Paz Martínez
Sábado, 17 de Febrero de 2024

Una de cine español

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Uno de mis momentos favoritos del año es ver la entrega de los premios Goya. No tengo mayor interés en ver quién se lleva más o en quién es el actor o la actriz de moda, ni tampoco en verlos desfilar por la alfombra roja luciendo en su día especial los trajes de los grandes diseñadores.

 

Lo que de verdad me gusta es el producto, conocer las películas, los cortometrajes, los documentales que tienen la suerte de llegar a estar nominados. Cojo mi cuaderno y mi bolígrafo y voy apuntando títulos para ir poco a poco viendo cada uno de los filmes.

 

Me gusta el cine español, lo disfruto en su mayoría y me molesta que aún se siga utilizando tan a la ligera el término ‘españolada’. Hace muchos años, muchos, que este país empezó a hacer buen cine; cine que ya en los sesenta de la mano de Buñuel, Juan Antonio Bardem o Carlos Saura tocaba lo social, lo político y lo cultural mojándose tanto en ocasiones que, en casos como la película Viriadiana, del primero, la censura no permitió exhibirla en España hasta más de quince años después (si no me equivoco), a pesar de ganar Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes en 1961, debido a su contenido considerado blasfemo y subversivo. Y es que mostrar la vida sin paños calientes nunca estuvo bien visto y menos si eso nos obliga a reflexionar o replantearnos las estructuras que siempre creímos inamovibles y certeras.

 

Hace un año, día arriba, día abajo comencé a visualizar, por curiosidad y por el capricho de refrescar la memoria, las producciones que se nominaron a los Goya desde su primera gala en 1987. Directores como los mencionados y otros muchos y muchas, aunque ellas muchas menos, demostraron que el cine español podía hacerse libre de caspa, que se podía mostrar todo sin necesidad de que nuestro cine pareciera de tercera, sin temor a parecer unos catetos de chiste fácil e injustificadas vulgaridades.

 

Aún así, los detractores del cine patrio esperan el día de la gala frotándose las manos para expectorar toda su bilis contra esta industria audiovisual con el argumento de que viven de subvenciones que no amortizan. En este país, afortunadamente, hay subvenciones para todos los sectores y para todo tipo de proyectos, muchos, por cierto creados por pillos únicamente para el cobro de estas y abandonados en cuanto los plazos de cumplimiento expiran. El cine, como tantos otros sectores, está en crisis bien a causa de las nuevas formas de consumo o bien por la piratería o, simplemente porque no queremos pagarlo, porque el séptimo arte, como cualquier otro arte y como la cultura en general resulta que está mermado de valor y los que lo producen más, puesto que aún pensamos que dedicarse a esto no es un trabajo por más esfuerzo, tiempo y frutos que dé. Y dicho esto, y aunque no soy fan incondicional de Almodóvar, me muestro completamente de acuerdo con su discurso en los Goya y con el tirón de orejas al político que criticó la industria acusándola de mediocre y aprovechada. Me muestro de acuerdo en que el arte, del primero al séptimo es un trabajo y como tal debe ser reconocido. En que la industria audiovisual genera trabajo directo e indirecto y contratos lo que deriva en aportaciones a la seguridad social e impuestos.

 

Hoy en día, los Goya muestran mucho del potencial que hay en casa y el empeño en la merma de su valor se debe a esa envidia tan nuestra, tan incapaz para apreciar el talento que somos capaces de ensombrecer cualquier reconocimiento y preferimos menoscabarlo, alimentar la percepción errónea de que el cine español es de menor calidad que el cine extranjero, por puros prejuicios o con la falta de conocimiento sobre la diversidad y la riqueza y, muy tristemente, por la necedad de atribuirlo a una u otra ideología. Parece que añoramos aquel tiempo en que estuvo fuertemente controlado por el Estado y sirvió como una herramienta de propaganda política divulgando valores morales y doctrinas de pensamiento. Por fortuna, también hubo, entonces, sus transgresores que respondieron sorteando la censura y dejando colar por los resquicios la crítica sutilen un intento de libertad creativa que le permitió crecer.

 

Triste es que, en España, el cine sea un producto interior al que apenas prestamos atención, pero cuando se trata de opinar, todos somos directores, guionistas y críticos con autoridad. Todos sabemos cómo economizarlo, rentabilizarlo y vestirlo. Pero más triste es que, todavía a día de hoy, por negarnos a valorarlo miremos a Hollywood como unos acomplejados. Aunque Hollywood, por bien que lo haga, nunca sabrá reflejar nuestra cultura, nuestra historia, nuestras preocupaciones sociales, nuestra identidad ni entender nuestro pasado y nuestro presente, mejor que nosotros mismos.  A través de nuestras películas nos vemos. Y si nos es imposible admitir que, cualquier profesión relacionada con el arte es un trabajo, es porque algo en nuestra sensatez cojea.

 

Que siga el cine español, aunque a veces lo apreciemos menos que al malo de la película.

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