Poetas y políticos
![[Img #66357]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2023/2067_2-huerta-dsc_0033-copia.jpg)
Es notoria la indigencia intelectual de la mayor parte de nuestros políticos, sin entrar en colores. En algún tiempo a la política llegaban, si no los mejores, sí al menos quienes estaban pertrechados de una sólida formación y una acreditada experiencia laboral en el mundo jurídico, la empresa, las letras, el periodismo, la universidad,etc. Por desgracia, hoy muchos de quienes la ejercen apenas han ofrecido otra cosa a la sociedad que un popurrí de ocurrencias acerca de materias que ora conocen de oídas, ora les vienen de aluvión a través de las redes; una reata de currículos vacuos cuyo único mérito estriba en cierto activismo juvenil de asambleas de facultad. Pese a ello, y contraviniendo el principio de Wittgenstein ?”de lo que no se puede hablar lo mejor es callar”?, estos neopolíticos pontifican con ínfulas y se convierten en abanderados de nuevas ideologías siempre revestidas con el prestigio de lo anglosajón: “Me too”, “Black Lives Matter”, “Woke”, etc. Hace unos días veíamos con rubor al ministro de Cultura leer torpe y erróneamente el nombre y apellido del escritor recién galardonado con el premio Cervantes. No importa, la cultura (a cargo hace años de gentes como Jorge Semprún, Luis Alberto de Cuenca o César Antonio Molina) es ahora cosa de la que se puede ser ministro sin haber leído un libro en la vida, o ni siquiera terminado una carrera universitaria.
De estas carencias de la casta política es una buena muestra la pobrísima oratoria que se escucha en el parlamento. La mayoría de nuestros representantes ignoran el arte de parlamentar. Suben a la tribuna con sus textos escritos, e incluso llevan escritas –lo que es aún más vergonzoso– las réplicas a los discursos que presumiblemente habrían de responder improvisando al paso. Y no es lo malo que lean sin salirse del guion, sino que lo hagan con maldita la gracia, pegando mil y un puntapiés a la gramática, la fonética y el diccionario, en una muestra indigna de desprecio a la lengua, sea esta la castellana o cualquiera de las otras que se hablan en España. Compárese esta penosa situación con la de los años de la ahora maldecida Transición ?o tempora, o mores, diremos con permiso de mi vecina de columna, Mercedes Unzeta?, cuando en el Congreso estaban ‘mindundis’ como Enrique Tierno, Alfonso Guerra, Manuel Fraga, Miguel Herrero, Ramón Tamames…
El actor y académico José Luis Gómez suele decir que él prescribiría como lectura obligatoria para todos los políticos La República, de Platón. Yo añadiría que debieran leer también el tratado de Cicerón sobre el orador, en el cual se dan consejos sabios para la buena enunciación del discurso, como por ejemplo el uso de técnicas actorales a fin de atraer y sostener la atención del auditorio. De un orador se esperaba, además, un buen manejo de las auctoritates, es decir, de aquellos autores que por su prestigio merecían ser citados para reforzar y justificar los propios argumentos. Pero nuestros políticos no saben de autoridades más que de aquellas a las que deben adhesión inquebrantable: dedo parriba sí, dedo pabajo no. En consecuencia, no citan ni a Dixie ni a Pixie. Si acaso, alguna mención a lo que el querido líder declaró en la feria de ganado de no sé dónde o en la inauguración de la sede del partido en Villar de Arriba o Villar de Abajo (¡cuánto echamos de menos a Berlanga!).
Por supuesto, a los poetas no los cita ni Dios.Y mira que nuestra tradición lírica ?tan deudora de Séneca? ofrece una vertiente meditativa de tanto calado: Sem Tob de Carrión, Jorge Manrique, Ausiàs March, Francisco de Aldana, Francisco de Quevedo, Antonio Machado, Curros Enríquez, Carles Riba, Luis Cernuda, José Hierro, Clara Janés…Con algunos de los versos escritos por estos y otros poetas de esa admirable estirpe senequista se podrían ilustrar los males de la patria, como los abusos del poder, la venalidad de los jueces encumbrados a las más altas instancias, los fraudes de ley, el incumplimiento de las promesas electorales y, sobre todo, la institucionalización de la mentira para seguir en el poder, amén de otras indecencias varias.
Con motivo de la jura de la princesa de Asturias, la presidenta del Congreso leyó un discurso tan pobre de ideas que en seguida se lo comparó con el que Gregorio Peces Barba pronunciara cuando la jura del entonces príncipe y hoy rey Felipe VI. Pero, ¡ah, sorpresa!, en medio de una sintaxis de andar por casa, la prédica de la señora presidentase adornó con versos: en un primer párrafo, de un poeta valenciano; en un segundo, de uno vasco y, en un tercero, de una poeta gallega (¿la cuota?). Faltó un representante de la lengua de Cervantes. Qué importa si se trata de una lengua que, sobre mayoritaria, es dominante y hablada solo por seiscientos millones en el mundo. Pero esto es lo de menos. Lo de más es que las tres citas poéticas parecían metidas con el calzador del nuevo decorum ideológico. Me recordaron la técnica de que se servía un pícaro compañero mío de carrera que, para embellecer sus trabajos de investigación, tomaba de la biblioteca un libro al azar, lo abría por cualquier página y escogía un párrafo brillante para insertarlo donde mejor le parecía. Puedo equivocarme, y acaso sea la señora Armengol una voraz lectora de poesía, pero mucho me temo que los versos por ella allegados venían de pluma ajena, probablemente de su asesor en lírica para eventos consuetudinarios que acontecen en el parlamento.
De haber uno formado parte de esa cofradía poco santa de asesores (vulgo “negros”), le hubiera aconsejado que trajera, con mayor oportunidad, los versos de un poeta más importante que los tres aludidos. Están escritos en ese “vaso de agua clara” que, según dijera Pemán (un facha), es el catalán. Su autor, Salvador Espriu, catalanista por más señas. Pertenecen a La pell de brau (La piel de toro), publicado en 1960, y el poemario más ‘civil’ de los suyos, tocados en general por sus inquietudes metafísicas en torno a la muerte. Los doy, al igual que la señora presidenta del Congreso, en versión bilingüe (de Enrique Badosa). Y los dejo sin comentario porque ?como verán mis lectores? se comentan,mutatis mutandis, por sí solos:
De vegades és necessari i forçós
que un home mori per un poble,
però mai no ha de morir tot un poble
per un home sol.
(“A veces es forzoso, es necesario / que un hombre muera por un pueblo, / mas nunca todo un pueblo ha de morir / por un solo hombre.”)
PS. Escrito el día de la investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno, luego de que, entre otras cosas, se tomara el nombre de Machado en vano.
Es notoria la indigencia intelectual de la mayor parte de nuestros políticos, sin entrar en colores. En algún tiempo a la política llegaban, si no los mejores, sí al menos quienes estaban pertrechados de una sólida formación y una acreditada experiencia laboral en el mundo jurídico, la empresa, las letras, el periodismo, la universidad,etc. Por desgracia, hoy muchos de quienes la ejercen apenas han ofrecido otra cosa a la sociedad que un popurrí de ocurrencias acerca de materias que ora conocen de oídas, ora les vienen de aluvión a través de las redes; una reata de currículos vacuos cuyo único mérito estriba en cierto activismo juvenil de asambleas de facultad. Pese a ello, y contraviniendo el principio de Wittgenstein ?”de lo que no se puede hablar lo mejor es callar”?, estos neopolíticos pontifican con ínfulas y se convierten en abanderados de nuevas ideologías siempre revestidas con el prestigio de lo anglosajón: “Me too”, “Black Lives Matter”, “Woke”, etc. Hace unos días veíamos con rubor al ministro de Cultura leer torpe y erróneamente el nombre y apellido del escritor recién galardonado con el premio Cervantes. No importa, la cultura (a cargo hace años de gentes como Jorge Semprún, Luis Alberto de Cuenca o César Antonio Molina) es ahora cosa de la que se puede ser ministro sin haber leído un libro en la vida, o ni siquiera terminado una carrera universitaria.
De estas carencias de la casta política es una buena muestra la pobrísima oratoria que se escucha en el parlamento. La mayoría de nuestros representantes ignoran el arte de parlamentar. Suben a la tribuna con sus textos escritos, e incluso llevan escritas –lo que es aún más vergonzoso– las réplicas a los discursos que presumiblemente habrían de responder improvisando al paso. Y no es lo malo que lean sin salirse del guion, sino que lo hagan con maldita la gracia, pegando mil y un puntapiés a la gramática, la fonética y el diccionario, en una muestra indigna de desprecio a la lengua, sea esta la castellana o cualquiera de las otras que se hablan en España. Compárese esta penosa situación con la de los años de la ahora maldecida Transición ?o tempora, o mores, diremos con permiso de mi vecina de columna, Mercedes Unzeta?, cuando en el Congreso estaban ‘mindundis’ como Enrique Tierno, Alfonso Guerra, Manuel Fraga, Miguel Herrero, Ramón Tamames…
El actor y académico José Luis Gómez suele decir que él prescribiría como lectura obligatoria para todos los políticos La República, de Platón. Yo añadiría que debieran leer también el tratado de Cicerón sobre el orador, en el cual se dan consejos sabios para la buena enunciación del discurso, como por ejemplo el uso de técnicas actorales a fin de atraer y sostener la atención del auditorio. De un orador se esperaba, además, un buen manejo de las auctoritates, es decir, de aquellos autores que por su prestigio merecían ser citados para reforzar y justificar los propios argumentos. Pero nuestros políticos no saben de autoridades más que de aquellas a las que deben adhesión inquebrantable: dedo parriba sí, dedo pabajo no. En consecuencia, no citan ni a Dixie ni a Pixie. Si acaso, alguna mención a lo que el querido líder declaró en la feria de ganado de no sé dónde o en la inauguración de la sede del partido en Villar de Arriba o Villar de Abajo (¡cuánto echamos de menos a Berlanga!).
Por supuesto, a los poetas no los cita ni Dios.Y mira que nuestra tradición lírica ?tan deudora de Séneca? ofrece una vertiente meditativa de tanto calado: Sem Tob de Carrión, Jorge Manrique, Ausiàs March, Francisco de Aldana, Francisco de Quevedo, Antonio Machado, Curros Enríquez, Carles Riba, Luis Cernuda, José Hierro, Clara Janés…Con algunos de los versos escritos por estos y otros poetas de esa admirable estirpe senequista se podrían ilustrar los males de la patria, como los abusos del poder, la venalidad de los jueces encumbrados a las más altas instancias, los fraudes de ley, el incumplimiento de las promesas electorales y, sobre todo, la institucionalización de la mentira para seguir en el poder, amén de otras indecencias varias.
Con motivo de la jura de la princesa de Asturias, la presidenta del Congreso leyó un discurso tan pobre de ideas que en seguida se lo comparó con el que Gregorio Peces Barba pronunciara cuando la jura del entonces príncipe y hoy rey Felipe VI. Pero, ¡ah, sorpresa!, en medio de una sintaxis de andar por casa, la prédica de la señora presidentase adornó con versos: en un primer párrafo, de un poeta valenciano; en un segundo, de uno vasco y, en un tercero, de una poeta gallega (¿la cuota?). Faltó un representante de la lengua de Cervantes. Qué importa si se trata de una lengua que, sobre mayoritaria, es dominante y hablada solo por seiscientos millones en el mundo. Pero esto es lo de menos. Lo de más es que las tres citas poéticas parecían metidas con el calzador del nuevo decorum ideológico. Me recordaron la técnica de que se servía un pícaro compañero mío de carrera que, para embellecer sus trabajos de investigación, tomaba de la biblioteca un libro al azar, lo abría por cualquier página y escogía un párrafo brillante para insertarlo donde mejor le parecía. Puedo equivocarme, y acaso sea la señora Armengol una voraz lectora de poesía, pero mucho me temo que los versos por ella allegados venían de pluma ajena, probablemente de su asesor en lírica para eventos consuetudinarios que acontecen en el parlamento.
De haber uno formado parte de esa cofradía poco santa de asesores (vulgo “negros”), le hubiera aconsejado que trajera, con mayor oportunidad, los versos de un poeta más importante que los tres aludidos. Están escritos en ese “vaso de agua clara” que, según dijera Pemán (un facha), es el catalán. Su autor, Salvador Espriu, catalanista por más señas. Pertenecen a La pell de brau (La piel de toro), publicado en 1960, y el poemario más ‘civil’ de los suyos, tocados en general por sus inquietudes metafísicas en torno a la muerte. Los doy, al igual que la señora presidenta del Congreso, en versión bilingüe (de Enrique Badosa). Y los dejo sin comentario porque ?como verán mis lectores? se comentan,mutatis mutandis, por sí solos:
De vegades és necessari i forçós
que un home mori per un poble,
però mai no ha de morir tot un poble
per un home sol.
(“A veces es forzoso, es necesario / que un hombre muera por un pueblo, / mas nunca todo un pueblo ha de morir / por un solo hombre.”)
PS. Escrito el día de la investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno, luego de que, entre otras cosas, se tomara el nombre de Machado en vano.