Catalina Tamayo
Sábado, 25 de Noviembre de 2023

A propósito de la realidad

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“Hilo rayos de lucero

y rayos de luna clara,

sin otra devanadera

que el anhelo de mi alma.”

(José María Pemán)

 

Hay demasiada realidad. Lo dice Luis Mateo Díez. Siempre la ha habido. Pasan demasiadas cosas. Todo es demasiado actual. La realidad nos persigue, nos llega de todas partes, por todos los lados, nos rodea, nos cerca, nos asedia, nos abruma. La realidad se nos impone, nos oprime, nos aplasta y nos hiere. No nos deja en paz. Llega un momento en que ya no soportamos tanta realidad, pesa demasiado. Entonces, para librarnos de ella, para descansar de su insistencia, de su ruido, para evitar su maltrato, su agresión, huimos, nos fugamos, desaparecemos. Nos convertimos en fugitivos. Somos prófugos de la realidad. Huimos y nos refugiamos en lo imaginario. En la ficción, en la fantasía, en el sueño y en el ensueño, en el espejismo, donde habitan los duendes, las quimeras, los fantasmas, los ángeles y los demonios. Las brujas.

     

Este espacio sin espacio es el espacio del arte. De las brumas, de las sombras, de los reflejos y los brillos, del vapor, de todos estos elementos etéreos, ingrávidos, intangibles, se alimenta el arte. En el arte, de alguna manera, nos guarecemos de lo real. Cuando vamos al cine, o entramos en una galería de pintura, o abrimos un libro, una novela o un poemario, cuando escuchamos una música, en el fondo, estamos escapando de la realidad, de cuanto nos está ocurriendo. De su tedio. En la oscuridad de la sala, en los colores, en las páginas salpicadas de palabras, en la armonía y en el ritmo de los sonidos, somos lo que no somos: Jasón, Paris, Odiseo, Melibea, Pablos, Pip, Raskolnikov, Bradomín, el principito, Rick, Momo, la muchacha en la ventana, Daniel el Mochuelo, Antonio Albajara, Elena, Blanca, Carmen, el almirante Zárate. Criaturas, todas ellas, nacidas de la niebla. De esa noche de los ojos cerrados. Allí soy el héroe de la guerra de Troya, el de los pies ligeros, a quien todos temen. Allí con Paris me enamoro locamente de Helena, la mujer más bella de toda Grecia. Allí cultivo el amor sereno por Penélope. Allí se me parte el corazón como a Ilsa cuando avanza por la pista de aterrizaje y sabe que probablemente ya nunca vuelva a ver a Rick. Allí podemos hacer todo lo que no podemos hacer o no se nos permite hacer. Cuanto desearíamos hacer. Allí somos reales, más reales que nunca, y nos sentimos vivos como en ninguna otra parte. ¡La ficción es tan real! Para algunos, aquí, en los sueños, en esta magia, está la verdadera vida.

     

Sí, para que luego vengan algunos diciendo por ahí que el arte no es útil. Por eso, no digáis que el arte es un lujo, un adorno, un afeite, algo superfluo, prescindible, porque no lo es. El arte es, en muchos sentidos, una cosa necesaria. Nos cura de la realidad. Nos salva del abismo de lo actual, de cuanto nos está pasando, de su drama. No sé si el ser humano podría vivir sin arte: sin Las Meninas, sin la Quinta sinfonía de Beethoven, sin Don Quijote, sin la Ilíada y la Odisea, sin Platero y yo, sin las catedrales góticas, sin Casablanca, sin los poemas de Lorca, de Machado. Tengo mis dudas. Pero si pudiera, su vida no sería igual. Con toda seguridad, esa vida sería una vida mermada, precaria, pálida, sin brillo, y muchísimo más irreal. Y más triste. Una vida sin vida.

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