Contubernio de Bolonia
![[Img #67443]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2024/1824_equis-dsc0075-copia.jpg)
Lo cuenta muy bien Plutarco cuando en sus Vidas paralelas trata de Cicerón. A finales de noviembre del año 43 a.C., se reúnen durante tres días a solas y en secreto cerca de la ciudad de Bolonia, «en un lugar rodeado por un río y alejado de los campamentos», Octavio, Marco Antonio y Lépido. En un ambiente de guerra civil y crisis total del Estado, el objetivo no es otro que repartirse el Imperio. Se trata de una conspiración de todos contra todos, en la que nadie se fía de nadie. Pero no ocultan sus cartas iniciales. Elaboran una lista de entre doscientos y trescientos proscritos y cada cual impone quién debe encabezarla. Es decir, ser el primero en caer. Lo que se discute es a quién debe entregar cada uno de ellos. Así, a Octavio se le pide en primer lugar a Cicerón, a Lépido su hermano Paulo y a Marco Antonio su tío Lucio César. ¿Curioso, no? Cegados por la ira y la rabia, cada cual exige su tributo de sangre. De modo particular, Marco Antonio insiste en la muerte de Cicerón. ¿Por qué? Era un enemigo incuestionable desde que pronunciara en el foro las famosas Filípicas contra él y su política considerándolo un peligro para la República.
Los primeros días, Octavio se niega a entregar a Cicerón; pero al tercero, cede. Es su sentencia de muerte y así se cumplirá no tardando mucho; el 7 de diciembre los sicarios de Marco Antonio acuden a su finca de Astura, en las proximidades de Pompeya, donde se ha refugiado consciente de que van a por él. Lo descubren cuando se trasladaba en una litera por los caminos y el centurión Herenio lo decapita y cortan las manos con las que había escrito las acusaciones. Y para que sirva de ejemplo, exponen los despojos en los Rostra, la tribuna del Foro desde la que tantas veces había hablado. Así son las cosas. A Cicerón, un ejemplo de hombre civilizado, culto y de agradable trato, con sus defectos, claro, lo quita de en medio un borracho fanfarrón, libertino, corrupto y despilfarrador del erario público.
Antonio lo persiguió con saña y Octavio no lo defendió lo bastante.
Cornificio, poeta a quien su amigo Catulo convirtió en destinatario de uno de sus poemas (38) se enfrentó a este segundo triunvirato. Había servido en el ejército de César, era buen orador y mantenía correspondencia con Cicerón. De poco le valió; acabó también muerto, como les ocurrió en medio del terror a dos mil caballeros y ciento sesenta senadores que fueron proscritos y ejecutados.
Hay cosas inmutables, porque pertenecen a la condición humana. Cuando los buenos se quedan quietos, se crecen y actúan los malos.
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Lo cuenta muy bien Plutarco cuando en sus Vidas paralelas trata de Cicerón. A finales de noviembre del año 43 a.C., se reúnen durante tres días a solas y en secreto cerca de la ciudad de Bolonia, «en un lugar rodeado por un río y alejado de los campamentos», Octavio, Marco Antonio y Lépido. En un ambiente de guerra civil y crisis total del Estado, el objetivo no es otro que repartirse el Imperio. Se trata de una conspiración de todos contra todos, en la que nadie se fía de nadie. Pero no ocultan sus cartas iniciales. Elaboran una lista de entre doscientos y trescientos proscritos y cada cual impone quién debe encabezarla. Es decir, ser el primero en caer. Lo que se discute es a quién debe entregar cada uno de ellos. Así, a Octavio se le pide en primer lugar a Cicerón, a Lépido su hermano Paulo y a Marco Antonio su tío Lucio César. ¿Curioso, no? Cegados por la ira y la rabia, cada cual exige su tributo de sangre. De modo particular, Marco Antonio insiste en la muerte de Cicerón. ¿Por qué? Era un enemigo incuestionable desde que pronunciara en el foro las famosas Filípicas contra él y su política considerándolo un peligro para la República.
Los primeros días, Octavio se niega a entregar a Cicerón; pero al tercero, cede. Es su sentencia de muerte y así se cumplirá no tardando mucho; el 7 de diciembre los sicarios de Marco Antonio acuden a su finca de Astura, en las proximidades de Pompeya, donde se ha refugiado consciente de que van a por él. Lo descubren cuando se trasladaba en una litera por los caminos y el centurión Herenio lo decapita y cortan las manos con las que había escrito las acusaciones. Y para que sirva de ejemplo, exponen los despojos en los Rostra, la tribuna del Foro desde la que tantas veces había hablado. Así son las cosas. A Cicerón, un ejemplo de hombre civilizado, culto y de agradable trato, con sus defectos, claro, lo quita de en medio un borracho fanfarrón, libertino, corrupto y despilfarrador del erario público.
Antonio lo persiguió con saña y Octavio no lo defendió lo bastante.
Cornificio, poeta a quien su amigo Catulo convirtió en destinatario de uno de sus poemas (38) se enfrentó a este segundo triunvirato. Había servido en el ejército de César, era buen orador y mantenía correspondencia con Cicerón. De poco le valió; acabó también muerto, como les ocurrió en medio del terror a dos mil caballeros y ciento sesenta senadores que fueron proscritos y ejecutados.
Hay cosas inmutables, porque pertenecen a la condición humana. Cuando los buenos se quedan quietos, se crecen y actúan los malos.






