Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 02 de Diciembre de 2023

Si esto es nuestro mundo

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Todo buen lector tiene un pequeño cofre en su memoria en el que guarda los libros que marcan el paso de la vida. No suelen ser muchos, pero el peso del mensaje se convierte en fuerza imparable del acto de reflexionar. Acabo de cerrar las páginas de uno que va directo a ese joyero intangible de las enseñanzas y experiencias transmitidas por otros. Es un testimonio implacable de hasta dónde puede llegar la crueldad del hombre cuando se despoja de su humanidad, y se convierte, como ya teorizó Hobbes, en lobo para sus semejantes.

 

El libro golpea desde la misma portada en la que luce título demoledor: Si esto es un hombre. El condicional de su primera palabra es la mecha prendida de un explosivo que deflagrará en toda conciencia, por relajada que sea. El autor, el escritor italiano de origen judío Primo Levi, confinado y superviviente del campo de exterminio de Auschwitz, relata en el mismo plano una historia de supervivencia y el refinamiento de la maldad sin posible calificativo atenuante.

 

El nazismo fue una ideología salida de cerebros incurables, imposibles para ser dotados de una mínima racionalidad. Una perfecta máquina de matar en las vanguardias y en las retaguardias. Antes de quitar la vida anulaba las conciencias del opositor para encontrar el espejo de sus miserables vidas en la supervivencia desesperada de sus víctimas. Levi lo expresa desde las primeras páginas. No concede ni una mínima tregua: nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo, deberemos encontrar en nosotros mismos la fuerza de obrar de tal manera que detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca.

 

El libro es el testimonio desgarrador del nulo valor del hombre cuando es atrapado por la maldad sádica y refinada de los totalitarismos devorados por la idea de superioridad, de pueblo elegido, de imperio mesiánico, de pretendidos dueños absolutos de la historia.

 

El relato va más allá de cualquier distopía que pueda alcanzar la imaginación más perversa. Levi escenifica en el día a día de Auschwitz la miseria institucional de las sociedades cuando son mutiladas del mínimo atisbo de dignidad. Aniquiladora resulta la narración que hace de una especie de bolsa de valores entre los propios prisioneros, en la que, en lugar de acciones y títulos, se trafica con basura y trapos sucios que son la débil frontera en ese infierno entre la vida y la muerte porque hacen de zapatos o suelas de los mismos, en una meteorología de temperaturas bajo cero que se afronta con mínimo ropaje y calzado. ¿Creemos que termina ahí? Pues no. La divisa de cambio son las porciones de los mendrugos de pan que forman parte de la ración alimenticia, cínicamente sometidas a los ciclos alcistas y bajistas de cualquier mercado de divisas. Remedo infernal del juego de mesa Monopoly, en versión de las indigencias materiales y morales del hombre y sus sistemas de convivencia adulterados.

 

Una mala hierba prospera en estas situaciones peores que la peor pesadilla. Es el cinismo, santo y seña del despotismo. En este entorno de muertes por inanición y también programadas, resulta que hay un hospital. Eso sí, los deportados ven desde sus catres de convalecientes, ocupados hasta por dos y tres pacientes, el horrendo humo que sale de las chimeneas de los hornos crematorios, alimentados por los desechos corporales de los que ya han dejado de ser útiles como esclavos.

 

Ochenta años va a hacer de esta alucinación. Tiempo breve en las escalas históricas para mantener fresco el recuerdo. Los cañones del odio, sin embargo, apuntan a los suicidas olvidos y a las tendencias con prefijo anti. Contra algo o alguien parece que se vuelve a vivir mejor. La brújula de nuestros destinos parece imantada.

 

El mundo moderno recupera la crueldad por otros medios. La guerra ya tiene que ser sufrimiento global. De sus consecuencias no se libran ni ancianos, ni mujeres, ni niños, las prioridades de cualquier salvamento en todo tipo de catástrofe. Se ha alcanzado tal grado de sofisticación en las máquinas de matar que hasta se añoran los cañoneos y cargas a campo abierto, alegoría del acotado campo de batalla, el reducto donde se citaban o se encontraban los guerreros a saciar su belicosidad. También caía mucha gente inocente, llevados allí a la fuerza por las sucesivas levas del tirano de turno. Pero había equilibrio en las probabilidades entre matar y morir. Lo de ahora no tiene más nombre que el de crímenes contra la humanidad, indefensa para más señas. Al Auschwitz de Primo Levi se le han caído las alambradas.

 

Quien vive la historia la asimila rápido. Quien no lo hace evita el ejercicio de aprenderla. Sirva para hoy  la revelación de Levi en las páginas finales de Si esto es un hombre. Nos lo cuenta así, como escarmentado que sabe lo que dice: “…un nuevo fascismo, con su retahíla de intolerancias, prepotencias y servidumbres, puede nacer fuera de nuestro país y ser importado, quizás en puntas de pies o haciéndose llamar por otro nombre, o puede desencadenarse dentro de casa con una violencia capaz de desbaratar todo reparo. Habrá que escuchar a quien supo y a quien (sobre)vivió.”

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