Astorga Redacción
Viernes, 29 de Marzo de 2024

"Las mujeres  que salen al encuentro de Jesús siguen llorando todavía (‘hace miles de noches que lloramos’) "

La lluvia ha dejado un respiro en la mañana de este Viernes Santo en Astorga. A las 8:30h, salía la Procesión del Encuentro desde Puerta Rey, organizada por la Real Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de la Soledad. La procesión discurrió por los caminos habituales. A lo largo de la misma se fue añadiendo gente hasta llegar a la Plaza Mayor donde ya eran aluvión. A las 10:35 se producía la Carrera de San Juanín, cuando viendo a la Virgen al otro extremo de la plaza se apresura para anunciarle que su hijo Jesús avanza con la cruz a cuestas. Ambos se dirigen a su encuentro.

Las fotografías de Eloy Rubio están acompañadas por el texto de 'El gallo de la Pasión' de Franciso Ayala, y por un fragmento del poema de Pablo García Baena, 'Las Santas mujeres'.

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El gallo de la Pasión

 

La lengua de la hoguera -saltos de niño-  había picado el cielo. El cielo - blanco ya: veteado de azul- ordeñaba aurora. El fuego, vacío, iba palidecien­do, a tono con la lividez del alba.

 

Y Pedro -las manos del revés: las pal­mas, como escudo del pecho- negaba, escandalizado.

 

—¿Él? ¿él? ¡Por Jehová: él, no! Ni le co­nocía.

 

Su gesto de probrecito judío: ofrecía las palmas, vueltas, a la interrogación de las lenguas de fuego. Y vuelta la cabeza (judío, pobrecito: “Él, no. Por Jehová”) comenzaba a componer la cara de arre­pentimiento.

 

 

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Los soldados romanos, orgullosos de sus corazas de metal y de sus faldillas bermejas, batían el suelo con la contera de sus pértigas para ahuyentar el frío. Jugaban a los naipes. Y se reían de Pedro.

 

Ya la aurora - hielo deshecho- se deslizaba, chorreando -aguas de mal es­pejo- por las paredes del patio. Ya flo­taba la luna, podrida, en el estanque. Ya temblaban las faldillas bermejas, borda­das de cristal y azabache, de los solda­dos romanos.

 

El gallo de la Pasión -lázaro resucita­do de la noche- daba vueltas alrededor de Pedro: vueltas de pasos solemnes, largos y lentos, (Muy engallado, el gallo de la Pasión; muy poseído de su papel histórico.)

 

Por fin, se detuvo frente a él. Nubló el párpado su ojo de clavo brillante, para hacer más encarnizado y súbito el pico­tazo de su nueva mirada. Todas las plu­mas del cuello se le electrizaron. Se hin­chó su pecho de goma. Estiró el cuello, corvado, tenso, como un neumático de bicicleta, y lanzó a Pedro tres flechas metálicas, secas y relucientes.

 

 

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Pedro dio un salto: las manos en la ca­beza. Miró a Cristo, que estaba ojeroso, blanco. Y recogió la mirada temblona que le ofrecía desde el fondo de su pozo.

 

Entonces, recordó el Apóstol. La auro­ra, como una bufanda de lana, le ceñía la garganta: allí, clavadas, vibrando, las tres flechas del gallo.

 

Se removió todo su amor. Era el mo­mento de arrepentirse. Cuajaba el arre­pentimiento. Las tres flechas estaban cla­vadas ahora en su corazón. Apretaba la pena su cuello, como gaseosa embotella­da. No podía más.

 

Sujetó una sonrisa con los dientes, y se disculpó:

 

—Perdón, caballeros. Tengo que salir un momento. Es una necesidad inexcu­sable. Perdón, ¿eh? ¡Un momentito! En seguida vuelvo.

 

Ya en la calle, dos ríos nacieron de sus ojos. Lavó su culpa en dos fuentes claras. Y —como era previsible— Dios le perdonó.

 

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Para Pablo García Baena las mujeres  que salen al encuentro de Jesús siguen llorando todavía (‘hace miles de noches que lloramos’) y se confunden con las acompañantes del Nazareno en una procesión popular.  Este fragmento es el final de un poema largo titulado ‘Las Santas mujeres’, que forma parte del libro ‘Antiguo muchacho’ que dedica a su madre.

 

(…) Jerusalén, Jerusalén, hacia ti nos volvemos.

Míranos: tres mujeres andando ya sin fuerzas.

Nuestra voz oye. Y hay sangre por tus muros,

hay sangre entre tus piedras como musgo rojizo,

toda tú, esponja ávida empapada de sangre.

¿Qué dirán las vecinas cuando nos vean volver?

María, tienes paja en el pelo…

María, algo punza en tus ojos, se dirían acericos donde arden alfileres.

María, ¿aún tiemblas? Tus manos en tu fiebre buscan no sé qué pájaros de angustia.

Hemos llorado tanto que apenas si podemos recordar.

Dejamos nuestras casas creyendo que enseguida volveríamos.

El pan siguió cociéndose al fuego de los hornos.

La escalera apoyada en el viejo manzano para coger sus frutos.

Los calderos dispuestos, derritiendo manteca,

y ahora es todo ceniza.

 

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Somos pobres mujeres. Al pasar bajo un arco

los niños han gritado creyéndonos embriagadas.

Sí ,vamos ebrias de llanto. Vamos andando torpes,

dando tumbos, cayendo.

Somos mujeres débiles, pero una fuerza oculta nos obliga a decir

algo que solo sólo sabemos expresar con el llanto.

 

 

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