Virginia e Hildegarda o las motos que nos han vendido a las señoras
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Decía la gran Virginia Woolf que una mujer para forjarse como escritora necesitaba una habitación propia y quinientas libras al año; es decir, tranquilidad y dinero para sustentarse y no tener que salir a trabajar fuera de su casa, porque de lo contrario el tiempo para escribir en condiciones óptimas se esfumaría o sería inexistente.
Si tienes que preocuparte de ganar dinero para comer, porque vives en precario, pocas ganas y nada de tiempo te puedes permitir para la creación sea del tipo que sea. Lo primero es tener las condiciones básicas solventadas y luego ya veremos si la inspiración te pilla trabajando. Qué duda cabe que una buena posición económica ayuda a estos menesteres, sean del tipo que sean. Las mujeres escritoras, en el pasado, siempre han salido de ambientes selectos y familias cultas. Desde la gran Hildegarda de Bingen a Santa Teresa. El convento y la Abadía han ayudado muchísimo a la producción artística. Las inmensas bibliotecas sitas en estos lugares de rezo y recogimiento han logrado que nuestras antepasadas ocupasen su vida en estas regias ocupaciones , y gracias a su ejemplo y obras han abierto el camino a sus sucesoras. O el matrimonio o el convento. ¡Gracias a la vida por ofrecerme el convento y la biblioteca! escribió Hildegarda ávida de conocimiento y amor por la lectura. No le faltó un ápice de razón.
La vida moderna no nos es propicia para el arte. A las mujeres nos vendieron la moto con la cantinela de la realización de trabajar fuera de casa y además dentro. Dos trabajos que continúan, en demasiados casos, oprimiendo el tiempo, anulándolo. Una mujer pluriempleada y exhausta no puede dedicar su escaso tiempo a escribir porque ha de descansar para afrontar otra jornada agotadora. Envidiaremos la vida contemplativa de los monasterios donde la paz y el silencio invitan a la creación. Las estadísticas marcan que la literatura escrita por mujeres dista todavía mucho de alcanzar la de nuestros compañeros. Seguimos siendo acarreadoras de comida, lavanderas, planchadoras, cocineras y cuidadoras de nuestros parientes e hijos. El tiempo no cunde como quisiéramos y muchas tareas caseras siguen recayendo sobre nuestras cabezas para eclipsar nuestra producción artística.
Bendita Hildegarda y su Abadía. Bendita Virginia por casarse con un hombre pudiente y respetuoso con sus anhelos, que le proporcionó esa habitación y esas libras que lograron el miagro de parir libros maravillosos sin tener que trabajar fuera de su casa partiéndose el lomo para llevar un pan a la mesa. Nos venden la panacea y la panacea pasa por la exclavización del individuo privado de tiempo, que es lo único válido en esta latitud galáctica.
Decía la gran Virginia Woolf que una mujer para forjarse como escritora necesitaba una habitación propia y quinientas libras al año; es decir, tranquilidad y dinero para sustentarse y no tener que salir a trabajar fuera de su casa, porque de lo contrario el tiempo para escribir en condiciones óptimas se esfumaría o sería inexistente.
Si tienes que preocuparte de ganar dinero para comer, porque vives en precario, pocas ganas y nada de tiempo te puedes permitir para la creación sea del tipo que sea. Lo primero es tener las condiciones básicas solventadas y luego ya veremos si la inspiración te pilla trabajando. Qué duda cabe que una buena posición económica ayuda a estos menesteres, sean del tipo que sean. Las mujeres escritoras, en el pasado, siempre han salido de ambientes selectos y familias cultas. Desde la gran Hildegarda de Bingen a Santa Teresa. El convento y la Abadía han ayudado muchísimo a la producción artística. Las inmensas bibliotecas sitas en estos lugares de rezo y recogimiento han logrado que nuestras antepasadas ocupasen su vida en estas regias ocupaciones , y gracias a su ejemplo y obras han abierto el camino a sus sucesoras. O el matrimonio o el convento. ¡Gracias a la vida por ofrecerme el convento y la biblioteca! escribió Hildegarda ávida de conocimiento y amor por la lectura. No le faltó un ápice de razón.
La vida moderna no nos es propicia para el arte. A las mujeres nos vendieron la moto con la cantinela de la realización de trabajar fuera de casa y además dentro. Dos trabajos que continúan, en demasiados casos, oprimiendo el tiempo, anulándolo. Una mujer pluriempleada y exhausta no puede dedicar su escaso tiempo a escribir porque ha de descansar para afrontar otra jornada agotadora. Envidiaremos la vida contemplativa de los monasterios donde la paz y el silencio invitan a la creación. Las estadísticas marcan que la literatura escrita por mujeres dista todavía mucho de alcanzar la de nuestros compañeros. Seguimos siendo acarreadoras de comida, lavanderas, planchadoras, cocineras y cuidadoras de nuestros parientes e hijos. El tiempo no cunde como quisiéramos y muchas tareas caseras siguen recayendo sobre nuestras cabezas para eclipsar nuestra producción artística.
Bendita Hildegarda y su Abadía. Bendita Virginia por casarse con un hombre pudiente y respetuoso con sus anhelos, que le proporcionó esa habitación y esas libras que lograron el miagro de parir libros maravillosos sin tener que trabajar fuera de su casa partiéndose el lomo para llevar un pan a la mesa. Nos venden la panacea y la panacea pasa por la exclavización del individuo privado de tiempo, que es lo único válido en esta latitud galáctica.