Nuria Viuda
Sábado, 23 de Marzo de 2024

Virginia e Hildegarda o las motos que nos han vendido a las señoras

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Decía la gran Virginia Woolf que una mujer para forjarse como escritora necesitaba una habitación propia y quinientas libras al año; es decir, tranquilidad y dinero para sustentarse y no tener que salir a trabajar fuera de su casa, porque de lo contrario el tiempo para escribir en condiciones óptimas  se esfumaría o sería inexistente.

 

Si tienes que preocuparte de ganar dinero para comer, porque vives en precario, pocas ganas y  nada de tiempo te puedes permitir para la creación sea del tipo que sea. Lo primero es tener las condiciones básicas solventadas  y luego ya veremos si la inspiración te pilla trabajando. Qué duda  cabe que una buena posición económica ayuda a estos menesteres, sean del tipo que sean. Las mujeres escritoras, en el pasado, siempre han salido de ambientes selectos y familias cultas. Desde la gran Hildegarda de Bingen a Santa Teresa. El convento y la Abadía han ayudado muchísimo a la producción artística. Las inmensas bibliotecas sitas en estos lugares de rezo y recogimiento han logrado que nuestras antepasadas ocupasen su vida en estas regias ocupaciones , y gracias a su ejemplo y obras han abierto el camino a sus sucesoras. O el matrimonio o el convento. ¡Gracias a la vida por ofrecerme el convento y la biblioteca! escribió Hildegarda ávida de conocimiento y amor por la lectura. No le faltó un ápice de razón.

 

La vida moderna no nos es propicia para el arte. A las mujeres nos vendieron  la moto con la cantinela de la realización de trabajar fuera de casa y además dentro. Dos trabajos que continúan, en demasiados casos, oprimiendo el tiempo, anulándolo. Una mujer pluriempleada y exhausta no puede dedicar su escaso tiempo a escribir porque ha de descansar para afrontar otra jornada agotadora. Envidiaremos la vida contemplativa de los monasterios donde la paz y el silencio invitan a la creación. Las estadísticas marcan que la literatura escrita por mujeres dista todavía mucho de alcanzar la de nuestros compañeros. Seguimos siendo acarreadoras de comida, lavanderas, planchadoras, cocineras y cuidadoras de nuestros parientes e hijos. El tiempo no cunde como quisiéramos y muchas tareas caseras siguen recayendo sobre nuestras cabezas para eclipsar nuestra producción artística.

 

Bendita Hildegarda y su Abadía. Bendita Virginia por casarse con un hombre pudiente y respetuoso con sus anhelos, que le proporcionó esa habitación y esas libras que lograron el miagro de parir libros maravillosos sin tener que trabajar fuera de su casa partiéndose el lomo  para llevar un pan a la mesa. Nos venden la panacea y la panacea pasa por la exclavización del individuo privado de tiempo, que es lo único válido en esta latitud galáctica.

 

 

 

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