Después de 60 años
![[Img #66847]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2023/6447_2dsc2780-copia.jpg)
Nos reencontramos, porque la vida es coincidir, en el panta reí, todo fluye, de Heráclito. Ellos habían pasado por las horcas caudinas de una pitanza en Casa de Juan Andrés. Un cocido en Castrillo de los Polvazares, al que yo no pude acudir, por encontrarme en casa recluido, con la pata quebrada. Cuando me visitaron habían pasado más de sesenta años desde nuestras andanzas escolares y ahora nuestras vidas, como los ríos, volvían a confluir, resumiendo los sesenta años en sesenta segundos. Uno, Laureano López Combarros, de la Bañeza, como ejecutivo en la Renault palentina. Otro, Julián Rus, de Astorga, como comerciante que llegó a formar un imperio.
El recuerdo nos llevó, a través de un tercero, Agapito Álvarez Penelas, también de Astorga, hacedor de libros de texto, a Luis Fernández Cifuentes, de León, que cuando acabó en la Universidad se fue a EE. UU. y ya no volvió, pues se quedó como profesor en Princetown primero y, luego, como catedrático, en Harvard, en donde se jubiló y solo regresó en los últimos años. A Tomás Pollán, que se convirtió en ilustre filósofo ágrafo, como su maestro Sócrates, que no escribe, pero que desde su Valdespino natal recorre el mundo, conferenciando en EE. UU., Alemania o Japón, donde encuentra audiencias, que no hay en su tierra, para escucharle. Así lo evoca Andrés Trapiello en sus diarios.
Su hermano, Pedro Trapiello, dos días después, condujo el homenaje que sus amigos dedicaron a la memoria de un astorgano, recientemente desaparecido, Emilio Geijo, profesor que se inició en el Instituto de Astorga. Tuvo lugar en la Fundación Sierra Pambley, de León. Selectos hombres del pensamiento se reunieron para rendirle un tributo, reza otro anglicismo, a un filósofo y hombre de teatro, que dejo inacabada la biografía de Diderot del que Miguel Ángel Cordero, otro astorgano, glosó su pensamiento. Nada que ver con Astorga, donde los munícipes del momento, todo cambia, como la zorra de la fábula decía de las uvas, dicen que la cultura es elitista, sin haberla catado.
Emilio, iniciado como profesor en el Instituto de su Astorga natal, curílmente reaccionaria y polémica, tuvo que poner tierra por medio y en León vivió su vida. El pasado día 19, que hubiera sido su cumpleaños, allí estaban, con el salón abarrotado, no como los doce del concejal mortuorio de la Casa Panero, los que consideraban un privilegio haber convivido con él, al que tenían por un hombre bueno, que irradiaba luz para los demás, que compartían su vida.
Todo permanece, pregonaba el otro griego, Parménides, frente al todo fluye de Heráclito. Ajeno a la generación y a la corrupción, aunque todo sea opinable, con desvarío, como ocurre en el mundo actual, en el que aun tapándose los oídos se escuchan las memeces que rebotan infatigables. Basta con poner la televisión y en menos de un minuto escuchas la primera y si te detienes en el Congreso, si se señalan con un gong, entre las de los políticos, especialistas, y los periodistas, el gongeo es tan continuo, como antes lo era el traqueteo del tren.
En sesenta años, que son tres veces los del tango, que no eran nada. En los que la vida se resuelve entre vivencias y remilgos. Cuando no se está inquieto por lo que hay que vivir,sino reposado y sereno por lo vivido. Estudiando con los jesuitas, para los que no quedan nada más que buenos recuerdos de adolescencias tristes y felices y en los tiempos duros de la postguerra. Evocaciones floridas y vívidas de lo que se aprendió y que merecería la pena volver a vivir.
Nos reencontramos, porque la vida es coincidir, en el panta reí, todo fluye, de Heráclito. Ellos habían pasado por las horcas caudinas de una pitanza en Casa de Juan Andrés. Un cocido en Castrillo de los Polvazares, al que yo no pude acudir, por encontrarme en casa recluido, con la pata quebrada. Cuando me visitaron habían pasado más de sesenta años desde nuestras andanzas escolares y ahora nuestras vidas, como los ríos, volvían a confluir, resumiendo los sesenta años en sesenta segundos. Uno, Laureano López Combarros, de la Bañeza, como ejecutivo en la Renault palentina. Otro, Julián Rus, de Astorga, como comerciante que llegó a formar un imperio.
El recuerdo nos llevó, a través de un tercero, Agapito Álvarez Penelas, también de Astorga, hacedor de libros de texto, a Luis Fernández Cifuentes, de León, que cuando acabó en la Universidad se fue a EE. UU. y ya no volvió, pues se quedó como profesor en Princetown primero y, luego, como catedrático, en Harvard, en donde se jubiló y solo regresó en los últimos años. A Tomás Pollán, que se convirtió en ilustre filósofo ágrafo, como su maestro Sócrates, que no escribe, pero que desde su Valdespino natal recorre el mundo, conferenciando en EE. UU., Alemania o Japón, donde encuentra audiencias, que no hay en su tierra, para escucharle. Así lo evoca Andrés Trapiello en sus diarios.
Su hermano, Pedro Trapiello, dos días después, condujo el homenaje que sus amigos dedicaron a la memoria de un astorgano, recientemente desaparecido, Emilio Geijo, profesor que se inició en el Instituto de Astorga. Tuvo lugar en la Fundación Sierra Pambley, de León. Selectos hombres del pensamiento se reunieron para rendirle un tributo, reza otro anglicismo, a un filósofo y hombre de teatro, que dejo inacabada la biografía de Diderot del que Miguel Ángel Cordero, otro astorgano, glosó su pensamiento. Nada que ver con Astorga, donde los munícipes del momento, todo cambia, como la zorra de la fábula decía de las uvas, dicen que la cultura es elitista, sin haberla catado.
Emilio, iniciado como profesor en el Instituto de su Astorga natal, curílmente reaccionaria y polémica, tuvo que poner tierra por medio y en León vivió su vida. El pasado día 19, que hubiera sido su cumpleaños, allí estaban, con el salón abarrotado, no como los doce del concejal mortuorio de la Casa Panero, los que consideraban un privilegio haber convivido con él, al que tenían por un hombre bueno, que irradiaba luz para los demás, que compartían su vida.
Todo permanece, pregonaba el otro griego, Parménides, frente al todo fluye de Heráclito. Ajeno a la generación y a la corrupción, aunque todo sea opinable, con desvarío, como ocurre en el mundo actual, en el que aun tapándose los oídos se escuchan las memeces que rebotan infatigables. Basta con poner la televisión y en menos de un minuto escuchas la primera y si te detienes en el Congreso, si se señalan con un gong, entre las de los políticos, especialistas, y los periodistas, el gongeo es tan continuo, como antes lo era el traqueteo del tren.
En sesenta años, que son tres veces los del tango, que no eran nada. En los que la vida se resuelve entre vivencias y remilgos. Cuando no se está inquieto por lo que hay que vivir,sino reposado y sereno por lo vivido. Estudiando con los jesuitas, para los que no quedan nada más que buenos recuerdos de adolescencias tristes y felices y en los tiempos duros de la postguerra. Evocaciones floridas y vívidas de lo que se aprendió y que merecería la pena volver a vivir.