Penitencia laica
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Casi nunca fue su territorio, pero en él estaba consagrado el papel de líder de la leal oposición. En toda democracia que se precie, tan legítima y valiosa como las tareas de Gobierno, incluso con el valor testimonial de contraposición a una mayoría absoluta reiterada en cinco comicios consecutivos. Ese rival político del socialismo está obligado a arrasar por el monopolio que ejerce en el frente conservador. El PP, en Galicia, agrega por la unidad. No tiene allí otros sumandos que le aúpen al poder.
El PSOE se dejó el pasado domingo en las elecciones gallegas una vitola que no puede perder si quiere ser partido de gobierno: la relevancia, aún en territorio que parece vetado. En la nueva legislatura de esta comunidad queda condenado a una marginalidad dolorosa. Quizá no tan lesiva como la derrota andaluza, territorio genético de sus siglas, o el descalabro de las autonómicas y locales de mayo de 2023, donde muchas aritméticas jugaron en su contra. No obstante, es una derrota que va más allá del número de escaños. Es el descenso a tercera de un fijo en la primera división.
Tras el pronunciamiento del 18 de febrero en Galicia, caso de ganar la izquierda, quedaría reducido a cortesano del séquito de poder, no al protagonismo de las coaliciones que detenta en otros territorios y en la suma nacional, atada ésta a pactos clandestinos, que no han hecho otra cosa que incidir en el desnorte de un partido que ha tenido, las más de las veces, definida la orientación. Su concepto de poder ha pasado de vocación de servicio a instrumentalización de un ego descomunal.
En este país, la política se emborracha de liderazgo individual. La opinión pública está seducida por versiones nominales que en el PSOE responden a derivaciones particularistas como el felipismo, zapaterismo y sanchismo. No le va a la zaga el PP con los aznarismos y marianismos. Y en el inicio, el suarismo. Nuestros primeros ministros se han asemejado más, cara al electorado, a regímenes políticos que a la gestión efímera de una jefatura de Gobierno. Herencia, sin duda, de cuatro décadas de dictadura franquista. Pero hay un hecho diferenciador. Excepto en el ejemplo de Pedro Sánchez, todos los liderazgos se han sostenido en una dualidad poli bueno/poli malo. Modelos sin discusión fueron González-Guerra y Aznar-Cascos ¿Alguien puede focalizar el reverso de la moneda de Sánchez en su propio ejecutivo? Es él mismo, una moneda con dos caras. Una alegoría de caudillismo. Un blanco fijo para las diatribas de la oposición. Un sometimiento constante a plebiscito. Sánchez concita todo lo bueno y lo malo. Su partido es un actor de atrezo. Es el retrato de un narcisismo. Así es muy fácil hacer presa para la bancada opuesta, convencida de que con el solo recurso de la histeria y la riña de gatos, alcanzan objetivos.
Pedro Sánchez se ha erigido como secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, sobre una épica heterodoxa, de voluntarismo heroico de vendedor de biblias puerta a puerta que, nadie sabe cómo, factura. Así han escrito los juglares sus hazañas. Injusto sería no reconocerle una voluntad a prueba de bombas, una inmensa capacidad para sorprender y sacar conejos de la chistera. Es un perro callejero instruido en la consecución de la pitanza a dentelladas. Es un jugador de póker elegante y pícaro en saloon del Oeste. Baila con frac en los salones internacionales, aunque se viste con la pana del charlatán de feria en la corta distancia de lo doméstico. Fachada aristocrática que activa las alarmas del engaño y la estafa a punto de saltar. Dulcifica sus errores con un progresismo de libro de autoayuda. Muchos dicen que es un animal político. Pero esas credenciales ensucian las prácticas de una habilidad que debía de hacernos creer que todo es posible por el bien común.
En Galicia, Pedro Sánchez ha llevado en el pecado la penitencia. El adelantamiento por la izquierda, su costado fuerte, que acaba de hacerle un partido nacionalista con veleidades secesionistas, el BNG, ha escrito, con tiza blanca en pizarra negra, que su política de concesiones sin límite a estos grupos, a lo primero que ha pasado factura es a las siglas que encabeza. El elector pragmático, si cae en la cuenta de que las cosas que reivindica se consiguen por mecanismos interpuestos, acudirá a ellos sin pensárselo dos veces. La sangría del PSOE es transfusión al BNG. Y a la vuelta de la esquina, elecciones vascas con las encuestas previas anticipando una victoria de Bildu, siglas que también han recibido los favores de Sánchez.
Sus gestas recuerdan a Beethoven. Deslumbrado de admiración por Napoleón, a él dedicó la tercera de sus nueve sinfonías, conocida por melómanos y aficionados, como Heroica. Los excesos del corso cambiaron los registros del divino sordo. Rectificó con la composición de la séptima. Se llama Patética.
La deriva del partido de Pedro Sánchez está a dos pasos de una penitencia laica extrapolable con el concepto religioso del sacramento que estudiamos de niños en una España sin más Constitución que el misal. A saber: examen de conciencia, contrición, propósito de enmienda, confesar los pecados y cumplir la penitencia. A todos estos trámites está abocado el PSOE en una refundación que no ha de ser lejana, de seguir el actual estado de cosas. España no puede quedar huérfana de una izquierda coherente.
Casi nunca fue su territorio, pero en él estaba consagrado el papel de líder de la leal oposición. En toda democracia que se precie, tan legítima y valiosa como las tareas de Gobierno, incluso con el valor testimonial de contraposición a una mayoría absoluta reiterada en cinco comicios consecutivos. Ese rival político del socialismo está obligado a arrasar por el monopolio que ejerce en el frente conservador. El PP, en Galicia, agrega por la unidad. No tiene allí otros sumandos que le aúpen al poder.
El PSOE se dejó el pasado domingo en las elecciones gallegas una vitola que no puede perder si quiere ser partido de gobierno: la relevancia, aún en territorio que parece vetado. En la nueva legislatura de esta comunidad queda condenado a una marginalidad dolorosa. Quizá no tan lesiva como la derrota andaluza, territorio genético de sus siglas, o el descalabro de las autonómicas y locales de mayo de 2023, donde muchas aritméticas jugaron en su contra. No obstante, es una derrota que va más allá del número de escaños. Es el descenso a tercera de un fijo en la primera división.
Tras el pronunciamiento del 18 de febrero en Galicia, caso de ganar la izquierda, quedaría reducido a cortesano del séquito de poder, no al protagonismo de las coaliciones que detenta en otros territorios y en la suma nacional, atada ésta a pactos clandestinos, que no han hecho otra cosa que incidir en el desnorte de un partido que ha tenido, las más de las veces, definida la orientación. Su concepto de poder ha pasado de vocación de servicio a instrumentalización de un ego descomunal.
En este país, la política se emborracha de liderazgo individual. La opinión pública está seducida por versiones nominales que en el PSOE responden a derivaciones particularistas como el felipismo, zapaterismo y sanchismo. No le va a la zaga el PP con los aznarismos y marianismos. Y en el inicio, el suarismo. Nuestros primeros ministros se han asemejado más, cara al electorado, a regímenes políticos que a la gestión efímera de una jefatura de Gobierno. Herencia, sin duda, de cuatro décadas de dictadura franquista. Pero hay un hecho diferenciador. Excepto en el ejemplo de Pedro Sánchez, todos los liderazgos se han sostenido en una dualidad poli bueno/poli malo. Modelos sin discusión fueron González-Guerra y Aznar-Cascos ¿Alguien puede focalizar el reverso de la moneda de Sánchez en su propio ejecutivo? Es él mismo, una moneda con dos caras. Una alegoría de caudillismo. Un blanco fijo para las diatribas de la oposición. Un sometimiento constante a plebiscito. Sánchez concita todo lo bueno y lo malo. Su partido es un actor de atrezo. Es el retrato de un narcisismo. Así es muy fácil hacer presa para la bancada opuesta, convencida de que con el solo recurso de la histeria y la riña de gatos, alcanzan objetivos.
Pedro Sánchez se ha erigido como secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, sobre una épica heterodoxa, de voluntarismo heroico de vendedor de biblias puerta a puerta que, nadie sabe cómo, factura. Así han escrito los juglares sus hazañas. Injusto sería no reconocerle una voluntad a prueba de bombas, una inmensa capacidad para sorprender y sacar conejos de la chistera. Es un perro callejero instruido en la consecución de la pitanza a dentelladas. Es un jugador de póker elegante y pícaro en saloon del Oeste. Baila con frac en los salones internacionales, aunque se viste con la pana del charlatán de feria en la corta distancia de lo doméstico. Fachada aristocrática que activa las alarmas del engaño y la estafa a punto de saltar. Dulcifica sus errores con un progresismo de libro de autoayuda. Muchos dicen que es un animal político. Pero esas credenciales ensucian las prácticas de una habilidad que debía de hacernos creer que todo es posible por el bien común.
En Galicia, Pedro Sánchez ha llevado en el pecado la penitencia. El adelantamiento por la izquierda, su costado fuerte, que acaba de hacerle un partido nacionalista con veleidades secesionistas, el BNG, ha escrito, con tiza blanca en pizarra negra, que su política de concesiones sin límite a estos grupos, a lo primero que ha pasado factura es a las siglas que encabeza. El elector pragmático, si cae en la cuenta de que las cosas que reivindica se consiguen por mecanismos interpuestos, acudirá a ellos sin pensárselo dos veces. La sangría del PSOE es transfusión al BNG. Y a la vuelta de la esquina, elecciones vascas con las encuestas previas anticipando una victoria de Bildu, siglas que también han recibido los favores de Sánchez.
Sus gestas recuerdan a Beethoven. Deslumbrado de admiración por Napoleón, a él dedicó la tercera de sus nueve sinfonías, conocida por melómanos y aficionados, como Heroica. Los excesos del corso cambiaron los registros del divino sordo. Rectificó con la composición de la séptima. Se llama Patética.
La deriva del partido de Pedro Sánchez está a dos pasos de una penitencia laica extrapolable con el concepto religioso del sacramento que estudiamos de niños en una España sin más Constitución que el misal. A saber: examen de conciencia, contrición, propósito de enmienda, confesar los pecados y cumplir la penitencia. A todos estos trámites está abocado el PSOE en una refundación que no ha de ser lejana, de seguir el actual estado de cosas. España no puede quedar huérfana de una izquierda coherente.