Catalina Tamayo
Sábado, 30 de Marzo de 2024

A propósito de las vidas

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“Cállate, por Dios, que tú

no vas a saber decírmelo;

deja que abran todos mis

sueños y todos mi lirios.

Mi corazón oye bien

la letra de tu cariño…,

el agua lo va cantando

entre las flores del río;

lo va soñando la niebla,

lo están llorando los pinos,

y la luna rosa y el

 corazón de tu molino…

(Juan Ramón Jiménez)

 

 

Las personas, se dice, tenemos dos vidas: una vida pública y una vida privada. Son, sin duda, dos vidas distintas.

      

La vida pública es principalmente la vida del trabajo. Pero también la de la calle, la del supermercado, la de la cafetería. Es la vida que está la a la vista y que todo el mundo conoce. No se puede ocultar. Y tampoco, la verdad, nos importa mucho que los demás sepan cómo es. A veces, incluso, nos agrada que la conozcan.

     

En cambio, con la vida privada somos más celosos y no la mostramos a cualquiera. Ciertamente, si exceptuamos a la familia y acaso también a algunos amigos, no nos gustaría que nos observaran cuando nos despertamos, cuando nos paseamos por casa en pijama o –menos aún– cuando hemos entrado en el baño. No, porque eso es algo privado, alegamos, un tanto indignados. A pesar de eso, o precisamente por eso, para muchos, la vida privada de otros, especialmente si estos son famosos, es objeto de enorme interés. Se mueren por conocerla. La prueba de ello es el éxito que tienen en cualquier medio de comunicación las noticias del corazón. Lo amarillo vende mucho. Pues somos muy curiosos. ¿O muy morbosos? Nos atrae sobremanera lo escabroso de los demás.

     

Además de estas dos vidas, tenemos también, según Gabriel García Márquez, una tercera, que es la vida secreta. La vida secreta, digan lo que digan, existe. Está más allá, detrás de la vida privada, agazapada, y desde allí condiciona, cuando no determina, el devenir de las otras dos vidas. Explica lo inexplicable. Esta vida es mucha vida. Es la vida que solo nosotros conocemos. Las puertas de esta vida permanecen cerradas a cal y canto aun para los más allegados. Si acaso, por pura debilidad, o por pura vanidad, que también puede ser, alguna vez, a alguno le permitimos mirar por el ojo de la cerradura. Le dejamos ver solo algo, todo no, ni mucho menos. Es más, verá solo lo que nosotros queremos que vea. Nada más.

     

¿Pero qué hay ahí? Secretos. ¡Qué si no! Los hay grandes y pequeños, nobles y viles, hermosos y feos. De todo tipo. Pero ninguno, obviamente, confesable. A lo sumo, alguno susceptible de ser susurrado al oído de alguien de confianza. De mucha confianza. Como secretos, se pueden encontrar deseos locos, esperanzas vanas, dudas, sueños, miedos injustificados, dulces recuerdos, palabras, viejos dolores, promesas, heridas que no curan y también, quizá, algún antiguo amor ya desdibujándose. Pero sobre todo tú, toda tú, como el último secreto. El mejor y más grande de mis secretos. Ese que, pese a todo, morirá conmigo. Conmigo y contigo.

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