Subida al monte
![[Img #67121]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/01_2024/7890_4-campo-copia.jpg)
Domingo, 7 de enero de 2024. Descanso de la lectura y salgo a dar un paseo y a comprar la prensa. Dejo Santocildes y la plaza Mayor y me detengo un instante a contemplar una vez más los delicados capiteles de Fátima. Sigo hasta el parque de los niños y el paseo de la muralla, ya algo concurrido a estas horas del mediodía. Al fondo, la sierra del Teleno, alargada hasta los confines del Bierzo. Bajo la luz del sol y el aire limpio, ligero, parece más cercano, con la corona de nieve sobre los azules glaucos. Cómo no pensar en quienes han subido y escrito sobre ese monte, Panero en primer lugar, Colinas, que han visto en la montaña lo que tiene de símbolo. Y han subido. Los que lo sentimos cercano en la distancia hemos subido. Para conmemorar algo, para sentir el vértigo y el dolor de la ascensión.
Recuerdo arriba —veinte de agosto de 2022— cómo soplaba el viento, frío. Y cómo aparecían a lo lejos los llanos y los valles, las arboledas densas, los pueblos de una y otra vertiente, las comarcas; Maragatería, Vega, Valduerna, Cabrera. Y a duras penas, pensaba. El aire transparente y gélido apenas deja pensar. También Petrarca subió al monte que veía desde niño en la Provenza. El Mont Ventoux. Lo hizo tras leer en Tito Livio que Filipo de Macedonia (Filipo V, que luchó contra los romanos) había subido al Hemo, en Tesalia, para ver las montañas, los mares y los ríos lejanos que, se decía, podían contemplarse desde lo alto. Por fin al tercer día llegaron a la cumbre y, dice Livio, “Tras su descenso no dijeron nada”. ¿Era el silencio del asombro o la inutilidad de lo visto?
Muchos siglos después, Petrarca se quedó pasmado ante el panorama y miraba en la lejanía su amada tierra italiana. Llevaba consigo las Confesiones de san Agustín, ese libro único, y leyó allí donde dice, “Se van los hombres a contemplar las cumbres de las montañas, las grandes mareas del mar y el ancho curso de los ríos, la inmensidad del océano y las órbitas de los planetas; y no se preocupan de sí mismos”.
Pienso en esas cosas sin importancia mientras veo a lo lejos la cumbre nevada del Teleno y sigo caminando a lo largo de la muralla.
Domingo, 7 de enero de 2024. Descanso de la lectura y salgo a dar un paseo y a comprar la prensa. Dejo Santocildes y la plaza Mayor y me detengo un instante a contemplar una vez más los delicados capiteles de Fátima. Sigo hasta el parque de los niños y el paseo de la muralla, ya algo concurrido a estas horas del mediodía. Al fondo, la sierra del Teleno, alargada hasta los confines del Bierzo. Bajo la luz del sol y el aire limpio, ligero, parece más cercano, con la corona de nieve sobre los azules glaucos. Cómo no pensar en quienes han subido y escrito sobre ese monte, Panero en primer lugar, Colinas, que han visto en la montaña lo que tiene de símbolo. Y han subido. Los que lo sentimos cercano en la distancia hemos subido. Para conmemorar algo, para sentir el vértigo y el dolor de la ascensión.
Recuerdo arriba —veinte de agosto de 2022— cómo soplaba el viento, frío. Y cómo aparecían a lo lejos los llanos y los valles, las arboledas densas, los pueblos de una y otra vertiente, las comarcas; Maragatería, Vega, Valduerna, Cabrera. Y a duras penas, pensaba. El aire transparente y gélido apenas deja pensar. También Petrarca subió al monte que veía desde niño en la Provenza. El Mont Ventoux. Lo hizo tras leer en Tito Livio que Filipo de Macedonia (Filipo V, que luchó contra los romanos) había subido al Hemo, en Tesalia, para ver las montañas, los mares y los ríos lejanos que, se decía, podían contemplarse desde lo alto. Por fin al tercer día llegaron a la cumbre y, dice Livio, “Tras su descenso no dijeron nada”. ¿Era el silencio del asombro o la inutilidad de lo visto?
Muchos siglos después, Petrarca se quedó pasmado ante el panorama y miraba en la lejanía su amada tierra italiana. Llevaba consigo las Confesiones de san Agustín, ese libro único, y leyó allí donde dice, “Se van los hombres a contemplar las cumbres de las montañas, las grandes mareas del mar y el ancho curso de los ríos, la inmensidad del océano y las órbitas de los planetas; y no se preocupan de sí mismos”.
Pienso en esas cosas sin importancia mientras veo a lo lejos la cumbre nevada del Teleno y sigo caminando a lo largo de la muralla.