Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 25 de Noviembre de 2023

Hablando con Lidia (15)

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20 09 2016

Hace tiempo que he pensado en escribir un libro sobre el tema ‘en búsqueda del orgasmo’ que puede ser un tema interesante y muy amplio porque puede abarcar fisiología, bioquímica, vida emocional, social y hasta poesía. No entiendo mucho la fogosidad de las mujeres. Yo no soy como tú, Mercedes, tu fogosidad no la comprendo, yo creo que he tenido los orgasmos que necesitaba y hasta alguno más de lo estrictamente necesario. A mí lo que me interesa es la parte erótica del juego no tanto el sexo por el sexo. Te voy a contar una historia que me pasó en Varsovia cuando yo tenía alrededor de 30 años y que he contado muchas veces.

 

En la casa donde yo vivía en Varsovia vino a vivir un vecino. Me lo presentaron unos amigos comunes para que le ayudara como vecina. Yo le ofrecí, que si quiere algo yo vivo dos pisos más abajo. Él vino a pedirme alguna ayuda como preguntarme dónde están las tiendas más cercanas, si hay una lavandería…, pero nunca ha pedido si hay un poco de sal, que es muy socorrido.

 

El hombre para mi gusto era atractivo, alrededor de cuarenta años, con un toque en su aspecto algo bohemio, interesante. Yo le vi varias veces llegar a su casa con una jovencita bellísima de veinte o veinticinco años.

 

Ha venido a mi apartamento varias veces y siempre me veía sola, entonces me preguntó, un poco incrédulo, que si vivo sola o sólo es que él nunca ha coincidido con un amante o marido. No tengo marido, le contesté, porque ya me había separado de Jan. Discreto no preguntó por el amante, pero me dijo que si una mujer como yo, ya no tan joven pero todavía apetecible, vive sola, su orgullo de hombre no le puede permitir esa situación, que a su lado viva una mujer sin compañía masculina, y que sólo hay que llamarle y él ya me hará compañía para que yo no me sienta abandonada por los hombres. Esta vez tardaba algo más en volver a su apartamento, mirándome con atención. Como el tiempo pasaba y él no se retiraba, yo le ofrecí una taza de té. Mientras yo lo estaba preparando él me seguía con una mirada menos indiferente que antes. En ese momento he tenido una visita de Rusia que me traía un manjar que hace mi hermana mayor, Ksenya, en una pequeña fábrica de salmón, y que sólo se servía en mesas del Kremlin de Moscú y en nuestra casa. Este manjar era un lomo de salmón salvaje, poco salado y ahumado, un producto delicatesen pero poco duradero. Por ese producto mi hermana ha conseguido una medalla de oro de una feria alimenticia de delicatesen de Moscú. Pues este producto llegó a mi apartamento de Varsovia y en ese momento mi nevera estaba estropeada. Yo empecé a lamentar que tal cantidad de ese producto no durara fuera de la nevera más que una semana y mi vecino se ofreció a guardar el trozo grande de salmón en su nevera. Quedamos que voy yo a su nevera cuando necesito cortar un trozo de salmón.

 

El primer trozo de salmón yo ya lo necesitaba el primer domingo y fui a su casa, la casa del vecino, a cortarlo antes de comer. Mi vecino estaba preparando su comida, arroz con calamares, y yo saqué de la nevera el salmón que se cortaba muy difícilmente porque se me escurría entre las manos como si fuera una trucha. El vecino se puso detrás de mí para poder ayudarme a sujetar el salmón, y teniendo en cuenta que el espacio de las cocinas en el paraíso comunista era mínimo no se podían cruzar dos personas sin rozarse. En esta situación, yo con las manos untadas de grasa sobre el salmón, no con las manos en la masa que siempre permite más estrategias, la situación me empezó a parecer de alguna película y yo Claudia Cardinale. No sé qué imaginaba mi vecino pero poco a poco me empezó a desnudar. Como mis manos seguían untadas de grasa de salmón y yo no quería tocar mi ropa de guardarropa, escasa entonces, no he hecho ese juego de botones. Tampoco yo llevaba sujetador, pero no por provocar. Los sujetadores que hemos llevado te humillaban por su fealdad y poca gracia y unos mejores que aparecían de  Francia o Alemania costaban una tercera parte de nuestro sueldo de mujeres solas. Donde había marido siempre había algo más de dinero y las mujeres casadas llevaban sujetadores. Pero yo, además de todo, sin sujetador. Me acuerdo como saltaron mis pechos de la blusa hacia afuera, casi como un salmón de mis manos. Pero el vecino no tenía ningún tipo de urgencia, atendía mis pechos mientras daba vueltas a aros de arroz y servía dos copas de vino. No hablamos ni teníamos de qué, éramos unas personas desconocidas en una cocina minúscula. Pero los hombres creo que no saben que un hombre cocinando es un hombre muy sexy. La gente cree que todas las ancianas están toda la mañana delante del televisor apuntando las recetas de cocina, pero no, están mirando cómo cocina Arguiñano u otros hombres, cada vez más jóvenes.

 

Mi vecino cocinaba y parecía cada vez más sexy. Cuando el arroz llegó a su punto y nosotros ya habíamos tomado unos vinos con salmón, mi vecino me invitó a quedarme a comer con él si me apetecía. Me apetece. Me lavé las manos y para que él no tuviera una ventaja sobre mí le desabroché la camisa botón a botón. Nos sentamos a la mesa casi desnudos, saboreando nuestros cuerpos entre plato y plato y acabamos de consumir la comida, y nuestros cuerpos, después de cinco horas de juegos eróticos. Él fue un magnifico amante porque le gustaban las mujeres.

 

Cuando he contado esta historia erótica a algunas amigas mías, porque yo lo cuento desde fuera no como algo que me ha pasado a mí, algunas me han pedido contarla varias veces buscando las razones de por qué no les sucede algo parecido a ellas. ‘Lidia cuéntanos lo del salmón’, me piden, y yo lo cuento y comento que todos los encuentros sexuales tienen que ser así, lo otro es un atentado contra la sexualidad de la mujer. Les explico que este vecino es de los pocos hombres al que le gustan las mujeres. Este hombre, mientras fue vecino mío, ha cumplido su intención de no permitir que una mujer no tenga la compañía de un hombre, y me acompañó en el modo que él veía el acompañamiento de una mujer que no debe estar sola. Hablamos poco y nunca salimos, para salir no me necesitaba a mí. Y creo realmente que no me necesitaba, sólo lo veía como un servicio a una mujer por un hombre que considera entre sus múltiples obligaciones que esta también es la suya

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“Lidia, qué suerte, que vecino más considerado. Ya me hubiera gustado tener un vecino así. Yo me apuntaría a lo del servicio a domicilio para ‘mantenimiento’, quiero decir, al ‘acompañamiento’ vecinal, pero lo de las cinco horas ‘jugando’ no creo que mi paciencia fogosa lo resistiera”. Ya sé, Mercedes, ya sé, te conozco muy bien, sé que tu naturaleza es más resolutiva, que no te gusta perder el tiempo, que estás a lo que estás y vas a lo que vas. “Bueno, tampoco te pases. Tal como lo dices parece que voy como una máquina, y no, también me gusta un poco de juego pero no tanto. A ti te gusta más el erotismo que el sexo, te gusta el juego, la posibilidad, el tanteo, el encender la llama…, eso es algo que está siempre en tu manera de comportarte con los hombres y sobre todo con los hombres jóvenes.  Estos te interesan más porque dominas el juego y eso te permite manejar la situación y llevarla a tu campo del deseo. Es el deseo y no el sexo lo que te gusta. Pero que a mí me guste más el sexo por el sexo que el estar cinco horas en un retozar no es de rareza, creo que es más comprensible que el estar ‘mareando la perdiz’, como quien dice, hora tras hora. Un poco de erotismo puede venir bien para arrancar, como calentamiento para despertar el deseo, pero sólo un poco, cinco horas de calentamiento puede ser agotador, para mí desde luego, ni cinco ni una. Y, además, el quickie, el ‘aquí te pillo aquí te mato’ también es muy interesante”.

 

Yo, como Marguerite Duras, que le gustaba mucho el amor físico pero lo estuvo pretendiendo muchos  años con el maricón joven que entró en su casa a vivir con ella. “Lidia, lo de maricón no es correcto, es gay”. Sí, maricón. Ella lo deseaba constantemente pero no conseguía que él satisficiera sus necesidades sexuales. Gracias a esa insatisfacción y a la dopamina generada por ello Marguerite Duras escribió grandes novelas. “Ah, ya veo tus referencias vitales”.

 

Cuando yo estaba leyendo toda la obra de Duras y su biografía, y todo lo escrito sobre ella, he vivido mi relación con X a través de ella y me di cuenta que todo lo que he vivido lo ha vivido ella por mí y para advertirme. Creo que ella me ha advertido y me enseñado a vivir estas relaciones con plenitud sin engañarse a uno mismo. Hay que tener muy claro qué se puede esperar de una relación, sea cual sea el tipo de relación. “Así es, y que así sea, pero no es fácil adivinar hasta dónde y hasta cuándo.  No queda más remedio que apostar y, como la lotería, es más fácil perder que ganar”.

 

O tempora o mores

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