Sol Gómez Arteaga
Lunes, 01 de Abril de 2024

Ley de Concordia, no lo es

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La madrugada del miércoles día 27, me llegaba por un grupo amigo de wasap la vergonzosa noticia de que PP y VOX registraban la ley autonómica que derogará el decreto de Memoria Histórica y Democrática que aprobó, por cierto, el último gobierno presidido también por el PP. Dicho decreto, dicen los que lo han hecho, tiene por objeto “honrar” y proteger la historia de España desde 1931 hasta 1978, sin una sola referencia de condena a la dictadura de Franco (1939-1975). Mientras leía, me vino a la cabeza algo que me ocurrió recién inaugurado en mayo de 2015 el monolito de los represaliados de mi pueblo, Valderas: una mujer de la localidad me recibía en su casa con pastas con sabor a anís, pero al mismo tiempo me reprobaba revolver el pasado cuando, según ella, ya todo estaba atado y bien atado. Por revolver el pasado se refería a dignificar a las 79 víctimas del bando republicano de mi pueblo en una zona en la que no hubo frente de guerra, cosa que también ocurrió en buena parte de la comunidad autónoma, y 200 hombres fueron sacados de sus casas por el simple hecho de buscar mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias, algo que busca hoy en día cualquier ciudadano, sea blanco, cojo, magrebí o de ojos azules. Pensaba con tristeza lo poco que hemos avanzado en conquistas, y también pensaba que lo que creía un avance en democracia y humanidad solo era un espejismo.

 

Luego están las palabras, lo importantes que son las palabras, que salvan o hunden o humillan o crean o hacen crecer o fortalecen o destruyen o… En este momento vivimos una etapa de palabras tergiversadas, de bulos, de  mentiras tranlarán, de ver quien dice la trola más gorda y con mayor impacto social. No, a estas alturas de la película a los familiares de las víctimas no nos harán comulgar con piedras de molino. Una ley que deja de lado y expulsa a las asociaciones que trabajan por seguir exhumando las fosas y devolver a los descendientes los restos de los suyos y cumplir con el derecho humano primordial de dar sepultura a los muertos -dejar insepulto a un muerto, ya lo decía Sófocles, es matarlo de nuevo-, no es una ley de concordia, sino de discordia y vergüenza. Nunca entendieron nada, nunca quisieron entender nada porque nunca hubo voluntad de entender. Maquillan el neofascismo y el franquismo que  jamás se fue de este país. Y buscan legitimar la dictadura.

 

La triste pena es que en el fondo no son ellos, somos nosotros. Sí, somos nosotros -el taxista, el tendero del barrio, el frutero, el ama de casa, el estudiante de derecho y el de químicas, el jubilado, el vecino de arriba o el de enfrente- quienes elegimos a los gobernantes que tenemos. Les queremos así, nos gustan así. En una dictadura no hay elección y no la hubo, en democracia sí la hay. Hay épocas de la historia feas, en las que la locura se instala causando un tremendo sufrimiento en la sociedad, épocas de guerra, de catástrofes naturales, de enfermedades, de plagas en las que el mundo parece imantado de una extraña locura. Épocas sin petirrojos. Y nos está tocando vivir una de esas épocas en las que la ignorancia, el desparpajo, la soberbia, la osadía, la ruindad, la mediocridad, campan por sus anchas. Normalizar la camorra, la bronca, la falta de respeto, el “y tú más” en las tribunas políticas -no sé adónde vamos a llegar- no es nada normal.

 

Solo nos queda seguir haciendo lo propio, lo poco que como seres individuales, “tomados de uno en uno”, podemos hacer, mirando al frente, a veces, como decía hace unos días una compañera psiquiatra, de reojo a lo que pasa a nuestro lado. No podemos taparnos los ojos con una venda a eso feo que pulula a nuestro alrededor aunque no nos guste, acaso como una forma distante de mantener la guardia y de resistencia. Sin prisa, sin pausa, con humildad seguimos, seguiremos. No en vano la palabra humildad viene de humus, que significa tierra, su cuidado, su cultivo. De ese lugar vengo yo, donde nada se nos dio hecho.  

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