A propósito de los poetas
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“Así es el viejo oficio
del poeta, que comienza
en la idea, en el soplo
sobre el polvo infinito
de la memoria, sobre
la experiencia vivida,
la historia, los deseos,
las pasiones del hombre.”
(José Agustín Goytisolo)
Los poetas son distintos. Son seres extraños. Extravagantes. No son como nosotros, los hombres de la calle, normales y corrientes, el común de los mortales. Pero tampoco son –como dice Platón– mentirosos. Lo que ocurre es que son mucho más sensibles. Más delicados. Su alma es más femenina que masculina. Y ellos miran con el alma. Por eso ven las cosas de otra manera. Ven lo que nosotros no vemos.
Para ellos, el sol es de oro, la luna de plata, el cielo de cristal, las estrellas de hielo, la noche de carbón, las nubes de algodón, el arcoíris de caramelo, el mar de acero, el río de aluminio, el bosque de pergamino, las montañas de mazapán, la nieve de azúcar, el palacio de papel, la catedral de cartón, la muralla de platino, las estatuas de sal, las palomas de nata, los gorriones de bronce, las rosas de sangre, el pelo de azabache, la piel de seda, los ojos de mar, la mirada de luz, las lágrimas de lluvia, los labios de fuego, los besos de agua, los suspiros de aire, la voz de miel, las palabras de música, los pechos de mármol, las manos de nácar, el alma de niebla, los recuerdos de cenizas, los sueños de realidad y el corazón… ¿De qué es el corazón? El corazón es de amor. De amor. Todo él de amor. Porque un corazón que no se ha roto por amor no es un corazón entero.
Este es su mundo. Un mundo desconocido. Porque ellos viven detrás de las cosas. En lo oculto. En la latencia. Donde están los bastidores. Los nudos. Los secretos. Las sutilezas. Los detalles. Lo nimio. Los matices. Lo intenso. El ensueño. Las sombras. Desde donde se controla todo cuanto aparece en el escenario de la vida. En el gran teatro del mundo. Ahí, donde habita la belleza. La belleza es para ellos un consuelo, un refugio, la razón última de su existencia. Lo que les hace desear vivir esta vida. Beberla con todos sus vértices y todas sus aristas. No dejarse morir. Ser Don Quijote y no Alonso Quijano.
“Así es el viejo oficio
del poeta, que comienza
en la idea, en el soplo
sobre el polvo infinito
de la memoria, sobre
la experiencia vivida,
la historia, los deseos,
las pasiones del hombre.”
(José Agustín Goytisolo)
Los poetas son distintos. Son seres extraños. Extravagantes. No son como nosotros, los hombres de la calle, normales y corrientes, el común de los mortales. Pero tampoco son –como dice Platón– mentirosos. Lo que ocurre es que son mucho más sensibles. Más delicados. Su alma es más femenina que masculina. Y ellos miran con el alma. Por eso ven las cosas de otra manera. Ven lo que nosotros no vemos.
Para ellos, el sol es de oro, la luna de plata, el cielo de cristal, las estrellas de hielo, la noche de carbón, las nubes de algodón, el arcoíris de caramelo, el mar de acero, el río de aluminio, el bosque de pergamino, las montañas de mazapán, la nieve de azúcar, el palacio de papel, la catedral de cartón, la muralla de platino, las estatuas de sal, las palomas de nata, los gorriones de bronce, las rosas de sangre, el pelo de azabache, la piel de seda, los ojos de mar, la mirada de luz, las lágrimas de lluvia, los labios de fuego, los besos de agua, los suspiros de aire, la voz de miel, las palabras de música, los pechos de mármol, las manos de nácar, el alma de niebla, los recuerdos de cenizas, los sueños de realidad y el corazón… ¿De qué es el corazón? El corazón es de amor. De amor. Todo él de amor. Porque un corazón que no se ha roto por amor no es un corazón entero.
Este es su mundo. Un mundo desconocido. Porque ellos viven detrás de las cosas. En lo oculto. En la latencia. Donde están los bastidores. Los nudos. Los secretos. Las sutilezas. Los detalles. Lo nimio. Los matices. Lo intenso. El ensueño. Las sombras. Desde donde se controla todo cuanto aparece en el escenario de la vida. En el gran teatro del mundo. Ahí, donde habita la belleza. La belleza es para ellos un consuelo, un refugio, la razón última de su existencia. Lo que les hace desear vivir esta vida. Beberla con todos sus vértices y todas sus aristas. No dejarse morir. Ser Don Quijote y no Alonso Quijano.