Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 30 de Marzo de 2024

La Pascua Ortodoxa, de Lidia

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Estamos en la Semana Santa de hace once años y este año coincide con la Pascua Ortodoxa, cosa que no suele pasar.

Hace un tiempo espléndido. Estamos en abril, en plena primavera. Los manzanos están admirables cubiertos de blanco y también lo membrillos han sacado ya su  bonita y delicada flor. La naturaleza está celebrando con mucho vigor su vuelta a la vida. La energía de la tierra empuja con fuerza todo lo que esconde la tierra.

 

Estamos comiendo en el porche del molino. Hablamos de las celebraciones de estas fechas. Hoy Lidia está sensible al recuerdo, ha estado escribiendo sobre ello en sus memorias. Le incito a que me cuente sobre cómo celebraba la Pascua Ortodoxa. Se anima.

 

El domingo de Resurrección era la fiesta por excelencia de mi madre. Mi madre preparaba los platos típicos de esa celebración con entrega, devoción y religiosidad.  La situación que teníamos en el momento de más o menos pobreza incidía en la calidad y abundancia de los platos. Mi madre recordaba de su infancia los excelentes platos que se tomaban en su casa antes de la Revolución. Las cosas tradicionales eran igual en todas las casas, la diferencia se daba en la calidad. Las familias que podían poner más yemas y más mantequilla en el Kulich mejor y más rico lo tenían. El kulich es algo parecido al panettone italiano pero mucho mejor, es el pan de Pascua ruso de la época de los zares, que se prepara con masa dulce fermentada, mucha mantequilla, huevos, pasas almendras, vodka…, y no puede faltar en ninguna casa rusa. Se elaboraba el viernes o sábado santo para que fuera bendecido por el sacerdote antes de empezar a comerlo el domingo. Se sacaba a la mesa de un molde con la cruz, este molde de madera con la cruz mi madre lo ha tenido con ella toda la vida para esta ocasión. También eran importantes  los huevos cocidos y decorados que se ponían en los brotes verdes de la cebada que se ha hecho brotar en unos platos antes de la Pascua.

 

Por tradición en la Iglesia  se celebraba una misa nocturna y al final de ella se bendecía el kulich y los huevos para el desayuno del domingo. La bendición de esta comida era muy importante y no se la podría comer sin este acto. También este domingo se estrenaba ropa nueva, si la había, claro, que no era lo habitual. Al salir de esta misa la gente se alegraba mucho de que el Cristo ha resucitado y era obligatorio, ya por razones morales, reconciliarse si alguien en ese momento estaba enfadado con alguien. Este día el saludo habitual entre la gente es la frase: “El Cristo ha resucitado” y la contestación “Es verdad que ha resucitado”.

 

Yo no celebro nada, como mi padre y como Pepín, a pesar de ser mi marido. Yo porque no tengo con quién, pero ellos por la poca bondad que llevaban dentro.

 

De la primera celebración de Pascua me acuerdo con amargura por mi madre. Eran años de posguerra, creo que yo tenía unos siete años, vivíamos en Kislovodsk, con el monte Elbrús  siempre con nosotros, y una penuria económica la más que yo recuerdo. La madre, no sé cómo, había conseguido reunir algunos ingredientes para preparar esos platos típicos de la Pascua ortodoxa, incluido un trozo de carne de cerdo que se ponía en maceración unos días antes y después se asaba. Era un plato típico en nuestra casa para desayuno de domingo de Resurrección. Todo esto lo tenía guardado encima de una mesa, cubierto con un mantel de lino, que también no sé de donde ha venido pero siempre ha estado con mi madre.

 

Toda esta comida estaba preparada para llevarla por la mañana a la Iglesia para ser bendecida para el desayuno del domingo de Resurrección pero ha llegado mi padre, como siempre bebido y de mal humor, y al ver esta comida preparada la empezó a comer sin ningún apuro. Mi madre, con gran disgusto, le explicaba, le pedía que la deje para la fiesta de mañana y que esta comida no está bendecida. Pero como mi padre, ni era creyente ni fue un marido considerado con las cosas de mi madre, le contestó que para él siempre es fiesta cuando hay algo que comer. Mi madre nunca lloraba para no molestar, pero esta vez la oí llorar en el jardín. Al día siguiente la fiesta de Pascua se celebró con la mesa desecha pero los restos bendecidos en la Iglesia y hasta yo, y mi hermana Nata, hemos estrenado unos vestidos nuevos que ha cosido nuestra madre. Parecíamos unas niñas fuera de contexto, por eso cuando salimos a la calle vestidas así nos llamó una vecina al frente, una mujer ignorante y por eso agresiva, nos llamó y nos dijo: “Unos vestidos nuevos y de tela nueva ¿y de dónde ha sacado vuestra madre dinero para esto si casi no tenéis ni para comer?” Es que el resentimiento social aflora hasta dentro de una pobreza que parece que nos iguale a todos.

 

Como te dijo tu amigo Nacho, que definió muy bien a esa gente envidiosa, cuando hablaba de tu amiga aquella codiciosa de tus cosas: “Lo que quieren es tener tu ADN”. El ADN no lo puedes coger de un vecino pero su ejemplo a afrontar la vida, su dignidad, sí lo puedes aprender. Aprendemos mucho, o casi todo, de ejemplos de nuestros padres.

 

Otro día una amiga me ha dicho: “De mi madre yo he aprendido cómo no ser madre; mi padre nos enseñó cómo no ser un padre ni un marido, pero al no ser yo un varón sus enseñanzas no me sirvieron en mi vida de mujer”.

 

Tengo suerte que yo no elegí rechazar al hombre a pesar del ejemplo de mi padre. Los hombres me encantan y me hacen mucha gracia. Creo que gracias a esta actitud mía hacia los hombres me he permitido tener algunas buenas relaciones con hombres con los cuales he coincidido en la vida. Yo he creado unas relaciones que fueron importantes para estos hombres, mi amor y mi erotismo holístico los incluye a todos y a cada uno de ellos. Les he enseñado lo mejor que ellos tienen dentro de ellos mismos y lo hemos disfrutado juntos. Estando conmigo se sienten más guapos, más inteligentes, más sensibles, siempre los mejores e importantes, y esos momentos gloriosos los recuerdan en sus vivencias, así siguen vinculados a mí en algún modo. “Por ahí has  desarrollado tu vocación de mecenas. Como no tenías dinero para mecenar arte te has centrado a mecenar la naturaleza de los artistas, sobre todo hombres jóvenes que están todavía en el camino de saberse. Muy interesante tu obra de psicóloga ”. Jajajaja. Tienes razón Mercedes, me hubiera gustado tener dinero para disfrutar con el arte pero a cambio  he disfrutado mucho con los hombres. ¡Ah, queridos hombres, lamento que ninguno de vosotros se haya quedado conmigo haciéndome compañía!

 

O tempora o mores

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