Catalina Tamayo
Viernes, 08 de Marzo de 2024

Carpe Diem

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“¡Oh triste coche viejo, que en mi memoria ruedas.”

(Juan Ramón Jiménez)

 

Carpe diem. Coge el día, aprovecha el momento. No pienses en el ayer ni en el mañana. Céntrate en el hoy, en el ahora; en este mismo instante, que se va, que se está yendo, que ya se fue. Voló. Y lo que se va no vuelve. El tiempo es irreversible. En fin, vive el presente. Vive cada día como si fuera el último. Hazlo, es lo mejor para ti. Lo es porque agua pasada no mueve molinos. Porque el futuro es incierto: lo que se esperaba que viniera tal vez no venga; eso terrible que se temía, o el goce buscado, a menudo soñado, no es seguro que ocurra. En este mundo, la verdad, pocas cosas hay seguras. Casi todas pueden o no suceder. Casi todo en él es contingente.

     

Esta exhortación, que parece buena, muy sensata, cabal, y sus razones, tan razonables, se vienen diciendo – al oído, como un susurro, secretamente, a veces con algo de pudor– desde siempre. Las cantó Horacio a finales del siglo I a. C. en sus Odas, y también, si nos retrotraemos un poco más atrás, hasta el siglo IV a. C., las encontramos, pero expresadas de otro modo, en los escritos de Aristipo de Cirene, el filósofo hedonista, denostado, casi tanto como Demócrito, por el gran Platón. Actualmente, además, en este tiempo convulso y sombrío, inquietante, cobran fuerza y se ponen de moda. No hay más que escuchar lo que se dice en los medios de comunicación: no dejes para mañana lo que puedas disfrutar hoy.

    

 Pero ¿puede uno vivir en realidad prescindiendo del pasado y del futuro, anclado solo en el presente? Tengo mis dudas. Si se puede, que me lo digan. Que me digan cómo se hace para no recordar, para no volver la vista atrás. ¿Cómo se hace, decidme, para no girar la cabeza y mirar las huellas en la arena o las “estelas en la mar”? Decidme también cómo se puede no soñar, no temer. ¿Pudo Ulises, acaso, cuando estaba en los brazos divinos de Calipso, o ante Nausícaa, bellísima, sugerente, dejar de pensar en Ítaca, en Penélope? ¿Y Aquiles? ¿Dejó alguna vez de pensar en la gloria? Tampoco los amantes, aun ciegos de amor, podrán eludir la pregunta de si mañana seguirán amándose. Deseándose.

     

No obstante, pese a que no es posible vaciar del todo el corazón de recuerdos, de ensueños, de temores, hay alegría en el recuerdo o en la espera de un placer, y angustia, claro, cuando se ve venir, aunque aún quede lejos, lo terrible. ¡Quién no se desazona, al menos un poco, pensando en que también él un día ha de morir! ¡Quién, Dios mío, no se estremece de gozo recordando un beso de amor! Aquel beso.

 

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