Javier Huerta
Sábado, 25 de Noviembre de 2023

Verso y voz de Javier Lostalé

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En casa no teníamos televisión, de modo que nuestro único acceso al mundo era la radio. A falta, pues, de imágenes, rendíamos culto a la voz, a las voces; por ejemplo, las del cuadro de actores de la cadena SER o de Radio Nacional de España. En el desván de la memoria conservo inmarchitables las de Matilde Conesa, Pedro Pablo Ayuso, Matilde Vilariño, Juana Ginzo, José Fernando Dicenta, Teófilo Martínez… A la noche, entre los compases del ‘allegro con fuoco’ de la Sinfonía del Nuevo Mundo, se nos revelaba encantadora la voz de Alberto Oliveras, haciéndonos creer que todos éramos formidables. Algunas de estas voces nos seguían acompañando cuando íbamos al cine, pues eran las que doblaban a Bette Davis, Joseph Cotten, Lauren Bacall, Orson Welles y otras estrellas de Hollywood. Años después constataríamos, no sin desencanto, que aquellas fascinantes voces radiofónicas dificultosamente acordaban con la figura y presencia de sus dueños, actores y actrices no demasiado agraciados. Mas qué importaba eso. Lo sustantivo era que en los seriales, en los programas dramáticos que interpretaban ?¡maravilloso Teatro del aire!?, aquellas voces lograban seducirnos, enamorarnos de oídas, como diría el clásico.

           

Algún tiempo después, a quienes empezaba a herirnos la poesía nos cautivó la voz de un poeta-periodista en dos programas culturales de RNE ,El ojo crítico y La estación azul. Se trataba de Javier Lostalé, que comentaba y leía poemas con una maestría y elegancia insólitas en el gremio. Y es que lo de decir el verso era y es cosa muy debatida. En mis clases de teatro suelo hablar, en trazo grueso, de dos estilos o modos antagónicos de recitar: el modo ‘Pirata’ y el modo ‘Gaitero’. El primero toma su nombre de la ‘Canción del pirata’, de Espronceda, ¿quién de mi quinta no se la sabe?: “Con diez cañones por banda…”, etc.; y el segundo, de ‘El gaitero de Gijón’, de Campoamor, uno de los peores poemas de la poesía española de todos los tiempos: “Ya se está el baile arreglando. / Y el gaitero, ¿dónde está? / ‘Está a su madre enterrando, /pero enseguida vendrá’.”)

 

El modo ‘Pirata’ fue el que más se popularizó durante décadas y hasta siglos. Era el que, aconsejados de nuestros maestros, practicábamos de niños, convencidos de que la poesía era quehacer cuasi divino que requería de mucha pompa y ornamento. Era también el favorito de la mayoría de los poetas, que se aplicaban a él con una extremosidad que a veces rayaba en lo grotesco. Cuando volvió galopando de su exilio, Rafael Alberti lo elevó a categoría de género en aquellos que, más que recitales, eran mítines líricos. Con su prosodia impostada, el gran poeta no era consciente de lo mucho que violentaba la inocente sencillez de sus poemillas de Marinero en tierra. Claro que había casos aún peores; el de Pablo Neruda, por ejemplo, quien, con la dicción cansina de sus inolvidables Veinte poemas de amor, terminaba invitando al sueño.

 

El modo ‘Gaitero’, por el contrario, creía haber encontrado en la prosificación del verso la solución al problema: una naturalidad que, a la postre, resultaba tan falsa como la del modo ‘Pirata’. En el teatro ?me refiero al clásico? hizo verdaderos estragos, al romper todo sentido de la armonía. En poesía, acaso para desmarcarse de sus compañeros de generación, es el que hizo suyo el primer poeta del XX, Luis Cernuda, que declamaba monocorde, en una sola tonalidad, sin advertir lo que el poema tiene de pieza musical, compuesta de ritmos diferentes ?alegres, tristes, lentos, rápidos?que obligadamente ha de recoger la voz del rapsoda si quiere mover al que escucha. De mis alumnos de filología no digo nada, porque no practican ni el modo ‘pirata’ ni el modo ‘gaitero’, y pueden llegar a leer un poema con el mismo desgaire que el prospecto de un medicamento.

 

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Javier Lostalé (y algún otro como José Hierro), nos reconciliaron con el modo más puro y desnudo de decir el verso, ni ‘pirata’ ni ‘gaitero’: aquel que, con una “estudiada y consciente naturalidad”, y sin pretensión de epatar los oídos sabe hacer vibrar las cuerdas más sensibles del alma. Se me ocurre llamarlo modo ‘Bécquer’, aunque nunca sabremos cómo entonaba el sevillano. Lo que sí sabemos es la distinción que él hacía entre la “poesía de todo el mundo” -”magnífica y sonora”- y “la poesía de los poetas” –“natural, breve, desnuda de artificio”-. Y la de Lostalé, en su voz y en su verso, corresponde a la segunda.

 

El próximo día 29 de noviembre los astorganos tienen la oportunidad de comprobarlo en el ‘Encuentro poético’ que tendrá lugar en el Museo Casa Panero. Tal vez porque ha prestado su voz a tantos poetas, Lostalé es un conocedor excepcional de la poesía contemporánea. En Astorga no es la primera vez que lo acredita. En las primeras jornadas literarias que organizó la Asociación de Amigos de la Casa, habló con sagacidad de Juan Luis Panero, y más tarde de su hermano Leopoldo María, ambos de su misma generación.

                                                   

De la producción de Lostalé tengo debilidad por sus últimos libros: Cielo y Ascensión; poemarios de senectud ambos, aunque senectud sea término discutido que a un coqueto escritor amigo no acaba de gustarle. A mí, quizás porque ya me asomo a ella, me encanta. Más allá de lamentar los estragos del tiempo, los poetas saben sacarle buen partido a su vejez, en tanto mirador privilegiado que es sobre lo pasado y lo por venir, las ‘enseñanzas de la edad’, que diríamos con José María Valverde. Nuestros tres más grandes poetas barrocos ?Lope, Góngora y Quevedo? dieron ya ancianos algunos de sus frutos más granados. E igual cabe decir de contemporáneos como Gerardo Diego, Rafael Morales, el citado Hierro o Vicente Aleixandre, poeta este último que ha dejado una amplia y reconocible estela en Lostalé. Uno de los poemas de su libro Cielo ?“Consumación”?nos evoca los Poemas de la consumación, publicado por su maestro a los setenta años.

                                                  

Camino ahora de la sombra final” es un verso que vale por toda una poética. La sombra convoca ruina, ceniza, niebla, vacío, crepúsculo, silencio…, sin olvidar el amor no correspondido: “Quien ama / sin nunca haber sido amado / escribe ahora este poema / en el que se va borrando, / mientras su escritura / no deja de sangrar”. Añejo sabor barroco rezuman las palabras del poeta, cuando se increpa a sí mismo: “De todo lo vivido / ya no te queda / sino su engaño”. Amores y sueños se disuelven en esta poesía del desengaño: “Soñar fue, / lo sabes ahora / que la muerte ya te espera, / la única verdad de tu vida”. El crítico y poeta Diego Doncel ha caracterizado de “trágico”, Cielo. Y, en verdad, lo es, si convenimos en que la tragedia no es puerta cerrada sino abierta a la esperanza, según el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, artífice de la tragedia feliz. Y esa felicidad, en el caso de nuestro poeta, radica en la inmortalidad de la palabra, única capaz ?como dijera Garcilaso? de hacer “parar las aguas del olvido”: “Aunque nadie ya te espere, / tu única verdad es saber / que en amor, aun sin rosa, / todo es inmortal”.

 

                                                                                      ***

 

Voz del poeta, voz de la poesía. Festejemos que, en medio de tanta bronca y tanta miseria moral, podamos pararnos, en la casa de otro poeta, Leopoldo Panero, a distinguir las voces de los ecos y a escuchar entre las voces una, la muy cálida y cordial de Javier Lostalé.

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