Mercedes Unzeta Gullón
Viernes, 08 de Marzo de 2024 Actualizada Sábado, 09 de Marzo de 2024 a las 05:09:01 horas

¡Qué efímera es la vida!

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Hoy he subido al desván las cosas de mi querido amigo Nacho. La maleta  con su ropa y las cajas con sus cosas de trabajo, sus recuerdos…. Se fue un día a médicos a Madrid y ya no volvió.

 

Nos conocimos en un verano allá por los 19 años, Pero no precisamente entre la espuma batida de un mar azul como el cielo y la ardiente arena dorada de una playa donde, y cuando, en aquella época, a estas edades, se solía dar rienda suelta a los sentimientos y atesorar para la ensoñación del invierno los soplos de galanteos y los suspirantes amores de verano. Una época en la que una mirada ya te hacía suspirar. No, nos conocimos en una situación mucho menos idílica. Era un verano tórrido de Madrid y nosotros acudíamos a una academia de clases de latín. Ahí nos conocimos, en una pequeña academia de una pequeña calle de Madrid.

 

Yo acababa segundo de Filosofía y Letras pero llevaba arrastrando el latín desde primero, y me bloqueaba para pasar a tercero. No me había ocupado en esa lengua que no me seducía nada desde que en el colegio de monjas la madre Asunción utilizaba un tono desagradable y exigente para hacernos meter a trompicones esta asignatura, y claro, mi mente se bloqueaba para absorber cualquier información que quisiera meternos a la fuerza esta monja. El caso es que con ese pobre bagaje llego a la Universidad y decido centrarme en el árabe que me parece más exótico. Y, sí, me gusta, me divierte y consigo sacar matrícula, pero en el latín no había manera de avanzar. Ante esa crítica situación ese verano mi familia se va de vacaciones a la playa como era habitual y yo me quedo sola en casa para poder ir a la academia.

 

Y allí, me encontró Nacho, que también tenía el latín atascado entre otras asignaturas.  Era un verano tropical, un calor sofocante, Madrid estaba vacío. La academia estaba en Arguelles y yo tenía que atravesar Madrid, y lo hacía en moto, en una BMV de tiempos de la guerra. No era habitual en aquella época ver a una chica en moto, así que llamaba algo la atención.

 

No me había fijado en él pero un día a la salida de clase mientras estoy arrancando la moto Nacho se monta detrás y me dice “llévame a dar una vuelta”. Me sorprende y me hace gracia el descaro, así que le llevo a dar una vuelta y acabamos tomando una horchata en el paseo de Rosales. Y ahí empezó nuestra profunda amistad de cincuenta y tantos años.

 

Él, a parte del latín tenía también pendiente el árabe del que no tenía ni idea, así que empecé a darle clases de árabe por las tardes en mi casa. En realidad no atendía mucho, le interesaba muy poco el árabe, estaba más interesado en compartir ese tiempo conmigo que en aprender esa lengua que le parecía un imposible. Acabé presentándome al  examen final de la Universidad en su nombre (pero esa es otra historia).

 

En ese verano labramos una amistad para siempre. Pasábamos juntos todos los días haciendo infinidad de cosas, le encantaba que le llevara en moto y nos encantaba sentir el aire de la velocidad  y la lluvia en la cara (entonces no era obligatorio llevar casco y naturalmente no llevábamos casco), íbamos mucho de excursión, pintábamos, hablábamos, él hablaba mucho…, fue un verano muy agradable y muy feliz y estimulante, entre otras muchas cosas por la libertad de acción sin padres que marcaran los tiempos.

 

A partir de entonces Nacho ha sido mi gran amigo y mi eterno enamorado. Nos entendíamos tan bien que siempre preferí mantener la relación de íntimos amigos  y evitar  pasar a la convivencia que, generalmente, todo lo estropea. De esa manera a lo largo de nuestros caminos nos hemos ido encontrando en las distintas situaciones de la vida, siempre con una gran felicidad de encuentro, siempre como si no hubiéramos dejado de vernos.

 

Se ha ido, pero sigue conmigo en un pequeño baúl donde guardo sus poesías, sus ingeniosos poemas gráficos y sus muchas e intensas cartas, algunas con membrete de Top Secret del ejército cuando estaba en la mili (porque su padre era militar y le encajó como secretario de un general).

 

Nacho se fue a vivir a Nueva York cuando N.Y. era una lejana quimera que atraía y asustaba al mismo tiempo, como el paraíso y el infierno. A su ambición por saber de otras cosas, vivir otros ambientes y hacer otra vida le quedó pequeño Madrid y, sin pensarlo mucho, vendió su casa y se marchó a vivir la aventura de la capital de la modernidad. Y, la penó, la disfrutó y la agotó. Radio y televisión fueron sus medios. Ganó mucho y perdió mucho porque Nacho era excesivo. Su mayor disfrute: buenas comidas y hoteles de cinco estrellas.

 

Nunca quiso tener propiedades, las consideraba ataduras que mermaban su libertad, y así vivió, libre y feliz como el viento hasta que llegó un tornado económico que le engulló en su vórtice y le acabó arrojando fuera del acomodado mundo que se había construido con buen empeño. Ya le pilló a esa edad que comenzar de cero es difícil, no para él que era muy empeñoso sino para el entorno en el que se movía. Porque una vez que sales fuera del circuito es muy difícil que te dejen entrar, incluso personas a las que tú has enseñado y colocado en sus puestos, ahora te miran desde una distancia poco afable y te dan largas y te dicen vagas frases y llegan a no recibirte. Eso es lo que le pasó a Nacho. A una edad intermedia, muy joven todavía para jubilarse y algo mayor para que le consideran como un activo interesante, le dejaron fuera de juego. La crueldad de sistema.

 

El camino de la vida se ve largo cuando se comienza a andar y corto cuando se mira hacia atrás.  Entonces se lamentó de la filosofía que había marcado su vida, no había querido poseer nada pero ahora no tenía casa propia para vivir ni economía para alquilar. Había derrochado dinero pensando que el futuro estaba lejos y que la vida siempre le iba a sonreír y no contó con las tormentas, los huracanes y los tornados que aparecen sin avisar.  Pero tuvo un hijo cuando no esperaba ser padre y esa ha sido su mayor felicidad y su motor en los momentos difíciles.

 

Su vida empezó a depender de los amigos y, felizmente, él tenía muy buenos amigos. Siempre había sido generoso y esa generosidad era compensada. Un buen día me llama para decirme que quiere venir a vivir al molino. Naturalmente le digo que sí. Unos días antes del traslado se rompe varios huesos de la pierna en una estúpida caída. Se tiene que quedar en Madrid. Pasan los meses con varias operaciones e inmovilización en casa de una amiga hasta que se encuentra mejor para venir al molino.

 

Cuando todavía éramos jóvenes Nacho pensaba, y decía, que acabaríamos viviendo juntos en nuestra madurez como Florentino y Fermina en el ‘Amor en tiempos de cólera’. Y…, extraordinaria y sorprendentemente Nacho consigue igualar los 51 años, que  Florentino esperó para estar con su amada Fermina.

 

Llega al molino con una salud un tanto precaria a parte de la cojera. No parece que todo tenga que venir de la pierna rota pero él así lo cree. No quiere oír hablar más de médicos. Pasados unos meses se traslada a  vivir Astorga para socializar y emprender nuevos proyectos. Su cabeza siempre en danza y su ánimo siempre optimista. Era el prototipo de hombre emprendedor, aunque quizás poco práctico. Hace muy buena amistad con Max que le secunda en sus ideas y en sus vinos. Un buen día Nacho se va a Madrid a que le vean la pierna y ya no vuelve. Tiene un cáncer muy avanzado que no le da tregua y en unos meses Nacho se ha ido definitivamente.

 

Hoy he subido sus cosas al desván, pero el baúl de sus recuerdos lo tengo siempre a mi vera.

 

Rescato estos versos de su cuaderno Melancolía del presente, del año 73.

 

“Mis ojos centelleaban en tus reflejos

Y ahora han de llorar tu lejano recuerdo.

 

Así, como una isla desprendida

navego sin rumbo lejos de tus costas

hacia tus olas me llevan mis anhelos

y rompen tus acantilados mis versos.

 

Tu sonido, permanece en mis sentidos;

tu fuerza, tu dulzura y tu soberbia

me arrancan de esta ciudad

donde ni tan siquiera existe un río

que te lleve mis recuerdos, y…

por eso hago volar estos versos”.

 

 

O tempora o mores

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