Burocracia disparatada
![[Img #67758]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/2041_1_dsc1260-copia.jpg)
Los agricultores se quejan de la burocracia, burocracia y burocracia para todo. En eso estoy de acuerdo. La burocracia crece con el tiempo como un ser vivo, cada vez es mayor, más grande y ofuscada. Parece que ‘el estado de bienestar’ hay que sudarlo en el estrés de los papeles. Como si el Estado hubiera decidido ponernos las cosas difíciles y complicadas para que no nos durmamos en los laureles de ese bendito bienestar que nos hacen creer y nos desesperemos un poco antes de conseguir lo perseguido (un dogma muy cristiano por cierto el de sufrir para ganar) y, de paso, vamos pagando pasito a pasito un dineral para sostener los sueldos de la enorme plantilla de funcionarios, plantilla que va creciendo exponencialmente al crecimiento de la burocracia y sus cargas económicas.
Mi agricultor del otro día se quejaba, con mucha razón, de la burocracia que va engordando poco a poco el cuerpo del Estado en la medida que se van vaciando poco a poco nuestros bolsillos. Y como muestra este asunto que ha sufrido mi hijo justamente hace unas semanas.
Mi hijo tiene una buena amiga japonesa, Sayo. Sayo es una mujer gentil y risueña y un buen día decide mandarle unos regalitos a Simón, una sorpresa. A Simón le llega la notificación de que le ha llegado un paquete de Tokio, y va a Correos a recogerlo. En Correos le dicen que ellos no tienen el paquete, que está en Aduanas. Y ¿dónde está Aduanas? No, no está en ningún sitio, a Aduanas tiene que llamar a este teléfono, le dicen, es un mismo número para toda España. Ah, vale. Llama, llama y llama, no hay manera de conectar, pasan días de llamadas sin respuesta. Por fin Simón consigue conectar con aduanas y hablar con la persona pertinente quien lo primero que le pregunta es qué es lo que contiene el paquete. Asombrado mi hijo le dice, que no tiene ni idea, que es un regalo, cómo lo va a saber. “Ah, pues necesitamos saber lo que contiene el paquete y el precio de cada cosa si no el paquete no se puede recoger”, le dice el funcionario muy expeditivo. Él llama a Tokio y pregunta a Sayo qué va dentro de la caja y cuánto le ha costado cada cosa. Ella dice que ya lo declaró cuando envió el paquete, que hizo una lista con las cosas y su valor en yenes. Ya, pero…, a Simón le reclaman aquí que para recibir un paquete que ni ha visto ni ha pedido, declare qué hay dentro de esa caja y cuanto ha costado. Simón recoge la información de Sayo, la lista de las pequeñas cosas que hay dentro con su valor correspondiente y la trasmite a adunas. Para ese trámite tiene que sacar de internet varios impresos y rellenarlos con toda la documentación requerida y fotocopia de DNI. A esos papeleos tiene que dedicarle una mañana entera. Todo resuelto y los papeles mandados. No, le comunican de vuelta, ese DNI no sirve porque no tiene no sé qué dato. Bueno, propongo utilizar el mío que sí tiene el dato necesario y le proporciono una copia de mi DNI. Este sí sirve. Bien. Ya creíamos que la burocracia había llegado a su fin pero…, surge un paso más. Hay que tramitar de nuevo todos los papeles, esta vez rellenados con mis datos.
Con toda esta ida y vuelta de documentos y de informaciones han pasado varias horas de varios días y hay un plazo para resolver y recoger el paquetito, si se pasa el plazo de recogida Simón se queda sin regalo japonés.
Finalmente los muchos folios de la documentación están correctos. Ahora, antes de recoger el paquete-regalo tiene que pagar el importe de aduanas que le llega en una factura desglosada. Con estupor leemos: Alimentos por valor de 16,83 € tiene un IVA 3,57 €, y a estos tres euros se le suman 20,39 € por gestión aduanera + 4,86 € por manipulación + 18 € de gastos derivados de inspección + 21%, 9,07 €. IVA de los gastos de gestión. Total a pagar 55,85 €
Es decir que para recibir un paquete de chucherías japonesas, unos chocolates y alguna salsa típica, por un valor de 16€ hay que pagar 55, 85 €. Insólito.
Naturalmente Simón desistió de recoger el regalo japonés. Lo que no nos quedaba claro es qué iban a hacer con las chucherías japonesas, si se las iban a comer los funcionarios, las iban a tirar a la basura o las mandaban de vuelta a Tokio. Encontramos la respuesta en la factura, dice que devolverán el paquete a su lugar de origen. O sea el valor de los 16 € aumentado con 55.85 € más se verá incrementado por más manipulación aduanera más el viaje de vuelta. Esta historia parece un despropósito. Sayo ha quedado advertida de que sale más barato que sea ella quien traiga en persona las chuches.
Y, retomando la protesta de los agricultores con la Administración, francamente no parece tan difícil de comprender que sea necesario que la Unión Europea proteja los productos europeos y que se les exija a los productores de fuera los mismos requisitos que a nuestros agricultores. Mucho requerimiento burocrático, y coste, para un paquetito de chuches de regalo y muy poco para la protección de los productos de nuestra tierra. No sé, no entiendo mucho de aranceles pero así, a simple vista, parece que la cosa está muy disparatada.
O tempora o mores
Los agricultores se quejan de la burocracia, burocracia y burocracia para todo. En eso estoy de acuerdo. La burocracia crece con el tiempo como un ser vivo, cada vez es mayor, más grande y ofuscada. Parece que ‘el estado de bienestar’ hay que sudarlo en el estrés de los papeles. Como si el Estado hubiera decidido ponernos las cosas difíciles y complicadas para que no nos durmamos en los laureles de ese bendito bienestar que nos hacen creer y nos desesperemos un poco antes de conseguir lo perseguido (un dogma muy cristiano por cierto el de sufrir para ganar) y, de paso, vamos pagando pasito a pasito un dineral para sostener los sueldos de la enorme plantilla de funcionarios, plantilla que va creciendo exponencialmente al crecimiento de la burocracia y sus cargas económicas.
Mi agricultor del otro día se quejaba, con mucha razón, de la burocracia que va engordando poco a poco el cuerpo del Estado en la medida que se van vaciando poco a poco nuestros bolsillos. Y como muestra este asunto que ha sufrido mi hijo justamente hace unas semanas.
Mi hijo tiene una buena amiga japonesa, Sayo. Sayo es una mujer gentil y risueña y un buen día decide mandarle unos regalitos a Simón, una sorpresa. A Simón le llega la notificación de que le ha llegado un paquete de Tokio, y va a Correos a recogerlo. En Correos le dicen que ellos no tienen el paquete, que está en Aduanas. Y ¿dónde está Aduanas? No, no está en ningún sitio, a Aduanas tiene que llamar a este teléfono, le dicen, es un mismo número para toda España. Ah, vale. Llama, llama y llama, no hay manera de conectar, pasan días de llamadas sin respuesta. Por fin Simón consigue conectar con aduanas y hablar con la persona pertinente quien lo primero que le pregunta es qué es lo que contiene el paquete. Asombrado mi hijo le dice, que no tiene ni idea, que es un regalo, cómo lo va a saber. “Ah, pues necesitamos saber lo que contiene el paquete y el precio de cada cosa si no el paquete no se puede recoger”, le dice el funcionario muy expeditivo. Él llama a Tokio y pregunta a Sayo qué va dentro de la caja y cuánto le ha costado cada cosa. Ella dice que ya lo declaró cuando envió el paquete, que hizo una lista con las cosas y su valor en yenes. Ya, pero…, a Simón le reclaman aquí que para recibir un paquete que ni ha visto ni ha pedido, declare qué hay dentro de esa caja y cuanto ha costado. Simón recoge la información de Sayo, la lista de las pequeñas cosas que hay dentro con su valor correspondiente y la trasmite a adunas. Para ese trámite tiene que sacar de internet varios impresos y rellenarlos con toda la documentación requerida y fotocopia de DNI. A esos papeleos tiene que dedicarle una mañana entera. Todo resuelto y los papeles mandados. No, le comunican de vuelta, ese DNI no sirve porque no tiene no sé qué dato. Bueno, propongo utilizar el mío que sí tiene el dato necesario y le proporciono una copia de mi DNI. Este sí sirve. Bien. Ya creíamos que la burocracia había llegado a su fin pero…, surge un paso más. Hay que tramitar de nuevo todos los papeles, esta vez rellenados con mis datos.
Con toda esta ida y vuelta de documentos y de informaciones han pasado varias horas de varios días y hay un plazo para resolver y recoger el paquetito, si se pasa el plazo de recogida Simón se queda sin regalo japonés.
Finalmente los muchos folios de la documentación están correctos. Ahora, antes de recoger el paquete-regalo tiene que pagar el importe de aduanas que le llega en una factura desglosada. Con estupor leemos: Alimentos por valor de 16,83 € tiene un IVA 3,57 €, y a estos tres euros se le suman 20,39 € por gestión aduanera + 4,86 € por manipulación + 18 € de gastos derivados de inspección + 21%, 9,07 €. IVA de los gastos de gestión. Total a pagar 55,85 €
Es decir que para recibir un paquete de chucherías japonesas, unos chocolates y alguna salsa típica, por un valor de 16€ hay que pagar 55, 85 €. Insólito.
Naturalmente Simón desistió de recoger el regalo japonés. Lo que no nos quedaba claro es qué iban a hacer con las chucherías japonesas, si se las iban a comer los funcionarios, las iban a tirar a la basura o las mandaban de vuelta a Tokio. Encontramos la respuesta en la factura, dice que devolverán el paquete a su lugar de origen. O sea el valor de los 16 € aumentado con 55.85 € más se verá incrementado por más manipulación aduanera más el viaje de vuelta. Esta historia parece un despropósito. Sayo ha quedado advertida de que sale más barato que sea ella quien traiga en persona las chuches.
Y, retomando la protesta de los agricultores con la Administración, francamente no parece tan difícil de comprender que sea necesario que la Unión Europea proteja los productos europeos y que se les exija a los productores de fuera los mismos requisitos que a nuestros agricultores. Mucho requerimiento burocrático, y coste, para un paquetito de chuches de regalo y muy poco para la protección de los productos de nuestra tierra. No sé, no entiendo mucho de aranceles pero así, a simple vista, parece que la cosa está muy disparatada.
O tempora o mores