Nuria Viuda
Sábado, 09 de Diciembre de 2023

El hombre invisible o la voracidad

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Resulta que en unos años todos seremos poseedores de un traje mágico que nos hará invisibles. Palabra; lo han inventado ya los chinos que son un prodigio a la hora de reinventar el  mundo. Será el rey absoluto de nuestro guardarropa. La estrella de nuestro vestuario. No anhelaremos ya otra indumentaria. Con el tiempo, como todos los inventos y novedades, podrá ser adquirido por la mayoría.  De momento, como siempre en está descompensada sociedad, será adquirido en exclusiva por  unos pocos bolsillos abultados.

 

El artilugio en cuestión lo compone un panel que invisibiliza partes del cuerpo. Un complejo conjunto  de irisaciones y juegos lumínicos, insertos en la tela, nos hará desaparecer a los ojos del orbe y de los hombres. La sugestiva novedad ha sido patentada por un tal Chu Junhao, físico de la facultad de ciencias de la universidad Donghua que la exhibió en un reciente seminario científico.

 

No me digan que no les tienta convertir su sueño en realidad; porque todos hemos soñado alguna vez  en con este milagro  tan maravilloso como siniestro, no me lo nieguen.

 

Ser invisible para perpetrar todo tipo de asuntos resulta estremecedor. No solamente para robar a manos llenas sin ser desenmascarado; asunto menor en esa circunstancia, pero sueño de casi  todos. También, por desgracia, para llevár a cabo las más horribles atrocidades y venganzas saliendo impune  de ellas. El juego del escondite llevado a lo más alto de la perversión. El invento realmente da pánico, es un arma de destrucción masiva si me apuran, ya que el ser humano lleva la maldad y la ignominia prendida en los genes. “Bajo la capa del cristiano se esconden los gitanos” que decía mi bisabuela. Es cierto que para muchas otras actividades resulta práctico y hasta conmovedor, casi excelso. Pienso en algunas  que lo convertirían a uno en rey mago,  hada madrina  y resplandor de bonanza en el hipotético caso de su buen uso.

 

No obstante, cuesta imaginar un futuro camuflados en nuestro traje mágico pululando por el globo terráqueo como supehéroes confusos esquivando a la muerte. Si vamos a ser invisibles a capricho quizá nos sirva para alcanzar la inmortalidad. La invisibilidad implica la nada. El absoluto desaparecer. Quizá el mundo amanezca un día despoblado de almas. Estaremos tan alucinados ante la experiencia  de  poseer este modelito el día que se democratice, que desapareceremos casi todos al tiempo, pasto del libre albedrío, intentando engañar al destino. Ya lo soñó Benedetti hace tiempo en su poema Invisible. Una lástima que no pudiese enterarse de esta innovación, ya que así no tendría que haberse molestado en levantar barricadas, fogatas y biombos, nieblas y cortinas, para librarse  de la parca. Con un traje de paneles invisibilizantes le hubiese bastado.

 

“La muerte está esperándome

ella sabe en qué invierno

aunque yo no lo sepa

por eso  entre ella y yo

levanto barricadas

arrimo sacrificios

regazo en el abrazo

fundo bosques que nadie

reconoce que existen

invento mis fogatas

quemó en ellas memorias

tirabuzones de humo

que se interna en el cielo

por eso entre ella y yo

pongo dudas y biombos

nieblas como telones

pretextos y follones

murallones de culpa

cortinas de inocencia

así hasta que el baluarte

de cosas que es mi vida

borre la muerte aleve

la quite de mis ojos

la oculte y la suprima

de mí y de mi memoria

mientras tanto ella espera.”

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