Preludio a la Semana Santa que llega
![[Img #67426]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2024/4619_1-dsc_1952-copia.jpg)
No podemos eludir un comentario cuando antes de la Semana Santa de 2024 surge en Sevilla una polémica, ya habitual de cada año, en torno al diseño del cartel anunciador. En el que se presenta la imagen realista de un Cristo Joven fotografiado de un modo real.
La polémica alcanza un ímpetu especial en las redes, esa especie de caverna, que no es la de Platón, por la que desfilan con rapidez manifestaciones esperpénticas de la cultura popular o incultura desbocadas. Se le llama de todo al autor de la propuesta, en la senda fácil como se abordan estas críticas, que reconoce que fotografió el cuerpo de su hijo, como expresión de la parte más fundamental de la Semana Santa, que es la Resurrección, frente a la imagen más lacerante de la Pasión.
Se enfrentan así dos formas de entender la Semana Santa en la representación del cuerpo de Jesucristo. El cuerpo sufriente de los distintos momentos de la Pasión o el cuerpo triunfante y esplendoroso de la Resurrección, que es el de la plenitud, en la que Jesucristo se muestra como el hijo de Dios, que resucita y vuelve a la vida.
Son las dos condiciones extremas que aporta la Semana Santa, en donde, por encima de la gravedad que recoge el dolor en la Pasión, está y deberá estar, como representación no menos esencial y más significativa, la Resurrección. El triunfo sobre la muerte y el fundamento y grandeza de toda la representatividad del misterio pasional que es la Semana Santa.
Esta exacta realidad es la que es la que ilustra el cartel sevillano de este año, cuando se enfrentan dos apreciaciones del mismo misterio, en la representación de Jesucristo. La doliente y la gloriosa. La primera, podemos considerar que ha dominado hasta el siglo pasado y, la segunda, es más propia de este siglo, y es con la que concluye la Semana Santa Astorgana, con la nueva procesión del Domingo de Gloria, con la presencia de la urna vacía, expresión eficiente de la Resurrección.
En la polémica de Sevilla se ha dicho de todo, como expresión del rechazo a la figura de Cristo, presentada por el artista. Un cuerpo joven y hermoso, el de su propio hijo, del que emana su belleza y el resplandor expresivo de la Resurrección, como el triunfo definitivo. Con su necesaria desnudez, como se ha recogido en tantas obras de tantos siglos de imaginería, con la belleza propia de su juventud.
Quienes se han ido por las ramas de la fidelidad histórica, se han olvidado que, tradicionalmente, se ha acudido a una representación de Cristo que no era real, pues se ha tendido a presentarlo con unas facciones más propias del prototipo caucásico, es decir de una raza blanca o indoeuropea, cuando Jesucristo, como habitante de Judea, era, sin lugar a dudas, más moreno y con una apariencia física similar, se ha señalado, a la de los judíos iraquíes.
Por lo tanto, esa libertad es admisible para su representación. La de una clara juventud, quizá demasiada, la que representa el nuevo modelo sevillano, pero que no deja de estar más próxima al Cristo real, pues murió cuando tenía treinta y tres años y por lo tanto era más joven de lo que normalmente se le representa, más maduro. Dejamos aparte, las calificaciones de tratarse de un Cristo sexuado o afeminado, que, como señaló el autor, son interpretaciones que solo están en la mente sucia de sus valedores.
Se trata, por tanto, de una polémica absurda, pues entraña la ceguera de quienes quieren aferrarse a unas imágenes tan fuera de la real, que tampoco representa lo que es, que esta, que se aproxima a esa visión de Cristo glorioso y esplendoroso de Resucitado, más allá del Cristo afrentado y sufriente, que es el Cristo de la Pasión. Es a la que se ha sumado la Semana Santa Astorgana, cuando presenta esa urna vacía, que manifiesta, lo reiteramos, lo más esencial de las representaciones pasionales y de la esencia de la religión cristiana. La polémica, por tanto, sobra y debe disolverse como el azúcar en el café.
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No podemos eludir un comentario cuando antes de la Semana Santa de 2024 surge en Sevilla una polémica, ya habitual de cada año, en torno al diseño del cartel anunciador. En el que se presenta la imagen realista de un Cristo Joven fotografiado de un modo real.
La polémica alcanza un ímpetu especial en las redes, esa especie de caverna, que no es la de Platón, por la que desfilan con rapidez manifestaciones esperpénticas de la cultura popular o incultura desbocadas. Se le llama de todo al autor de la propuesta, en la senda fácil como se abordan estas críticas, que reconoce que fotografió el cuerpo de su hijo, como expresión de la parte más fundamental de la Semana Santa, que es la Resurrección, frente a la imagen más lacerante de la Pasión.
Se enfrentan así dos formas de entender la Semana Santa en la representación del cuerpo de Jesucristo. El cuerpo sufriente de los distintos momentos de la Pasión o el cuerpo triunfante y esplendoroso de la Resurrección, que es el de la plenitud, en la que Jesucristo se muestra como el hijo de Dios, que resucita y vuelve a la vida.
Son las dos condiciones extremas que aporta la Semana Santa, en donde, por encima de la gravedad que recoge el dolor en la Pasión, está y deberá estar, como representación no menos esencial y más significativa, la Resurrección. El triunfo sobre la muerte y el fundamento y grandeza de toda la representatividad del misterio pasional que es la Semana Santa.
Esta exacta realidad es la que es la que ilustra el cartel sevillano de este año, cuando se enfrentan dos apreciaciones del mismo misterio, en la representación de Jesucristo. La doliente y la gloriosa. La primera, podemos considerar que ha dominado hasta el siglo pasado y, la segunda, es más propia de este siglo, y es con la que concluye la Semana Santa Astorgana, con la nueva procesión del Domingo de Gloria, con la presencia de la urna vacía, expresión eficiente de la Resurrección.
En la polémica de Sevilla se ha dicho de todo, como expresión del rechazo a la figura de Cristo, presentada por el artista. Un cuerpo joven y hermoso, el de su propio hijo, del que emana su belleza y el resplandor expresivo de la Resurrección, como el triunfo definitivo. Con su necesaria desnudez, como se ha recogido en tantas obras de tantos siglos de imaginería, con la belleza propia de su juventud.
Quienes se han ido por las ramas de la fidelidad histórica, se han olvidado que, tradicionalmente, se ha acudido a una representación de Cristo que no era real, pues se ha tendido a presentarlo con unas facciones más propias del prototipo caucásico, es decir de una raza blanca o indoeuropea, cuando Jesucristo, como habitante de Judea, era, sin lugar a dudas, más moreno y con una apariencia física similar, se ha señalado, a la de los judíos iraquíes.
Por lo tanto, esa libertad es admisible para su representación. La de una clara juventud, quizá demasiada, la que representa el nuevo modelo sevillano, pero que no deja de estar más próxima al Cristo real, pues murió cuando tenía treinta y tres años y por lo tanto era más joven de lo que normalmente se le representa, más maduro. Dejamos aparte, las calificaciones de tratarse de un Cristo sexuado o afeminado, que, como señaló el autor, son interpretaciones que solo están en la mente sucia de sus valedores.
Se trata, por tanto, de una polémica absurda, pues entraña la ceguera de quienes quieren aferrarse a unas imágenes tan fuera de la real, que tampoco representa lo que es, que esta, que se aproxima a esa visión de Cristo glorioso y esplendoroso de Resucitado, más allá del Cristo afrentado y sufriente, que es el Cristo de la Pasión. Es a la que se ha sumado la Semana Santa Astorgana, cuando presenta esa urna vacía, que manifiesta, lo reiteramos, lo más esencial de las representaciones pasionales y de la esencia de la religión cristiana. La polémica, por tanto, sobra y debe disolverse como el azúcar en el café.






