Una voz presente y siempre alta. Una vida digna y ejemplar. En memoria de Julio García Prada
MANUEL JESÚS ÁLVAREZ /
Cuando el año llegaba a su final nos dejaba, a los 88 años de edad, Julio García Prada. Sin ninguna duda, una de las personas más dignas y ejemplares que he conocido.
La Historia suele reconstruirse, también reinterpretarse, con los acontecimientos considerados más importantes, narrando las actuaciones de los “grandes” personajes, los dirigentes más señalados, etc. y, por tanto, orillando injustamente a sus verdaderos protagonistas: todos y cada uno de los que cada día en sociedad –pues no vivimos aislados– la vamos conformando.
Si un rasgo caracterizó a Julio Prada fue su voz –siempre presente, siempre alta– para en cualquier foro en el que participaba –y los que le conocimos sabemos que fueron muchos– expresar su opinión, argumentarla de forma sólida, proponer alternativas viables, denunciar lo que consideraba injusto, defender a sus amigos –y en mi familia sabemos muy bien de ello– y, no menos importante, ofrecerse para participar en la búsqueda de soluciones. ¿Puede haber una vida más digna, más ejemplar?
Prada nunca se ocultó, siempre estuvo presente, luchó hasta la extenuación por lo que creía justo y, cómo no, perdió muchas veces, pero ganó muchísimas más.
Resulta imposible glosar su figura en unas pocas líneas. De su importancia dan testimonio al menos tres actuaciones llevadas a cabo en los años setenta de la pasada centuria –dejando intencionadamente sin citar varias más– en las que junto a otros muchos que en este momento no procede glosar –todos ellos me entenderán y sabrán disculparme– en las que participó activamente. Impulsó e instauró la Asociación de Vecinos de San Andrés-Santa Clara, que presidiría. Fue fundador y presidente del actual Atlético Astorga, así como del Santa Clara, equipo de formación de jóvenes del que se nutrió el primer club de la ciudad. Finalmente, participó en las gestiones que condujeron al establecimiento en la ciudad del Colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, lo que supuso el retorno de los respetados y queridos 'baberos' lasalianos.
No sería extraño, por desgracia, que dentro de unos años Astorga no te recordase como debería hacerlo pero tu decurso vital merece, al menos, esta más que torpe glosa. Gracias por tu ejemplo, por tu dignidad y por tu voz. Tus hijos y nietos, en eso también hiciste una gran labor, guardarán tu memoria y la de Nisia. Y esta ciudad seguirá su camino, una senda –siempre difícil, siempre esperanzadora – que tú con tantos otros, ayudaste a construir. Sit tibi terra levis.
MANUEL JESÚS ÁLVAREZ /
Cuando el año llegaba a su final nos dejaba, a los 88 años de edad, Julio García Prada. Sin ninguna duda, una de las personas más dignas y ejemplares que he conocido.
La Historia suele reconstruirse, también reinterpretarse, con los acontecimientos considerados más importantes, narrando las actuaciones de los “grandes” personajes, los dirigentes más señalados, etc. y, por tanto, orillando injustamente a sus verdaderos protagonistas: todos y cada uno de los que cada día en sociedad –pues no vivimos aislados– la vamos conformando.
Si un rasgo caracterizó a Julio Prada fue su voz –siempre presente, siempre alta– para en cualquier foro en el que participaba –y los que le conocimos sabemos que fueron muchos– expresar su opinión, argumentarla de forma sólida, proponer alternativas viables, denunciar lo que consideraba injusto, defender a sus amigos –y en mi familia sabemos muy bien de ello– y, no menos importante, ofrecerse para participar en la búsqueda de soluciones. ¿Puede haber una vida más digna, más ejemplar?
Prada nunca se ocultó, siempre estuvo presente, luchó hasta la extenuación por lo que creía justo y, cómo no, perdió muchas veces, pero ganó muchísimas más.
Resulta imposible glosar su figura en unas pocas líneas. De su importancia dan testimonio al menos tres actuaciones llevadas a cabo en los años setenta de la pasada centuria –dejando intencionadamente sin citar varias más– en las que junto a otros muchos que en este momento no procede glosar –todos ellos me entenderán y sabrán disculparme– en las que participó activamente. Impulsó e instauró la Asociación de Vecinos de San Andrés-Santa Clara, que presidiría. Fue fundador y presidente del actual Atlético Astorga, así como del Santa Clara, equipo de formación de jóvenes del que se nutrió el primer club de la ciudad. Finalmente, participó en las gestiones que condujeron al establecimiento en la ciudad del Colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, lo que supuso el retorno de los respetados y queridos 'baberos' lasalianos.
No sería extraño, por desgracia, que dentro de unos años Astorga no te recordase como debería hacerlo pero tu decurso vital merece, al menos, esta más que torpe glosa. Gracias por tu ejemplo, por tu dignidad y por tu voz. Tus hijos y nietos, en eso también hiciste una gran labor, guardarán tu memoria y la de Nisia. Y esta ciudad seguirá su camino, una senda –siempre difícil, siempre esperanzadora – que tú con tantos otros, ayudaste a construir. Sit tibi terra levis.