"Todos quieren tocar al Maestro, por lo menos tocar al jumento, tocar la orla de su túnica"
Salió este Domingo de Ramos el paso de la 'Borriquilla' como estaba programado a las 9:30h, desde San Pedro de Rectivía de Astorga. Con el paso lento, llegaba dos horas después a la Plaza Mayor, donde el obispo Jesús Fernández González , autoridades eclesiásticas y civiles, el Cabildo y los fieles estaban esperando el paso. El prelado impartió su bendición y se encaminó con la procesión a la Catedral, donde presidió la misa estacional de Domingo de Ramos. Terminada la eucaristía, a la salida del templo, la procesión de 'Las Palmas' emprendió su último tramo procesional hasta su parroquia de Rectivía.
Las fotografías están acompañadas por un fragmento del pregón de la Semana Santa de este año a cargo del obispo de Astorga y del cuento titulado 'El asno y el buey' de Manuel Múgica Lainez.
![[Img #68094]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/4110_14-dsc_0189-copia.jpg)
![[Img #68097]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/3939_16dsc_0215-copia.jpg)
![[Img #68098]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/2539_17-dsc_0237-copia.jpg)
(Fragmento del Pregón de la Semana Santa 2024, por D. Jesús Fernández González, Obispo de Astorga)
Nuestra Semana Santa celebra la alegría que brota de la comunión y del servicio. Lo hace principalmente en los momentos. El primero, el Domingo de Ramos. Dice el evangelista San Marcos que “llevaron el pollino a Jesús, le echaron encima los mantos y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban:¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor”! (Mc11,7-9).
Este momento festivo tiene su expresión popular en la procesión que organiza la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén, “Las Palmas”. En torno a las 11 de la mañana, se hace presente en la Plaza Mayor el paso de Jesús subido en la Borriquilla portado por sus braceros, orgullosos de llevar al Señor sobre sus hombros, los acompañan filas de cofrades y fieles con sus palmas como le recibieron hace más de dos mil años en Jerusalén. Allí, junto con el Cabildo, las autoridades civiles, el clero de los fieles, el obispo bendice las palmas. A continuación, el cortejo se dirige a la Catedral, donde tiene lugar la celebración de la Eucaristía. El acto se cierra cuando la procesión vuelve a su sede en la parroquia de San Pedro de Rectivia. Afortunadamente, cada vez son más los niños que participan vestidos de hebreos y que tienen la oportunidad de aprender que Dios es sinónimo de alegría, que Jesús disfruta caminando a su lado y que ellos también gozan de su compañía y amistad…
![[Img #68084]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/6781_2-dsc_0015-copia.jpg)
![[Img #68082]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/515_1-dsc_0013-copia.jpg)
![[Img #68083]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/1498_3-dsc_0025-copia.jpg)
El asno y el buey (Manuel Múgica Lainez)
Están los dos en la hondura del pesebre, y como al fin de cada jornada, conversan, echados y perezosos, luego del término del trabajo. El Buey es ya muy viejo, y por eso mismo, se inclina a la meditación; en cambio el Asno es muy joven, todavía pollino, y en consecuencia toma la vida con fácil frivolidad.
Su comentario giró hasta ahora, en torno de lo que al amo le oyeron. Ha sido proclamado un edicto que ordena el censo de todos los súbditos imperiales, aun de aquellas personas, como los vasallos del Herodes, que pertenecen a reinos tributarios, en apariencia independientes de Roma, aunque en la práctica no lo son. Eso ha obligado a los nacidos en Judea a trasladarse a las distintas ciudades y pueblos que conservan los registros de sus ascendientes, para empadronarse allí. Con tal motivo, Belén se llenó de gente, venida de lugares vecinos o lejanos. El bullicio resuena en el hospedaje de ancho patio y cisterna, donde convergen las caravanas, las cabalgatas y los andariegos y donde no hay sitio para uno más. Mañana no habrá labor y acaso pasado mañana tampoco: así dijo el amo. Agrávase la noticia. Rumia solemnemente el Buey bondadoso y el Borrico lanza una coces alegres porque hace frío, y las paredes de la cueva que alguna construcción escasa transformó en establo y depósito, sudan su humedad sobre el heno.
De repente, sorprendiéndolos, entran una mujer y un hombre. Ella es delicada, tierna, casi una muchacha; se le advierten bajo los pliegues del ropaje los signos de la avanzada gravidez. Camina apoyándose en él, harto mayor, cuya severidad se suaviza con infinito cariño, al sostenerla. El hombre abrió el cesto que trae, y de él sacó una pequeña lámpara de arcilla, que al rato se enciende para iluminar la amplitud tenebrosa del pesebre. Luego ayudó a la muchacha a tenderse. Sacó también una vasija y unos paños. El Buey y el Asno los atisban: el vacuno, con anciana dulzura; con adolescente e irónica curiosidad, el equino.
Entonces el hombre se percata de su presencia. Se les acerca y los palmea, y como ni uno ni otro están habituados a que los mimen, el Buey y el Asno mugen y rebuznan, cada uno según su arte y condición. Sale de la cueva José; permaneció sola María y resplandece, el establo se inunda de claridad que no puede provenir de la lamparilla de barro, y por fin se distinguen niveos los cajones, los fardos, las herrumbres, las vigas, los cuernos amarillentos del Buey, las grises orejas del Asno, el acuático brillo que rezuma la roca.
El Buey suspende el rumiar, pasea por el ámbito misterioso sus grandes ojos soñadores, y anuncia:
-Creo que un milagro está por producirse.
_¿Un milagro? No existen los milagros -responde con seguridad el joven burro-. A menos que consideremos un milagro el hecho de que mañana no haya que trabajar. Eso sí, compruebo que hay mejor luz. La lámpara es notable.
![[Img #68085]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/579_4-dsc_0044-copia.jpg)
,
![[Img #68087]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/8440_5-dsc_0051-copia.jpg)
Regresó José, trayendo agua y alguna leña. Enciende fuego y la pone a calentar. Gime levemente María; pero no, no gime; está cantando por lo bajo. Nace el Niño, y un perfume de jazmines aroma la cueva.
Al Buey, los ojos se le llenan de lágrimas.
-Es un niño más -declara el jumento-. Crece la población.
El Niño, extendido sobre la paja, parece hecho de cristales, de marfiles y de rosas. Tanto creció la luz, que la caverna relumbra como un altar espléndido. El Buey se ha prosternado, conmovido, en silenciosa adoración.
-Un niño más -repite el borrico- y una lámpara excelente. El mundo progresa.
Al otro día, al atardecer, acuden varios pastores, caen de hinojos delante de la sagrada familia, y cuentan que un ángel se les apareció y les dijo que el Cristo, el Mesías, había nacido en la ciudad de David, y que lo hallarían envuelto en pañales y en un pesebre. Lo han hallado por fin... Le brindan pan y frutas y un cabrito y entonan las palabras sabáticas que exaltan la gloria de Dios y la paz de los buenos de la Tierra.
-Este es, pues, el Niño Dios, el Rey prometido -murmura el Buey.
-Los pastores ignorantes han comprendido -replica el Asno-. Un Rey nace en un palacio. ¡Seamos lógicos! Y no pienses que me pronuncio en contra de la monarquía.
Pero algún tiempo después, surgen de lontananza unos magos orientales. Dos de ellos, el anciano barbudo y el doncel de piel dorada, viajan a caballo; el tercero es negro y se balancea en la altura de un camello. Escasos servidores los rodean. Se prosternan frente al infante que ríe, hincados sobre las sedas multicolores de sus mantos; abren sus cofres y le ofrecen oro, incienso y mirra.
-Este es el Rey de los Judíos —proclaman los astrólogos— que nos auguró una estrella y que debía nacer en Belén de Judá.
Y juntan las manos y doblan las cabezas, con maravillada veneración.
—¿Ves? —señala el Buey a su escéptico amigo—. A éstos no los puedes tildar de pastores ignorantes. Son grandes sabios. Conocen la marcha de los astros y el humano destino. Míralos adorar al Rey del Cielo y del Mundo.
![[Img #68096]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/4301_15dsc_0213-copia.jpg)
![[Img #68089]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/6042_8dsc_0084-copia.jpg)
![[Img #68090]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/1279_9-dsc_0086-copia.jpg)
-¡Bah! -responde el Asno-. El mucho estudiar y revolver de las letras, nubla el discernimiento y excita la imaginación. Son unos extravagantes, en busca de rarezas. Un rey en un establo. ¡Sólo a un mago se le puede ocurrir esa fantasía... o a un pobre pastor también hambriento de prodigios! Creo que todos han perdido la cabeza. Debe de ser por el asunto del censo que intranquiliza a chicos y grandes.
Hasta la noche relampaguean, en la lejanía, los collares del mago negro y la zampoña de un apacentador de cabras. La mirra y el incienso sahúman el establo; el oro fulge menos que el Niño Jesús. Partieron los campesinos con sus rebaños, con sus libros.
—No se puede negar que esto huele muy bien -apunta el jumento.
María y José parten dos días después. Ella lleva al Niño en brazos y el carpintero acarrea la cesta pesada. Con ellos se va la luz. Suspira el Buey hondamente, y esa tarde, cuando el amo asoma por allí, lo encuentra muerto, y al Asno compungido, pero como el Buey era muy viejo, su dueño descontaba que eso podía acontecer en cualquier instante. Parece dormir el Buey, en la paz del establo; parece una gran escultura de piedra.
El pollino tendrá que trabajar el doble. Y desde entonces, monótonamente, día a día, mes a mes y año a año, lo hace: el borriquito se convirtió en un burro y trabaja como un burro. A veces, cuando llega la hora y se tumba molido en el pesebre a descansar, la fragancia de la mirra y del incienso (también de los jazmines) acaricia la sensibilidad de su olfato. En esas oportunidades recuerda al Buey ingenuo, rumiador de ficciones. Recuerda al Niño que allí nació, en medio de una portentosa claridad. “El Rey de los Judíos...” y ese perfume... Sacude las orejotas incrédulas y burlonas:
-Estoy sufriendo los trastornos de la decrepitud —piensa el Asno- Pero no caeré en la chochera del pobre Buey. ¡A dormir sin sueños!
Sigue el tiempo andando. Su amo lo vendió a otro y ese a otro y así... ¿Cuánto vive un asno? Según el Grand Larousse Universel en muchos tomos (1866-1876) que era de mi padre, puede alcanzar su longevidad a los treinta y hasta los treinta y cinco años, pero su existencia media no pasa de los quince a los dieciocho. Supongo que las nuevas ediciones no habrán cambiado de opinión. El asno que me preocupa cuenta ya, efectivamente, treinta y cinco, y es reviejísimo. Lo cubren las mataduras; las patas flojas rehúsan mantenerlo en pie; está casi ciego y perdió los doce molares, los once incisivos y los dos caninos de cada quijada. Su último propietario lo abandonó, y ahora yace al pie del Monte de los Olivos, en las afueras de Betania, chupando unas malas hierbas.
![[Img #68093]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/5685_12-dsc_0154-copia.jpg)
![[Img #68095]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/6200_13-dsc_0162-copia.jpg)
![[Img #68091]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/7981_10-dsc_0094-copia.jpg)
![[Img #68092]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/4121_11dsc_0112-copia.jpg)
De súbito escucha voces que provienen de dos discípulos del Rey que suenan contiguas.
-Este ha de ser el jumentillo que nos indicó el Maestro -comenta uno- cuando nos dijo: “Id a ese lugar que tenéis enfrente, y hallaréis atado un jumentillo, desatadle y traedle, y si alguien os dijese: ¿Qué hacéis?, responded que el Señor lo ha menester, y al momento os lo dejarán traer acá”.
-Sí — contesta otro-, éste ha de ser.
-¿Quiénes estarán? -interroga el Asno caduco, que los divisa apenas, a través de la bruma de su larga edad.
-Yo no he visto ningún pollino en los alrededores. Pero ya tercia una voz más en el diálogo. Es la de un aldeano que inquiere:
-¿Qué hacéis? ¿Por qué desatáis ese pollino?
Los discípulos le replican como Jesús les mandó, y entonces, atónito, el Burro matusaleno comprueba que tironean de su brida estropeada, maltratada, pelada; que lo obligan a levantarse. Y se lo llevan. Anda como entre despierto y dormido, sin decidirse a fiarse de lo que acaece. Por segundos, como un relámpago, atraviesa su ánimo la idea de que ha muerto, y que la muerte es así: estrafalaria, delirante. Han llegado al patio de la casa de Lázaro, quien sale con sus hermanas Marta y María, a apreciarlo. Los tres multiplican los elogios:
—¡Qué hermoso jumento! ¡Qué gracioso es! ¡Qué bonito!
Hubiera querido encolerizarse, pues como todo burlón no tolera que de él se burlen, y se percata de que los apóstoles lo están aparejando con sus ropas, como aprestándolo para que alguien lo pueda cabalgar.
¿Qué? ¿Tan lejos llevarán la mofa? Meterse con un Asno antañón, con un vejestorio, es cosa de malvados... y, sin embargo, estos bromistas conversan con un tono de tanta discreción y tranquilidad...
![[Img #68088]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/9807_7dsc_0071-copia.jpg)
![[Img #68099]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2024/3687_18dsc_0243-copia.jpg)
Monta Jesús, y lo acomodan sobre los vestidos. Talonea el animal livianamente, y emprenden el camino de Jerusalén, atravesando el Valle de Josafat. María le había derramado sobre sus pies ungüento de nardo, y se los había enjuagado con sus cabellos, pese a las hipócritas protestas de Judas Iscariote. Como en el pesebre, el Asno huele el familiar perfume, que lo estremece y hace latir su pobre corazón. Álzase en torno la gritería de la multitud que acudió al enterarse que allí estaban no sólo Jesús sino ese terrible, que él resucitó de los muertos. Van desplegando sus hábitos, sus trapos y sus atavíos en el polvo y formando un camino, para que sobre él pase el Asno del Señor. El Señor desliza su divina mano por las crines ayer secas y duras del Burro, que hoy tienen la lisura propia de su extrema juventud. Se inclina hacia una de sus largas orejas, y le habla quedamente:
-¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas del establo en la cueva de Belén? ¿De María, virgen madre, de José, el patriarca?
Hay gentes que cortan ramas de palmeras y las agitan. Pasa entre ellas el jumento como en medio de un mágico bosque. ¡Ah, el perfume del nardo en el cual se arrebuja como en un manto precioso!
—¡Hosanna! -canta la muchedumbre- ¡Hosanna! ¡Gloria al Hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna! ¡Hosanna!
Gana terreno ufanamente, el Borrico, ebrio de asombro y de reconocimiento -deslumbrado-. La mano de Dios descansa sobre su cabeza erguida. ¡Qué felicidad! La cabalgadura lanzada, abre la boca que recuperó las perdidas muelas y dientes y lanza unos rebuznos con los cuales intenta repetir las notas jubilosas del ¡Hosanna! popular. Entran así en Jerusalén, y el entusiasmo desborda. Flotan en derredor pálidos velos de incienso; el vaho de la mirra ¡y el nardo, el nardo, el nardo! Todos quieren tocar al Maestro; por lo menos tocar al jumento, tocar la orla de su túnica; y si no lo consiguen, tocan al jumento que lo conduce por las calles atestadas, invadidas.
Ese día, cuando salió del Templo, luego de arrojar de su interior a los mercaderes, Cristo sonrió apenas, porque el Borriquito había tornado a ser el antiguo, el antiquísimo Asno, de las mataduras, las evidentes costillas y la atroz debilidad, y por fin se había echado muerto, junto a la entrada del santuario, y daba la impresión de gozar de un sosiego incomparable. Sonrió Jesús, porque sabía que ahora, ahora mismo el Asno y el Buey trotaban encima de las nubes, eternamente alegres y jóvenes.
Las fotografías están acompañadas por un fragmento del pregón de la Semana Santa de este año a cargo del obispo de Astorga y del cuento titulado 'El asno y el buey' de Manuel Múgica Lainez.
(Fragmento del Pregón de la Semana Santa 2024, por D. Jesús Fernández González, Obispo de Astorga)
Nuestra Semana Santa celebra la alegría que brota de la comunión y del servicio. Lo hace principalmente en los momentos. El primero, el Domingo de Ramos. Dice el evangelista San Marcos que “llevaron el pollino a Jesús, le echaron encima los mantos y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban:¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor”! (Mc11,7-9).
Este momento festivo tiene su expresión popular en la procesión que organiza la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén, “Las Palmas”. En torno a las 11 de la mañana, se hace presente en la Plaza Mayor el paso de Jesús subido en la Borriquilla portado por sus braceros, orgullosos de llevar al Señor sobre sus hombros, los acompañan filas de cofrades y fieles con sus palmas como le recibieron hace más de dos mil años en Jerusalén. Allí, junto con el Cabildo, las autoridades civiles, el clero de los fieles, el obispo bendice las palmas. A continuación, el cortejo se dirige a la Catedral, donde tiene lugar la celebración de la Eucaristía. El acto se cierra cuando la procesión vuelve a su sede en la parroquia de San Pedro de Rectivia. Afortunadamente, cada vez son más los niños que participan vestidos de hebreos y que tienen la oportunidad de aprender que Dios es sinónimo de alegría, que Jesús disfruta caminando a su lado y que ellos también gozan de su compañía y amistad…
El asno y el buey (Manuel Múgica Lainez)
Están los dos en la hondura del pesebre, y como al fin de cada jornada, conversan, echados y perezosos, luego del término del trabajo. El Buey es ya muy viejo, y por eso mismo, se inclina a la meditación; en cambio el Asno es muy joven, todavía pollino, y en consecuencia toma la vida con fácil frivolidad.
Su comentario giró hasta ahora, en torno de lo que al amo le oyeron. Ha sido proclamado un edicto que ordena el censo de todos los súbditos imperiales, aun de aquellas personas, como los vasallos del Herodes, que pertenecen a reinos tributarios, en apariencia independientes de Roma, aunque en la práctica no lo son. Eso ha obligado a los nacidos en Judea a trasladarse a las distintas ciudades y pueblos que conservan los registros de sus ascendientes, para empadronarse allí. Con tal motivo, Belén se llenó de gente, venida de lugares vecinos o lejanos. El bullicio resuena en el hospedaje de ancho patio y cisterna, donde convergen las caravanas, las cabalgatas y los andariegos y donde no hay sitio para uno más. Mañana no habrá labor y acaso pasado mañana tampoco: así dijo el amo. Agrávase la noticia. Rumia solemnemente el Buey bondadoso y el Borrico lanza una coces alegres porque hace frío, y las paredes de la cueva que alguna construcción escasa transformó en establo y depósito, sudan su humedad sobre el heno.
De repente, sorprendiéndolos, entran una mujer y un hombre. Ella es delicada, tierna, casi una muchacha; se le advierten bajo los pliegues del ropaje los signos de la avanzada gravidez. Camina apoyándose en él, harto mayor, cuya severidad se suaviza con infinito cariño, al sostenerla. El hombre abrió el cesto que trae, y de él sacó una pequeña lámpara de arcilla, que al rato se enciende para iluminar la amplitud tenebrosa del pesebre. Luego ayudó a la muchacha a tenderse. Sacó también una vasija y unos paños. El Buey y el Asno los atisban: el vacuno, con anciana dulzura; con adolescente e irónica curiosidad, el equino.
Entonces el hombre se percata de su presencia. Se les acerca y los palmea, y como ni uno ni otro están habituados a que los mimen, el Buey y el Asno mugen y rebuznan, cada uno según su arte y condición. Sale de la cueva José; permaneció sola María y resplandece, el establo se inunda de claridad que no puede provenir de la lamparilla de barro, y por fin se distinguen niveos los cajones, los fardos, las herrumbres, las vigas, los cuernos amarillentos del Buey, las grises orejas del Asno, el acuático brillo que rezuma la roca.
El Buey suspende el rumiar, pasea por el ámbito misterioso sus grandes ojos soñadores, y anuncia:
-Creo que un milagro está por producirse.
_¿Un milagro? No existen los milagros -responde con seguridad el joven burro-. A menos que consideremos un milagro el hecho de que mañana no haya que trabajar. Eso sí, compruebo que hay mejor luz. La lámpara es notable.
,
Regresó José, trayendo agua y alguna leña. Enciende fuego y la pone a calentar. Gime levemente María; pero no, no gime; está cantando por lo bajo. Nace el Niño, y un perfume de jazmines aroma la cueva.
Al Buey, los ojos se le llenan de lágrimas.
-Es un niño más -declara el jumento-. Crece la población.
El Niño, extendido sobre la paja, parece hecho de cristales, de marfiles y de rosas. Tanto creció la luz, que la caverna relumbra como un altar espléndido. El Buey se ha prosternado, conmovido, en silenciosa adoración.
-Un niño más -repite el borrico- y una lámpara excelente. El mundo progresa.
Al otro día, al atardecer, acuden varios pastores, caen de hinojos delante de la sagrada familia, y cuentan que un ángel se les apareció y les dijo que el Cristo, el Mesías, había nacido en la ciudad de David, y que lo hallarían envuelto en pañales y en un pesebre. Lo han hallado por fin... Le brindan pan y frutas y un cabrito y entonan las palabras sabáticas que exaltan la gloria de Dios y la paz de los buenos de la Tierra.
-Este es, pues, el Niño Dios, el Rey prometido -murmura el Buey.
-Los pastores ignorantes han comprendido -replica el Asno-. Un Rey nace en un palacio. ¡Seamos lógicos! Y no pienses que me pronuncio en contra de la monarquía.
Pero algún tiempo después, surgen de lontananza unos magos orientales. Dos de ellos, el anciano barbudo y el doncel de piel dorada, viajan a caballo; el tercero es negro y se balancea en la altura de un camello. Escasos servidores los rodean. Se prosternan frente al infante que ríe, hincados sobre las sedas multicolores de sus mantos; abren sus cofres y le ofrecen oro, incienso y mirra.
-Este es el Rey de los Judíos —proclaman los astrólogos— que nos auguró una estrella y que debía nacer en Belén de Judá.
Y juntan las manos y doblan las cabezas, con maravillada veneración.
—¿Ves? —señala el Buey a su escéptico amigo—. A éstos no los puedes tildar de pastores ignorantes. Son grandes sabios. Conocen la marcha de los astros y el humano destino. Míralos adorar al Rey del Cielo y del Mundo.
-¡Bah! -responde el Asno-. El mucho estudiar y revolver de las letras, nubla el discernimiento y excita la imaginación. Son unos extravagantes, en busca de rarezas. Un rey en un establo. ¡Sólo a un mago se le puede ocurrir esa fantasía... o a un pobre pastor también hambriento de prodigios! Creo que todos han perdido la cabeza. Debe de ser por el asunto del censo que intranquiliza a chicos y grandes.
Hasta la noche relampaguean, en la lejanía, los collares del mago negro y la zampoña de un apacentador de cabras. La mirra y el incienso sahúman el establo; el oro fulge menos que el Niño Jesús. Partieron los campesinos con sus rebaños, con sus libros.
—No se puede negar que esto huele muy bien -apunta el jumento.
María y José parten dos días después. Ella lleva al Niño en brazos y el carpintero acarrea la cesta pesada. Con ellos se va la luz. Suspira el Buey hondamente, y esa tarde, cuando el amo asoma por allí, lo encuentra muerto, y al Asno compungido, pero como el Buey era muy viejo, su dueño descontaba que eso podía acontecer en cualquier instante. Parece dormir el Buey, en la paz del establo; parece una gran escultura de piedra.
El pollino tendrá que trabajar el doble. Y desde entonces, monótonamente, día a día, mes a mes y año a año, lo hace: el borriquito se convirtió en un burro y trabaja como un burro. A veces, cuando llega la hora y se tumba molido en el pesebre a descansar, la fragancia de la mirra y del incienso (también de los jazmines) acaricia la sensibilidad de su olfato. En esas oportunidades recuerda al Buey ingenuo, rumiador de ficciones. Recuerda al Niño que allí nació, en medio de una portentosa claridad. “El Rey de los Judíos...” y ese perfume... Sacude las orejotas incrédulas y burlonas:
-Estoy sufriendo los trastornos de la decrepitud —piensa el Asno- Pero no caeré en la chochera del pobre Buey. ¡A dormir sin sueños!
Sigue el tiempo andando. Su amo lo vendió a otro y ese a otro y así... ¿Cuánto vive un asno? Según el Grand Larousse Universel en muchos tomos (1866-1876) que era de mi padre, puede alcanzar su longevidad a los treinta y hasta los treinta y cinco años, pero su existencia media no pasa de los quince a los dieciocho. Supongo que las nuevas ediciones no habrán cambiado de opinión. El asno que me preocupa cuenta ya, efectivamente, treinta y cinco, y es reviejísimo. Lo cubren las mataduras; las patas flojas rehúsan mantenerlo en pie; está casi ciego y perdió los doce molares, los once incisivos y los dos caninos de cada quijada. Su último propietario lo abandonó, y ahora yace al pie del Monte de los Olivos, en las afueras de Betania, chupando unas malas hierbas.
De súbito escucha voces que provienen de dos discípulos del Rey que suenan contiguas.
-Este ha de ser el jumentillo que nos indicó el Maestro -comenta uno- cuando nos dijo: “Id a ese lugar que tenéis enfrente, y hallaréis atado un jumentillo, desatadle y traedle, y si alguien os dijese: ¿Qué hacéis?, responded que el Señor lo ha menester, y al momento os lo dejarán traer acá”.
-Sí — contesta otro-, éste ha de ser.
-¿Quiénes estarán? -interroga el Asno caduco, que los divisa apenas, a través de la bruma de su larga edad.
-Yo no he visto ningún pollino en los alrededores. Pero ya tercia una voz más en el diálogo. Es la de un aldeano que inquiere:
-¿Qué hacéis? ¿Por qué desatáis ese pollino?
Los discípulos le replican como Jesús les mandó, y entonces, atónito, el Burro matusaleno comprueba que tironean de su brida estropeada, maltratada, pelada; que lo obligan a levantarse. Y se lo llevan. Anda como entre despierto y dormido, sin decidirse a fiarse de lo que acaece. Por segundos, como un relámpago, atraviesa su ánimo la idea de que ha muerto, y que la muerte es así: estrafalaria, delirante. Han llegado al patio de la casa de Lázaro, quien sale con sus hermanas Marta y María, a apreciarlo. Los tres multiplican los elogios:
—¡Qué hermoso jumento! ¡Qué gracioso es! ¡Qué bonito!
Hubiera querido encolerizarse, pues como todo burlón no tolera que de él se burlen, y se percata de que los apóstoles lo están aparejando con sus ropas, como aprestándolo para que alguien lo pueda cabalgar.
¿Qué? ¿Tan lejos llevarán la mofa? Meterse con un Asno antañón, con un vejestorio, es cosa de malvados... y, sin embargo, estos bromistas conversan con un tono de tanta discreción y tranquilidad...
Monta Jesús, y lo acomodan sobre los vestidos. Talonea el animal livianamente, y emprenden el camino de Jerusalén, atravesando el Valle de Josafat. María le había derramado sobre sus pies ungüento de nardo, y se los había enjuagado con sus cabellos, pese a las hipócritas protestas de Judas Iscariote. Como en el pesebre, el Asno huele el familiar perfume, que lo estremece y hace latir su pobre corazón. Álzase en torno la gritería de la multitud que acudió al enterarse que allí estaban no sólo Jesús sino ese terrible, que él resucitó de los muertos. Van desplegando sus hábitos, sus trapos y sus atavíos en el polvo y formando un camino, para que sobre él pase el Asno del Señor. El Señor desliza su divina mano por las crines ayer secas y duras del Burro, que hoy tienen la lisura propia de su extrema juventud. Se inclina hacia una de sus largas orejas, y le habla quedamente:
-¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas del establo en la cueva de Belén? ¿De María, virgen madre, de José, el patriarca?
Hay gentes que cortan ramas de palmeras y las agitan. Pasa entre ellas el jumento como en medio de un mágico bosque. ¡Ah, el perfume del nardo en el cual se arrebuja como en un manto precioso!
—¡Hosanna! -canta la muchedumbre- ¡Hosanna! ¡Gloria al Hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna! ¡Hosanna!
Gana terreno ufanamente, el Borrico, ebrio de asombro y de reconocimiento -deslumbrado-. La mano de Dios descansa sobre su cabeza erguida. ¡Qué felicidad! La cabalgadura lanzada, abre la boca que recuperó las perdidas muelas y dientes y lanza unos rebuznos con los cuales intenta repetir las notas jubilosas del ¡Hosanna! popular. Entran así en Jerusalén, y el entusiasmo desborda. Flotan en derredor pálidos velos de incienso; el vaho de la mirra ¡y el nardo, el nardo, el nardo! Todos quieren tocar al Maestro; por lo menos tocar al jumento, tocar la orla de su túnica; y si no lo consiguen, tocan al jumento que lo conduce por las calles atestadas, invadidas.
Ese día, cuando salió del Templo, luego de arrojar de su interior a los mercaderes, Cristo sonrió apenas, porque el Borriquito había tornado a ser el antiguo, el antiquísimo Asno, de las mataduras, las evidentes costillas y la atroz debilidad, y por fin se había echado muerto, junto a la entrada del santuario, y daba la impresión de gozar de un sosiego incomparable. Sonrió Jesús, porque sabía que ahora, ahora mismo el Asno y el Buey trotaban encima de las nubes, eternamente alegres y jóvenes.