El amante de Felicidad Blanc / 9
![[Img #67956]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/7738_jose-maria-souviron-copia.png)
En 1969 publica Souvirón el que será su último poemario: El desalojado. El amor es uno de los temas de este libro de despedida, de recuerdos que llaman a la melancolía. Evocación de Ronsard y el ubi sunt: “¿Dónde han quedado las habitaciones / en las que tanto amaba algunas veces? / ¿Dónde las que venían a buscarme?”. De cuando en cuando el poeta mira adelante con cierta esperanza: “Ya te tendré, esperanza hecha nueva esperanza, / música más que música, / poesía más que poesía, / amor y nada más que amor”. O sea, Felicidad: “Tengo una historia de manos apretadas, / una feliz y triste dinastía […] Podría decir una lista de nombres que me callo / por si la leen, y se me olvida alguna, / o porque aún no puedo / decir el nombre que hoy está más vivo”.
Hay que imaginar a Felicidad leyendo estos versos, sintiéndose aludida, ma non troppo. La reacción ante este poemario de su amigo Souvirón es algo fría: “En estos años, muerto ya Manolo Sánchez Camargo, uno de los pocos y fieles amigos que me quedaron fue José María Souvirón. En su libro El desalojado explica, mejor que yo podría explicarlo, lo que para él, sin casa propia y lejos de su familia, fue mi amistad”.
“Qué bien para adorarte / esta tranquila soledad que nos permite / conversar sobre todo lo de afuera, / ya que nos pertenece / aunque estemos los dos aquí, tan solos. / También afuera puedo hablar contigo / pero no como aquí. Yo soy el invitado / que ha venido sin pedir permiso / y que puede marcharse cuando quiera. / Suenan afuera voces y motores / y pasos y diálogos y gritos. / Son nuestros, no podemos desecharlos. / Pero es aquí, en tu casa, / donde estoy mejor, donde mejor te hablo”. El amante habla de amor, y la amada, de amistad. No estamos en la Edad Media, cuando el amigo era el mejor amante.
Para Felicidad, el poeta malagueño es un confidente inapreciable. El 6 de mayo del 69 tiene con ella una conversación “importante”, de la que nos deja a dos velas. “No puedo repetir, ni aquí ni en ninguna parte, todo lo que me ha contado. Ha sido un vuelco de confianza y confidencia que debo guardar solo para mí. He visto esta tarde su vida entera, digna de más compasión de lo que a primera vista parece. La de antes y la de ahora, con sus hijos”. Estas confesiones le ayudan a Souvirón a entender mejor a Felicidad. Se siente reconfortado por haberle abierto tanto su corazón: “¡Impresionante, descubrir toda una vida en tres horas. Y saber, confirmadas, una cantidad de cosas que se sospechaban, y que no habríamos llegado a creer ciertas hasta haberlas escuchado. No puedo decir más aquí. Solo que hoy he visto bien –¿por vez primera?– a esta mujer. Ella me ha dejado verla. Y entiendo que ella me ha visto a mí como nunca antes. Y estoy contento (a pesar de la pena que he sentido en algún instante de la ‘historia’). Sanamente contento por saber todo lo que he sabido, y contado por ella.”
En este punto el lector del Diario no puede por menos de contrariarse, sobre todo si ha sido curioso espectador de la vida y obra de los Panero, esa saga irrepetible de escritores discutidos que lo fueron todo menos profetas en su tierra, donde todavía algunos –tantos años después– les obsequia, miserables, con su asco y su rencor. ¿Qué le diría Felicidad a Souvirón? No creo que nada muy diferente a lo que revelará ocho años después en Espejo de sombras: sus sueños de niña bien, tan culta como hermosa, su enamoramiento de Leopoldo, las primeras decepciones del matrimonio, la inverosímil atracción que por ella sintió Luis Cernuda en el Londres de la posguerra, los desencuentros con su marido… Vaya usted a saber… Lo único cierto es que algo se va muriendo en el alma del escritor, al tiempo que él mismo se va muriendo poco a poco: “Al fin y al cabo, lo que importa / ya no es tanto vivir acompañado / como irse preparando para morir a solas”.
(Continuará.)
En 1969 publica Souvirón el que será su último poemario: El desalojado. El amor es uno de los temas de este libro de despedida, de recuerdos que llaman a la melancolía. Evocación de Ronsard y el ubi sunt: “¿Dónde han quedado las habitaciones / en las que tanto amaba algunas veces? / ¿Dónde las que venían a buscarme?”. De cuando en cuando el poeta mira adelante con cierta esperanza: “Ya te tendré, esperanza hecha nueva esperanza, / música más que música, / poesía más que poesía, / amor y nada más que amor”. O sea, Felicidad: “Tengo una historia de manos apretadas, / una feliz y triste dinastía […] Podría decir una lista de nombres que me callo / por si la leen, y se me olvida alguna, / o porque aún no puedo / decir el nombre que hoy está más vivo”.
Hay que imaginar a Felicidad leyendo estos versos, sintiéndose aludida, ma non troppo. La reacción ante este poemario de su amigo Souvirón es algo fría: “En estos años, muerto ya Manolo Sánchez Camargo, uno de los pocos y fieles amigos que me quedaron fue José María Souvirón. En su libro El desalojado explica, mejor que yo podría explicarlo, lo que para él, sin casa propia y lejos de su familia, fue mi amistad”.
“Qué bien para adorarte / esta tranquila soledad que nos permite / conversar sobre todo lo de afuera, / ya que nos pertenece / aunque estemos los dos aquí, tan solos. / También afuera puedo hablar contigo / pero no como aquí. Yo soy el invitado / que ha venido sin pedir permiso / y que puede marcharse cuando quiera. / Suenan afuera voces y motores / y pasos y diálogos y gritos. / Son nuestros, no podemos desecharlos. / Pero es aquí, en tu casa, / donde estoy mejor, donde mejor te hablo”. El amante habla de amor, y la amada, de amistad. No estamos en la Edad Media, cuando el amigo era el mejor amante.
Para Felicidad, el poeta malagueño es un confidente inapreciable. El 6 de mayo del 69 tiene con ella una conversación “importante”, de la que nos deja a dos velas. “No puedo repetir, ni aquí ni en ninguna parte, todo lo que me ha contado. Ha sido un vuelco de confianza y confidencia que debo guardar solo para mí. He visto esta tarde su vida entera, digna de más compasión de lo que a primera vista parece. La de antes y la de ahora, con sus hijos”. Estas confesiones le ayudan a Souvirón a entender mejor a Felicidad. Se siente reconfortado por haberle abierto tanto su corazón: “¡Impresionante, descubrir toda una vida en tres horas. Y saber, confirmadas, una cantidad de cosas que se sospechaban, y que no habríamos llegado a creer ciertas hasta haberlas escuchado. No puedo decir más aquí. Solo que hoy he visto bien –¿por vez primera?– a esta mujer. Ella me ha dejado verla. Y entiendo que ella me ha visto a mí como nunca antes. Y estoy contento (a pesar de la pena que he sentido en algún instante de la ‘historia’). Sanamente contento por saber todo lo que he sabido, y contado por ella.”
En este punto el lector del Diario no puede por menos de contrariarse, sobre todo si ha sido curioso espectador de la vida y obra de los Panero, esa saga irrepetible de escritores discutidos que lo fueron todo menos profetas en su tierra, donde todavía algunos –tantos años después– les obsequia, miserables, con su asco y su rencor. ¿Qué le diría Felicidad a Souvirón? No creo que nada muy diferente a lo que revelará ocho años después en Espejo de sombras: sus sueños de niña bien, tan culta como hermosa, su enamoramiento de Leopoldo, las primeras decepciones del matrimonio, la inverosímil atracción que por ella sintió Luis Cernuda en el Londres de la posguerra, los desencuentros con su marido… Vaya usted a saber… Lo único cierto es que algo se va muriendo en el alma del escritor, al tiempo que él mismo se va muriendo poco a poco: “Al fin y al cabo, lo que importa / ya no es tanto vivir acompañado / como irse preparando para morir a solas”.
(Continuará.)