El hombre invisible o la voracidad
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Resulta que en unos años todos seremos poseedores de un traje mágico que nos hará invisibles. Palabra; lo han inventado ya los chinos que son un prodigio a la hora de reinventar el mundo. Será el rey absoluto de nuestro guardarropa. La estrella de nuestro vestuario. No anhelaremos ya otra indumentaria. Con el tiempo, como todos los inventos y novedades, podrá ser adquirido por la mayoría. De momento, como siempre en está descompensada sociedad, será adquirido en exclusiva por unos pocos bolsillos abultados.
El artilugio en cuestión lo compone un panel que invisibiliza partes del cuerpo. Un complejo conjunto de irisaciones y juegos lumínicos, insertos en la tela, nos hará desaparecer a los ojos del orbe y de los hombres. La sugestiva novedad ha sido patentada por un tal Chu Junhao, físico de la facultad de ciencias de la universidad Donghua que la exhibió en un reciente seminario científico.
No me digan que no les tienta convertir su sueño en realidad; porque todos hemos soñado alguna vez en con este milagro tan maravilloso como siniestro, no me lo nieguen.
Ser invisible para perpetrar todo tipo de asuntos resulta estremecedor. No solamente para robar a manos llenas sin ser desenmascarado; asunto menor en esa circunstancia, pero sueño de casi todos. También, por desgracia, para llevár a cabo las más horribles atrocidades y venganzas saliendo impune de ellas. El juego del escondite llevado a lo más alto de la perversión. El invento realmente da pánico, es un arma de destrucción masiva si me apuran, ya que el ser humano lleva la maldad y la ignominia prendida en los genes. “Bajo la capa del cristiano se esconden los gitanos” que decía mi bisabuela. Es cierto que para muchas otras actividades resulta práctico y hasta conmovedor, casi excelso. Pienso en algunas que lo convertirían a uno en rey mago, hada madrina y resplandor de bonanza en el hipotético caso de su buen uso.
No obstante, cuesta imaginar un futuro camuflados en nuestro traje mágico pululando por el globo terráqueo como supehéroes confusos esquivando a la muerte. Si vamos a ser invisibles a capricho quizá nos sirva para alcanzar la inmortalidad. La invisibilidad implica la nada. El absoluto desaparecer. Quizá el mundo amanezca un día despoblado de almas. Estaremos tan alucinados ante la experiencia de poseer este modelito el día que se democratice, que desapareceremos casi todos al tiempo, pasto del libre albedrío, intentando engañar al destino. Ya lo soñó Benedetti hace tiempo en su poema Invisible. Una lástima que no pudiese enterarse de esta innovación, ya que así no tendría que haberse molestado en levantar barricadas, fogatas y biombos, nieblas y cortinas, para librarse de la parca. Con un traje de paneles invisibilizantes le hubiese bastado.
“La muerte está esperándome
ella sabe en qué invierno
aunque yo no lo sepa
por eso entre ella y yo
levanto barricadas
arrimo sacrificios
regazo en el abrazo
fundo bosques que nadie
reconoce que existen
invento mis fogatas
quemó en ellas memorias
tirabuzones de humo
que se interna en el cielo
por eso entre ella y yo
pongo dudas y biombos
nieblas como telones
pretextos y follones
murallones de culpa
cortinas de inocencia
así hasta que el baluarte
de cosas que es mi vida
borre la muerte aleve
la quite de mis ojos
la oculte y la suprima
de mí y de mi memoria
mientras tanto ella espera.”
Resulta que en unos años todos seremos poseedores de un traje mágico que nos hará invisibles. Palabra; lo han inventado ya los chinos que son un prodigio a la hora de reinventar el mundo. Será el rey absoluto de nuestro guardarropa. La estrella de nuestro vestuario. No anhelaremos ya otra indumentaria. Con el tiempo, como todos los inventos y novedades, podrá ser adquirido por la mayoría. De momento, como siempre en está descompensada sociedad, será adquirido en exclusiva por unos pocos bolsillos abultados.
El artilugio en cuestión lo compone un panel que invisibiliza partes del cuerpo. Un complejo conjunto de irisaciones y juegos lumínicos, insertos en la tela, nos hará desaparecer a los ojos del orbe y de los hombres. La sugestiva novedad ha sido patentada por un tal Chu Junhao, físico de la facultad de ciencias de la universidad Donghua que la exhibió en un reciente seminario científico.
No me digan que no les tienta convertir su sueño en realidad; porque todos hemos soñado alguna vez en con este milagro tan maravilloso como siniestro, no me lo nieguen.
Ser invisible para perpetrar todo tipo de asuntos resulta estremecedor. No solamente para robar a manos llenas sin ser desenmascarado; asunto menor en esa circunstancia, pero sueño de casi todos. También, por desgracia, para llevár a cabo las más horribles atrocidades y venganzas saliendo impune de ellas. El juego del escondite llevado a lo más alto de la perversión. El invento realmente da pánico, es un arma de destrucción masiva si me apuran, ya que el ser humano lleva la maldad y la ignominia prendida en los genes. “Bajo la capa del cristiano se esconden los gitanos” que decía mi bisabuela. Es cierto que para muchas otras actividades resulta práctico y hasta conmovedor, casi excelso. Pienso en algunas que lo convertirían a uno en rey mago, hada madrina y resplandor de bonanza en el hipotético caso de su buen uso.
No obstante, cuesta imaginar un futuro camuflados en nuestro traje mágico pululando por el globo terráqueo como supehéroes confusos esquivando a la muerte. Si vamos a ser invisibles a capricho quizá nos sirva para alcanzar la inmortalidad. La invisibilidad implica la nada. El absoluto desaparecer. Quizá el mundo amanezca un día despoblado de almas. Estaremos tan alucinados ante la experiencia de poseer este modelito el día que se democratice, que desapareceremos casi todos al tiempo, pasto del libre albedrío, intentando engañar al destino. Ya lo soñó Benedetti hace tiempo en su poema Invisible. Una lástima que no pudiese enterarse de esta innovación, ya que así no tendría que haberse molestado en levantar barricadas, fogatas y biombos, nieblas y cortinas, para librarse de la parca. Con un traje de paneles invisibilizantes le hubiese bastado.
“La muerte está esperándome
ella sabe en qué invierno
aunque yo no lo sepa
por eso entre ella y yo
levanto barricadas
arrimo sacrificios
regazo en el abrazo
fundo bosques que nadie
reconoce que existen
invento mis fogatas
quemó en ellas memorias
tirabuzones de humo
que se interna en el cielo
por eso entre ella y yo
pongo dudas y biombos
nieblas como telones
pretextos y follones
murallones de culpa
cortinas de inocencia
así hasta que el baluarte
de cosas que es mi vida
borre la muerte aleve
la quite de mis ojos
la oculte y la suprima
de mí y de mi memoria
mientras tanto ella espera.”