Carmen y Concha
![[Img #66741]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2023/8710_4.jpg)
El 2023 da las últimas boqueadas. Aunque se diga que una vez al año no hace daño, trescientos sesenta y cinco días dan para penas y alegrías de toda laya y condición. Llegadas estas fechas se hace repaso mental de lo mejor y de lo peor en el taco del calendario. En lo segundo, emergen los óbitos de las celebridades que nos han dejado. Y la lista no se hace corta, por desgracia.
En el año que termina entresaco dos mujeres del espectáculo patrio que han bajado definitivamente el telón de la representación de sus vidas, entre los aplausos y vítores de una peña de fans entregadas desde hace muchos años al buen hacer de su arte como indiscutibles reinas de la farándula.
Carmen Sevilla y Cocha Velasco ensalzan su fama como las dos últimas representantes de una élite de artistas que han marcado época. En el cine, por ejemplo, fueron la última referencia de una pléyade de actores (todavía con permiso del gran José Sacristán), entre los que se cuentan compañeros de generación como Fernando Fernán Gómez, José Luis López Vázquez, Alfredo Landa, Toni Leblanc y alguno más. Una élite que marcó el territorio cinematográfico durante décadas. Se puede decir de ellos que sostuvieron con humor de urgencia el estilo, cuando no gazmoño, casposo, de la filosofía hispana del franquismo sociológico. Pero hicieron reír en tiempos dominados por el miedo y las lágrimas. Llegadas las libertades cambiaron registros en ejemplos supremos de versatilidad interpretativa. Cómicos y dramáticos a la vez ¿Hay quien dé más?
Carmen y Concha fueron la aportación femenina a un cine de mujeres bajo los dictados de la moral nacional católica. Prohibido apartarse de su catecismo y, sin embargo, en ellas, era fácil entrever que los registros de sus vidas transitaban por caminos diferentes. Al igual que sus colegas hombres, con la democracia, se revelaron como féminas modernas, del todo opuestas a los papeles de aquellos guiones de obligada virtud de sexto mandamiento. Supieron sustituir la decencia de escapulario con la coherencia de la libertad. Cada una a su manera.
Las dos finadas de la misma añada recrearon en un tándem espontáneo la integridad de un espectáculo polifacético, que alcanzaba a la música, el baile y las tablas del teatro. Con la sola escuela de la improvisación típicamente española de sacar de donde no hay, Carmen y Concha evolucionaron hasta niveles de calidad artística que, con apellidos ingleses o franceses, o entrenamientos en sofisticados métodos de actuación, habrían ascendido hasta lo más alto del showbusiness. Pero lo obtenido tampoco fue moco de pavo: profetas en su tierra, que para estos andurriales es heroicidad.
Representaron ambas como nadie el don de la simpatía hasta con los públicos más esnobistas e intelectuales. Sus admiradores lo eran de verdad sin la dobleces de las modas pasajeras. En lo más alto años y años. Eso no fue fruto del azar. Y es que, tras la sofisticación obligada de su profesión, sobresalió una vena popular que las hizo personalidades autorizadas para todos los públicos. Compaginaban en perfecta armonía el estreno glamuroso sobre alfombra roja en los espectáculos de la Gran Vía de Madrid, con la presencia en los cartelones de cine de barriada. Las dos fueron cara visible de un programa televisivo llamado así, precisamente, Cine de barrio, uno de los más longevos en antena.
Las imágenes de ellas se desdoblaron en la modernidad pegadiza de una chica yeyé, Concha, y en la españolidad de las coplas y la bata de cola, Carmen. Las dos con nombres propios de vírgenes hispanas a más no poder, acompañados de apellidos que no podían desmarcarse del uso cotidiano de la calle. Porque, aunque ambas tuvieran firma en la luces de neón, su fama y personalidad estaba hecha a la medida del pie puesto en tierra. Semejaban una especie de divinidad terrenal.
La Velasco y la Sevilla apagaron un día, sin darnos cuenta, las luces de sus candilejas. Se habían hecho mayores para un público preparado solo para disfrutarlas en una lozanía eterna. Guapas, artistazas, polifacéticas, mujeres para ser admiradas en los sueños del cine. El paso del tiempo no podía ni debía tener salvoconducto para las arrugas y las patas de gallo. No queremos imaginarlas en la soledad, compañera inseparable del paso de los años. Nos despedimos de ellas con la frescura de su garbo y el gracejo de su quehacer. La memoria es dúctil y maleable, y en ella quedará grabado el impacto para muchos de una belleza femenina rotunda y sutil a la vez.
Katharine (Hepburn), Lauren (Bacall) y Marilyn (Monroe) fueron también nombres del firmamento femenino estelar de Hollywood. Paradigmas de glamures, cánones de estética y patrones de la elegancia en escenarios que únicamente pueden imaginarse como el sueño eterno. Diosas de la religión del divismo. Inalcanzables para las limitaciones humanas.
Carmen y Concha, la Sevilla y la Velasco, son las estrellas locales de cielos más próximos a nosotros, no tan rutilantes. Mujeres de carne y hueso reconocibles. Próximas, cálidas, encajadas con toda naturalidad como posibles vecinas del piso de arriba. Brillan con la luz propia. Portan paisanajes idiosincráticos opuestos como Sevilla y Valladolid. Nacencias dispares, pero carreras profesionales en la pasarela de una juventud esplendorosa y una madurez en la inteligencia de hacer invisible el paso del tiempo. En las dos, plena coincidencia en interpretar sus vidas en una actuación memorable.
El 2023 da las últimas boqueadas. Aunque se diga que una vez al año no hace daño, trescientos sesenta y cinco días dan para penas y alegrías de toda laya y condición. Llegadas estas fechas se hace repaso mental de lo mejor y de lo peor en el taco del calendario. En lo segundo, emergen los óbitos de las celebridades que nos han dejado. Y la lista no se hace corta, por desgracia.
En el año que termina entresaco dos mujeres del espectáculo patrio que han bajado definitivamente el telón de la representación de sus vidas, entre los aplausos y vítores de una peña de fans entregadas desde hace muchos años al buen hacer de su arte como indiscutibles reinas de la farándula.
Carmen Sevilla y Cocha Velasco ensalzan su fama como las dos últimas representantes de una élite de artistas que han marcado época. En el cine, por ejemplo, fueron la última referencia de una pléyade de actores (todavía con permiso del gran José Sacristán), entre los que se cuentan compañeros de generación como Fernando Fernán Gómez, José Luis López Vázquez, Alfredo Landa, Toni Leblanc y alguno más. Una élite que marcó el territorio cinematográfico durante décadas. Se puede decir de ellos que sostuvieron con humor de urgencia el estilo, cuando no gazmoño, casposo, de la filosofía hispana del franquismo sociológico. Pero hicieron reír en tiempos dominados por el miedo y las lágrimas. Llegadas las libertades cambiaron registros en ejemplos supremos de versatilidad interpretativa. Cómicos y dramáticos a la vez ¿Hay quien dé más?
Carmen y Concha fueron la aportación femenina a un cine de mujeres bajo los dictados de la moral nacional católica. Prohibido apartarse de su catecismo y, sin embargo, en ellas, era fácil entrever que los registros de sus vidas transitaban por caminos diferentes. Al igual que sus colegas hombres, con la democracia, se revelaron como féminas modernas, del todo opuestas a los papeles de aquellos guiones de obligada virtud de sexto mandamiento. Supieron sustituir la decencia de escapulario con la coherencia de la libertad. Cada una a su manera.
Las dos finadas de la misma añada recrearon en un tándem espontáneo la integridad de un espectáculo polifacético, que alcanzaba a la música, el baile y las tablas del teatro. Con la sola escuela de la improvisación típicamente española de sacar de donde no hay, Carmen y Concha evolucionaron hasta niveles de calidad artística que, con apellidos ingleses o franceses, o entrenamientos en sofisticados métodos de actuación, habrían ascendido hasta lo más alto del showbusiness. Pero lo obtenido tampoco fue moco de pavo: profetas en su tierra, que para estos andurriales es heroicidad.
Representaron ambas como nadie el don de la simpatía hasta con los públicos más esnobistas e intelectuales. Sus admiradores lo eran de verdad sin la dobleces de las modas pasajeras. En lo más alto años y años. Eso no fue fruto del azar. Y es que, tras la sofisticación obligada de su profesión, sobresalió una vena popular que las hizo personalidades autorizadas para todos los públicos. Compaginaban en perfecta armonía el estreno glamuroso sobre alfombra roja en los espectáculos de la Gran Vía de Madrid, con la presencia en los cartelones de cine de barriada. Las dos fueron cara visible de un programa televisivo llamado así, precisamente, Cine de barrio, uno de los más longevos en antena.
Las imágenes de ellas se desdoblaron en la modernidad pegadiza de una chica yeyé, Concha, y en la españolidad de las coplas y la bata de cola, Carmen. Las dos con nombres propios de vírgenes hispanas a más no poder, acompañados de apellidos que no podían desmarcarse del uso cotidiano de la calle. Porque, aunque ambas tuvieran firma en la luces de neón, su fama y personalidad estaba hecha a la medida del pie puesto en tierra. Semejaban una especie de divinidad terrenal.
La Velasco y la Sevilla apagaron un día, sin darnos cuenta, las luces de sus candilejas. Se habían hecho mayores para un público preparado solo para disfrutarlas en una lozanía eterna. Guapas, artistazas, polifacéticas, mujeres para ser admiradas en los sueños del cine. El paso del tiempo no podía ni debía tener salvoconducto para las arrugas y las patas de gallo. No queremos imaginarlas en la soledad, compañera inseparable del paso de los años. Nos despedimos de ellas con la frescura de su garbo y el gracejo de su quehacer. La memoria es dúctil y maleable, y en ella quedará grabado el impacto para muchos de una belleza femenina rotunda y sutil a la vez.
Katharine (Hepburn), Lauren (Bacall) y Marilyn (Monroe) fueron también nombres del firmamento femenino estelar de Hollywood. Paradigmas de glamures, cánones de estética y patrones de la elegancia en escenarios que únicamente pueden imaginarse como el sueño eterno. Diosas de la religión del divismo. Inalcanzables para las limitaciones humanas.
Carmen y Concha, la Sevilla y la Velasco, son las estrellas locales de cielos más próximos a nosotros, no tan rutilantes. Mujeres de carne y hueso reconocibles. Próximas, cálidas, encajadas con toda naturalidad como posibles vecinas del piso de arriba. Brillan con la luz propia. Portan paisanajes idiosincráticos opuestos como Sevilla y Valladolid. Nacencias dispares, pero carreras profesionales en la pasarela de una juventud esplendorosa y una madurez en la inteligencia de hacer invisible el paso del tiempo. En las dos, plena coincidencia en interpretar sus vidas en una actuación memorable.