Sol Gómez Arteaga
Sábado, 02 de Diciembre de 2023

Imaginación

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Miro al frente. De frente se alza el palacio episcopal donde yo imagino que habita una princesa. No una princesa real sino de cuento. Justo en el ala izquierda hay una ventana en forma de arco con una luz encendida día y noche, aunque solo por la noche, en medio de la oscuridad, la luz logra imponerse. Brillar con luz propia. Hacerse verdaderamente presente.

    

La imaginación es la loca de la casa, dice el inquisidor a Teresa en la obra de teatro de Juan Mayorga ‘La lengua en pedazos’, en alusión a las visiones de la mística y también nos lo dice a nosotros en tanto espectadores o lectores. Por eso mientras corta cebollas -es en la cocina donde se cuecen las cosas importantes, entre pucheros anda Dios-, quiere ahogarla, sofocarla, acorralarla, cercenarla, extinguirla, conjurarla, impedirla. Pero sería demasiado fácil imponerse y quiere que sea la propia Teresa quien, convencida de su inadecuación, de su forma de hacer subversiva, apague esa luz. Más Teresa no tiene ningún miedo a ver lo que sus ojos, mariposas o lagartijas, le muestran en la morada de su castillo interior. Teresa no busca agradar al mundo, ni quiere que nadie la salve de sí misma. No lo necesita. Teresa no le teme a la vida interior, tan rica en luces y sombras, en certezas y en dudas, en definitiva, en matices.

 

Los ojos de su imaginación, en la obra libre de Mayorga sobre Teresa, no luchan contra los del cuerpo. Cuerpo y alma están en ella inseparablemente unidos, enlazados, engarzados.

 

La palabra imaginación procede del latín imago que significa retrato, imitación, copia. La imaginación juega con la realidad, la retuerce, la tergiversa, la re-crea, y dándole una o dos o tres vueltas de tuerca, la transforma en otra. La imaginación turba nuestros sentidos y nos hace ver en las aspas de los molinos de viento gigantes que mueven frenéticamente los brazos, escuchar el sonido del mar apoyando el oído en el hueco de una caracola, retornar al verano saboreando una cereza fuera de temporada, sentir el tacto de la piel querida en ese aroma que nos sorprende inopinadamente al paso. Es alimento como el pan de cada día; refugio de los días grises, planos, sin aristas; escape cuando la realidad y su exceso se imponen como un monstruo demasiado feo. A través de ella conseguimos salirnos del tiempo y del espacio, viajar al pasado -la imaginación es el territorio por antonomasia de la infancia donde todo aun es posible- o al futuro. La imaginación nos permite vivir otras vidas. Juguetona, entretenida, imaginativa, transgresora, disidente, es el lugar donde se tejen los sueños sin permiso, a veces inconfesables. No se pueden poner puertas al mundo de la imaginación y sus misterios como no se puede poner puertas al aire. La imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado, mientras que la imaginación no. Sobre este postulado Einstein creo la teoría de la relatividad y la ciencia se hizo más sabia.  

 

Libre y disidente, la imaginación vuela a territorios ignotos.

 

Sin imaginación, sin fantasía, sin sueños, sin ilusiones no podríamos vivir. Yo al menos no podría. Ellos me alivian, me dan el consuelo que a veces el mundo real, tangible a los ojos, no me da. No quiero vivir sin imaginar. Ni quiero que ningún inquisidor apague la llama de la imaginación. Quiero que sea ésta la que, con la vida, se apague abruptamente o se extinga de a poco.

 

Pase lo que pase, se desplome el cielo o la tierra se abra a mis pies, creo que lo que importa, pues constituye base y aliento de muchas otras cosas que también (me) importan, es esa luz invariablemente encendida.

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