Pompas y globos de fresa
![[Img #67760]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/5849_3dsc_0059-copia.jpg)
Salgo a la calle y una mujer me pregunta qué fecha es. No tiene idea. Me cuenta que ha perdido la cuenta de los días y se imagina que estamos en febrero por la luz que se cuela en la tarde por sus cristales, pero de la ubicación exacta no responde. Masca chicle y una enorme pompa de fresa le estalla en toda la nariz. Nos reímos ambas a mandíbula batiente y se despide con un salto de funambulista. Es alucinante la situación, parece una mujer normal que se aleja camino del supermercado. Acaso viva sola, es lo normal en estos casos en que el calendario ha dejado de ser una prioridad para los asuntos. Me quedo pensando en tanta y tanta gente que no sabe en el día que vive ni le importa. Han desconectado en algún momento porque la vida les supera y viven a su modo, de una manera alternativa, al margen de fechas y acontecimientos que no les incumben los más mínimo. Solamente se dejan llevar por la marea de los días. Por la luz. Por la temperatura o por la lluvia. Seres libres, de algún modo, que han dejado de lado la esclavitud de los relojes, la asfixia de los horarios laborales y las impertinencias de las convenciones sociales o familiares. Así se descansa. Así se celebra el devenir.De una manera absolutamente arbitraria que se instala en la rutina de la cotidianidad.
Llegados a este punto en que la luz delimita tiempos y espacios, recuerdo a Ida Vitale y su poema ‘Verano’ que dice entre otras frases una que viene a cuento “Quién se sienta a la orilla de las cosas resplandece de cosas sin orillas” o a Santa Teresa de Jesús con su famosísimo “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa” la literatura está repleta de alusiones e invitaciones a la tranquilidad y la contemplación, al desprenderse de lo habitual en pos de lo vívido y sensorial.
La mujer de las pompas de chicle de fresa seguro que no lo sabe, pero su ‘modus vivendi’ constituye una filosofía a la que ha llegado por eliminación del caos circundante en beneficio de su propia empresa vital: se salva y se protege de lo que desconfía o la ata. Ha dejado de importarle el tiempo para centrarse en su mundo particular, feliz en su desubicación. Con preguntar al primero que pasa por la calle basta, parecía decirse a sí misma. Ojalá todos pudiésemos llegar a ese estado de gracia, despreocupación y pompa de fresa estallando de repente tras su estado de globo. Todo es cuestión de abrazar la luz y la penumbra como señuelos.
Salgo a la calle y una mujer me pregunta qué fecha es. No tiene idea. Me cuenta que ha perdido la cuenta de los días y se imagina que estamos en febrero por la luz que se cuela en la tarde por sus cristales, pero de la ubicación exacta no responde. Masca chicle y una enorme pompa de fresa le estalla en toda la nariz. Nos reímos ambas a mandíbula batiente y se despide con un salto de funambulista. Es alucinante la situación, parece una mujer normal que se aleja camino del supermercado. Acaso viva sola, es lo normal en estos casos en que el calendario ha dejado de ser una prioridad para los asuntos. Me quedo pensando en tanta y tanta gente que no sabe en el día que vive ni le importa. Han desconectado en algún momento porque la vida les supera y viven a su modo, de una manera alternativa, al margen de fechas y acontecimientos que no les incumben los más mínimo. Solamente se dejan llevar por la marea de los días. Por la luz. Por la temperatura o por la lluvia. Seres libres, de algún modo, que han dejado de lado la esclavitud de los relojes, la asfixia de los horarios laborales y las impertinencias de las convenciones sociales o familiares. Así se descansa. Así se celebra el devenir.De una manera absolutamente arbitraria que se instala en la rutina de la cotidianidad.
Llegados a este punto en que la luz delimita tiempos y espacios, recuerdo a Ida Vitale y su poema ‘Verano’ que dice entre otras frases una que viene a cuento “Quién se sienta a la orilla de las cosas resplandece de cosas sin orillas” o a Santa Teresa de Jesús con su famosísimo “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa” la literatura está repleta de alusiones e invitaciones a la tranquilidad y la contemplación, al desprenderse de lo habitual en pos de lo vívido y sensorial.
La mujer de las pompas de chicle de fresa seguro que no lo sabe, pero su ‘modus vivendi’ constituye una filosofía a la que ha llegado por eliminación del caos circundante en beneficio de su propia empresa vital: se salva y se protege de lo que desconfía o la ata. Ha dejado de importarle el tiempo para centrarse en su mundo particular, feliz en su desubicación. Con preguntar al primero que pasa por la calle basta, parecía decirse a sí misma. Ojalá todos pudiésemos llegar a ese estado de gracia, despreocupación y pompa de fresa estallando de repente tras su estado de globo. Todo es cuestión de abrazar la luz y la penumbra como señuelos.