Tenía veintidós años cuando nos casamos contra viento y marea porque nuestros padres no aprobaban el enlace. Pero nosotros nos casamos a pesar de muchas angustias que pasé yo porque no tenía el poder de decisión de él.

 

Cruzamos la frontera de dos Estados, yo sólo porque estaba casada, entonces ni estas fronteras se cruzaban con facilidad. Después yo no cumplí con el hogar y teníamos que divorciarnos. Pero a pesar de esto mi primer marido sigue cumpliendo conmigo, me manda un ramo de rosas por el cincuenta aniversario de nuestra inoportuna, infortunada, boda. Y también él me ha escrito una carta en la que me pide perdón por no haber cumplido con mis expectativas, por no proporcionarme condiciones para  poder desarrollar y consumir mis inquietudes, aunque él mismo nunca vio claramente cuáles son estas inquietudes, porque siendo él mismo una persona llana pensaba que lo que le hace feliz a él me hace feliz a mí. Nos divorciamos, no por culpas, nos divorciamos al no poder compartir la misma felicidad en el mismo amor, el mismo deseo.

 

Con mi segundo marido, Pepín, yo no he tenido que formar ni un hogar ni una pareja, él ya todo esto lo tenía vivido y necesitaba que alguien cubriera sus necesidades. Él ya tenía sesenta años y ha tenido dos mujeres y dos hijas. Las dos mujeres lo han abandonado por imposible de seguir. Él no ha hecho nada que no aguantara una mujer española, pero como sus mujeres eran extranjeras tenían más posibilidades que las españolas. Lo que él quería es encontrar otra mujer que pudiera compartir su vida, la vida de ella no se contemplaba. 

 

Él ya tenía experiencia en estas búsquedas, era un hombre nada corriente que precisamente  no facilitaba dar con una mujer adecuada. Yo tenía cuarenta años, y después de pasar diez de ellos sola ya pensé que estoy preparada y que necesitaba compartir la vida con alguien. Mis experiencias me han enseñado que sólo tienes a alguien que comparte contigo un hogar común. “Un momento Lidia, con esto quieres decir que compartir hogar y amor es incompatible”. Sí, sí, eso quiero decir, mis experiencias en la vida me llevan a esa conclusión. “¿Sabes…? Pues creo  que tienes razón, la convivencia mata muchas cosas, sobre todo las emociones. Sí, es verdad, el roce del día a día hace el cariño pero también lo destruye. La convivencia es muy difícil”.

 

Pepín ha aparecido en Polonia en el círculo de mis amistades y ahí lo conocí. Me sorprendió que al poco tiempo de conocerme me empezó a hablar si yo pienso otra vez formar una pareja, y si es así, porqué no pienso a probar a formarla con él en España. Me sorprendió su precipitación, después adiviné la razón. Yo, aunque no era su tipo de mujer, era disponible. Yo ya vivía en el extranjero, no tenía por qué abandonar mi país porque ya lo había abandonado. No tenía ni familia ni hijos y no me importaba dejar el trabajo y la Universidad que ya se hizo para mí sin sentido. Estamos viviendo todavía un año en Polonia para ver cómo nos va. Nos fue mal pero, aun así, pactamos unos acuerdos. Cruzamos toda Europa en el coche y así yo me desperté dentro del coche y vi unos árboles desconocidos que los faros iluminaban, eran encinas.

 

Llegamos el día treinta de mayo, el día de nuestro cumpleaños.. “Ah, sí, es verdad que cumplís el mismo día”. Sí, pero no del mismo año. “Ya, Lidia, claro, pero es una gran casualidad que coincidierais en el mismo día de nacimiento y, además, los dos géminis, vaya complicación con lo raritos que sois los géminis con vuestras dos versiones”. Sí, pero eso es otro cantar, ahora estamos en el escrito ¿quieres que siga? “Perdón por la interrupción, sí, sí, por favor, sigue”.  Al salir del coche para tomar un desayuno en un bar de la carretera me invadió el intenso olor de hierbas aromáticas, tomillo, espliego…, en un momento sentí estar en Kislovódsk, donde olía igual. ¿Seré igual de infeliz como en aquellos tiempos?, pensé. Y acerté.

 

Pepín y yo formamos una pareja sin ningún tipo de complicidad, ni hemos dormido ni hemos comido juntos, era un matrimonio de lo más absurdo que duró, con alguna separación, veinticinco años. Hicimos de menos al amor y al deseo pero cada uno de nosotros sabíamos por qué estábamos juntos, él por tener compañía en casa, y yo por vivir sin trabajar, que era mi principal aspiración en esta vida, quería escribir aquel libro del amor y el deseo que ya en Polonia empecé a idear.

 

O témpora o mores

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.