Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 06 de Abril de 2024

Ayuso y Vinicius

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Recuerdo de mi etapa profesional el horror a las sequías informativas. Trabajando para una agencia, no tenía las hipotecas de los espacios en papel o los minutajes orales y de imagen. El horizonte del teletipo era campo abierto. Bajo esa premisa, no introducir una noticia con el sello de la creatividad propia era volver a casa con una acre sensación mezcla de estafa y vagancia para con tu medio.

 

Con el tiempo fui aprendiendo trucos, y uno, un recurso para salir al paso de acallar la conciencia y regar el currículo, fue tener en la agenda cinco o seis personajes de lengua nerviosa, a los que era fácil tirar del aire y sacarle, la verdad que sin esfuerzo, la declaración más o menos escandalosa u ofensiva para generar polémica. Rara vez fallaron. Quedó dicho, un recurso, no precisamente ejemplo de ética profesional.

 

Aquello era la demostración incontestable de que en los espacios de la actualidad hay portavoces a los que la cercanía de un micrófono o de una cámara desata los instintos irrefrenables del protagonismo. Que hablen de uno, bien o mal, da lo mismo. Lo esencial es estar en el candelero. Son egos viscerales sin las barreras del temor al ridículo.  

 

No están ahora en la agenda de mi profesión. Me basta su presencia en los papeles o en el éter de las ondas para saber de antemano que va a haber carnaza informativa buscada por ellos con sus palabras, gesticulaciones o hechos. Uno de estos ejemplos es una habitual de mis comentarios: Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, de la que no he ocultado que no es santo de mi devoción en la reacción química; en lo político, por supuesto, todo el derecho y la exigencia de respeto a su opción, el que ella no tiene para sus adversarios, aunque en su lenguaje maniqueo de recurrentes disyuntivas, sea más exacto decir enemigos. Es una dirigente que no se atiene a las formas que, dentro de un cargo electo, son tan importantes o más que el fondo. La pierde una sinhueso dura como pedernal y una piel sensible como gusano de seda. Si la presidencia de una autonomía es un continuo berreo y un permanente tono de desafío, ¿qué se puede esperar de la ciudadanía gobernada? Es lógico concluir que no otra cosa que la pelea barriobajera de lenguas como navajas cachicuernas.

 

Ayuso es una avezada esgrimista del insulto. Lo ha reiterado haciendo gracietas de castiza de corrala y de mala digestión del poder con ellos. Pretende que queden simpáticos como costumbrismo de fonda de arrabal. Acaba de ser pillada, por la vía interpuesta de su compañero sentimental, en un presunto fraude a costa del trajín de las mascarillas en la pandemia de la COVID 19. Tiene todo el derecho a la defensa, a la presunción de inocencia, él y ella, pero nunca a recurrir como lo ha hecho con amenazas a los periodistas y medios que han destapado el asunto. De nuevo, por delegación, la figura de un portavoz, del que se recuerdan con frescura sus dotes de matón, incluso en el partido al que pertenece, donde sus hazañas pasadas y presentes levantan ampollas entre cuadros dirigentes que no están por esos modos y maneras. Ella no lo ha desautorizado. Más bien ha avalado su comportamiento. Si el silencio otorga, imaginen la locuacidad.

 

El otro personaje ha sido un descubrimiento, aunque ya venía con sintomatología de fábrica. Me refiero a Vinicius Jr. El ya calificado crac del Real Madrid es la diana del griterío de los ultras de los equipos más identificados en la rivalidad con el equipo blanco. La masa humana vociferante es la más fiel representación del rugido de la fiera. El futbolista tiene razón en quejarse de los insultos racistas que recibe en cada estadio. Han quedado demostrados, pero el coto a esta aberración lo tienen que atajar, y con urgencia, los estamentos deportivos, federativos y la Liga de Futbol Profesional. Hasta ahí, ni un pero a sus quejas.

 

Pero Vinicius ha entendido mal la justa causa de su lucha. Se ha erigido en baluarte solitario contra sus acosadores. Es la debilidad de la unicidad contra la fuerza bruta de una injusticia orquestada y masiva. Es un ídolo que saborea la veneración, a la vez que padece el antónimo del desprecio, en edad inmadura. Hay que hacer gala de fortaleza mental para contrarrestar esas circunstancias en soledad. El futbolista brasileño no la ha demostrado y sus reacciones en el campo han dejado a la vista su flanco más débil, y lo que es peor, el punto vulnerable del equipo en el que juega, pues contagia a los suyos el desquiciamiento. El rival sabe que si no gana por el juego, lo podrá hacer con las malas artes de la provocación al elemento psicológicamente más débil que, por ende, es la figura y la franquicia del club.

 

Está en todos los fregados. Reacciona por impulsos histéricos y no por la quietud de la razón y esperar el momento. Desconoce el autocontrol en la euforia del gol y en la patada del rival. Vinicius es un quebradero psicológico para cualquier entrenador. No se le puede dar carta blanca ni por perseguido ni por figura del equipo. Hay que atajarle con una necesaria cura de humildad y sosiego. Y si hay que sentarle varios partidos, que se le siente, hasta que aprenda la lección de la templanza.

 

Tiene las características técnicas y física de jugador para definir una época. Al Real Madrid ya le ha dado gloria, pero en una de las suyas, lo puede hacer caer en el abismo. ¿Nos hemos olvidado de Juanito o de Pepe? En el deporte, como en la vida, la fama se cimenta en años y el descrédito en el segundo de una locura.

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